lunes, 25 de octubre de 2021

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (10)

 

La envidia y los celos

Matthew Caín

Un creyente se te acerca muy emocionado, queriendo compartir contigo sus buenas noticias. Tratas de sonreír, pero estás forzando la sonrisa y te sientes incómodo. En vez de celebrar sinceramente su bendición, tu quien estuviera dando las noticias en lugar de la otra persona. Mientras él está alabando al Señor, tú estás pensando: “¿Me lo tiene que restregar en la cara? ¿No merezco yo más que él?” Una vez más eres recordado que es más fácil “llorar con los que lloran” que “gozarse con los que se gozan” (Ro 12.15).

 

La raíz del asunto

            El problema es que la envidia y los celos[1] se agravan dentro del corazón. Son producto de la naturaleza pecaminosa con la cual todos nacemos, y ambos están en la lista de las obras de la carne en Gálatas 5: celos[2], en el v. 20, y envidia en el v. 21. Estos pecados personifican el egoísmo, la marca distintiva de la carne; somos por naturaleza personas egoístas. Queremos conservar para nosotros lo que nos han dado. Queremos lo que otros tienen y muchas veces nos molestamos si nuestros deseos no se cumplen. Es triste que una de las primeras escenas en la historia de la humanidad revela la envidia del corazón del hombre.

El registro de la Escritura

            Caín no solamente estaba molesto con Dios por no aceptarlo a él ni a su ofrenda (Gn 4); también le tenía envidia a Abel y su ofrenda porque habían sido aceptados. La envidia hacia otras personas más justas que nosotros y hacia su relación con el Señor no es algo extraño. Tristemente, con frecuencia la respuesta tiene cierta similitud a la de Caín, pues en lugar de haber arrepentimiento, persistimos en continuar con esa actitud egoísta. Si quieres la fuerza espiritual que otros parecen disfrutar, ¿por qué no obedecer al Señor como ellos lo hacen?

            Más adelante en Génesis, “bendijo Jehová [a Isaac]... y los filisteos le tuvieron envidia” (26.12-14). Si se nos ha enseñado el valor de lo eterno, entonces es una verdadera desgracia que sintamos lo mismo que los enemigos del pueblo de Dios cuando vemos que el Señor bendice a otros con prosperidad material. Lamentablemente, toleramos este pecado muy fácilmente.

            Nuestra experiencia en desear una pareja o hijos puede darnos razones para envidiar y sentir celos. Lea envidiaba a Raquel porque Jacob la amaba más y porque sentía que Raquel le había robado su esposo (Gn 30.15). Pero “viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana” (Gn 30.1). Esta es un área muy sensible, que expone la debilidad de nuestra carne y nuestra necesidad de la gracia de Dios para hallar nuestro gozo en el Señor.

            La iglesia en Corinto estaba siendo afectada por “envidias y rivalidades” (1 Co 3.3 BLPH), lo que aparentemente estaba relacionado con quién estaba asociado con el mejor predicador o quién tenía el don más especial. ¿Las iglesias de hoy reflejan el mismo espíritu? El apóstol Pablo lo llama carnal, natural e inmaduro.

            Los celos y la envidia frecuentemente reinan en nuestros corazones cuando deseamos una mayor influencia o cuando sentimos que están usurpando nuestra posición. “El amor no tiene envidia” (1 Co 13.4), pero nuestra naturaleza egoísta nos ciega a las necesidades de otros y a lo que realmente es mejor para la obra del Señor. Coré, Datán y Abiram fueron muy críticos de los líderes que habían sido establecidos por Dios (Nm 16). ¿Por qué? La Escritura dice que “tuvieron envidia de Moisés en el campamento” (Sal 106.16). Cuando David adquirió prominencia y el pueblo percibió su grandeza, Saúl se puso celoso. Él veía a David simplemente como un aspirante al trono (1 S 18.5-8), en lugar de verlo como un hombre a quien Dios había levantado para el futuro del reino. Años más tarde otro hombre fue levantado por Dios en una época de liderazgo poco espiritual. El Señor Jesús fue rechazado por los principales sacerdotes que deseaban mantener su posición. “Porque sabía que por envidia le habían entregado”, Mateo 27.18. De verdad, los celos son “duros como el Seol” (Cnt 8.6).

Una revisión de la realidad

            “¿Por qué esas personas fueron salvas en sus predicaciones y no en las nuestras?” “No puedo creer que quiera salir con ella y no conmigo”. “¡Nosotros llevamos a nuestros hijos siempre a las reuniones de predicación y no pasa nada, en cambio ellos apenas van a una reunión y sus hijos ya son salvos!” “Ella habla tan normal de las cosas del Señor, ¿por qué tiene que actuar como si fuera súper espiritual?” “Todas las cosas le están saliendo bien porque sus padres tienen mucho dinero”. Puede que estos casos específicos no tengan nada que ver contigo, pero si eres honesto contigo mismo, tú también puedes pensar en lo que te incita a sentir envidia. ¿Has considerado lo destructivo que es para tu alma?

Las repercusiones

            “La envidia corroe los huesos”, Proverbios 14.30. Echa raíces adentro, crece incesablemente, ocupa más y más de tu corazón y nunca se satisface. “Como la polilla que roe un vestido, así la envidia consume al hombre” (John Chrysostom). Saúl es un ejemplo clásico de cómo la envidia puede torcer tu perspectiva y distraerte de tus propósitos. A menudo le siguen la amargura y la autocompasión. “Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”, Santiago 3.16. Cuando se ansia el servicio que tiene otro, el creyente puede sentir que sus “talentos subestimados” serán mejor apreciados en otro lugar. Como en Corinto, las contiendas se extienden cuando las personas muestran envidia en lugar de humildad y sumisión mutua.

El remedio

            Comienza con una autoevaluación sincera. La envidia y los celos contristan al      Espíritu de Dios y deben ser confesados. Considera las circunstancias en las cuales estos pecados se levantan en tu corazón y cómo revelan los deseos egoístas que te tientan. Trata de ser expresamente agradecido por la bondad de Dios hacia otros. Su trabajo en ellos y a través de ellos contribuye al crecimiento del Cuerpo de Cristo, del cual tú también eres parte. Servir al Señor no es una competencia, así que recuerda que todos los creyentes son de gran valor para Dios, independientemente de sus habilidades o logros, y eso te incluye a ti. Mantente “contento con lo que tenéis ahora”, Hebreos 13.5, incluyendo tus bienes, relaciones o habilidades.

            Todo esto requiere que nos enfoquemos en Cristo. Esta es la manera como el Espíritu producirá en ti sus frutos de amor, gozo y paz. El Señor Jesús estaba consciente de la gran responsabilidad que tenía de estaba contento con esto. Él no guardaba celosamente sus bendiciones, sino que las compartió con nosotros (Ro 8.17). “Andemos como de día... no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, Romanos 13.13-14.



[1] Generalmente, los celos describen la preocupación de que alguien te quite lo tuyo, mientras que la envidia es el sentimiento que experimentas cuando quieres algo que es de otro.

 

[2] Los celos a veces son mencionados en las Escrituras como algo bueno. Por ejemplo, “Dios es celoso” de los corazones de su pueblo (Nah 1.2), porque son legítimamente suyos. Pablo le dice a la iglesia en Corinto que él los cela con “celo de Dios” (2 Co 11.2).


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