lunes, 25 de octubre de 2021

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (4)

 


IV ¾ 2:11 al 22;

Un edificio nuevo

Esta sección de la epístola comienza con las palabras, “Por tanto, acordaos”, y termina con, “ya no sois”. Todo el párrafo tiene que ver, entonces, con el cambio extraordinario que ha ocurrido en el trato de Dios con los hombres, de manera que ellos han abandonado la posición que antes ocupaban y han asumido una posición nueva como creyentes. Entre los dos trozos citados se explica cómo es posible.


Una ilustración

            Para poder entender el asunto, vamos a usar una ilustración. Pensemos en una quinta de dos plantas, y la superior mucho más cómoda y mejor arreglada que la planta baja. Lamentablemente, no se llevan bien los inquilinos de abajo con los de arriba. Están de acuerdo en un solo punto: ambos grupos odian al dueño de la casa. En un intento por mantener la paz, este dueño ha construido una barrera para separar los dos grupos, pero el resultado ha sido todavía más fricción.

            Entonces, ¿qué hacer? El propietario derrumba la barrera y de esta manera deja a los de arriba sin ciertas ventajas que tenían. Es más: avisa a todos los inquilinos que tiene ahora otro edificio en alquiler bajo condiciones muy favorables. Hay una sola planta, y todos los departamentos a un mismo nivel y de una misma comodidad. Si quieren ellos aprovecharse de la oferta (que no merecen) sólo tienen que cambiarse de residencia.

            Aceptan la oferta uno o dos de los que viven arriba; el resto de ellos la rechazan. Muchos de los de la planta inferior aceptan gustosamente.

Con este caso en mente, prosigamos.

Las posiciones

            La posición de judío y gentil, antes de ponerse en operación la gracia de Dios hacia ellos, está descrita como “en cuanto a la carne” en el versículo 11 y “en el mundo” en el versículo 12. “La carne” explica la relación de uno al primer Adán, el cual cayó; “el mundo” explica la relación de uno a Satanás, el príncipe de este mundo, Juan 14.30.

            Aquellos de la planta superior son los judíos, con sus muchos privilegios que los gentiles no tenían. Físicamente, contaban con el rito de la circuncisión, cual sello de la promesa dada a sus padres. Religiosamente, estaban “cerca” de Dios en el sentido que les había dado un sistema de ritos y figuras que les proporcionaba el derecho de acceso a él, cosa que los gentiles no tenían. Con desdén hablan de los gentiles como “la incircuncisión”, versículo 11, no reconociendo que ésta era tan sólo una de las ordenanzas carnales que estaban en vigor hasta el tiempo de la reforma, Hebreos 9.10. Moralmente, vivían sujetos a la carne, como hemos visto en el versículo 3.

            Aquellos de la planta baja son los gentiles, “la incircuncisión”. Estaban sin Cristo, porque “la salvación viene de los judíos”, Juan 14.22. O sea, el Mesías no vendría a través de los gentiles. Por esto estaban “sin esperanza” ¾ sin la esperanza que abrigaba Israel, como en Lucas 24.21: “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”.

            Ellos estaban “alejados de la ciudadanía de Israel”. Dios había hecho una gran promesa a Abram, pero los gentiles quedaron excluidos de todos los pactos más específicos que vinieron después. Por cierto, esos gentiles de Éfeso estaban “sin Dios”. “¡Grande es Diana de los efesios!” pero era diosa y no Dios.

            Físicamente, carecían del distintivo nacional de la circuncisión. Políticamente, no pertenecían a la ciudadanía que tenía el otro grupo. Espiritualmente, estaban sin esperanza, Dios y vida. Estaban “lejos”, afuera. Había una barrera legal que les separaba. De la misma manera que un muro cerraba el paso al gentil al templo de Jerusalén y la tal persona entraba ese recinto bajo amenaza de muerte (como bien sabemos por el relato de Hechos 21.28,29), así en la esfera mayor los gentiles no participaban de los privilegios de los judíos. Es más, moralmente, seguían al príncipe de la desobediencia, versículo 2.

            La barrera era “la pared intermedia de separación”, 2.14. Pablo la llama “la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas”, y dice también que era “el acta de los decretos que había contra nosotros”, Colosenses 2.14. Israel la había firmado, como si fuera, ante testigos. Se había comprometido a cumplir sus condiciones, ignorando que “el acta” era contraria a su naturaleza caída.

            Esa ley del Antiguo Testamento proporcionaba muerte en vez de vida. Servía para exacerbar la enemistad que existía ya entre ese pueblo y Dios, y entre ellos y los gentiles. El código legal de Israel, con sus normas tanto civiles como ceremoniales, sólo hacía peor una situación insatisfactoria. El caso podría ser remediado sólo por algo nuevo; no habría paz al intentar remediar lo inservible.

            Así, el Señor Jesús nació “bajo la ley”. La magnificó y la engrandeció, Isaías 42.21, y a la postre murió bajo la maldición de esa ley, cosa que no mereció pero que sí ha debido ser la suerte para aquellos cuyo sustituto era. Él guardó la Ley y a la vez pagó la pena de quienes no la guardaban. Fue esa muerte que derrumbó la barrera y anuló el acta. Quitándola de en medio, la clavó en la cruz, Colosenses 2:14.

            La Epístola a los Romanos debe ser estudiada con esto en mente, especialmente los capítulos 7 y 8. Estos dos capítulos iluminan el capítulo 2 de Efesios, como hacen también el libro de Gálatas y los pasajes paralelos en Colosenses.

