El cautiverio babilónico
La apostasía de los israelitas, del Dios vivo y verdadero a las imágenes e ídolos de los paganos, iba en aumento de día en día hasta no poderse tolerar más. La condición espiritual del pueblo parecía mejorarse algo durante el reinado del piadoso Josías, para luego decaer a ser peor que antes. Deseoso de salvar su pueblo del castigo que aquella apostasía merecía, Dios les había mandado profeta tras profeta para amonestarles, pero sin resultado. El corazón de ellos era dispuesto a seguir los dioses de los paganos.
Al fin Dios dejó de defenderlos de
sus enemigos. De un lado los egipcios vinieron a robar y destruir, y del otro
lado los caldeos de Babilonia llegaron para despojar el país, matando a quienes
quisieren y llevándose las riquezas a su propia tierra. Tres veces saquearon el
templo de Jerusalén, hasta haberse llevado todos los muebles y vasos del
santuario, pequeños y grandes.
Los israelitas debían aprender por
amarga experiencia cuán serio es dejar al Dios
omnisciente y omnipotente para adorar imágenes de yeso y metal. Una vez
colocados ellos en medio de una nación dada a la idolatría, ellos han debido
darse cuenta del error que habían cometido. A todo lado veían la corrupción
moral y espiritual, política y religiosa, que siempre acompaña una religión
falsa. La embriaguez, inmoralidad, engaño, robo y homicidio se encontraban
dondequiera. Faltaban por completo la honradez, pureza y temor de Dios.
La experiencia sí fue provechosa
para algunos, haciéndoles abandonar por completo el culto de los ídolos. Hasta
el siglo presente el remanente de los judíos (las dos tribus conocidas en el
mundo moderno), a pesar de toda su incredulidad hacia el Mesías, no se ha
atrevido a volver a permitir el uso de imágenes en sus cultos y hogares.
La historia se repite. En los
primeros días del cristianismo los creyentes se reunían en un sencillo aposento
a leer las Sagradas Escrituras y adorar en espíritu al Dios invisible. Andando
el tiempo, iban dejando esa primitiva sencillez. El orgullo y la vanidad les
estimulaban a introducir algo de la pompa del pueblo en derredor. Eligieron
para sí caudillos mundanos cuyo propósito era de prostituir un culto tan
espiritual en una atracción a los sentidos.
Se instituyó un clero. Poco a poco
venían poniéndose la vestimenta de los sacerdotes paganos. Los días festivos,
celebrados por los paganos en honor de sus ídolos, con abominables
inmoralidades, fueron hechos días de fiesta para los cristianos, cambiándose el
nombre del dios en cuyo honor se hacía antes, en el nombre de algunos que de
entre los cristianos habían llegado a tener renombre, llamándose la fecha el
Día de Santo Tomás, de San Juan, etc. En algunos casos hacían uso de la misma
imagen pagana para representar su santo. Esos días de fiesta se dedicaban al
culto de las imágenes, y así se dio principio a la idolatría católico romana.
El pan que el Señor dio en representación de su cuerpo dado en el Calvario en
expiación de nuestros pecados, ya se hizo una hostia y la gente se postraba en
adoración ante una galleta de harina.
Regresando ahora a los israelitas,
vemos que fueron llamados a volver a su país amado. Dios no se había olvidado de ellos; un nuevo
rey, movido por la mano divina, les dio la oportunidad de regresar a la tierra
de Palestina. Una reducida minoría lo hizo, pero muchos ya estaban entregados
de la idolatría. Los consecuentes entre los judíos volvieron a Jerusalén
(aunque ya eran en su gran mayoría una generación nueva), con
Asimismo, después de los siglos de
terrible oscuridad, en que un clero tirano reinaba en la así llamada iglesia
cristiana, llegaron unos y otros a despertarse. Vieron la crasa ignorancia de
casi todos en cuanto a lo que enseñaba
La furia con que el clero romano
persiguió a estos valientes hombres es prueba que temían la luz que de esta
manera alcanzaría al pueblo común. Los que trabajaron con tanto valor para
lograr este fin fueron encarcelados, o tuvieron que huir a esconderse. Las
biblias, si es que llegaron a ser impresas, circulaban sólo como contrabando. Sin embargo, la luz prevaleció.
Hasta el presente persiste la religión apóstata. El puro
evangelio de salvación por gracia mediante la obra redentora de Cristo, la
justificación del pecador por fe, la adoración de Dios en espíritu, sin altares
de lujo y sin intermediario aparte de Cristo mismo: todo esto es tema de burla
para aquellos que optan por seguir en la confusión babilónica de
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