El
ministerio del Espíritu Santo
Para poder tratar
con las almas de manera inteligente, necesitamos ser conscientes del rol del
Espíritu Santo en la salvación. Tal consciencia nos librará de los peligros de
incentivar falsas profesiones y de enorgullecemos de nuestros resultados.
La Escritura enseña repetidas veces que el nuevo nacimiento es una obra milagrosa y sobrenatural de Dios (Juan 1:13; 1 Corintios 3:6), y que el Espíritu Santo es la Persona de la Trinidad que lo hace posible (Juan 3:5).
El Espíritu de Dios es soberano, es
decir, que hace lo que quiere, y no rinde cuentas de ninguna de Sus razones (Job
33:13). Cuando el Señor Jesús habló con Nicodemo, le recordó que: “El viento
sopla de donde quiere (elige)” (Juan 3:8), enfatizando así la naturaleza
soberana e impredecible de las actividades del Espíritu.
Es por eso que, desde el punto de
vista divino, con frecuencia nos encontramos con una persona salva y el resto
de su familia perdida. Eso explica por qué una persona como Saulo de Tarso se
convierte cuando menos se lo espera (Hechos 9:1-31). Explica por qué un
versículo de la Escritura que para alguien carece de significado, puede ser la
palabra justa para la salvación de otra. Explica por qué un ganador de almas
nunca puede saber con anticipación qué almas serán salvas y cuáles no.
La soberanía del Espíritu Santo no
quiere decir que el hombre no juegue rol alguno en su conversión. La Biblia nos
enseña con igual claridad que la responsabilidad del hombre es creer en Cristo
(Hechos 16:31). Dios ofrece sinceramente salvar a toda persona que reciba a Su
Hijo por la fe Juan 1:12).
Aunque no podamos reconciliar la
soberanía de Dios y la libre voluntad del hombre en nuestras mentes, debemos
mantener ambas doctrinas en perfecto equilibrio porque ambas son enseñadas en
la Biblia.
Es imposible describir exactamente
cómo el Espíritu Santo produce el nuevo nacimiento. “Oyes su sonido; mas ni
sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”
Juan 3:8). Sin embargo, podemos decir en general, que primero despierta un
verdadero sentido de necesidad en la vida de la persona. (A causa de la
importancia del tema de la convicción de pecado, y su aparente indiferencia
actual, se dedicará una lección aparte para estudiarlo). Luego, lo lleva a
reconocer la inutilidad del esfuerzo humano. Y, finalmente, le revela al Señor
Jesucristo como el único que puede satisfacer su necesidad.
El obrero cristiano debe recordar
siempre que la obra del Espíritu Santo no debe ser usurpada. La parte que le
toca al ganador de almas es sembrar la semilla y regarla por medio de la
oración. El papel del Espíritu es producir la convicción y la conversión.
En su celo por servir al Señor y
ayudar a su prójimo, el cristiano a veces se enfrenta a la tentación de
arrancarle una confesión a la persona a la que evangeliza.
Tal esfuerzo puede ilustrarse en el
siguiente diálogo:
Pregunta: “¿Cree
usted que la Biblia es la Palabra de Dios?”
Respuesta: “¡Sí!”
Pregunta: “¿Sabe que
usted es un pecador?”
Respuesta: “Sí,
todos los hombres son pecadores.”
Pregunta: “¿Cree que
Cristo murió por los pecadores?”
Respuesta: “Sí, lo
creo.”
Conclusión:
“Entonces es salvo. La Biblia dice que todo el que cree esto es salvo.”
Pero, ¿es realmente así? ¿Ha obrado
el Espíritu Santo en su vida? ¿O es solamente una aceptación intelectual de
ciertos hechos? ¿Es una falsa profesión?
Existen tres peligros serios en una
falsa profesión:
La persona puede estar segura de que
es salva, mientras en realidad está en peligro del castigo eterno.
Puede involucrarse en la
congregación y causar dificultades innecesarias al pueblo de Dios.
Sus
amistades inconversas esperarán más de lo que la persona es capaz de lograr.
Muchos reproches vienen sobre el nombre de Cristo por causa de la conducta de
falsos profesantes.
Por
tanto, el obrero debería evitar presionar a una persona para que haga su
profesión de fe. El gran ganador de almas, D. L. Moody, escribió: “Nunca le
diga a un hombre que se ha convertido. Nunca le diga que es salvo. Permita que
el Espíritu Santo sea quien se lo revele”. Esto es particularmente cierto en el
caso de los niños, cuyas mentes son susceptibles a peticiones emocionales e
invitaciones altamente persuasivas. El Nuevo Testamento no ofrece ejemplos de
esfuerzos prolongados para inducir a alguien a la confesión. En lugar de eso,
el patrón que se le muestra al cristiano es presentar la Palabra fielmente y en
oración, y luego depender del Espíritu para que regenere el alma.
Es
realmente triste que muchos de los métodos modernos de evangelismo surjan de
una pasión por tener un gran número de convertidos. Es ciertamente un motivo
fundamental. Pero el ganador de almas siempre debe recordar lo siguiente:
Cuando
los discípulos volvieron al Señor, jactándose de que aun los demonios se
sujetaban a ellos, Él contestó: “No os regocijéis de que los espíritus se os
sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”
(Lucas 10:20).
Es
bastante imposible para nosotros poder evaluar los resultados de nuestro
ministerio. ¿Cuál es el valor de alardear por tener docenas de convertidos si
ninguno de ellos es verdaderamente salvo? Como se ha dicho: “El cielo será el
mejor y más seguro lugar para oír sobre los resultados de nuestro trabajo”.
Muy
pocas personas son salvas solo a través de un ganador de almas. Frecuentemente
hay muchos eslabones en la cadena de la salvación. Uno siembra, y otro cosecha.
A veces, nosotros cosechamos donde no dedicamos ningún esfuerzo Juan 4:37-38).
Por último, el número de almas que
se salvan por medio de nosotros no es la única medida de nuestra fidelidad. “A
estos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos, olor de vida para
vida” (2 Corintios 2:16). En otras palabras, algunos hombres escuchan el
evangelio de nuestros labios y son salvos. Otros escuchan el mensaje, lo
rechazan y mueren. Sin duda el Señor juzgará nuestro éxito tanto por lo último
como por lo primero (aunque preferiríamos lo primero).
Para
resumir, diremos que el ganador de almas debe recordar que solo el Espíritu
Santo de Dios puede hacer que alguien nazca de nuevo; que no debería intentar
usurpar Su oficio al presionar la decisión; que no debería jactarse de sus
logros. Nuestro celo no debe disminuir cuando nos damos cuenta del rol
preponderante del Espíritu en la salvación, más bien debería animarnos a ser
más dependientes de Él y sujetamos a Su dirección.
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