El relato trágico de la emigración de Elimelec, Noemí y su familia de Belén de Judá hasta la tierra de Moab tiene su trasfondo en “los días que gobernaban los jueces”, Rut 1.1. Eran días cuando cada uno hacía lo que bien le parecía, como leemos dos veces en el libro de Jueces. Esto se veía en la vida religiosa, política y social, con su repercusión en la esfera de la familia. La consecuencia fue, y siempre
El libro de Rut comienza con hambre en la
tierra, y no dudamos que fue enviada por Dios para que su pueblo examinara sus
caminos. Él quería que le buscaran, porque es “nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones”, Salmo 46.1. Pero el orgullo del ser humano buscaría una vía de
escape en vez de oír la exhortación de Santiago 4.10: “Humillaos delante del
Señor, y él os exaltará”.
Elimelec
fue así. Él y su familia contaban con la herencia que Dios les había dado en un
lugar favorecido como era Belén, “la casa de pan” y la ciudad donde nacería
David y donde el Rey divino se haría carne para morar entre los hombres.
¿Estaba esa familia en peligro de perecer de hambre? No; el nombre Elimelec
quiere decir, “Dios es mi Rey”. ¡Qué reconocimiento de la autoridad soberana y
la gracia divina! ¿Acaso moriría Elimelec en manos de ese Rey?
Si
Dios era su rey, bien ha podido Elimelec dejar su caso con él, sometiéndose a
las circunstancias que el Rey estaba ordenando o permitiendo. Cuando nuestro
Señor Jesucristo fue sometido a la prueba del hambre, El no aceptó la salida
fácil que el tentador le sugirió, sino confió en la Palabra de Dios y se sujetó
a la voluntad suya.
Pero
aquí encontramos a uno cuya falta de fe le hace abandonar el lugar señalado por
Dios. Si él hubiera podido prever la magnitud del desastre que esta iniciativa
iba a traer sobre la familia (“Porque ninguno de vosotros vive para sí”,
Romanos 14.7), él no hubiera emprendido el viaje. Este padre de familia dio la
espalda a “la casa de pan” y se apartó por su camino para hacer lo que bien le
parecía.
Su
decisión condujo al alejamiento y una muerte prematura, y en esto percibimos
causa y efecto. Pobre Noemí testificaría años después, “Me fui llena”. No había
por qué dejar Belén; otros se quedaron, y Dios les guardó en los años de
hambre. Pero lo que impulsó a esta pareja fue su bien material, aun a expensas
de su bien espiritual. Al fin, perdieron lo uno y lo otro. “Jehová me ha vuelto
con las manos vacías”, fue como la esposa resumió la experiencia.
Cuán
importante es tener la confianza de estar en la voluntad del Señor antes de
tomar un paso. Una traducción de Salmo 17.2 es, “¡Que venga de ti mi sentencia,
pues tú sabes lo que es justo!” Examinemos nuestros motivos, acaso dejemos lo
que Él nos ha asignado, y sepamos que “gran ganancia es la piedad acompañada de
contentamiento”, 1 Timoteo 6.6. Si la codicia nos está impulsando a realizar un
cambio, entonces es pecado. Si es por falta de fe en Dios y su Palabra, es
incredulidad. Pongamos, pues, la gloria de Dios por delante antes de movernos.
La
primera mención del asunto es que esta pareja iba a morar en Moab, 1.1. La
Versión Moderna dice habitar
temporalmente y la Reina-Valera de 1909 lo expresa como peregrinar. Así fue que apaciguaron la
voz acusadora de su conciencia. Pero ellos continuaron en Moab, con una
conciencia sin ejercicio, y el espíritu del lugar entró en ellos; Elimelec y
Noemí se conformaron con el estilo de vida y decidieron quedarse. La exhortación
para nosotros en Romanos 12.2 es: “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos”. Pobre Lot bajó a Sodoma como peregrino, pero echó raíces tan
largas que los ángeles tuvieron que arrastrarle de allí.
Llegando
al versículo 4, leemos que “habitaron allí”. Una cosa dio lugar a otra, y es
así todavía. A Elimelec le costó caro, porque murió lejos del pueblo de Dios y,
hasta donde sabemos, alejado de Dios también.
Parece
que ni esto despertó la conciencia de Noemí en cuanto a un regreso.
Aparentemente ella se conformó con que sus hijos se casaran con mujeres de
Moab, aunque fuera yugo desigual para ellos. No dudamos que estos varones hayan
carecido de ejercicio en el asunto; su impulso habrá sido el de conveniencia en
vez de convicción. Ellos estaban como dice de Moab en Jeremías 48.11, “sobre su
sedimento ha estado reposado”, con diez años de residencia en el país, habiendo
perdido su carácter de peregrinos.
Dios
retuvo su mano de reprensión, concediendo a la viuda la oportunidad de volver,
pero por fin su voz se hizo oír de nuevo. El mensajero de la muerte volvió a
visitar la familia, quitando ahora a los dos varones restantes. ¡Qué tragedia!
“De sus caminos será hastiado el necio de corazón”, [“el apartado de razón”, o
“el reincidente de corazón”] Proverbios 14.14. Noemí tuvo que tragar una copa
realmente amarga, y ahora con corazón abatido y mejillas mojadas ella empieza a
responder a la voz del Espíritu Santo.
La
noticia que Dios había visitado a su pueblo en darles pan fue para ella como
aguas frías al alma sedienta. Ella, como el hijo pródigo en otra ocasión, se
levantó para emprender el viaje de regreso. Es en tiempos de avivamiento entre
el pueblo de Dios que los débiles y alejados comienzan a encontrar el camino de
la restauración a Dios y a la congregación de los suyos.
En
el caso de Noemí la restauración al gozo de la salvación de Dios no vino en el
momento en que ella tomó sus primeros pasos rumbo a Belén. Al haber sido así,
ella hubiera animado a las dos nueras a buscar al Dios vivo y verdadero, pero —
por extraño que sea — intentó convencerlas que harían mejor al seguir en el
paganismo. Aun cuando Rut hizo su gran proclama de fe, la suegra no la
ratificó. Pensemos un momento en el caso de David, relatado en los Salmos 32 y
51. Una cosa fue que recibiera el perdón de su pecado, pero otra cosa fue su
restauración y el renovado gozo de la salvación. David sabía bien que sin este
último él no estaba en condiciones de mostrar a los pecadores su condición ni
ser usado en su conversión.
Por fin
la señora llegó de regreso al lugar que había abandonado años antes. Ahora es
más humilde y más sabia. Ella llegó cuando los suyos estaban cosechando la
cebada, y pronto probó cuán bendita experiencia es la restauración a la
comunión.
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