Las bendiciones
Amo a Jehová,
pues ha oído mi voz y mis súplicas. Salmo 116.1
Por
sorprendente que nos parezca, ningún otro santo del Antiguo Testamento ha
dejado registrada una exclamación tan personal y explícita de su amor por el
Señor como ésta de parte de David. Aseguradamente no ascendió al corazón de
Dios ninguna nota más agradable que la de uno que fue conocido como “el dulce
cantor de Israel”, 2 Samuel 23.1.
El
Señor Jesús anhelaba oír semejante confesión espontánea de los labios de Pedro,
por ejemplo, pero espera tal cosa de ese discípulo amado fue (para usar la
expresión de otro) como intentar sacar el colmillo de un tigre. El Señor le
preguntó: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? [apagë,
un amor profundo]”. La respuesta fue:
“Sí, Señor, tú sabes que te amo [phileo,
te tengo afecto]”.
El
corazón de David se encuentra inundado de gratitud por todo el trato de Dios
para con él en gracia. En una ocasión de gran angustia sus súplicas fueron
contestadas abundantemente y Dios le había tratado con gran favor. El lenguaje
del Salmo 116 es intensamente personal. El escritor había vivido experiencias
que dejaron huellas en su alma, y su propósito ahora es vivir por Dios.
Su
ejercicio en la oración se ha fortalecido porque Dios le escuchó. Está resuelto
a ordenar bien sus pasos, consciente de estar en la presencia de Dios. El
tomará la copa de la salvación y se apropiará de la plenitud de la gracia
divina. Dos veces dice que pagará sus votos — versículos 14 y 18 — y cuando uno
calcula cuánto de sus bienes él apartó para la construcción de la casa de Dios,
se da cuenta de que cumplió su promesa solemne.
El
asume el lugar de un siervo dispuesto a hacer cualquier cosa que Dios le
ordene, y de un adorador que ofrecerá el sacrificio de gratitud, no limitándose
a simplemente decir cosas que nada le costarían. Y así sus pensamientos se
dirigen al centro de reunión que Jehová tenía para su pueblo, los mismos atrios
de Dios; el salmo termina con el gran, eterno coro: “¡Aleluya!”
El
amor de Dios por su pueblo se expresa repetidas veces en el Antiguo Testamento.
Por ejemplo:
Ø Aun amó a su pueblo …, Deuteronomio 33.3
Ø Con amor eterno te he amado, Jeremías 31.3
Ø Yo os he amado, dice Jehová, Malaquías 1.2
Con
razón, El esperaba que ellos le amaran a él: “¿Qué pide Jehová tu Dios de ti,
sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames,
y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma …?”
Deuteronomio 10.12. Pero en todo esto Israel fracasó miserablemente, y Dios
como Esposo tuvo que renunciarlos.
La historia se
repite, y la acusación penetrante que la Cabeza exaltada lanza a su Iglesia se
expresa en su mensaje a Efeso: “Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor”.
La infiltración del mundo estaba alejando el amor de esa asamblea de su Amado,
y nuestro Señor había predicho que ése sería uno de los males del fin de la
época que rápidamente se acerca: “El amor de muchos se enfriará”, Mateo 24.12.
El Benévolo
Te amo, oh
Jehová, fortaleza mía. Salmo 18.1
Veamos
brevemente otra declaración de David sobre su amor para con Jehová. Los
primeros versículos del Salmo 18 revelan un motivo más profundo por su amor que
encontramos en el salmo que acabamos de considerar. Ahora él no se ocupa tanto
con las bendiciones como con quien se las da. David encuentra ocho estriberones
que conducen al corazón mismo de Dios:
fortaleza mía Dios
mío roca mía mi escudo castillo mío la fuerza mi libertador alto refugio
Esto
sí es tomar para uno mismo lo que nos quiere dar. ¡Cuán infinitos los recursos
que David encontró en Dios! El suyo no fue ningún amor secreto, sino un
verdadero bramar por las corrientes de las aguas, como lo expresa el Salmo 42.
Bien
nos preguntaríamos cómo podemos manifestar el amor que tenemos para con el
Señor. Vamos a sugerir varias maneras:
Devoción a él mismo
David contaba con amigos íntimos que estaban dispuestos a morir por él. Tal vez
no se nos pida esto, pero nuestra devoción sí será sujeta a prueba en la medida
en que estemos dispuestos a sufrir reproche por su nombre. El mismo dijo: “Si
me amáis, guardad mis mandamientos”.
Amor para su pueblo
Quien le ama a él, busca a los suyos”. Servíos por amor los unos a los otros”,
Gálatas 5.13.
Lealtad a su Palabra
Él nos ha dejado un legado abundante, las Escrituras. Si las guardamos en
nuestro corazón, ellas nos guardarán del pecado y nos separarán del mundo que
le aborrece a él.
Amor por el lugar de
su nombre “Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada
de tu gloria”, Salmo 26.8.
Fidelidad a su obra
Pablo describió esa obra como “el trabajo de vuestro amor”, 1 Tesalonicenses
1.3, y el motivo supremo detrás del trabajo que él realizaba fue, “El amor de
Cristo nos constriñe”, 2 Corintios 5.14. Es esto que valdrá ante el tribunal de
Cristo. Posiblemente las circunstancias les impiden a algunos servir en
actividades evangelísticas como ellos desearían; pero donde hay amor genuino
éste se manifestará en lo que damos, si no en lo que hacemos.
Anhelo por su venida
Seamos de “todos los que aman su venida”, 2 Timoteo 4.8.
Y,
en resumen: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y
en verdad”, 1 Juan 3.18.
Santiago Saword
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