lunes, 25 de octubre de 2021

QUITANDO LAS MALAS HIERVAS Y PODANDO EL HUERTO

 

El huerto de la hormiga crece muy rápidamente, pero también crecen rápido las malas hierbas. Las malas hierbas son introducidas cuando las obreras traen sus hojas cada día. Una por una, las malas hierbas tienen que ser arrancadas de entre las plantas. Las diminu­tas hortelanas subterráneas llevan a cabo esta labor con sus bocas. Son muy cuidadosas para que no queden hierbas malas en el huerto, que lo podrían destruir. También recortan o podan su huerto para que crezca mejor. A veces los investigadores han sa­cado las hormigas fuera de su nido para ver qué sucedería con sus huertos. En poco tiempo los huertos quedan llenos de malas hier­bas.

El alimento que las hormigas crían se parece a un hongo. En la parte superior de cada tallo se encuentra una pequeña bola re­donda. Esta bola redonda es la parte que las hormigas arrancan para comer. Es un alimento que tiene buen sabor y es muy sano. (Contiene vitaminas, proteínas y azúcares.) Las obreras comen estas pequeñas bolas de los hongos y también alimentan con las mismas a la reina y a las larvas. También hubo investigadores que han tratado de cultivar este alimento de hormigas. Han logrado hacer crecer las plantas, pero las pequeñas bolas de los hongos sólo crecen cuando son las hormigas las que cuidan de los mismos.

Un huerto necesita ser cuidado con esmero si se quieren culti­var buenas frutas y hortalizas. Las hormigas son excelentes horte­lanas porque se cuidan de su huerto, matan las malas hierbas y podan las plantas cuando lo necesitan ... y al final consiguen grandes cantidades de buenos alimentos.

En Juan 15:1-17 se menciona otra clase de huerto, un viñedo. El labrador es Dios Padre. Juan se refiere a una vid que crece en este viñedo, y esta vid es una imagen del Señor Jesucristo.

[La vid] es la parte principal de la planta, y es necesaria para sostener los pámpanos en su lugar. Los pám­panos son una imagen de los creyentes. Estos pámpanos están uni­dos a la vid de manera que lleven fruto. Todo fruto espiritual viene como resultado de estar unidos al Señor Jesucristo, que es la vid verdadera, Juan 15:4,5. Una persona que no pertenezca a Cristo no puede dar ningún verdadero fruto para Dios.

El Horticultor Celestial poda su huerto… Él corta las ramas inútiles y mantiene limpia la vid. Lo hace para mostrar a las ramas hacia qué dirección deben crecer, y para cambiarlas de manera que crezcan a su manera y no a la de ellas. […]

Un buen horticultor sabe antes de podar cómo quiere que crez­can las ramas. Los horticultores humanos practican frecuente­mente la poda hasta que aprenden a hacerlo bien, pero nuestro Horticultor Celestial no necesita práctica. ¡Él sabe cómo podar! El conoce la vid y las ramas, y sabe cómo crecerá cada rama después de haber sido podada.       […]

La poda nos habla de cómo Dios corrige cosas en nuestras vidas. Dios puede enseñamos en tiempos de prueba a dejar de hacer cosas inútiles o innecesarias. David dijo que la disciplina de Dios le fue útil porque le enseñó a aprender a obedecer, Salmo 119:67.

            El Horticultor Celestial que poda y corrige, también «ama», He­breos 12:6; Juan 15:9. Es bueno saber que alguien nos ama cuando estamos sufriendo. El Señor Jesús dice que Él nos ama de la misma manera que el Padre le ama a Él. Él quiere que permanezcamos cerca de Él y que gocemos de su amor…

¿Qué clase de fruto deberíamos tener en nuestras vidas? De­beríamos tener el «fruto del Espíritu». La Biblia dice que el verda­dero fruto espiritual [en] Gálatas 5:22,23. El fruto no maduro es generalmente agrio, pero el fruto maduro es dulce al paladar. Las personas ma­duras en las cosas de Dios serán conocidas por su dulzura. Un falso maestro no tendrá el dulce fruto del Espíritu en su vida. Podemos distinguir entre un maestro verdadero y uno falso observando cómo viven, Mateo 7:15-20.


Adela de Letkeman, Cap. 13, Las asombrosas hormigas


LA SENDA PEREGRINA


“Envió Moisés embajadores al rey de Edom desde Cades, diciendo: Así dice Israel tu hermano: Tú has sabido todo el trabajo que nos ha venido; como nuestros padres descendieron a Egipto, y estuvimos en Egipto largo tiempo, y los egipcios nos maltrataron y a nuestros padres; y clamamos a Jehová, el cual oyó nuestra voz, y envió un ángel, y nos sacó de Egipto; y he aquí estamos en Cades, ciudad cercana a tus fronteras”.

