El Chisme
“Me llamo Chisme. No le tengo ningún respeto a la justicia.
Mutilo sin matar, rompo corazones y arruino vidas.
Soy astuto, malicioso, y con el paso del tiempo agarro más fuerza.
Mientras más me citan, más creen. Prospero en todo nivel de la sociedad.
Mis víctimas están indefensas; no se pueden proteger de mí
porque no tengo ni nombre ni rostro. Una vez que mancho alguna
reputación, jamás volverá a ser la misma.
Arruino carreras y causo noches de insomnio.
Creo sospechas y genero angustia. Incluso mi nombre sisea.
Me llamo Chisme”.
Autor desconocido
Como cristianos somos muy
prontos para condenar a aquellos que se involucran en formas serias de asalto
verbal: “blasfemadores” (los que denigran, hablan mal o maldicen a otros),
“acusadores falsos” (calumniadores - de la palabra griega para el diablo), y
“murmuradores” (los que hablan en contra de alguien, o difaman a otros). Pero,
¿excusamos a los chismosos? ¿Somos culpables también de chismear? ¿Compartimos
información de las vidas personales de otros que no sirve para ningún propósito
noble?
El chisme es información
sobre la con-ducta y vida personal de otros, y a menudo es sensacional e íntima
en su naturaleza. La palabra griega para “chisme” significa “susurrar”. La
palabra en sí implica algo hablado en secreto que no debería ser mencionado
abiertamente. Un “chismoso” e Íntimos.
Aparte de “chismosos” y
“susurradores”, hay otras descripciones a lo largo de la Biblia. El Antiguo
Testamento habla de los que “andan en chismes” para describir al que “se dedica
a sembrar chismes”, o uno que revela secretos que no deberían ser compartidos.
El Nuevo Testamento habla de los que “se entremeten en lo ajeno” para referirse
a los que se inmiscuyen en los asuntos de otros, y hablan interminablemente de
los asuntos de otros. Una definición bíblica del chisme es la difusión de
rumores o secretos, hablando de alguien a sus espaldas, o repitiendo alguna
cosa sobre otro que realmente no es beneficioso.
¿Por qué nos llama la
atención el chisme? El chisme es atractivo, despierta interés, es sensacional y
revelador. Las palabras secretas a espaldas de otro le dan al chismoso la
sensación de ser conocedor. “Las palabras del chismoso son como bocados suaves,
y penetran hasta las entrañas”, Proverbios 18.8, 26.20-22. Hay algo en nuestra
naturaleza pecaminosa y presumida que quiere oír de las fallas y los problemas
de otros. En alguna forma perversa sentimos que los defectos de otros nos hacen
ver mejor a nosotros mismos.
Pero la realidad es que el
chisme es pecaminoso. El chisme es una característica de los que han rechazado
a Dios. Pablo dice del inconverso: “murmuradores, detractores, aborrecedores de
Dios, injuriosos, soberbios, altivos”, Romanos 1.30. El chisme es producto de
la naturaleza pecaminosa, no del Espíritu, y por eso Pablo temía que al llegar
a Corinto hallaría “contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias,
murmuraciones, soberbias, desórdenes”, 2 Corintios 12.20. El cristiano debería
evitar el chisme debido a su fuente. Es fruto de la naturaleza caída.
No solamente es
pecaminoso, sino que también es dañino. Traiciona a amigos y causa
resentimiento hacia otros. “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso
aparta a los mejores amigos”, Proverbios 16.28. Chismear divulga secretos y
mancha reputaciones, y la gente juzga el carácter de otros basado sobre la
información compartida. Hay amistades que son arruinadas cuando se pierde la
confianza. “El que anda en chismes descubre el secreto; más el de espíritu fiel
lo guarda todo”, Proverbios 11.13.
Aún más serio es que el
chisme genera desconfianza, resentimiento y contiendas entre creyentes. En
Proverbios leemos: “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa
la contienda”, 26.20. Palabras alegadas, motivos insinuados, supuestas
intenciones y verdades a medias son la esencia del chisme. El chisme no está
comprometido con la verdad. No hay “verificadores de información” para analizar
el chisme antes de que se comparta. Mientras más se repite, más se acepta como
si fuera verdad. A menudo se perpetúa y le echa leña a los conflictos entre
creyentes.
En las Escrituras se les
manda a los cristianos a quitar toda maledicencia y calumnia, y a evitar el
chisme. En el Antiguo Testamento Dios dijo: “No andarás chismeando entre tu
pueblo”, Levítico 19.16. En el Nuevo Testamento Pablo escribe: “Quítense de
vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”, Efesios
4.31. Pedro explica el mismo punto: “Desechando, pues, toda malicia, todo
engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones”, 1 Pedro 2.1. El
cristiano no debe caracterizarse por ninguna forma de expresión difamatoria —
maledicencia, detracciones, calumnia e incluso el chisme. Mas bien debe
comprometerse a hablar la verdad. “Por lo cual, desechando la mentira, hablad
verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”,
Efesios 4.25.
Según el Señor Jesucristo,
la marca que distingue a los cristianos es que muestren “amor los unos con los
otros”, Juan 13.35. El chisme no es amor en acción. Compartir información
privada o personal de otros creyentes (especialmente sus fallas y faltas) es lo
opuesto a amarlos. El amor “no se goza de la injusticia, más se goza de la
verdad”, 1 Corintios 13.6. “Y, ante todo, tened entre vosotros ferviente amor;
porque el amor cubrirá multitud de pecados”, 1 Pedro 4.8.
El chisme se disfraza frecuentemente con ropa religiosa. Compartimos información “para que puedas orar”, o para que “sepas cómo es la situación verdadera”. Aunque ciertamente hay ocasiones en las que se requiere compartir información, tenemos que revisar nuestros motivos. ¿Hemos considerado el daño irreparable que nuestras palabras podrán causarles a otros? ¿Las palabras que hablamos han sido verificadas? ¿Son palabras que destrozarán la reputación de otros? Examinemos, pues, nuestras conversaciones y revisemos bien nuestros motivos. En vez de chismear, hablemos palabras de verdad, motivados por amor.
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