domingo, 19 de enero de 2025

La fe que Salva

¿Cuál es la fe que salva? Al responder a esta pregunta es necesario desarraigar de nuestros pensamientos algunos conceptos preconcebidos y muy comunes, así como: La cantidad de la fe; la calidad de la fe, el tipo de fe, etc. Estos calificativos no afectan en lo más mínimo al caso. Lo que sí, importa, es el objeto de la fe, es decir, en qué ponemos nuestra fe y lo podemos ilustrar de la manera siguiente:

Existe un abismo sobre el cual se tienden dos puentes, al parecer, iguales. Una persona tiene un montón de fe en el primer puente y otra tiene su fe en el segundo, aunque su fe es débil, poca y tambaleante. Pero a la hora de la travesía de estas dos personas en sus puentes respectivos, la primera fallece al desplomarse al abismo por desperfectos en los cimientos del puente y la otra, no obstante, mucho temor, cruza salvo al otro lado. ¿Qué pasó con la mucha fe del primero? ¿Cómo resultó la poca fe del otro? La fe es importante y sin ella "es imposible agradar a Dios", (Hebreos 11:6), pero más importante aún, es el objeto de esta fe; en donde la ponemos.

Aquí no valen opiniones; lo que uno piensa, lo que conjetura, etc., sino lo que Dios dice, y a propósito, ¿qué dice Él? - "La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios", Romanos 10:17. De modo que el objeto de la fe que salva es Dios Mismo con base y guía en su Palabra.

Ahora vamos a analizar la fe y qué mejor que la definición bíblica hallada en Hebreos 11:1. "Es, pues, la fe la certeza de 10 que se espera, la convicción de lo que no se ve". En lo que a nosotros se refiere, ¿qué es lo que se espera? Esperamos una salvación que nos libre del efecto del pecado y que nos lleve al cielo. Sí; es algo que no se ve, no es palpable y los sentidos no pueden asirse de ello. Lo que se espera no es visible todavía y por esto la fe es la única forma de asirnos de ello. Sin embargo, podemos tener "certeza" y "convicción" al respecto - ¿Cómo?  Por la fe. Recuerde que "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios". O sea que Dios nos dice lo que debemos esperar y nos explica lo que no se ve, y la fe, razonando que Dios es del todo confiable, lo acepta. El no tener fe es a la vez dar un voto de no confianza en Dios; es aún peor: - "el que no cree, a Dios le ha hecho mentiroso", (l Juan 5:10), lo cual es una acusación seria de parte de Dios contra cualquier ser humano.

Es cierto que la fe en Dios es opcional, pero los resultados de no tener fe no son opcionales. Así como Dios expresa su agrado en quien le cree, dándole una gran salvación gratuitamente, también expresa su desagrado de quienes rechazan o aun pasan por alto su testimonio acerca del pecado, la muerte de su Hijo, su resurrección, y la necesidad de creer en El y arrepentirse, y los consigna al castigo eterno. Y no es simplemente porque no tienen fe, sino también porque al no tenerla, le señalan a El de mentiroso - uno cuyo testimonio no es digno de ser creído. “Antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso", Romanos 3:4.

La fe, pues, que salva es la que halla su objeto en Dios, que acepta sus promesas como válidas; promesas, así como la referente al perdón de pecados en el Nombre de Cristo, crucificado y resucitado, Hch. 13:38; la de renovarnos la vida por medio de su poder, Ef. 1:19, 2 Co. 5:17; la de llevarnos a estar siempre con El, 1 Tesalonicenses 4:17, y unas tantas más que se hallan en la Biblia.

No, no es la cantidad, calidad o tipo de tu fe que te salva, sino el objeto de ella. Sé tú como un hombre que llegó a Jesús y le dijo, “Yo creo, ¡ayúdame a creer más!". Esta es la fe que te salva

(Contendor Por la Fe – 211,212, 1981) 

G.J. Fálconer

El reino de los cielos

 [El Padre], el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo. Colosenses 1:13

Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos. Mateo 13:11

El establecimiento del reino de los cielos se ha pospuesto hasta el regreso del Señor Jesús. En ese momento, el remanente de Israel lo recibirá con gozo. Mientras tanto, durante el intervalo actual en el que el Rey está ausente, el reino se encuentra en una forma misteriosa.