“Te rogamos que pasemos por tu tierra. No pasaremos por labranza, ni por viña, ni beberemos agua de pozos; por el camino real iremos, sin apartarnos a diestra ni a siniestra, hasta que hayamos pasado tu territorio”.

“Edom le respondió: No pasarás por mi país; de otra manera, saldré contra ti armado... Y salió Edom contra él con mucho pueblo, y mano fuerte. No quiso, pues, Edom dejar pasar a Israel por su territorio, y se desvió Israel de él”. Números 20


            Este episodio sucedió hacia el fin de las peregrinaciones del pueblo de Israel en el desierto. Contiene lecciones provechosas para nosotros, ya que vamos llegando al final de nuestra peregrinación terrenal con las pruebas que ésta implica, y nos acercamos a la venida de nuestro Señor Jesucristo.

            Israel apela al rey de Edom, buscando su simpatía y ayuda en vista de un parentesco natural, pues los edomitas eran descendientes de Esaú, el hermano de Jacob. Pero quedaron desilusionados. En lugar de brindarles amor fraternal, la gente de Edom les amenazó con la espada y les prohibió transitar por su país.

            Esto mismo ocurre ahora con nosotros. No podemos contar con la simpatía ni la ayuda espiritual de nuestros familiares según la carne, pues la persona no regenerada por el Espíritu es uno de los “enemigos en su mente” ... “por cuanto la mente carnal está en enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”, Colosenses 1.21, Romanos 8.7.

            Además, es peligroso seguir el consejo de los amigos inconversos en relación con la vida espiritual, por las consecuencias que puede traernos. Pero con todo eso, muchas veces son ellos los primeros en denunciar cualquier incorrección en la vida del creyente.

            Notemos ahora los siete puntos que comprende la petición hecha por Moisés al rey de Edom cuando solicitó permiso para pasar por sus términos.

1. Pasemos por tu tierra. Con ello le daba a entender que no iban a detenerse, pues eran sólo transeúntes. Al añadir, “No pasaremos por labranzas”, le indicaba que no iban a meterse en lo ajeno ni dañar los trabajos de otros. ¡Mucho cuidado! Conviene a todo peregrino este mismo cuidado.

2. Ni por viña. Ellos sabían que la cosecha de las uvas, así como el acto de pisarlas en el lagar, era ocasión de regocijo y alegría, pero de poca duración. Nos habla de los goces efímeros del mundo, que pronto se acaban. Pero no es así con el creyente en el Señor; su gozo es para siempre. Por ello es que, al creer en él, uno deja las cosas del mundo; en el corazón que está rebosando — Salmo 23.5 — no cabe otra cosa.

3. Ni beberemos agua de pozos. El agua es simbólica de la vida. Cristo ha puesto una fuente de agua en todo creyente; es una vida nueva, eterna y abundante. Por eso el creyente no participa en ninguna forma de vida mundana, sea en lo social, lo religioso o lo político. Él ha huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, siendo que Satanás es el dios de este siglo; 2 Corintios 4.4.

4. Por el camino real iremos. Este es el camino del Rey. Cristo, el Rey de reyes, ha ido por delante, dejándonos un ejemplo para que sigamos en sus pisadas. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”, Proverbios 4.18. La meta es que seamos “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”, Filipenses 2.15.

5. Sin apartarnos a diestra ni a siniestra. La idea es de andar por el camino recto, o hacer sendas derechas para los pies, como dice en Hebreos 12.13. Nuestro Señor Jesucristo nunca se apartó, ni el espesor de un cabello, del camino de la voluntad de su Padre. Puestos los ojos en Cristo, el Autor y Consumador de la fe, nosotros también llegaremos al blanco sin desvío.

6. Daré precio. Moisés prometió no apropiarse del agua para el ganado sin que pagara su valor. La Palabra manda al creyente: “No debáis a nadie nada”, y, “No paguéis a nadie mal por mal”. Romanos 13.8, 12.17. Abraham constituye un buen ejemplo de la honradez, pues no aceptó regalos del rey de Sodoma. Cuando murió Sara, él insistió en pagar el precio del terreno donde enterraría los restos de su esposa. Cuando un creyente no cancela sus deudas, está manchando el testimonio del Evangelio.

7. Déjame solamente pasar a pie. Lo único que les interesaba era seguir la marcha; no tenían otro motivo. El cristiano debe tener sus pies calzados con el apresto del Evangelio de la paz, Efesios 6.15. De esa manera, mientras avanza él va dejando atrás las huellas de una vida de separación del mundo. Viviendo en paz con el prójimo, debe ser incapaz de hacer mal a otro.

            No obstante, esta solicitud, correcta y justa en todo sentido, Edom no quiso. Salió con su gente a pelear, por lo cual Israel se desvió de él, pues no quería pleitos. Asimismo, el creyente evita pleitos con los inconversos, dejando su caso en manos de aquel que ha dicho: “Mía es la venganza, yo pagaré”, Romanos 12.19.