            Las exigencias morales de la ley son manifiestas en aquellos que andan según el Espíritu Santo, “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros que no andamos conforme a la carne”, Romanos 8.4. Estos requisitos no son un medio de acercamiento a Dios ni una base de posición santa ante Él, sino que son el producto básico de su vida en nosotros. Es esta vida que da la evidencia que su santidad requiere.

La oferta

“Al judío, primeramente, y también al gentil”, Romanos 1.16, fue dada la oferta del evangelio. Fue extendida a todos, tanto de la planta superior como de la inferior. Como manifiesta el 2.17, la proclama de paz entre las partes, y entre Dios y el hombre, fue para “los que estaban cerca” y “vosotros que estabais lejos”. El designio divino fue de reconciliar ambas partes a Dios en un solo cuerpo.

            Aquella obra conciliatoria fue realizada por la cruz. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomando en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”, 2 Corintios 5.19. Así como un emperador puede publicar una proclama de paz a los que eran sus enemigos, el Cristo resucitado fue quien hizo esta oferta. Esta salvación tan grande fue anunciada primeramente por el Señor y nos fue confirmada por los que oyeron, Hebreos 2.3.

            Este versículo en Efesios, el 2.17, dice que “vino y anunció las buenas nuevas de paz”, empleando para “anunció” la idea de predicar, evangelizar o hacer conocer buenas nuevas. Estas noticias son el aviso que nadie tiene que estar distanciado del Padre; hay acceso a Dios.

Nueva posición

Los que aceptan la oferta se encuentran en una posición completamente nueva. Hay “un nuevo hombre”. No es que las partes estén en paz por estar separadas, sino que ambas han sido trasladadas a una posición nueva. No están “en la carne” ni “en el mundo” sino “en Cristo Jesús” (una frase característica de la doctrina de Pablo). Están en asociación e identificación con Aquel a quien “Dios le ha hecho Señor y Cristo”, Hechos 2.36. Hemos visto ya, en los primeros diez versículos, cómo es esa identificación: vida, resurrección y exaltación a lugares celestiales. ¡Qué cambio de posición!

            Esta residencia nueva, hemos dicho, tiene sus departamentos a un mismo nivel. No hay privilegios mayores para determinado grupo, ni hay pared intermedia de separación. La paz con Dios les ha proporcionado paz entre sí. No son los sacrificios de animales que han hecho esto sino “la sangre de Cristo”, 2.13. Los versículos que estamos considerando hablan de un nuevo hombre, una sola posición y un solo cuerpo. Los unos y los otros tienen entrada por un mismo Espíritu al Padre, 2.18, y en resumen son conciudadanos y miembros de la familia de Dios, 2.19.

            Notemos la terminología que Pablo emplea. Son conciudadanos de la Jerusalén celestial que es la metrópolis de todos nosotros, Gálatas 4.26. Son miembros de la familia de Dios, habiendo sido puestos entre los hijos y concedidos los privilegios del hogar. Son parte del templo santo donde mora Dios. Los efesios tenían un celo desmedido por el templo de Diana donde guardaban la diosa de su devoción pagana. Demetrio el platero estaba allí, haciendo sus imágenes, figuras del templo elaboradas en plata. Pero ahora los creyentes en Jesucristo formaban una parte integral del vasto templo divino en el cual mora Dios, y su iglesia local era en sí un templo en el cual mora el Espíritu de Dios. El apóstol, al escribir a los corintios, preguntó si acaso no sabían que eran templo de Dios, y que el Espíritu de Dios moraba en ellos. La palabra griega para “templo” no se refiere a los edificios exteriores, ni a la plaza, sino al recinto sagrado, el santuario donde se guardaba el arca del pacto.

            Es sólo Pablo que emplea la metáfora del cuerpo. No encontramos esta comparación en el Antiguo Testamento, en los Evangelios ni en los escritos de otros autores. Fue en la ocasión del Pentecostés en el capítulo 2 de Hechos que comenzó el cuerpo espiritual. Es un “hombre nuevo”, del todo diferente a lo que Dios había hecho hasta ese momento. En las figuras del Antiguo Pacto hay ilustraciones de la Iglesia, pero no de esta idea de un solo cuerpo. El templo de Salomón es una; otras son las esposas como Asanet, Zipora y Abigail. Estas son ilustraciones de la Iglesia como un templo y una esposa, pero no como un cuerpo.

El fundamento

Este lugar nuevo está edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas. La principal piedra del ángulo es Jesucristo mismo, expresa el versículo 20. Los profetas aquí son los del Nuevo Testamento, no los del Antiguo Pacto. Cuando se habla de estos últimos, se hace mención de ellos antes de los apóstoles.

            Este santuario está bien fundado. El Señor Jesús es la piedra angular, uniendo con toda seguridad a los judíos y los gentiles. Los apóstoles y los profetas no sólo estaban en el fundamento, sino que lo pusieron; dice 1 Corintios 3.10 que Pablo, por su parte, como perito arquitecto puso el fundamento, y que cada uno mire cómo sobreedifique.

            ¡Qué unidad, qué armonía ha logrado Dios! Pero qué discordia y qué estragos han introducido algunos que han debido saber mejor. A ellos debemos aplicar el 4.20: “Vosotros no habéis aprendido así a Cristo”.

E. W. Rodgers


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