domingo, 11 de abril de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (4)

 

El ministerio del Espíritu Santo

            Para poder tratar con las almas de manera inteligente, necesitamos ser conscientes del rol del Espíritu Santo en la salvación. Tal consciencia nos librará de los peligros de incentivar falsas profesiones y de enorgullecemos de nuestros resultados.

                       La Escritura enseña repetidas veces que el nuevo nacimiento es una obra milagrosa y sobrenatural de Dios (Juan 1:13; 1 Corintios 3:6), y que el Espíritu Santo es la Persona de la Trinidad que lo hace posible (Juan 3:5).

            El Espíritu de Dios es soberano, es decir, que hace lo que quiere, y no rinde cuentas de ninguna de Sus razones (Job 33:13). Cuando el Señor Jesús habló con Nicodemo, le recordó que: “El viento sopla de donde quiere (elige)” (Juan 3:8), enfatizando así la naturaleza soberana e impredecible de las actividades del Espíritu.

            Es por eso que, desde el punto de vista divino, con frecuencia nos encontramos con una persona salva y el resto de su familia perdida. Eso explica por qué una persona como Saulo de Tarso se convierte cuando menos se lo espera (Hechos 9:1-31). Explica por qué un versículo de la Escritura que para alguien carece de significado, puede ser la palabra justa para la salvación de otra. Explica por qué un ganador de almas nunca puede saber con anticipación qué almas serán salvas y cuáles no.

            La soberanía del Espíritu Santo no quiere decir que el hombre no juegue rol alguno en su conversión. La Biblia nos enseña con igual cla­ridad que la responsabilidad del hombre es creer en Cristo (Hechos 16:31). Dios ofrece sinceramente salvar a toda persona que reciba a Su Hijo por la fe Juan 1:12).

            Aunque no podamos reconciliar la soberanía de Dios y la libre voluntad del hombre en nuestras mentes, debemos mantener ambas doctrinas en perfecto equilibrio porque ambas son enseñadas en la Biblia.

            Es imposible describir exactamente cómo el Espíritu Santo produce el nuevo nacimiento. “Oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” Juan 3:8). Sin embargo, podemos decir en general, que primero despierta un verdadero sentido de necesidad en la vida de la persona. (A causa de la importancia del tema de la convicción de pecado, y su aparente indiferencia actual, se dedicará una lección aparte para estudiarlo). Luego, lo lleva a reconocer la inutilidad del esfuerzo humano. Y, final­mente, le revela al Señor Jesucristo como el único que puede satisfa­cer su necesidad.

            El obrero cristiano debe recordar siempre que la obra del Espíritu Santo no debe ser usurpada. La parte que le toca al ganador de almas es sembrar la semilla y regarla por medio de la oración. El papel del Es­píritu es producir la convicción y la conversión.

            En su celo por servir al Señor y ayudar a su prójimo, el cristiano a veces se enfrenta a la tentación de arrancarle una confesión a la perso­na a la que evangeliza.

            Tal esfuerzo puede ilustrarse en el siguiente diálogo:

 

Pregunta: “¿Cree usted que la Biblia es la Palabra de Dios?”

Respuesta: “¡Sí!”

Pregunta: “¿Sabe que usted es un pecador?”

Respuesta: “Sí, todos los hombres son pecadores.”

Pregunta: “¿Cree que Cristo murió por los pecadores?”

Respuesta: “Sí, lo creo.”

Conclusión: “Entonces es salvo. La Biblia dice que todo el que cree esto es salvo.”

 

            Pero, ¿es realmente así? ¿Ha obrado el Espíritu Santo en su vida? ¿O es solamente una aceptación intelectual de ciertos hechos? ¿Es una falsa profesión?

            Existen tres peligros serios en una falsa profesión:

            La persona puede estar segura de que es salva, mientras en realidad está en peligro del castigo eterno.

            Puede involucrarse en la congregación y causar dificultades in­necesarias al pueblo de Dios.

            Sus amistades inconversas esperarán más de lo que la persona es capaz de lograr. Muchos reproches vienen sobre el nombre de Cristo por causa de la conducta de falsos profesantes.

            Por tanto, el obrero debería evitar presionar a una persona para que haga su profesión de fe. El gran ganador de almas, D. L. Moody, escribió: “Nunca le diga a un hombre que se ha convertido. Nunca le diga que es salvo. Permita que el Espíritu Santo sea quien se lo revele”. Esto es particularmente cierto en el caso de los niños, cuyas mentes son susceptibles a peticiones emocionales e invitaciones altamente persuasivas. El Nuevo Testamento no ofrece ejemplos de esfuerzos prolongados para inducir a alguien a la confesión. En lugar de eso, el patrón que se le muestra al cristiano es presentar la Palabra fielmente y en oración, y luego depender del Espíritu para que regenere el alma.

            Es realmente triste que muchos de los métodos modernos de evangelismo surjan de una pasión por tener un gran número de con­vertidos. Es ciertamente un motivo fundamental. Pero el ganador de almas siempre debe recordar lo siguiente:

            Cuando los discípulos volvieron al Señor, jactándose de que aun los demonios se sujetaban a ellos, Él contestó: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).

            Es bastante imposible para nosotros poder evaluar los resultados de nuestro ministerio. ¿Cuál es el valor de alardear por te­ner docenas de convertidos si ninguno de ellos es verdaderamente salvo? Como se ha dicho: “El cielo será el mejor y más seguro lugar para oír sobre los resultados de nuestro trabajo”.

            Muy pocas personas son salvas solo a través de un gana­dor de almas. Frecuentemente hay muchos eslabones en la cadena de la salvación. Uno siembra, y otro cosecha. A veces, nosotros cose­chamos donde no dedicamos ningún esfuerzo Juan 4:37-38).

            Por último, el número de almas que se salvan por medio de nosotros no es la única medida de nuestra fidelidad. “A es­tos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos, olor de vida para vida” (2 Corintios 2:16). En otras palabras, algunos hombres escuchan el evangelio de nuestros labios y son salvos. Otros escuchan el mensaje, lo rechazan y mueren. Sin duda el Señor juzgará nuestro éxito tanto por lo último como por lo primero (aunque preferiríamos lo primero).

            Para resumir, diremos que el ganador de almas debe recordar que solo el Espíritu Santo de Dios puede hacer que alguien nazca de nue­vo; que no debería intentar usurpar Su oficio al presionar la decisión; que no debería jactarse de sus logros. Nuestro celo no debe disminuir cuando nos damos cuenta del rol preponderante del Espíritu en la sal­vación, más bien debería animarnos a ser más dependientes de Él y sujetamos a Su dirección.

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