 Santiago Saword


NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (10)

 


            La encarnación fue una renuncia, un descenso y una aceptación. Reflexionar sobre la venida del Salvador es para nosotros ir atrás a considerar su estado antiguo de gloria celestial, a su renuncio de todo cuando dijo, “He aquí vengo”, y al estado humilde al cual bajó al venir a Belén.

            Qué momento en la historia del cielo habrá sido aquél cuando por vez primera se hizo saber la disposición del Hijo a venir a esta tierra: “este sentir que hubo en Cristo Jesús”. Qué momento, decimos, cuando Él se levantó de aquella altura central de gloria increada que había sido suya desde siempre. ¡Qué de asombro hubo en la orden superior de huestes angélicas! ¡Él se dispuso a deshacerse de la insignia brillante de Soberano para sumir la vestimenta grisácea de esclavo en un mundo como el nuestro!

            Con todo, lo hizo; verdad preciosa. Él no descartó como imposible el renunciar su lugar de gloria en igualdad con el Padre. Su mente que le hizo no mirar por lo suyo propio sino por lo de otros, al decir de Filipenses 2, le movía a vernos en nuestra ruina. ¡Hondo misterio! El Inmortal se hizo hombre y sucumbió al socorro de su criatura indigna.

            Dios procedió su llegada aquí con la operativa misteriosa de prepararle cuerpo, Hebreos 10.5. El Espíritu Santo, obrando en el vaso honrado de la persona de María, realizó este milagro divino, de tal manera que el Santo Ser que nació sería llamado Hijo de Dios. Y, en un día atestado del venir e ir de hombres y mujeres en sus quehaceres, en la humilde posada en Belén de Judá, bajo el techo que abrigaba las bestias de carga, para ser acostado en el pesebre crudo donde esos animales solían recibir su forraje, ¡Él vino!

¿Quién de nosotros se atreve a medir la distancia entre la gloria antigua y este estado de humillación? Él viajó todo ese camino para que fuese nuestro Salvador. Sus delicias desde las edades eternas —las cuales habían sido son los hijos de los hombres, Proverbios 8.31— le bajaron del esplendor celestial a los pañales en el pesebre. Pero este paso no completó su empresa, sino la comenzó. No bastó; Él tenía que proseguir.

            Belén convenía para que el Calvario fuese. Él nació para morir.

            Los grandes de la tierra han temido a la muerte, por cuanto ella interrumpe sus logros. Él esperaba la muerte como un paso esencial a sus logros. “Si muere, mucho fruto lleva”, Juan 12.24. Los héroes de este mundo, todos aquellos que han hecho historia, han guardado la muerte a raya todo el tiempo posible, pero Jesús se apresuró hacia la hora señalada. La muerte de aquéllos escribió finis a su obra, aun cuando en cada caso la obra estaba inconclusa, pero la muerte de éste fue su gran realización.

            Los suyos hablaban de su partida como algo que Jesús iba a cumplir en Jerusalén, y por esto su alma se apresuraba hacia el Calvario. “De un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” Lucas 9.31, 12.50. Nacer no era suficiente; los milagros no bastaban; el ministerio tampoco. Sólo con dar su vida en rescate por muchos se cumplía la meta, y por lo tanto, en su última marcha hacia la ciudad, Él “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” Lucas 9.51.

            Una vez llegada la hora para la cual vino a este mundo, se dirigió al huerto de Getsemaní. Allí, su alma muy triste, “aun hasta la muerte”, se arrodilló bajo el reflejo que la luna creó entre olivares benignos y oró con gran clamor y lágrimas; Hebreos 5.7. Oró hasta que era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Tres veces oró, diciendo las mismas palabras; fortalecido ya para la lucha final, Él se levantó, diciendo: “Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega”, Mateo 2.26.

            ¡Qué noche aquella! “La noche que fue entregado”. Le trajo la traición de Judas, el oprobio del arresto, la vergüenza de ser atado, la humillación de ser conducido a la casa de Caifás. ¡Y qué mañana aquella! Fue el amanecer del día de la tragedia del Calvario. Fue la ocasión del dolor de escuchar el testimonio falso en contra suya, la ribaldería de soldados encallecidos, las bofetadas suyas, los escupidos en la mejilla, las puntadas al sentirse el pelo arrancado de su barba, la burla ante Herodes, la farsa del juicio ante Pilato, la desnudez, la túnica de púrpura, el “cetro” de caña, la corona de espinos, los latigazos ante la mirada del populacho, la gritería de “Fuera, fuera”, la preferencia dada a Barrabás, la terrible procesión por las calles burlonas, la cruz pesada que llevó a cuestas. Y al fin, cual cordero Él ante sus trasquiladores, la llegada a la Calavera.