El apóstol Pablo predicaba acerca de “otro Rey, Jesús” (Hch. 17:7), y nosotros estamos en el reino del amado Hijo de Dios. ¿Qué significa esto para quienes forman parte de este reino? Obviamente, que él es nuestro Soberano Gobernante, es decir, el Rey, y nosotros somos súbditos en su reino. Ocupamos este lugar y debemos reconocerlo, al igual que reconocemos la verdad de la Iglesia. Por supuesto, no nos referimos a él como ’Rey de la Iglesia’, ya que él es Cabeza de la Iglesia, pero cuando hablamos del reino, le damos su verdadero lugar como rey. Los cristianos formamos parte de tres esferas distintas que no deben confundirse ni mezclarse: la Iglesia, la Familia de Dios y el Reino.

En cuanto al reino, el Nuevo Testamento nos lo presenta en dos aspectos. Cuando consideramos su aspecto terrenal, podremos notar ciertas fallas, ya que abarca tanto a los “hijos del reino” como a los “hijos del malo” (el “trigo” y la “cizaña”; Mt. 13:38). Pero también está el aspecto celestial (o divino) del reino, al cual solo pertenecen aquellos que han nacido de nuevo. Este es el aspecto mencionado en Colosenses 1:13. No hay contradicción entre estos dos aspectos, ya que uno se refiere al lado terrenal y el otro al lado divino.

Nuestra profesión de fe nos reconoce como súbditos de nuestro Señor en la tierra, por lo tanto, estamos en su reino entre los hombres. Sin embargo, esto podría ser solo una profesión superficial. Si hemos nacido de nuevo y somos salvos, entonces pertenecemos a Dios y a su Hijo, y por ese hecho pertenecemos al reino en su aspecto divino y celestial.

     Él les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. Mateo 13:52

En este reino que ya está formado en la tierra (aunque no aún en su etapa de manifestación pública), no hay un rey visible. Tal misterio no existía con David, Salomón, Nabucodonosor, Darío, Alejandro o César. Sin embargo, aunque no hay un rey visible en este reino, hay multitudes en la tierra que profesan lealtad y sujeción a su Rey. El reino, en su forma actual, abarca a todas estas personas. La expresión “reino de los cielos” la encontramos solamente en el Evangelio según Mateo. Y siempre hace referencia a personas en la tierra que reconocen la autoridad que proviene del cielo. En el Evangelio según Lucas, donde encontramos parábolas similares, se nos habla del “reino de Dios”, simplemente sustituyendo el lugar (el cielo) por una Persona (Dios). Mientras que Mateo hace referencia al lugar desde donde proviene la autoridad, Lucas apunta a la Persona cuyo gobierno es reconocido.

Encontramos otra expresión en Romanos 14:17: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. La verdad que se expresa en este pasaje es de índole individual y moral. Cuando un hijo de Dios camina en verdadera sumisión, no se caracterizará por disputas y diferencias insignificantes, como se describe en ese capítulo, debido a desacuerdos acerca de lo que se debe comer o beber. Por el contrario, en él se manifestarán las nobles características del reino de Dios: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Una vida así se convierte en una ilustración en miniatura de estas características del reino de Dios. Aquellas personas que poseen este espíritu no se preocupan por cuestiones triviales. Sus corazones y vidas están gobernados por Dios mismo.

Esta es una línea de ministerio que deberíamos resaltar más, especialmente en nuestro tiempo, cuando los principios de la justicia están siendo abandonados en gran medida. Porque el principio de la justicia es primordial en el reino de Dios.

El Señor Está Cerca

Albert E. Booth

LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (7)

 

El "hombre exterior" y el "hombre interior"


Este pareado se encuentra en 2ª Corintios 4: 16 donde leemos, "Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día". Pablo está hablando de lo que sostiene al ministro en la senda de servicio y testimonio. Él y sus colaboradores estaban sometidos continuamente a los peligros de la persecución. Ellos vivían a sólo un paso de la muerte en cualquier momento. Naturalmente, esto era agotador ya que sucedía día tras día, pero él explica que ellos eran sustentados por Dios en esas circunstancias difíciles.

EL HOMBRE EXTERIOR

Pablo coloca la renovación del "hombre interior" en contraste con el desgaste del "hombre exterior". El hombre exterior es un término que él utiliza para designar nuestros cuerpos físicos. Estos se están desgastando lentamente porque son mortales y han sido afectados por el pecado. La edad, el dolor, los rigores de la persecución, la tribulación y el trabajo desgastan nuestros cuerpos, el "hombre exterior". Pero el Apóstol nos dice que él tenía algo mayor que esperar: a saber, la gloria, y nosotros también.

