Caín, Balaam y Coré
“¡Ay de ellos!
porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de
Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré”. (Judas 11)
Dios ha dicho por su Espíritu: “Si alguno destruyere
el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual
sois vosotros, santo es”. (1 Corintios 3:17) Estos tres hombres, Caín, Coré y
Balaam, son de significación importante, porque establecieron precedentes
dañinos que muchos han imitado, haciendo un gran daño a
Caín inventó la religión, Balaam comerció en la
religión y Coré cambió el sacerdocio en la religión. El primero popularizó la
religión; el segundo enseñó que el fin justifica los medios y que no debe haber
escrúpulos para conseguir riquezas por medio de la religión; y el tercero es la
estampa elocuente de la soberbia en los religiosos. Estos hombres que actuaron
en las dispensaciones pasadas tienen su correspondencia en la formación y
desarrollo de la iglesia en todos los tiempos.
Caín mató a su hermano por envidia; los judíos
entregaron al Señor a la muerte por envidia. (Marcos 15:9-16, 1 Juan 3:1) En
toda la trayectoria de la iglesia ha habido persecución contra los justos, que
son los que viven en una regla de vida de acuerdo a la palabra de Dios, y que,
siendo justificados por la fe en Cristo, se consagran a su servicio. Entonces
los que siguen el camino de Caín y practican la religión popular sienten
envidia de no poder llevar una vida santa como la de los creyentes. Se declaran
enemigos voluntarios, discutiendo unos, burlándose otros, y arremetiendo contra
todos. La historia de los religiosos es elocuente.
Caín
es el hombre a quien corresponde muy bien la inventiva de “religión” en el
mundo, pues al principio no había diferencia ni divisiones. “Entonces los
hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. (Génesis 4:26) Hasta aquí,
aquéllos practicaban su devoción como se les había transmitido Adán y Eva; pero
a Caín se le ocurrió cambiar el orden divino por una forma más agradable a los
ojos y sentidos humanos: una forma, pero sin regla: `Dios ha hecho el hombre libre,
podemos vivir como nos da la gana, y con una ofrenda atractiva podemos
propiciar a desagraviar a Dios´.
A los malos, el recurso que siempre les ha quedado es
el de la imitación; ellos saben que “el justo no será removido jamás”.
(Proverbios 10:30) Así Caín se edificó una ciudad y llamó a la ciudad por el
nombre de su hijo, pensando con esto perpetuar su nombre y su memoria; eso
mismo pensó también Absalón con su columna. (2 Samuel 18:18)
Los descendientes de Caín siguen tradicionalmente su
religión. Su “quincanieto” Lamec, estropea el símbolo del vínculo matrimonial,
pues es el primero que aparece en la historia con dos mujeres, desacreditando
con ellos la santidad figurativa de lo que será Cristo y su Iglesia. Como la
religión es tolerante y permisiva, aun para el pecado más abominable, se presta
como mampara para mitigar los escrúpulos de conciencia. Así, Lamec, siguiendo
el camino de Caín, un día mató a un hombre, y su religión apagó los dardos de
su conciencia, improvisando un rezo en parodia de la presencia de Dios para con
Caín. “Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces lo
será”. (Génesis 4:23,24)
Un “sextanieto” de Caín se llamó Jubal, y para esta
fecha el camino de Caín ya estaba bien establecido. Caín ya estaba viejo, época
en la que se vive de recuerdos; hasta es posible que empezara a repetir muchas
veces la historia de su juventud. Pero se acercaba su fin, y un granito de
arena le molestaba en el zapato de su conciencia al recordar el día cuando
rechazó la redención por fe en la sangre derramada, cuando su orgullo natural
fue atizado por el diablo, y se decía: `Dios me hizo, y por eso debe aceptar lo
que yo ofrezco. Dios me trajo al mundo, y sabe lo que debe hacer conmigo. Dios
me ha guardado, y puede llevarme al cielo´.