            ¿En alguna otra ocasión se ha perpetrado actos tan malvados a cambio de amor y servicio tan abnegado? Con todo, éstos sirvieron para desplegar la hermosura santa del carácter suyo. Él llevó todo sin murmuración, en silencio, sin protesta, dando testimonio a la verdad. Nuestros corazones asombrados se derriten mientras le contemplamos entre sus adversarios aquel día.

            Pero toda la ignominia de la cruz no constituyó la cruz en sí. Llevar el bochorno no basta; Él tendría que llevar nuestros pecados.

            Levantaron el madero en el lugar llamada la Calavera. Le clavaron allí, le ridiculizaron en su agonía, le escarnecieron en su angustia. Pasaron por el otro lado meneando la cabeza, insultándole con palabras envenenadas. Cuando le maldecían, Él no respondía con maldición, sino levantaba la voz, diciendo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Lucas 23.34.

            En aquella hora de dolor intenso, Él se acordó de lo que le había traído a este mundo. No aceptó estupefaciente. Fue flagelado por sed. Se encontró entre los “perros” y los “toros” del Salmo 22. Aun los ladrones, uno a cada lado, se burlaron de él. Pero, con porte de rey, ¡Él recibió a uno de estos mismos y le prometió reposo en el paraíso ese mismo día!

            ¡Grande la humildad! ¿Qué corazón no se conmueve al meditar sobre el Varón del Calvario? Con todo, este ejemplo de perfecto sumisión, paciencia y devoción fue de por sí insuficiente como para consumar la obra. Él debe proseguir.

            Era hombre de veras; anhelaba la comunión con otros. La primera razón dada por su selección de los doce fue para que estuviesen con él, Marcos 3.14. En sus momentos más sublimes Él deseaba la presencia de aquellos que más le entenderían y más le amarían. El momento de gloria en el monte santo encontró a los tres —Pedro, Jacobo y Juan— con él. El momento de profunda lobreguez y perturbación en el Getsemaní le encontró con este mismo afán de comunión. “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo”, Mateo 26.38. La contradicción de pecadores contra sí no le dolió más que la falta de comprensión de parte de sus discípulos. “Esperé quién se compadeciese de mí, y no lo hubo”, Salmo 69.20.

            Bien sabe Dios cuánta fuerza se añade a sus siervos al contar ellos con un ayudante humano que sea firme y leal en la fuerte presión. Le dio a Moisés un Josué, a Gedeón un Pura, a David un Jonatán, a Jeremías un Baruc, a Pedro un Marcos, a Pablo un Lucas. Pero en la hora mayor de toda la historia, el Varón del Calvario se encontró solo. “Todos los discípulos, dejándole, huyeron”, Mateo 26.56.

            “Es sumamente solitario en el pináculo”, dijo un gran Primer Ministro del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. “No hay sobre quien apoyarse; más bien, cada cual quiere apoyarse en uno”. Comoquiera que sea la veracidad de esta afirmación en la esfera de gobierno humano, es enteramente aplicable a Aquel cuya misión le llevó al lugar de la soledad suprema. Él no contaba con ningún apoyo humano; todo dependía de él solamente.

            Hubo tres horas asombrosas cuando los labios del Crucificado guardaron el más absoluto silencio. Horas tan tenebrosas como la noche densa, tanto por fuera como por dentro. A lo largo de este lapso unas tinieblas inoportunas envolvieron esta creación en sus dobleces negras. Fueron horas cuando el sufrido se encontró postrado bajo la mano de Dios, bajo el látigo del azote divino.

            Fue en las horas aquellas que Jehová juntó los pecados de su pueblo en una misma carga espantosa y abominable, y la colocó sobre el Varón del Calvario. Fueron horas cuando el alma de nuestro Sustituto se requemó bajo el castigo que Dios le administró por ser la ofrenda por el pecado. Dios hizo que Cristo, quien no conoció pecado, fuese hecho pecado por nosotros. Aceptando todo este padecimiento, Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, 1 Pedro 2.24.

            El ingrediente más amargo en toda aquella copa de aflicción, el tormento más agudo entre todas aquellas heridas, fue ésta: ¡Él no pudo encontrar a Dios! El Dios en quien siempre se apoyaba, a quien Él siempre complacía, cuyo rostro siempre le sonría en gesto de amor, cuya presencia era siempre el regocijo de su corazón: ¡Él se había alejado!

            No hubo mano alguna que se extendiera en ayuda suya. Se encontró solo, sin Dios. Le rodearon ligaduras de muerte y Él se encontró en las angustias de las profundidades; las aguas entraron hasta el alma; se hundió en cieno profundo. No pudo hacer pie. La corriente le anegó.

            Los rayos grises empezaron a filtrar en medio de las tinieblas. El Hijo de Dios clamó con una muy grande y muy amarga exclamación. Su clamor palideció los rostros de los que temblaban al pie del madero. Los cielos quedaron perplejos y el infierno atónito.       Escuchémosle: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27.46

            Posterior a esto, sólo el anuncio potente de un Conquistador consciente: “Consumado es”. Y, la confirmación que Él había aceptado todo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Dicho aquello, el Varón del Calvario reposó la cabeza sobre el pecho del Padre y murió.