EL HOMBRE INTERIOR

Si el "hombre exterior" se refiere a nuestros cuerpos físicos, el "hombre interior" sería nuestra alma y nuestro espíritu. (2ª Corintios 4: 16; Romanos 7: 22; Efesios 3: 16). Nuestros cuerpos pueden ser renovados en cierta medida mediante la comida y el sueño, pero incluso esto es una batalla perdida. Si el Señor no viene durante el transcurso de nuestra vida nuestros cuerpos sucumbirán finalmente a un colapso total en la muerte. Por otra parte, el "hombre interior" es renovado por el poder del Espíritu Santo mediante la comunión con las Personas divinas. La oración y la Palabra de Dios son los vehículos que Dios utiliza para rejuvenecer el "hombre interior".

Mientras continuamos en la senda nuestros cuerpos se debilitarán a medida que envejecemos, pero el "hombre interior", alma y espíritu, se fortalecerá, si andamos con el Señor. Por una parte, nosotros tenemos nuestra "tribulación" por cuerpos que se desgastan, y por otra parte tenemos la "gloria". (2ª Corintios 4: 17). Es sorprendente que Pablo hable de nuestra tribulación como siendo "leve" y de la gloria como un "peso". Esto es un contraste intencionado. A veces podemos haber pensado que nuestra tribulación era realmente muy pesada, pero en comparación con el peso de la gloria dicha tribulación no es mucho en absoluto. En otra parte Pablo dijo, "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse". (Romanos 8: 18).

Algunas consideraciones prácticas

Aunque nuestro "hombre exterior" pueda estar desgastándose Pablo menciona tres cosas que nos sostendrán en la senda de la fe y del servicio. (2ª Corintios 4: 16-18). Estas cosas lo sostuvieron a él y a sus compañeros y ellas sostendrán también nuestra vida espiritual. De hecho, no hay nada más que lo hará. Por lo tanto, es vital que estas tres cosas se encuentren en nuestras vidas. Ellas son:

En primer lugar, — La renovación diaria de nuestras almas mediante la oración y la

meditación en la Palabra. (Versículo 16).

Si Pablo y sus colaboradores descuidaban la importancia de esta renovación diaria de las almas ellos no habrían podido continuar en la senda de servicio. Ellos no están solos en esto; si nosotros descuidamos una renovación diaria de nuestras almas tampoco podremos continuar. Si no tenemos esto en nuestras vidas vamos a recaer en el mundo. Ello es el sustento espiritual del creyente.

En segundo lugar, — Saber que las tribulaciones y adversidades que soportamos en la senda están obrando para nuestro beneficio eterno. (Versículo 17)

Las tribulaciones que experimentamos en la senda están siendo utilizadas por Dios para quebrantar la voluntad de la carne y enseñarnos la sumisión a Su divina voluntad. Las pruebas recibidas de la mano de Dios en un espíritu recto formarán en nosotros algo provechoso para la eternidad. Nosotros debiésemos valorar eso y estar dispuestos para todo lo que el Señor permita en nuestras vidas en la senda de la tribulación. Las recompensas que el Señor da en Su tribunal son para el reino, pero la capacidad que está siendo formada actualmente en los santos será llevada a la eternidad. (Lucas 10: 42; 2ª Corintios 4: 17).

En tercer lugar, — Mantener nuestros ojos fijos en las cosas que no se ven que son eternas. (Versículo 18).

Para el hombre del mundo esto es un despropósito. Él pregunta: «¿Cómo puede alguien mirar cosas que no se ven?» Pero nosotros miramos esas cosas con los ojos de nuestro corazón. La Escritura dice que la fe ve cosas que no se ven. (Hebreos 11: 1). Si nuestros ojos se apartan de la meta eterna que tenemos ante nosotros y miramos las cosas del mundo ciertamente desmayaremos por el camino. Pero si las cosas eternas tienen un lugar en nuestra vida cotidiana, «no desmayaremos

B. ANSTEY

Anotomía espiritual del cuerpo (1 Co. 12)


 San Pablo fue el hombre sumamente diestro en alegorías e ilustraciones figurativas para enseñarnos la verdad de las cosas doctrinales que se proponía para la edificación de los creyentes. Una de sus representaciones más hermosas, atrayentes y objetivas es la del cuerpo humano. Con una pericia que sobrepasa los conocimientos de la ciencia más moderna, nos introduce a siete lecciones del cuerpo humano aplicado a la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.

La conformidad del miembro: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso.” (1 Corintios 12:18)

Están contentos en el lugar que les puso. Nunca debe un hermano quejarse del lugar que ocupa en su asamblea. El hogar y demás instituciones incumbe al hombre disponer a su antojo, pero la iglesia es de Cristo y por medio de su palabra la edifica.

