Muestras Heroicas de la semejanza a Cristo
William
Macdonald
Un apóstol
de amor
El joven Robert Chapman fue criado en una familia
acaudalada, con una casa lujosa, un equipo de sirvientes, y un vehículo que
lleva el escudo de la familia en el costado. La familia era religiosa pero no
muy sólida en su fe.
Cuando tenía veinte años, un amigo lo invitó a escuchar
la prédica de James Harrington Evans. Fue un punto de inflexión en la vida de
Chapman. Se convirtió a Dios en unos pocos días.
Vio en el Nuevo Testamento que los creyentes debían ser
bautizados, por lo cual le pidió al Sr. Evans que lo bautizara. El predicador
cauteloso le dijo: “¿No crees que deberías esperar un poco y considerar el
tema?”
Chapman respondió: “No, creo que debo apresurarme a
obedecer el mandamiento del Señor.” Ese espíritu obediente y que no se detenía
por tonterías lo acompañó a través de la vida.
Aunque se convirtió en un abogado exitoso, sintió que el
Señor lo estaba llamando al trabajo cristiano a tiempo completo. No tuvo paz
hasta que renunció a todo para seguir a Cristo. En su caso, dejar “todo”
significaba vender sus posesiones, entregar su fortuna, y dar la espalda al status
y prestigio de su práctica legal. Su ambición era trabajar entre los pobres.
Después de todo, “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean
ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?”
(Santiago 2:5). ¿No se les debía predicar el evangelio a los pobres? (Mateo
11:5) ¿Acaso la muchedumbre no oía a Jesús de buena gana? (Marcos 12:37)
Las personas vieron a este joven abogado, alto, de cara
sonriente, guiar a una mujer decrépita, pobre y ciega que no tenía a nadie más
que la llevara a las reuniones de la iglesia. Cuando llegaron al pasillo
juntos, fueron un reproche viviente para aquellos que, aunque tenían una sana
doctrina, eran egoístas y carecían de amor en la práctica.”
Finalmente, Chapman se mudó a una zona marginal en Barnstaple,
Inglaterra, para alcanzar a los pobres y despreciados. Era un escenario de
borrachera, suciedad, ratas de callejón, casas llenas de enfermedades y
pobreza. Sin embargo, él ministraba a las personas constantemente y siempre
eran bienvenidos al ir a su hogar.
Él dijo: “Hay muchos que predican de Cristo, pero no son
muchos los que viven a Cristo; mi gran objetivo será vivir a Cristo.” Años más
tarde, John Nelson Darby dijo: “Él vive lo que yo predico.”
Cuando el abrigo de Chapman se gastó, un amigo creyente
le dio uno nuevo, pero el donante nunca lo vio usarlo. Se enteró después que
se lo había dado a un hombre pobre que no tenía uno. Lo que desconcertaba a
Robert Chapman era que las personas pensaban que esto era extraordinario.
Sus familiares y amigos estaban perplejos por su estilo
de vida sacrificial. Uno de ellos decidió visitarlo para ver qué estaba
sucediendo. Cuando el taxi paró frente a la casa de Chapman, el familiar regañó
al taxista:
“Le dije que me llevara a la casa del Sr. Chapman.”
“Esta es la casa, caballero.”
Una vez adentro, el visitante sorprendido dijo: “Robert,
¿qué estás haciendo aquí?”
“Estoy sirviendo al Señor en el lugar al que Él me
mandó.”
“¿Cómo vives? ¿Tienes una cuenta en el banco?”
“Sólo confío en el Señor y le digo todo lo que necesito.
Él nunca me falla, y por eso mi fe crece, y la obra continúa.”
El visitante vio que la despensa estaba prácticamente
vacía, entonces se ofreció para comprarle algo de comida. Robert le dijo que
fuera a un almacén específico. En realidad, el dueño de esa tienda había sido
amargamente hostil con el Sr. Chapman. Cuando se le dijo al almacenero que
llevara ese gran pedido de comida a R.C. Chapman, se sintió abrumado. Fue
directo a la casa de Chapman con el pedido, y, con lágrimas de sincero
arrepentimiento, le pidió perdón. Además, aceptó a Cristo como Señor y
Salvador.
La hospitalidad se convirtió en una parte importante del
ministerio. Chapman compró una casa al otro lado de la calle de la suya, y le
pidió al Señor que enviara huéspedes a Su elección. No tenía costo, y a nadie
se le preguntaba cuándo pensaba partir. A los huéspedes se les pedía que
pusieran sus zapatos y botas fuera de la puerta cada noche. Por la mañana
estaban todos lustrados. Era la manera del Sr. Chapman de lavarles los pies de
sus huéspedes. Esta hospitalidad fue diseñada para enseñarles a los huéspedes
sobre la vida de fe y de servicio hacia el pueblo del Señor. “Había una gran
alegría en la mesa, se escuchaban constantemente palabras de sabiduría y
gracia; pero no había lugar para la conversación que se degenerara en charlas
frívolas. Era una regla de la casa, que nadie debería hablar mal de una
persona ausente, y cualquier infracción a esta regla provocaba una firme pero
amable reprimenda.”