            Nada menos hubiera sido suficiente. Nada más quedó por hacerse.

            Ya pasó la noche triste, noche de dolor. Cristo ha muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras, y fue sepultado. El amanecer del tercer día le encuentra resucitado de los muertos por cuanto Dios ha aceptado el sacrificio único que sólo Este ha podido ofrecer. El altar está satisfecho por la sangre que la baña. La víctima del Calvario adorna ya el trono de Dios.

            El Varón del Calvario es el Señor de gloria, y esta es la prueba contundente de la suficiencia de la cruz.
J.B. Watson

Preguntas y Respuestas

 

por Fred Wurst


1. ¿Qué expresaban, en relación con la nación de Israel, los doce panes sobre la Mesa de la Proposición? (Lv 24:5, 6).

            Los doce panes sobre la Mesa de la Proposición expresaban lo que Israel era, a saber, doce Tribus.

2. El un pan sobre la Mesa del Señor habla al corazón del cristiano del Cuerpo del Señor que fue dado por él. ¿Qué más expresa el un pan?

            El un pan sobre la Mesa del Señor también expresa lo que la Asamblea es, a saber, un Cuerpo (1 Co 10:17).

3. El Espíritu Santo ha unido a todos los creyentes en un Cuerpo, la Asamblea, y se les exhorta a mantener en práctica lo que Él ha formado espiritualmente. Cítese el versículo que nos manda a «guardar la unidad del Espíritu».

            «Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4:3).

4. Cite dos versículos demostrativos de que la Biblia, la Palabra de Dios, es suficiente guía para Su pueblo.

            «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que hom­bre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Ti 3:16, 17).

5. ¿Quién es el que enseña todas las cosas al creyente?

            El Espíritu Santo (Jn 14:26).

6. ¿Dónde se halla en la Biblia la exhortación del apóstol Pablo a los creyentes a que tengan una misma mente, y pone delante de ellos al Señor Jesucristo como su dechado en humildad?

            En Fil 2:2-5 (léanse los versículos).

7. Cítense los versículos en el Evangelio de Lucas que reseñan la institución de la «Cena del Señor» por el Señor Jesús.

            «Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi Cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el Nuevo Pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama» (Lc 22:19, 20).

8. ¿Qué dos cosas había sobre la mesa por las cuales el Señor Jesús dio gracias?

            Pan y vino (la copa). Ni el pan ni el vino fueron cambiados en ninguna otra substancia. Los discípulos comieron el pan y bebieron la copa.

9. ¿De qué, dijo el Señor, que el pan y la copa harían recordar a los creyentes?

            El pan les recordaría Su cuerpo, que fue dado por ellos, y la copa les recordaría Su sangre que por ellos fue derramada.

10. Inmediatamente después de la Asamblea haber sido formada en Pentecostés, ¿qué cuatro cosas distinguieron a aquellos que la com­ponían?

            Las cuatro cosas que caracterizaron a la Asamblea inmediatamente después de Pentecostés fueron: «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hch 2:42).

11. ¿Dónde partían el pan estos creyentes?

            Partían el pan en las casas (Hch 2:42, 46).

12 ¿En qué día de la semana se reunió la Asamblea cristiana primitiva para partir el pan?

            El primer día de la semana (Hch 20:7).

13 ¿Hasta cuándo recordará la Asamblea cristiana al Señor Jesucristo en Su muerte?

            Hasta que Él venga (1 Co 11:26).

14. Si los creyentes vienen a la Mesa del Señor sin juzgarse a sí mismos, ¿a qué se exponen?

            Si los creyentes vienen a la Mesa del Señor sin juzgarse a sí mismos, se exponen a ser castigados del Señor (1 Co 11:27-32).

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (10)

 

La envidia y los celos

Matthew Caín

Un creyente se te acerca muy emocionado, queriendo compartir contigo sus buenas noticias. Tratas de sonreír, pero estás forzando la sonrisa y te sientes incómodo. En vez de celebrar sinceramente su bendición, tu quien estuviera dando las noticias en lugar de la otra persona. Mientras él está alabando al Señor, tú estás pensando: “¿Me lo tiene que restregar en la cara? ¿No merezco yo más que él?” Una vez más eres recordado que es más fácil “llorar con los que lloran” que “gozarse con los que se gozan” (Ro 12.15).

 

La raíz del asunto

            El problema es que la envidia y los celos[1] se agravan dentro del corazón. Son producto de la naturaleza pecaminosa con la cual todos nacemos, y ambos están en la lista de las obras de la carne en Gálatas 5: celos[2], en el v. 20, y envidia en el v. 21. Estos pecados personifican el egoísmo, la marca distintiva de la carne; somos por naturaleza personas egoístas. Queremos conservar para nosotros lo que nos han dado. Queremos lo que otros tienen y muchas veces nos molestamos si nuestros deseos no se cumplen. Es triste que una de las primeras escenas en la historia de la humanidad revela la envidia del corazón del hombre.