La unidad del cuerpo: “Mas ahora muchos miembros son a la verdad, pero un cuerpo.” v. 20

¡Maravilloso! No hay creación que iguale esta obra hecha por las manos de Dios. Pienso que el matrimonio, Cristo y su Iglesia y el cuerpo humano son las unidades perfectas en el mundo; lo demás todo es intangible, sujeto a errores. El cuerpo nos introduce a ese trío que el apóstol recomienda cuidar. “Para que vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea guardado entero para el día del Señor.” (2 Tesalonicenses 5:23) El matrimonio nos lleva aquel día de “las bodas del Cordero.”

La ciencia moderna a veces para desacreditar a Dios ha dicho que hay miembros sobrantes en el cuerpo. Uno años después se ha levantado otro grupo de científicos que reconocen que nada hay de más en el cuerpo. Así como en el cuerpo humano se introducen enemigos que provocan una lucha con las defensas del organismo hasta que sacan fuera al intruso, así también en la iglesia del Señor se meten unos “sujetos,” “ladrón y robador,” que no han entrado correctamente por la puerta. (Juan 10:1-15) Todo el tiempo que están adentro, el Espíritu Santo les constriñe y redarguye a que legalicen su entrada por el arrepentimiento; al fin los tales, como fueron metidos así, tienen que salir.

La utilidad del miembro: “Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester; ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.” v. 21

El miembro más mínimo en el cuerpo es de gran utilidad; sus funciones rinden un servicio. Los parásitos son extraños; su misión es robar la alimentación de los miembros. Es cierto que se puede vivir sin algún miembro, pero una de las peores desgracias para el hombre es arrastrar un miembro muerto en su cuerpo. Así, las manos, los ojos, los pies, las uñas, los dientes, los oídos, las glándulas, tienen sus funciones útiles en el cuerpo, así es también cada creyente que tenga vida en la iglesia del Señor.

La necesidad del miembro: “Antes, mucho más los miembros del cuerpo que parecen más flacos, son necesarios.” v. 22

Un doctor al tratarme una afección en un ojo me dijo: “Use los lentes que le prescribo, porque ahora el ojo bueno ha de trabajar más, llevando a cabo la visión que generan los dos ojos.” En ello pude juzgar la suma necesidad del miembro en el cuerpo y cómo un miembro es sobrecargado del otro. Del mismo modo en el lado espiritual, los miembros en la iglesia son llamados a la misma obra. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2)

La honra del miembro: “Aquellos del cuerpo que estimamos ser más viles, a estos vestimos más honrosamente; y los que en nosotros son menos honestos, tienen más compostura.” v. 23

¡Cuánto preocupamos cubrir las partes feas del cuerpo y adornar las señales y defectos físicos, con el fin de presentarlos dignos ante los demás! La ciencia ha buscado por la cirugía plástica llenar los huecos y deformaciones del cuerpo. Cómo debemos cubrir las debilidades de nuestros hermanos, ya que el Señor nos ha dado la gracia de un don moral, para reprender o corregir al hermano, todo ello para su honra y bien, sin que entremos en complicidad con la inmundicia.

El amor de los miembros: “Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros.” v. 25

La unidad del cuerpo es intrínseca por el amor que los miembros se tienen. Todos los miembros se alegran con el honor de uno; todos los miembros se afligen con el dolor de alguno. Fue una de las preocupaciones grandes del Señor: “Para que todos sean una cosa como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.” (Juan 17:21, Romanos 12:15)

La capacidad de los miembros: “A unos puso Dios en la Iglesia.” v. 28

Cada miembro en el cuerpo trabaja según su ventaja y energía; ninguno interviene en la facultad de otro, pero hay afinidad, comprensión y colaboración. Asimismo, los creyentes en la iglesia; su desarrollo corresponde de acuerdo a su capacidad. “De manera que, teniendo diferentes dones según la gracia que nos es dada ... úsese conforme a la medida de la fe ... Ninguno tenga más alto concepto de sí que el que debe tener.” (Romanos 12:3,6)

José Naranjo

¡La gracia triunfa!

 


Así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro. Romanos 5:21

¡No ocultemos la maravillosa verdad de que la gracia reina hoy! No permitamos que nadie silencie o impida proclamar el “evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24). Que todos los que creen en nuestro Señor Jesucristo sepan que no están “bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). ¡La gracia está en el trono! Digamos a aquellos que son tímidos y están atribulados que se fortalezcan “en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1). Digamos a los creyentes que sufren y están en diversas pruebas que hay un “trono de la gracia” (He. 4:16) al que pueden acercarse con confianza y encontrar gracia para el oportuno socorro. Digamos a cada reunión de creyentes, con todas sus diversas necesidades: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1 Ts. 1:1). Y digámosle al angustiado o al ansioso siervo del Señor: “Gracia, misericordia y paz” a ustedes (1 Ti. 1:2; Tit. 1:4).

