Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan
a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne, Cantar de los Cantares
2.15
El amado en el Cantar puede ser visto como una figura de Cristo y la esposa una figura de la Iglesia. “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”, Efesios 5.25 al 27. El amor es mutuo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”, 1 Juan 4.19.
Pero
hay cambio de tema. Él le advierte a ella del peligro de las zorras, las cuales
pueden echar a perder la vid cuando está para fructificar. El capítulo 5 del
libro abre con la esposa dormida. Cuando él la llama, ella se encuentra tan
ocupada con sus propios asuntos que no le atiende. El sale, y ella le va a
encontrar después, pero con mucha dificultad. En cuanto a nosotros, nuestra
unión con Cristo es inquebrantable, por cuanto Él nos compró, pero nuestra
comunión con él es muy frágil. Al perder esta comunión, debemos buscarla
enseguida.
Las
zorras pequeñas son juguetonas, pero con sus uñas y dientes pueden echar a
perder mucho fruto. Queremos dar a esto una aplicación en el reino espiritual,
y es la costumbre que se observa cada día un poco más de parte algunas hermanas
en Cristo de usar un poquito de pintura para hermosear su apariencia. Es
cuestión de una moda mundana de parte de quienes no son del mundo.
El
amado en el Cantar deseaba ver el rostro de su esposa. Y, ¿no contrista a
nuestro Amado cuando El ve a las damas cristianas adoptando esta mundanalidad?
En la Biblia hay un solo caso de una mujer que se pintaba, y es el de la reina
pagana Jezabel, quien verdaderamente era una tigra. Cuando ella oyó que el
capitán Jehú venía eliminando a los enemigos de Dios, ella “se pintó los ojos
con antimonio, y se asomó a una ventana”. No hubo misericordia para ella.
Algunas
damas tienen mala conciencia en este asunto, y aplican tan sólo un mínimo de
pintura. Parece que tratan las cosas de Dios a medias. El mejor proceder sería
el de botar de una toda la cajita de cosméticos, dándole espalda a la práctica.
Así se podrá cantar mejor:
Dejo
el mundo y sigo a Cristo,
porque
el mundo pasará;
Mas
su amor, amor bendito,
por
los siglos durará.
Bajo
la dispensación de la Ley las prohibiciones abundaban, con el castigo
correspondiente para el transgresor. En la dispensación presente, la gracia nos
enseña que, “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este
siglo sobria, justa y piadosamente”, Tito 2.12. La gracia no es un permiso para
hacer lo que queremos, sino un poder divino y dinámico que impulsa a los hijos
de Dios a rechazar las vanidades de “este siglo malo”, y mantener un testimonio
positivo delante del que no es salvo.
En
el mundo, el que no sigue las modas vanidosas tiene que sufrir oprobio. Pero
entre el pueblo de Dios el que haya adoptado las tales vanidades se halla como
“pájaro pintado”. ¡Cuánto mejor será abandonar por completo las cosas mundanas
a todo costo para agradar al Señor! “Llevad mi yugo sobre vosotros”, dice El,
“y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso
para vuestras almas”.
La
palabra pintar se encuentra solamente
cuatro veces en toda la Biblia, y en cada caso se relaciona con algo condenado
por Dios. Tres veces tiene que ver con la pintura usada para embellecerse uno.
En
Ezequiel 23.40 leemos: “Por amor de ellos te lavaste, y pintaste tus ojos, y te
ataviaste con adornos”. Las palabras se refieren a la condenación de Israel por
su prostitución espiritual con los enemigos de Dios. En Jeremías 4.30
encontramos: “Aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te
menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida”. Otra vez se refiere a la
defección de Israel y las funestas consecuencias de procurar el prestigio en
vez de andar en comunión con Dios. En 2 Reyes 9.30, “Jezabel ... se pintó los
ojos con antimonio”. Ella es la mujer más infame de toda la historia bíblica.
Ahora,
en lugar de pensar tanto en el lado negativo, o en lo que no debemos hacer,
reflexionemos en una vida positiva para el Señor. “Habéis sido comprados por
precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los
cuales son de Dios”, 1 Corintios 6.20. Y, en Romanos 12.1 leemos: “Que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo ...”
Antes
de ser salva una persona, el entendimiento está controlado por el dios de este
mundo, Satanás, la serpiente antigua quien pudo engañar a nuestra primera
madre, Eva. Ella vio que el árbol era agradable a los ojos y codiciable para
alcanzar la sabiduría. Ha podido preguntar qué había de malo en eso, pero fue
seducida; despreciando la palabra de Dios, cayó en la trampa.
Además
de las exhortaciones de Pablo, contamos con la de Juan: “No améis al mundo, ni
las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no
está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del
mundo”, 1 Juan 2.15,16.
El
tercer testigo que queremos citar es el apóstol Pedro. “Asimismo vosotras,
mujeres ... vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos
de oro o de vestidos lujosos; sino el interno, el del corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima
delante de Dios”, 1 Pedro 3.3,4.
En
Colosenses 3 el apóstol amonesta a los que han resucitado con Cristo a poner la
mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, habiéndose despojado del
viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Dios quiere la sencillez y
la sinceridad en los suyos. “Sed imitadores de Dios”, es la exhortación a “los
hijos amados”, quienes no querrán seguir las vanidades del mundo ni buscar la
ostentación personal.
Santiago Saword
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