El registro de la Escritura

            Caín no solamente estaba molesto con Dios por no aceptarlo a él ni a su ofrenda (Gn 4); también le tenía envidia a Abel y su ofrenda porque habían sido aceptados. La envidia hacia otras personas más justas que nosotros y hacia su relación con el Señor no es algo extraño. Tristemente, con frecuencia la respuesta tiene cierta similitud a la de Caín, pues en lugar de haber arrepentimiento, persistimos en continuar con esa actitud egoísta. Si quieres la fuerza espiritual que otros parecen disfrutar, ¿por qué no obedecer al Señor como ellos lo hacen?

            Más adelante en Génesis, “bendijo Jehová [a Isaac]... y los filisteos le tuvieron envidia” (26.12-14). Si se nos ha enseñado el valor de lo eterno, entonces es una verdadera desgracia que sintamos lo mismo que los enemigos del pueblo de Dios cuando vemos que el Señor bendice a otros con prosperidad material. Lamentablemente, toleramos este pecado muy fácilmente.

            Nuestra experiencia en desear una pareja o hijos puede darnos razones para envidiar y sentir celos. Lea envidiaba a Raquel porque Jacob la amaba más y porque sentía que Raquel le había robado su esposo (Gn 30.15). Pero “viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana” (Gn 30.1). Esta es un área muy sensible, que expone la debilidad de nuestra carne y nuestra necesidad de la gracia de Dios para hallar nuestro gozo en el Señor.

            La iglesia en Corinto estaba siendo afectada por “envidias y rivalidades” (1 Co 3.3 BLPH), lo que aparentemente estaba relacionado con quién estaba asociado con el mejor predicador o quién tenía el don más especial. ¿Las iglesias de hoy reflejan el mismo espíritu? El apóstol Pablo lo llama carnal, natural e inmaduro.

            Los celos y la envidia frecuentemente reinan en nuestros corazones cuando deseamos una mayor influencia o cuando sentimos que están usurpando nuestra posición. “El amor no tiene envidia” (1 Co 13.4), pero nuestra naturaleza egoísta nos ciega a las necesidades de otros y a lo que realmente es mejor para la obra del Señor. Coré, Datán y Abiram fueron muy críticos de los líderes que habían sido establecidos por Dios (Nm 16). ¿Por qué? La Escritura dice que “tuvieron envidia de Moisés en el campamento” (Sal 106.16). Cuando David adquirió prominencia y el pueblo percibió su grandeza, Saúl se puso celoso. Él veía a David simplemente como un aspirante al trono (1 S 18.5-8), en lugar de verlo como un hombre a quien Dios había levantado para el futuro del reino. Años más tarde otro hombre fue levantado por Dios en una época de liderazgo poco espiritual. El Señor Jesús fue rechazado por los principales sacerdotes que deseaban mantener su posición. “Porque sabía que por envidia le habían entregado”, Mateo 27.18. De verdad, los celos son “duros como el Seol” (Cnt 8.6).

Una revisión de la realidad

            “¿Por qué esas personas fueron salvas en sus predicaciones y no en las nuestras?” “No puedo creer que quiera salir con ella y no conmigo”. “¡Nosotros llevamos a nuestros hijos siempre a las reuniones de predicación y no pasa nada, en cambio ellos apenas van a una reunión y sus hijos ya son salvos!” “Ella habla tan normal de las cosas del Señor, ¿por qué tiene que actuar como si fuera súper espiritual?” “Todas las cosas le están saliendo bien porque sus padres tienen mucho dinero”. Puede que estos casos específicos no tengan nada que ver contigo, pero si eres honesto contigo mismo, tú también puedes pensar en lo que te incita a sentir envidia. ¿Has considerado lo destructivo que es para tu alma?

Las repercusiones

            “La envidia corroe los huesos”, Proverbios 14.30. Echa raíces adentro, crece incesablemente, ocupa más y más de tu corazón y nunca se satisface. “Como la polilla que roe un vestido, así la envidia consume al hombre” (John Chrysostom). Saúl es un ejemplo clásico de cómo la envidia puede torcer tu perspectiva y distraerte de tus propósitos. A menudo le siguen la amargura y la autocompasión. “Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”, Santiago 3.16. Cuando se ansia el servicio que tiene otro, el creyente puede sentir que sus “talentos subestimados” serán mejor apreciados en otro lugar. Como en Corinto, las contiendas se extienden cuando las personas muestran envidia en lugar de humildad y sumisión mutua.

