La Viuda de Serepta
“Ahora conozco que… la palabra de
Jehová es verdad” (1 Reyes 17:24).
La historia está en 1 Reyes 17 y Lucas
4.26.
“Te ruego que me traigas también un bocado de pan”, le
dijo el hombre a la viuda pobre que estaba recogiendo leña a la puerta de la
ciudad de Sarepta. Primero había pedido agua para tomar y cuando ella fue a
buscar agua de la poca que tenía guardada, él le pidió pan también.
Aunque era la primera vez que ella veía a ese hombre, le
contestó: “Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de
harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía
dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo”. Llorando, dijo en
voz baja que ésta sería su última comida antes de morir de hambre.
Lo que pasó con esta viuda sucedió durante un período de
decadencia, cuando el rey Acab y su esposa Jezabel introdujeron la idolatría en
Israel. Como dice la Escritura: “Acab... hizo lo malo... más que todos los que
reinaron antes de él” (1 Reyes 16.30). Elías fue el profeta enviado por Dios a
pronunciar juicio sobre la nación con el fin de restaurarlos. Lo primero que
hizo fue presentarse delante del rey y anunciar que no iba a llover por tres
años y medio. Entonces hubo sequía en todo el país y luego una gran hambre.
En obediencia a Dios, Elías fue primero al arroyo de
Querit donde los cuervos le llevaron pan y carne para comer. Cuando se secó el
arroyo, el profeta fue lejos a Sarepta, un pueblo en Sidón, el país de la
malvada Jezebel, esposa de Acab y enemiga de Elías.
Guiado por el Señor, el profeta llegó a la puerta del
pueblo, vio a una mujer recogiendo leña y le dijo: “Te ruego que me traigas un
poco de agua en un vaso, para que beba”. La mujer miró a aquel hombre extraño
que llevaba puesto un manto de piel con un cinturón de cuero, y luego fue a
buscarle agua. Él le dijo: “No tengas temor... hazme a mí primero una pequeña
torta... y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios
de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la
vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover”.
La pobre mujer se detuvo un momento. Cuánto le iba a
costar hacer lo que él decía, pero percibiendo que era un varón de Dios,
obedeció. Como resultado, Elías, la viuda y el hijo de ella recibieron
diariamente, según la buena mano de Dios, la provisión de comida que
necesitaban durante todo el tiempo de hambre. (Elías ocupó un cuarto en el piso
superior de la casa de la mujer).
Todas las bendiciones futuras para esa viuda dependieron
de la manera en que ella respondió a la petición. Elías dijo: “Hazme a mí
primero”. La palabra “primero” implica que habría más, y él dijo: “después
harás para ti y para tu hijo”.
El apóstol Pablo escribió a la iglesia en Corinto: “Cada
primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo”, como una
ofrenda (1 Corintios 16.2). El Señor Jesucristo dijo: “Buscad primeramente el
reino de Dios” (Mateo 6.33). Lo primero de todo lo que tenemos debe ser para el
Señor.
Un tiempo después de que la viuda mostrara su fe en Dios,
fue severamente probada otra vez. Su hijo se enfermó y murió repentinamente.
Sospechando que su muerte había sido ordenada por Elías a causa de algún pecado
que ella había cometido, la pobre mujer le preguntó: ¿Qué tiene usted contra
mí, que está matando a mi hijo y recordándome mi pecado?
“Dame acá tu hijo”, dijo Elías, y al tomar el niño
muerto, lo llevó a su cuarto, y lo extendió sobre su cama. Clamando a Dios,
dijo: “Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has
afligido, haciéndole morir a su hijo?” Luego se tendió sobre el muerto tres
veces y oró. El Señor oyó su ruego y el muchacho volvió a vivir. Elías lo llevó
a la planta baja y se lo entregó a la madre. Como resultado, la mujer expresó
su confesión de fe a Elías: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la
palabra de Jehová es verdad en tu boca”.
Muchos años después el Señor Jesucristo, hablando a la
gente en su pueblo de Nazaret, hizo referencia a la viuda de Sarepta. Él dijo
que había muchas viudas en Israel, pero esta mujer gentil fue la única que
creyó las palabras del profeta y vio el gran poder de Dios obrando por medio de
él para suplir sus necesidades.
Vemos que la mujer fue probada dos veces y la primera vez
tuvo que decidir y actuar. De su decisión dependía su bienestar para su
necesidad en el presente. Pero cuando murió su niño, la pobre mujer perdió la
esperanza de tener un hijo que pudiera ayudarla en el futuro, y nada podía
hacer para mejorar la situación. Así sucede en nuestras vidas, a menudo tenemos
que escoger lo que debemos hacer en el presente y podemos hacerlo según la
voluntad del Señor. Pero en otras ocasiones se presentan circunstancias fuera
de nuestro control.
Entonces, el único recurso es lo que hallamos en la
Palabra de Dios: “Echa sobre Jehová tu carga, y Él te sustentará; no dejará
para siempre caído al justo” (Salmo 55.22). El Dios de la viuda de Sarepta es
nuestro Dios también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario