domingo, 30 de julio de 2023

Viviendo por encima del promedio (3)

 Muestras Heroicas de la semejanza a Cristo

William Macdonald


Un apóstol de amor


El joven Robert Chapman fue criado en una familia acaudalada, con una casa lujosa, un equipo de sirvien­tes, y un vehículo que lleva el escudo de la familia en el costado. La familia era religiosa pero no muy sólida en su fe.

Cuando tenía veinte años, un amigo lo invitó a escuchar la prédica de James Harrington Evans. Fue un punto de in­flexión en la vida de Chapman. Se convirtió a Dios en unos pocos días.

Vio en el Nuevo Testamento que los creyentes debían ser bautizados, por lo cual le pidió al Sr. Evans que lo bau­tizara. El predicador cauteloso le dijo: “¿No crees que de­berías esperar un poco y considerar el tema?”

Chapman respondió: “No, creo que debo apresurarme a obedecer el mandamiento del Señor.” Ese espíritu obedien­te y que no se detenía por tonterías lo acompañó a través de la vida.

Aunque se convirtió en un abogado exitoso, sintió que el Señor lo estaba llamando al trabajo cristiano a tiempo completo. No tuvo paz hasta que renunció a todo para se­guir a Cristo. En su caso, dejar “todo” significaba vender sus posesiones, entregar su fortuna, y dar la espalda al sta­tus y prestigio de su práctica legal. Su ambición era traba­jar entre los pobres. Después de todo, “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5). ¿No se les debía predicar el evangelio a los pobres? (Mateo 11:5) ¿Acaso la muchedumbre no oía a Jesús de buena gana? (Marcos 12:37)

Las personas vieron a este joven abogado, alto, de cara sonriente, guiar a una mujer decrépita, pobre y ciega que no tenía a nadie más que la llevara a las reuniones de la iglesia. Cuando llegaron al pasillo juntos, fueron un repro­che viviente para aquellos que, aunque tenían una sana doctrina, eran egoístas y carecían de amor en la práctica.”

Finalmente, Chapman se mudó a una zona marginal en Barnstaple, Inglaterra, para alcanzar a los pobres y despre­ciados. Era un escenario de borrachera, suciedad, ratas de callejón, casas llenas de enfermedades y pobreza. Sin em­bargo, él ministraba a las personas constantemente y siem­pre eran bienvenidos al ir a su hogar.

Él dijo: “Hay muchos que predican de Cristo, pero no son muchos los que viven a Cristo; mi gran objetivo será vivir a Cristo.” Años más tarde, John Nelson Darby dijo: “Él vive lo que yo predico.”

Cuando el abrigo de Chapman se gastó, un amigo cre­yente le dio uno nuevo, pero el donante nunca lo vio usar­lo. Se enteró después que se lo había dado a un hombre po­bre que no tenía uno. Lo que desconcertaba a Robert Chapman era que las personas pensaban que esto era extra­ordinario.

Sus familiares y amigos estaban perplejos por su estilo de vida sacrificial. Uno de ellos decidió visitarlo para ver qué estaba sucediendo. Cuando el taxi paró frente a la casa de Chapman, el familiar regañó al taxista:

“Le dije que me llevara a la casa del Sr. Chapman.”

“Esta es la casa, caballero.”

Una vez adentro, el visitante sorprendido dijo: “Robert, ¿qué estás haciendo aquí?”

“Estoy sirviendo al Señor en el lugar al que Él me mandó.”

“¿Cómo vives? ¿Tienes una cuenta en el banco?”

“Sólo confío en el Señor y le digo todo lo que ne­cesito. Él nunca me falla, y por eso mi fe crece, y la obra continúa.”

El visitante vio que la despensa estaba prácticamente vacía, entonces se ofreció para comprarle algo de comida. Robert le dijo que fuera a un almacén específico. En reali­dad, el dueño de esa tienda había sido amargamente hostil con el Sr. Chapman. Cuando se le dijo al almacenero que llevara ese gran pedido de comida a R.C. Chapman, se sin­tió abrumado. Fue directo a la casa de Chapman con el pe­dido, y, con lágrimas de sincero arrepentimiento, le pidió perdón. Además, aceptó a Cristo como Señor y Salvador.

La hospitalidad se convirtió en una parte importante del ministerio. Chapman compró una casa al otro lado de la calle de la suya, y le pidió al Señor que enviara huéspedes a Su elección. No tenía costo, y a nadie se le preguntaba cuándo pensaba partir. A los huéspedes se les pedía que pusieran sus zapatos y botas fuera de la puerta cada noche. Por la mañana estaban todos lustrados. Era la manera del Sr. Chapman de lavarles los pies de sus huéspedes. Esta hospitalidad fue diseñada para enseñarles a los huéspedes sobre la vida de fe y de servicio hacia el pueblo del Señor. “Había una gran alegría en la mesa, se escuchaban cons­tantemente palabras de sabiduría y gracia; pero no había lugar para la conversación que se degenerara en charlas frí­volas. Era una regla de la casa, que nadie debería hablar mal de una persona ausente, y cualquier infracción a esta regla provocaba una firme pero amable reprimenda.”