El remedio

            Comienza con una autoevaluación sincera. La envidia y los celos contristan al      Espíritu de Dios y deben ser confesados. Considera las circunstancias en las cuales estos pecados se levantan en tu corazón y cómo revelan los deseos egoístas que te tientan. Trata de ser expresamente agradecido por la bondad de Dios hacia otros. Su trabajo en ellos y a través de ellos contribuye al crecimiento del Cuerpo de Cristo, del cual tú también eres parte. Servir al Señor no es una competencia, así que recuerda que todos los creyentes son de gran valor para Dios, independientemente de sus habilidades o logros, y eso te incluye a ti. Mantente “contento con lo que tenéis ahora”, Hebreos 13.5, incluyendo tus bienes, relaciones o habilidades.

            Todo esto requiere que nos enfoquemos en Cristo. Esta es la manera como el Espíritu producirá en ti sus frutos de amor, gozo y paz. El Señor Jesús estaba consciente de la gran responsabilidad que tenía de estaba contento con esto. Él no guardaba celosamente sus bendiciones, sino que las compartió con nosotros (Ro 8.17). “Andemos como de día... no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, Romanos 13.13-14.



[1] Generalmente, los celos describen la preocupación de que alguien te quite lo tuyo, mientras que la envidia es el sentimiento que experimentas cuando quieres algo que es de otro.

 

[2] Los celos a veces son mencionados en las Escrituras como algo bueno. Por ejemplo, “Dios es celoso” de los corazones de su pueblo (Nah 1.2), porque son legítimamente suyos. Pablo le dice a la iglesia en Corinto que él los cela con “celo de Dios” (2 Co 11.2).


Ganando Almas a la manera bíblica (10)

 


            Es imposible que en un curso de evangelismo personal se abar­quen todos los problemas que aquejan a las personas. No obstante, la gran mayoría de estas dificultades siguen un patrón general, y si el ga­nador de almas sabe cómo lidiar con las cuestiones principales, nor­malmente puede ser de mucha ayuda a la persona angustiada.

            En esta lección discutiremos algunas de las cuestiones más comu­nes que surgen en la mente de las personas. La primera es esta:

            Me gustaría ser salvo, ¡pero estoy seguro de que no podré vivir la vida cristiana!

            Generalmente, esta es la declaración de un tipo de persona muy sincera y concienzuda quien se da cuenta de que donde hay verdadera fe, también hay una vida cambiada.

            Lo que esta persona no sabe es que con la nueva vida viene un nuevo poder. El Espíritu Santo capacita al creyente para vivir una vida cristiana. De hecho, ningún hombre, salvo o no, tiene la fuerza para vi­vir conforme a las enseñanzas del Señor Jesús por sí solo. Necesita un poder sobrenatural, y esto es justamente lo que se pone a disposición del creyente en el momento en que confía en el Salvador.

            Otro problema común es este:

            Mi problema es que tengo miedo de que mis parientes y amigos me ridiculicen si tengo que ir a ellos para contarles que soy salvo.

            Con frecuencia, estos problemas no son expresados por el alma angustiada, aunque son las consideraciones que evitan que las perso­nas se acerquen a Cristo. El obrero cristiano debe buscar la ayuda divi­na al diagnosticar el problema y prescribir el remedio. Según parece, el Salvador sabía que muchos tendrían vergüenza de Él, pues dijo: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis pala­bras, de este se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles” (Lucas 9:26).

            A cualquiera que esté afligido por esto, el obrero puede sugerir lo siguiente:

            La aprobación de Dios es más importante que el aprecio de los hombres. Cien años más tarde, las opiniones de sus amigos no sig­nificarán nada, pero la aprobación de Dios lo significará todo.

            Es totalmente absurdo que hombres insignificantes estén avergonzados de su Creador y Redentor. Él no tuvo vergüenza de mo­rir por los pecadores. ¿Qué razón tienen los pecadores de tener ver­güenza por vivir para Él?

            Lo mejor que puede hacer es ser salvo usted mismo, luego busque en la gracia de Dios ganar para Cristo a sus parientes y amigos burlones. A menudo aquellos de quienes tememos ser escarnecidos son los que más respetan nuestra valiente posición en el Señor.

            Otra perplejidad se relaciona con el tema de creer correctamente:

            Hasta donde yo sé, he creído realmente en Cristo. Pero, ¿habré creído correctamente? ¿Habré tenido el tipo de fe correcto? ¿Tengo la medida de fe adecuada?

            Esta preocupación surge de pensar demasiado en nuestra fe en lu­gar de pensar en la Persona en quien descansa esa fe.

            Un hombre puede tener una fe tremenda en un objeto que no vale la pena, y estar completamente decepcionado. Por otro lado, es impo­sible que alguien tenga fe en el Señor Jesús y lamentarse después.

            Entonces el ganador de almas puede responder a este tipo de difi­cultad así: si su única esperanza para llegar al cielo está en el Señor Je­sucristo, ha creído bien. Si su confianza está en Cristo, nunca puede estar equivocado.

