domingo, 30 de julio de 2023

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (19)




 La Viuda de Serepta

Ahora conozco que… la palabra de Jehová es verdad” (1 Reyes 17:24).

La historia está en 1 Reyes 17 y Lucas 4.26.


“Te ruego que me traigas también un bocado de pan”, le dijo el hombre a la viuda pobre que estaba recogiendo leña a la puerta de la ciudad de Sarepta. Primero había pedido agua para tomar y cuando ella fue a buscar agua de la poca que tenía guardada, él le pidió pan también.

Aunque era la primera vez que ella veía a ese hombre, le contestó: “Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo”. Llorando, dijo en voz baja que ésta sería su última comida antes de morir de hambre.

Lo que pasó con esta viuda sucedió durante un período de decadencia, cuando el rey Acab y su esposa Jezabel introdujeron la idolatría en Israel. Como dice la Escritura: “Acab... hizo lo malo... más que todos los que reinaron antes de él” (1 Reyes 16.30). Elías fue el profeta enviado por Dios a pronunciar juicio sobre la nación con el fin de restaurarlos. Lo primero que hizo fue presentarse delante del rey y anunciar que no iba a llover por tres años y medio. Entonces hubo sequía en todo el país y luego una gran hambre.

En obediencia a Dios, Elías fue primero al arroyo de Querit donde los cuervos le llevaron pan y carne para comer. Cuando se secó el arroyo, el profeta fue lejos a Sarepta, un pueblo en Sidón, el país de la malvada Jezebel, esposa de Acab y enemiga de Elías.

Guiado por el Señor, el profeta llegó a la puerta del pueblo, vio a una mujer recogiendo leña y le dijo: “Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba”. La mujer miró a aquel hombre extraño que llevaba puesto un manto de piel con un cinturón de cuero, y luego fue a buscarle agua. Él le dijo: “No tengas temor... hazme a mí primero una pequeña torta... y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover”.

La pobre mujer se detuvo un momento. Cuánto le iba a costar hacer lo que él decía, pero percibiendo que era un varón de Dios, obedeció. Como resultado, Elías, la viuda y el hijo de ella recibieron diariamente, según la buena mano de Dios, la provisión de comida que necesitaban durante todo el tiempo de hambre. (Elías ocupó un cuarto en el piso superior de la casa de la mujer).

Todas las bendiciones futuras para esa viuda dependieron de la manera en que ella respondió a la petición. Elías dijo: “Hazme a mí primero”. La palabra “primero” implica que habría más, y él dijo: “después harás para ti y para tu hijo”.

El apóstol Pablo escribió a la iglesia en Corinto: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo”, como una ofrenda (1 Corintios 16.2). El Señor Jesucristo dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios” (Mateo 6.33). Lo primero de todo lo que tenemos debe ser para el Señor.

Un tiempo después de que la viuda mostrara su fe en Dios, fue severamente probada otra vez. Su hijo se enfermó y murió repentinamente. Sospechando que su muerte había sido ordenada por Elías a causa de algún pecado que ella había cometido, la pobre mujer le preguntó: ¿Qué tiene usted contra mí, que está matando a mi hijo y recordándome mi pecado?

“Dame acá tu hijo”, dijo Elías, y al tomar el niño muerto, lo llevó a su cuarto, y lo extendió sobre su cama. Clamando a Dios, dijo: “Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir a su hijo?” Luego se tendió sobre el muerto tres veces y oró. El Señor oyó su ruego y el muchacho volvió a vivir. Elías lo llevó a la planta baja y se lo entregó a la madre. Como resultado, la mujer expresó su confesión de fe a Elías: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca”.

Muchos años después el Señor Jesucristo, hablando a la gente en su pueblo de Nazaret, hizo referencia a la viuda de Sarepta. Él dijo que había muchas viudas en Israel, pero esta mujer gentil fue la única que creyó las palabras del profeta y vio el gran poder de Dios obrando por medio de él para suplir sus necesidades.

Vemos que la mujer fue probada dos veces y la primera vez tuvo que decidir y actuar. De su decisión dependía su bienestar para su necesidad en el presente. Pero cuando murió su niño, la pobre mujer perdió la esperanza de tener un hijo que pudiera ayudarla en el futuro, y nada podía hacer para mejorar la situación. Así sucede en nuestras vidas, a menudo tenemos que escoger lo que debemos hacer en el presente y podemos hacerlo según la voluntad del Señor. Pero en otras ocasiones se presentan circunstancias fuera de nuestro control.

Entonces, el único recurso es lo que hallamos en la Palabra de Dios: “Echa sobre Jehová tu carga, y Él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Salmo 55.22). El Dios de la viuda de Sarepta es nuestro Dios también.

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