La virtud que más distinguía a Robert Chapman era el
amor. Uno de los que lo criticaban prometió que nunca más tendría algo que ver
con él. Nunca más le hablaría de nuevo. Un día se encontraron caminando por la
misma vereda, uno al lado del otro. Chapman sabía todo lo que el otro hombre
había dicho de él. Pero cuando se encontraron, Robert puso sus brazos
alrededor del hombre y le dijo:
“Querido hermano, Dios te ama, Jesús te ama, y yo te
amo.” El hombre se arrepintió y retomó a la comunión en la iglesia.
Por increíble que parezca, un amigo desde otro país envió
una carta dirigida simplemente a la siguiente dirección: R.C. Chapman,
Universidad del Amor, Inglaterra. Y fue entregada.
Al Señor Chapman no le gustaban las divisiones
denominacionales en la iglesia, pero amaba a cada hijo verdadero de Dios, sin
importar cuál fuera la afiliación de su iglesia. Cuando una parte de su iglesia
quiso separarse y reclamó ser dueña de la propiedad, él estuvo de acuerdo con
su demanda. Luego, cuando el gobierno local quiso un predio que Chapman había
comprado para una iglesia, lo cedió para la ciudad. Él no iba a llevar estos
asuntos ante la justicia, a pesar de sus propias habilidades como abogado. En
el manejo de las disputas personales evitaba las acciones precipitadas, pero
recurría a la oración. Una vez, cuando reprendió a J.N. Darby por actuar
precipitadamente, Darby defendió su acción diciendo: “Esperamos seis semanas.”
Chapman respondió: “Nosotros habríamos esperado seis años.”
Chapman llevó una vida disciplinada que incluía el pasar
tiempo en oración, la lectura de la Palabra, las comidas, las visitas casa por
casa, el alimentar a los hambrientos, el ayudar a los desposeídos, el predicar
al aire libre y el enseñar la Biblia. Ayunaba los sábados y trabajaba con su
tomo, haciendo platos de madera como regalos para otras personas.
Uno de sus biógrafos, Frank Holmes, dijo de él: “En
cuanto a una vida santa, carácter sólido, y auto-sacrificio, pocos pueden
igualarlo; pero a la vez, era simple y humilde como un niño. Era un gigante
espiritual. Ni una pulgada de su estatura se debió a los métodos camales de los
expertos en el marketing.”
Cristo les enseñó a sus discípulos que sus vidas debían
estar por encima del promedio si querían causar un impacto para Él. Eso se
cumplió en la vida de R.C. Chapman. Uno de sus familiares sentía curiosidad en
cuanto a qué hacía que Robert siguiera un estilo de vida tan fuera de lo común.
Se dio cuenta de que “Chapman era dirigido por una fuerza interior de la que él
no tenía conocimiento.” Se propuso entonces a encontrar lo que le faltaba. “Le
dijo a Chapman muy francamente cuál era su posición. Ambos oraron y estudiaron
juntos. El resultado fue que cuando el visitante se fue a su hogar, era un
hombre cambiado.”
Para nuestros tiempos sofisticados, con sus trucos y estrategias
manipuladoras, un hombre como Robert Chapman parece un marciano, alguien de
otro mundo. Y es verdad. Lo era. Él vivía en “el lugar secreto del Altísimo,
bajo la sombra del Omnipotente.” Fue sobre personas como él que A. W. Tozer
escribió:
El verdadero
hombre espiritual es en realidad una rareza. No vive para sí mismo, sino para
promover los intereses de Otro. Busca persuadir a las personas para que
entreguen todo a su Señor y no pide ninguna parte o cuota para sí mismo. No se
alegra en recibir honra, sino en ver a su Salvador glorificado a los ojos de
otros. Su gozo es ver que el Señor sea exaltado y él sea olvidado.
Encuentra
pocos a los que les preocupa hablar de lo que es el objetivo supremo de su
interés, por esto a menudo está en silencio y preocupado en medio del ruidoso
argot religioso. Debido a esto, se gana la reputación de ser aburrido y
demasiado serio, entonces se lo evita, y el abismo entre él y el resto de la sociedad
se ensancha. Busca amigos en cuyas vestiduras pueda detectar el olor de mirra,
áloe y casia provenientes de los palacios de marfil, y al encontrar a alguien o
a nadie, él, al igual que la María de antaño, mantiene estas cosas en su
corazón.
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