            George Cutting contestó a este tema de la siguiente manera:

            “¿Cree que está totalmente ‘desprovisto de fuerza’—perfecta­mente desamparado frente a la cuestión de su culpa y su pecado?

            ¿Que solo Cristo por Su muerte meritoria puede salvarle? ¿Cree que Dios, en Su justicia, derramó todo el juicio por el pecado sobre Él cuando en amor se entregó para hacerse pecado por nosotros?

            ¿Y cree que Dios declaró Su satisfacción por ese sacrificio expia­torio al levantarlo de entre los muertos y coronarlo con gloria celestial?

            ¿Ha clamado a Él reconociendo que sin Él usted está incom­pleto y que Él está dispuesto y listo para salvarle?

            Entonces afórrese a esa dulce seguridad que Su fiel Palabra declara, que la salvación es suya. No dude en confesarlo, ya no retenga la alabanza que Él merece por ello.”

            El nuevo convertido con frecuencia se aflige con esta pregunta:

            He confiado en Cristo, pero ¿tendría esta lucha dentro si verda­deramente fuera salvo?

            La respuesta es: “Sí”. La lucha dentro comienza cuando se convier­te. Usted recibe una nueva naturaleza la cual estará perpetuamente en guerra con su vieja naturaleza. Esta lucha se describe en Romanos 7:15-23. Dios quiere que la nueva naturaleza tenga la victoria, por eso nos da Su Espíritu Santo. Al entregamos a Él y permitirle hacer Su vo­luntad, momento a momento, la vieja naturaleza se mantiene en el lu­gar de muerte al que Dios la ha sentenciado.

            Luego surge esta famosa interrogante:

            ¿Tengo miedo de haber cometido un pecado imperdonable?

            Respuesta: si lo hubiera cometido, probablemente no se estaría pre­ocupando por ello. El pecado imperdonable es afirmar que los milagros de Jesús fueron hechos por el poder del diablo en vez del poder del Es­píritu Santo. El pecado del que debería preocuparse es el de rechazar a Cristo. Los que mueren en incredulidad están perdidos para siempre.

            Además de los problemas mencionados, hay dos o tres versículos de la Escritura que, cuando se aplican equivocadamente, causan aflic­ción a personas que anhelan seguridad. El primero es 2 Corintios 5:17:

            “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las co­sas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas".

            Cuando los nuevos convertidos se dan cuenta de que todos los viejos hábitos, los malos pensamientos y los deseos malvados no ce­san inmediatamente en el momento de la conversión, comienzan a temer no ser nuevas criaturas después de todo. La confusión surge del hecho de que este versículo describe nuestra posición, no nues­tro estado. La clave para el versículo se encuentra en las palabras EN CRISTO. Para Dios, al vernos en Su Hijo, las cosas viejas como la culpa y la condenación han pasado, y nuestra posición en Él es totalmente nueva. Dios espera que las cosas viejas también pasen para nosotros, y que nuestras vidas cambien en el sentido práctico, pero esto no su­cede inmediatamente. Nuestra posición se completa en el momento de la conversión. Nuestro estado se va acrecentando para ajustarse a Su medida.

            Hay otro versículo que a veces molesta a los cristianos nuevos, y es 2 Corintios 13:5: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe”.

            La gente dice, “Ese es exactamente el problema. Cuanto más me examino, más temo no ser salvo”.

            Este es un ejemplo de lo que sucede cuando un versículo se se­para de su contexto. En realidad, algunos de los corintios estaban dudando de la autoridad de Pablo como apóstol. Estaban pidiendo alguna prueba de que Cristo estaba hablando por medio de él. Así que les contesta en los versículos 3 y 5, “Pues buscáis una prueba de que habla Cristo en mí (...) Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe.” Ellos mismos habían sido guiados a Cristo por él, y, por tanto, sus vidas eran prueba de su autoridad. Pablo no les dice que miren dentro para probar su salvación. Él debe haberlos guia­do a la Biblia para eso. Por otro lado, hay muchos que solo profe­san creer en Cristo y estos necesitan ser desafiados con la realidad de su fe.

            Un último versículo que merece consideración es Filipenses 2:12: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”.

            A primera vista, pareciera enseñar que la salvación es algo que pro­ducimos nosotros. Sin embargo, no es la salvación del alma la que se menciona, sino la salvación de la carrera de la vida. Es posible para el alma de una persona ser salva y que su vida aquí en la tierra sea un desperdicio o una pérdida. Pablo aquí exhorta a los filipenses a asegu­rarse de que las carreras de sus vidas estén a salvo al permitirle a Dios que Su buena voluntad se haga en ellos (versículo 13).

            Como se ha dicho, esos son solo ejemplos de las dificultades con las que se va a encontrar el obrero. Su mejor capacitación para contes­tarlas será familiarizarse con la Biblia y depender humildemente del Espíritu Santo.