domingo, 21 de marzo de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (3)

 


Es casi imposible exagerar la importancia de la Biblia en la gloriosa tarea de ganar almas. Para quien evangeliza es como la espada es para el guerrero (Efesios 6:17), y como la semilla para el que siembra (Lucas 8:11).

En resumen, la Santa Biblia es el instrumento que Dios usa en la conversión de los pecadores. “Siendo renacidos, no de simiente co­rruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y per­manece para siempre" (1 Pedro 1:23). También lea Efesios 5:25-26.

A diferencia de cualquier otro libro en el mundo, “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y pe­netra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Ella puede hacer lo que las palabras humanas jamás podrán.

¿Cómo usa Dios Su Palabra en la salvación de los pecadores? Prime­ro que nada, el pecador escucha la Palabra, o la lee, o tiene contacto con ella de alguna manera. El Espíritu Santo de Dios usa la Palabra para:

1.    Convencer a la persona incrédula de que ella es verdaderamente la revelación de Dios, inspirada e infalible.

2.    Convencerlo del hecho de que es pecador y de que merece el castigo eterno.

3.    Mostrarle que Cristo es el Salvador que necesita. (En la lección 7 veremos por qué esto es así).

4.    Llevarlo a confesar su pecado, renunciar a cualquier otra espe­ranza, y confiar expresamente en el Señor Jesús. Así dice en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Los hombres reciben fe a medida que el Espíritu Santo hace que la Biblia se vuelva real para ellos.

No hace falta decir que el cristiano debe tener una apreciación co­rrecta del valor de la Palabra de Dios para poder tratar las almas con in­teligencia. A continuación, algunas sugerencias:

1.    Primero que nada, debe tener en mente que la Biblia no es su mejor arma, sino su única arma. Muchas veces se verá ten­tado a usar la filosofía, la razón y la lógica para contrarrestar las obje­ciones de la persona con quien está tratando. Hacer eso sería arrojar a un lado su espada y exponerse al alcance del enemigo. A menudo, los hombres mundanos son más adeptos a los argumentos científicos que los cristianos (Lucas 16:8). El ganador de almas debe darse cuenta de que “un solo versículo de la Escritura vale más que mil argumentos”.

En esta conexión, es bueno recordar que las personas del Antiguo Testamento tenían prohibido sembrar sus vides con semillas mezcladas (Dt. 22:9). La lección para nosotros es que debemos usar solo la semi­lla pura, no adulterada, de la Palabra de Dios al tratar con los incrédu­los, y jamás mezclarla con argumentos de la ciencia y la filosofía. Es inútil ir más allá del evangelio y discutir sobre profundas verdades es­pirituales con quien no puede entenderlas (1 Co. 2:14). En lugar de discutir sobre verdades tan profundas, como la elección, la Trinidad, etc., necesitamos mostrarle al pecador que necesita ser salvo. Los in­crédulos están cegados espiritualmente (2 Co. 4:4) y no pueden ver el valor de las profundidades de Dios. Su primera necesidad es tener la visión espiritual que viene cuando recibe a Cristo por la fe.

2.      En segundo lugar, el ganador de almas debe aprender a usar la Palabra ampliamente. El sabio rey Salomón escribió: “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6). También lea Isaías 32:20.

No deberá permitir que las condiciones adversas lo detengan. “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no se­gará” (Eclesiastés 11:4). Ni debería dejar de citar la Palabra cuando se encuentra con la objeción: “No creo que la Biblia sea la Palabra de Dios”. ¿Qué haría un soldado si su enemigo le dijera: “No creo que tu espada sea de acero genuino”? Daría otra estocada y le probaría su rea­lidad. Recuérdele al objetante que su incredulidad no altera la verdad de la Biblia. Y continúe aplicando la Palabra bajo la guía del Espíritu.

3.   Lo siguiente es aprender a usar la Palabra sabiamente, dependiendo del Espíritu Santo. El versículo que Dios use una vez puede ser completamente inapropiado en otra oportunidad. El Espíri­tu de Dios nos usará para citar aquella porción precisa de la Biblia que Él desee emplear.

Esto nos obliga a recordar lo valioso que es memorizar la Escritura. El Espíritu solo nos “recordará todo” (Juan 14:26) lo que conozcamos de antemano. ¿Cómo puedo pretender que el Señor me use si no he guardado Su Palabra en mi corazón? Por otro lado, qué maravilloso es poder recitar el versículo correcto en el momento apropiado, y traer vida, paz y gozo perdurables a alguna persona.

4.    Entonces debemos aprender a usar la Palabra con toda la confianza de que Dios la bendecirá. Este es uno de los grandes es­tímulos en la obra cristiana, es decir, que la Palabra de Dios nunca se ministra en el poder del Espíritu Santo sin producir resultados en los corazones y las vidas.

Dios ha prometido honrar Su Palabra. “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tie­rra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volve­rá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié" (Isaías 55:10-11). Ya que Su Palabra es tan irresistible, invencible y exitosa como la lluvia o la nieve, se espera que podamos usarla por todos los medios posibles y con confianza, recor­dando siempre que nunca se nos promete el mismo éxito al usar nues­tras propias palabras.

Con todo lo dicho, debería ser obvio que siendo la Palabra algo tan necesario, deberíamos tenerla junto a nosotros todo el tiempo. El soldado cristiano nunca debería estar sin su espada. Una edición de bolsillo del Nuevo Testamento ocupa muy poco lugar y no pesa mucho, y cuán importante es tener uno a mano cuando se presenta una oportunidad.

Por último, abastecerse de buenos tratados evangelísticos es indis­pensable. A menudo pueden ofrecerse cuando es imposible entablar una conversación. El papel desempeñado por los tratados en la salva­ción de los que hoy son cristianos es incalculable. No perdamos la bendición de este ministerio tan beneficioso.

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