Alma mía, en Dios solamente reposa,
porque de Él es mi esperanza. (Salmo 62:5)
Hay creyentes que a menudo desean
hacer una gran obra para el Señor, pero se dan cuenta que deben realizar un
trabajo tranquilo en un rincón escondido, y entonces se decepcionan. A veces
también se desalientan tristemente de la compañía de creyentes con quienes
caminan localmente. Esperaban que Dios convirtiera a una gran cantidad de
personas y que su pequeña reunión se volviera prominente y un centro de
bendición, recibiendo públicamente la aprobación del Señor, y en lugar de eso
ven debilidad y fracaso, y entonces se decepcionan. Otras veces nos
decepcionamos de los creyentes en general. Posiblemente nos habíamos imaginado
que podríamos reunir a diferentes grupos dispersos del pueblo de Dios para
caminar juntos en unidad y amor, solamente para darnos cuenta que esto condujo
a discordia y más división, y entonces nuestra decepción aumentó.
Quizás
el pueblo de Dios puso grandes esperanzas en el campo misionero. Y miles de
misioneros fueron a trabajar en diversas partes del mundo, deseando que el
baluarte del paganismo fuese quebrantado ante la luz del cristianismo, pero
nuevamente se encuentran con la decepción debido a que esto es algo muy
difícil. Otros tal vez piensan que después de diecinueve siglos de
cristianismo, el mundo debería ser moralmente mejor, y en vez de eso deben
admitir que jamás hubo tanta rebeldía, y se vuelven a decepcionar.
Sin
embargo, si abandonamos nuestros propios pensamientos y buscamos los
pensamientos de Dios, entonces no nos decepcionaremos. Nuestras expectativas a
menudo son muy limitadas y nuestras perspectivas muy estrechas. Pensamos en el
presente y miramos solamente las cosas que se ven. En lugar de eso, miremos más
allá de esta larga y oscura noche, y extendámonos hacia lo que está adelante.
Consideremos el gran fin que Dios está obrando; una obra en la que Él está
preparando, fuera de la miseria y ruina de este mundo, una Esposa que será apta
para todo el amor de Cristo.
C. H. Mackintosh
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