La virtud que más distinguía a Robert Chapman era el amor. Uno de los que lo criticaban prometió que nunca más tendría algo que ver con él. Nunca más le hablaría de nuevo. Un día se encontraron caminando por la misma ve­reda, uno al lado del otro. Chapman sabía todo lo que el otro hombre había dicho de él. Pero cuando se encontra­ron, Robert puso sus brazos alrededor del hombre y le dijo:

“Querido hermano, Dios te ama, Jesús te ama, y yo te amo.” El hombre se arrepintió y retomó a la comunión en la iglesia.

Por increíble que parezca, un amigo desde otro país en­vió una carta dirigida simplemente a la siguiente direc­ción: R.C. Chapman, Universidad del Amor, Inglaterra. Y fue entregada.

Al Señor Chapman no le gustaban las divisiones denominacionales en la iglesia, pero amaba a cada hijo verda­dero de Dios, sin importar cuál fuera la afiliación de su iglesia. Cuando una parte de su iglesia quiso separarse y reclamó ser dueña de la propiedad, él estuvo de acuerdo con su demanda. Luego, cuando el gobierno local quiso un predio que Chapman había comprado para una iglesia, lo cedió para la ciudad. Él no iba a llevar estos asuntos ante la justicia, a pesar de sus propias habilidades como abogado. En el manejo de las disputas personales evitaba las accio­nes precipitadas, pero recurría a la oración. Una vez, cuan­do reprendió a J.N. Darby por actuar precipitadamente, Darby defendió su acción diciendo: “Esperamos seis sema­nas.” Chapman respondió: “Nosotros habríamos esperado seis años.”

Chapman llevó una vida disciplinada que incluía el pa­sar tiempo en oración, la lectura de la Palabra, las comi­das, las visitas casa por casa, el alimentar a los hambrien­tos, el ayudar a los desposeídos, el predicar al aire libre y el enseñar la Biblia. Ayunaba los sábados y trabajaba con su tomo, haciendo platos de madera como regalos para otras personas.

Uno de sus biógrafos, Frank Holmes, dijo de él: “En cuanto a una vida santa, carácter sólido, y auto-sacrificio, pocos pueden igualarlo; pero a la vez, era simple y humil­de como un niño. Era un gigante espiritual. Ni una pulgada de su estatura se debió a los métodos camales de los exper­tos en el marketing.”

Cristo les enseñó a sus discípulos que sus vidas debían estar por encima del promedio si querían causar un impac­to para Él. Eso se cumplió en la vida de R.C. Chapman. Uno de sus familiares sentía curiosidad en cuanto a qué ha­cía que Robert siguiera un estilo de vida tan fuera de lo co­mún. Se dio cuenta de que “Chapman era dirigido por una fuerza interior de la que él no tenía conocimiento.” Se pro­puso entonces a encontrar lo que le faltaba. “Le dijo a Chapman muy francamente cuál era su posición. Ambos oraron y estudiaron juntos. El resultado fue que cuando el visitante se fue a su hogar, era un hombre cambiado.”

Para nuestros tiempos sofisticados, con sus trucos y es­trategias manipuladoras, un hombre como Robert Chap­man parece un marciano, alguien de otro mundo. Y es ver­dad. Lo era. Él vivía en “el lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente.” Fue sobre personas como él que A. W. Tozer escribió:

El verdadero hombre espiritual es en reali­dad una rareza. No vive para sí mismo, sino para promover los intereses de Otro. Busca persuadir a las personas para que entreguen to­do a su Señor y no pide ninguna parte o cuota para sí mismo. No se alegra en recibir honra, sino en ver a su Salvador glorificado a los ojos de otros. Su gozo es ver que el Señor sea exal­tado y él sea olvidado.

Encuentra pocos a los que les preocupa ha­blar de lo que es el objetivo supremo de su interés, por esto a menudo está en silencio y preocupado en medio del ruidoso argot reli­gioso. Debido a esto, se gana la reputación de ser aburrido y demasiado serio, entonces se lo evita, y el abismo entre él y el resto de la so­ciedad se ensancha. Busca amigos en cuyas vestiduras pueda detectar el olor de mirra, áloe y casia provenientes de los palacios de marfil, y al encontrar a alguien o a nadie, él, al igual que la María de antaño, mantiene estas cosas en su corazón.

Que podamos hacer de esto nuestra ambición para ser verdaderos creyentes espirituales en nuestra generación.

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