3.1
al 11: En pos de la vida
Cuando prosigue sobre “las mismas
cosas”, Pablo nos hace ver que tratará el mismo tema de no ocuparse de lo suyo.
Había adversarios que buscaban su propio provecho y este empeño dividía a los
santos, de manera que hacía falta repetir las advertencias. Los maestros
judaizantes querían imponer ritos externos, pero los creyentes son la
circuncisión legítima [la disciplina propia], que está caracterizada por la
experiencia del santuario y la confianza en Cristo en vez de en la carne.
El apóstol afirmaba, “Me propuse no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado”,
1 Corintios 2.2. Y: “lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo”, Gálatas 6.14. Les recordaba a los colosenses, en
2.11,12: “Fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de
vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados
con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante
la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos”.
Aquí en Filipenses 3 Pablo se pone en
contraste con los maestros falsos que confiaban en la carne. Él renunciaba su
prestigio propio en honor de Cristo. Su dignidad por pacto, nación, tribu,
raza, ceremonia, religión y moral: todo esto estimaba como ventajoso antes de
ser salvo, pero en la carrera cristiana lo descarta como cosa sin valor. Cristo
había cautivado su corazón y por esto Cristo era su meta.
“A fin de conocerle”, a saber, a
Cristo en su resurrección, porque sólo en él el corazón se satisface de un
todo. Pablo deseaba ocuparse enteramente del Señor. La madurez espiritual se
produce sólo por un conocimiento presente, personal y práctico de Cristo. “El
poder de su resurrección” es la fuerza que emana de Cristo en su resurrección,
un poder que proporciona la victoria en el conflicto cristiano y produce una
vida de santidad y piedad.
“La participación de sus
sufrimientos” le permite a uno entrar en el reproche y rechazo que el Señor
sintió. “Por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en
necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces
soy fuerte”, 2 Corintios 12.10. “Salgamos, pues, a él, fuera del
campamento, llevando su vituperio”, Hebreos 13.13.
Sufrimos así por causa de la justicia
y por cumplir con la voluntad de Dios. “Si alguna cosa padecéis por causa de la
justicia, bienaventurados sois”, 1 Pedro 2.12 al 23, 3.14.
La consecuencia es “ser semejante a
él en su muerte”. Aun cuando Pablo estaba dispuesto a morir como mártir, nos
parece que la idea aquí es más bien la de morir al pecado. “En cuanto [Cristo]
murió, al pecado murió una vez por todas; más en cuanto vive, para Dios vive.
Así también vosotros consideraos muertos al pecado”. De esta manera, seremos
una bendición a los demás.
“Si en alguna manera [yo] llegase a la resurrección de entre los muertos”. No es que Pablo dudaba, sino que manifiesta un ardiente deseo por una experiencia presente de vivir como uno que ha sido resucitado con Cristo. Su afán era alcanzar una condición que otros vieran en él un hombre celestial que vivía aún en la tierra.
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