No sabemos exactamente cuál era el
aguijón en la carne de Pablo. En esto vemos la sabiduría del Espíritu de Dios,
pues al no revelárnoslo, todos los afligidos pueden recibir el mismo aliento
que recibió Pablo.
Veamos
cómo Pablo enfrentó esta aflicción. No se nos dice que simplemente se deshizo
de ella, ni que se quejó, ni que se amargó, sino que oró. ¿No es este uno de
los propósitos del aguijón: acercarnos a Dios y no alejamos de Él?
La
oración de Pablo era específica: “respecto a lo cual tres veces he rogado al
Señor, que lo quite de mí” (v. 8). ¡Con qué frecuencia oramos de forma genérica
y nos sorprendemos al no recibir respuestas específicas! Mientras que en otras
ocasiones somos específicos, pero no perseveramos en la oración hasta obtener
una respuesta. Pablo no solo fue específico, también fue persistente. ¿Su
oración fue contestada? Si y no. ¡Desde el punto de vista físico, no fue
contestada! ¡Pero sí lo fue desde el punto de vista espiritual! Fue respondida
de tal manera que trajo bendición y paz, no solamente a Pablo, sino a un número
incontable de cristianos a lo largo de los siglos.
La
respuesta de Pablo fue: “[Él] me ha dicho”. Es una palabra personal de parte
del Señor a su siervo. ¿No es así precisamente nuestro Señor para con
nosotros? Él nos da la palabra, el versículo, justo lo indicado para mí, justo
lo indicado para ti.
Luego
vinieron las palabras “mi gracia". Solamente el Señor puede expresar estas
palabras en su verdadero significado. La gracia y la verdad vinieron por
Jesucristo. Él derrama esta gracia sobre nosotros, no sólo en la salvación,
sino también ante todas las aflicciones que vienen sobre nosotros en nuestro
peregrinaje. La provisión de gracia siempre es igual a la necesidad, o incluso
superior, por eso el Señor le dice “bástate". Él se complace en dar una
"medida buena, apretada, remecida y rebosando” (Le. 6:38).
P.
E. Hall
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