8.María, la hermana de Moisés
“Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. (1 Pedro 5.5)
La
historia de la hermana de Moisés está en Éxodo 2.1-11, 15.21, Números 12.1-15 y
20.1.
Hemos leído de la familia de
Jocabed, su esposo Amram, sus hijos Aarón y Moisés y su hija María. Aquella
muchacha astuta ofreció buscar una nodriza de las hebreas para criar al niño
que la princesa iba a adoptar y así fue cumplida la voluntad divina. Moisés fue
criado en el temor del Señor, escogió sufrir con el pueblo de Dios y fue líder
de la nación de Israel. ¡Cuánta sabiduría y cautela mostró aquella jovencita!
Transcurrieron unos años y Dios
mostró su poder haciendo milagros a favor de su pueblo. Los israelitas fueron
librados de la esclavitud de Egipto y sus enemigos fueron destruidos. “Entonces
cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová”. Así como Moisés los
había guiado en sus peregrinaciones y también en su adoración, María, una líder
natural, guió a las mujeres en sus acciones de gracias.
“María la profetisa” es llamada, la
primera mujer a la que la Biblia honra concediéndole ese título de profetisa.
Parece que permaneció soltera en un tiempo cuando las solteras gozaban de poca
importancia en la sociedad. Tiene que haber vivido en comunión con su Señor,
recibiendo sus mensajes y enseñándole al pueblo su voluntad; María se dedicó al
servicio de Él y de su pueblo.
Pero un triste día sucedió algo
deshonroso en la vida de María.
Leemos la historia en Números 12.
Por siete días estuvo María, ya le acercaba algún extraño lo único que podía
decir era “inmunda, inmunda”.
Tal vez, reflexionando sobre la
bondad y severidad de Dios, María se acordaba del pasado, cuando le habló a la
princesa egipcia para el bien de su hermanito. Años después a la orilla del Mar
Rojo su lengua fue empleada para dirigir el cántico de las mujeres en alabanza
a Dios. María fue una portavoz del Señor, una profetisa. Pero, ¿cómo fue
posible que unos días atrás aquella mujer y su hermano Aarón hablaran contra su
hermano Moisés, el líder del pueblo de Israel?
Es probable que lo de la mujer
etíope con quien Moisés se casó fue solamente una excusa para expresar su
envidia y María había guardado pensamientos amargos por mucho tiempo antes de
que su hermano se casara con esa mujer. Si hubiera pensado en la carga que
llevaba Moisés guiando a ese pueblo rebelde por el desierto, tal vez no habría
sentido celos de él.
Su hermano Aarón se mostró débil en
el asunto del becerro de oro (Éxodo 32) y para ella no fue difícil instigarlo a
criticar a Moisés. Se dieron cuenta de que él era más prominente que ellos, y
sintiendo celos, preguntaron: “¿Solamente por Moisés ha hablado Dios? ¿No ha
hablado también por nosotros?”
¡Pero lo oyó Dios! Y como
consecuencia, el Señor convocó una reunión de los tres implicados. Hizo a María
y a Aarón recordar que El había escogido a Moisés de una manera única y que le
hablaba a él directamente porque Moisés había sido fiel en todo. “¿Por qué,
pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?”, preguntó el Dios
Omnisciente y, enojado, se apartó de ellos. Como castigo por su pecado, María
se volvió leprosa.
Fijémonos en Deuteronomio 24.9:
“Acuérdate de lo que hizo Jehová tu Dios a María en el camino, después que
salisteis de Egipto”. Este pasaje habla de la enfermedad de la lepra y muchas
personas sufrieron contra su hermano Moisés, el líder del pueblo de Israel.
Algunos piensan que los celos y la
crítica son faltas pequeñas, pero la historia de María muestra cuán serio es
rebelarse contra un siervo de Dios. La mujer que había codiciado honores fue
deshonrada y Dios honró a Moisés con un tributo singular, llamándolo su siervo,
fiel en toda su casa, con quien Él hablaba cara a cara.
Con razón Aarón, el sumo sacerdote,
confesó que ellos se habían portado mal, pero fue Moisés quien intercedió ante
Dios a favor de María. “Moisés era muy manso, más que todos los hombres” y no
habló en su propia defensa. Nos hace pensar en Jesucristo, “quien cuando le
maldecían, no respondía con maldición” (1 Pedro 2.23).
Lamentablemente, la actitud de
María no solamente le hizo daño a ella, sino también a todo el pueblo de
Israel. La nación entera fue detenida hasta que la culpable regresó sana. Pero
Dios es misericordioso y “si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1.9). Dios
la reunió a su pueblo y los israelitas siguieron la marcha.
No sabemos más nada de María, sino que después de su larga peregrinación murió y fue enterrada en el desierto de Cades. Eso ocurrió un año antes de que el pueblo de Israel llegara a Canaán, la tierra prometida. Ciertamente el Señor siempre juzga con equidad a sus santos y se acuerda de su fiel servicio a pesar de los fracasos. Muchos años después de la muerte de María Dios la honró diciéndole al pueblo de Israel: “Yo te hice subir de la tierra de Egipto y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María” (Miqueas 6.4).
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