Ahora, estos paliativos no satisfacen la conciencia de
Caín. “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la
tierra”. (Génesis 4:10) Cuando estos pensamientos acosaban a Caín, apareció su
hijo Jubal con un instrumento músico de su invención. (Génesis 4:21) Luego que
empezó a tocar sus instrumentos, Caín se distraía, se sentía mejor, como Saúl
cuando “David tomaba el arpa y tocaba con su mano”. (1 Samuel 16:23)
En Génesis capítulo 4 se describe la oportunidad de
salvación despreciada por Caín; en Hebreos 11:4 hallamos el sacrificio
incruento ofrecido por Caín; en 1 Juan 3:12 leemos de las obras perversas de
Caín; y en Judas 11 miramos el camino extraviado que enseñó Caín.
El creyente carnal no puede sentir ningún gozo en el
culto racional guiado por el Espíritu, sin música, sin acompañamiento, sin
coros, sin pastores ni ceremonias; esto es muy simple para los sensuales. Una
asamblea sin organización directiva no llama la atención, y una campaña sin
programa y propaganda es un fracaso; esto es para los que buscan la
satisfacción de los sentidos solamente.
El camino de Caín tiene sus estatutos, a saber: `La
salvación es por buenas obras para gloriarse en ellas; lo emocional por
levantar la mano, firmar una tarjeta, o doblar la rodilla en oración. Se puede
acreditar el reino de los cielos por ser bautizado cuando niño, o por la
imposición de las manos de un pastor. Se puede ser miembro de la iglesia para
dar sus ofrendas y desempeñar su ministerio, aunque se viva en bigamia por la
comedia del divorcio, como los católicos y protestantes, o vivir en poligamia
como los mormones.
En fin, la apostasía empezó con el camino de Caín
desde el principio del mundo.
Balaam
estaba dispuesto a maldecir al pueblo de Israel a cambio de dinero que le
ofrecía Balac, rey de Moab. Él no maldijo porque Dios se lo impidió, pero
enseñó a los moabitas la manera cómo debían tentar a Israel, con el fin de
levantar a Dios en contra de su pueblo. (Apocalipsis 2:14, Números 31:15,16,
25:4-9) Simón el mago quiso comercializar con el don del Espíritu Santo, como
está escrito: “Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los
apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero (Hechos 8:18), y de
haberlo logrado también hubiera sido canal de maldición para el pueblo como lo
fue Juan Tetzel con su venta de indulgencias, de tal manera errada y absurda
que un portavoz de esa doctrina declaró recientemente: “Yo bien podría morir en
los brazos de una mujer pública, y de allí ir derechito al cielo”. La
proposición de Simón el mago sublevó el espíritu de Pedro, quien le dijo: “Tu
dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene por
dinero”. (Hechos 8:19-23) Igualmente, el negocio de Tetzel irritó de tal modo
el espíritu de Lutero que dio principio a
Es posible que a solas Balaam se gloriaría de que, si
no maldijo al pueblo, enseñó cómo lo haría caer, para que Dios en su enojo lo
maldijera como castigo. Esa ha sido siempre la táctica del diablo: presentar la
codicia atractiva, para que el mandamiento mate sin misericordia. (Romanos
7:11) ¡Cuántos hermanos hay que ven sólo la rosa y son ciegos a las espinas! Se
juntan en yugo desigual; del mundo, usan sus modas en el vestir, en el cabello,
en las cejas, con las uñas, en los zapatos. “Es por esto que muchos de ustedes
están enfermos y débiles, y también algunos han muerto”. (1 Corintios 11:30 en
Coré
es la imagen viva del cura Torres Amat. Las notas en la versión de
Coré se anticipó a Jeroboam; de la noche a la mañana
ya tenía doscientos cincuenta sacerdotes, y es posible que tuviera listo su
programa para introducir innovaciones en el culto. Esos seguidores de Coré son
los que “hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la
carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en
el error”. (2 Pedro 2:12) Estos descendientes de Coré aparecen periódicamente
en la iglesia. Vienen con ideas nuevas contra la doctrina enseñada desde el
principio; desconocen la autoridad de los ancianos y de los siervos del Señor;
y dicen: “Todos somos santos y sacerdotes (Números 16:3), todos tenemos
libertad para enseñar y predicar como el Espíritu nos dé que hablemos. Los
tales no han bajado a la medida de conocerse a sí mismos.
¡Cuán diferente es el hombre espiritual que puede
errar por soberbia y, al reconocer su pecado, se humilla y confiesa como David:
“Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano
se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre”. (2 Samuel 24:17)
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