Hagamos saber a todos que nuestro Salvador y Señor está sentado en el trono de las alturas; que el Santo, cuya maravillosa gracia lo llevó a las profundidades más oscuras del sufrimiento, ahora está ungido con óleo de alegría (Sal. 45:7) y adorna el trono de la Majestad en las alturas (He. 1:3). Descendió a un establo, a un pesebre, a las aguas del Jordán, al hambre y a la sed en el desierto, al rechazo, al desprecio, a los escupitajos, a las burlas y los golpes, a la corona de espinas, a la oscuridad y al abandono en la vergonzosa cruz.

Anunciemos a todos que ascendió a una posición sobresaliente como el Hombre Resucitado, al trono de Dios, a la corona de gloria y honra, a la exaltación por encima de todos los cielos. Después de haber glorificado a Dios en la tierra, ahora es glorificado por Dios en las alturas. Jesús, quien una vez murió por nuestros pecados, ahora vive para siempre y está entronizado. Por lo tanto, ¡la gracia reina a través de la justicia para la vida eterna! ¡La gracia triunfa!

H. J. Vine

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (10)

 

Salomé

  “El que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. (Mateo 20.27-28)

La historia está en Mateo 20.20-28, 27.55-56, Marcos 15.40-41 y Marcos 16.1-8.


Aquel día a la orilla del Mar de Galilea cuando el Señor llamó a Jacobo y a Juan para que le siguieran y que fueran pescadores de hombres, ni su madre Salomé ni su padre Zebedeo, con quien ellos pescaban, se opusieron. Entendían que el Mesías los había llamado a su servicio y parece haber sido una familia unida a la causa de Cristo. Por más de tres años Juan y Jacobo acompañaron al Señor en su ministerio público.

Varias veces el Señor les indicó a sus discípulos cuál era su verdadera misión y lo que iba a suceder. Habiendo “puesto su rostro como pedernal” (Isaías 50.7), Él fue con paso firme a Jerusalén, diciendo: “El Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y les entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; más al tercer día resucitará” (Mateo 20.18-19).

Aquella fue la ocasión menos apropiada para que Salomé presentara su aspiración a favor de sus hijos pidiendo que en el reino Jacobo y Juan recibiesen puestos de honor, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Él. Tal vez ella pensaba que Cristo iba a librar a Israel del yugo de Roma y deseaba que sus hijos tuvieran preeminencia en el reino, que según ella pensaba, vendría pronto.

En su orgullo como madre, Salomé no percibió el divino propósito del Hijo de Dios en venir a este mundo e ignoraba el costo de lo que ella pedía. Jesucristo respondió diciendo que ellos no sabían lo que pedían, sabiendo que los hijos de Salomé estaban también deseando lo que ella había pedido. ¿Habría sido posible para ellos beber de la copa amarga que Él iba a beber? El Padre celestial será el que otorgue los puestos de honor a los creyentes de todos los siglos de acuerdo con su sufrimiento y fidelidad a Él en su causa.

Para los otros discípulos, que estaban disgustados con los dos hermanos, el Señor también pronunció una verdad sorprendente en cuanto a la verdadera grandeza: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor”. Jesucristo fue el perfecto ejemplo de humildad: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2.8).

Los otros discípulos también abrigaban ambiciones egoístas, y el Señor les habló con claridad. Como Salomé y aquellos discípulos, nosotras también debemos aprender que la vida cristiana es una vida de humildad y servicio voluntario. “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12.10).

Pero existe una mala tendencia de juzgar a las personas en base a una sola acción que hicieron. Considerando el ejemplo de Salomé, vemos a una mujer de gran valentía y abnegación. A pesar de que en aquella ocasión Jesús habló de sufrimiento y humildad cristiana, Salomé no dejó de seguirle hasta su muerte y resurrección.

El apóstol Juan escribió: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena”. Mateo menciona a la madre de los hijos de Zebedeo, y Marcos nombra a Salomé. Todos hicieron referencia a la misma mujer y así parece que Salomé era hermana de María la madre de Jesús. Vemos su devoción al ver de cerca al Salvador en la cruz, oyendo sus palabras y el vituperio de los hombres crueles.

Después de la crucifixión, muy temprano el domingo por la mañana, Salomé y otras mujeres devotas fueron al sepulcro donde el cuerpo del Señor había sido puesto. Llevaron las especias aromáticas que habían preparado para ungirle, pero vieron la piedra removida y al entrar en la tumba hallaron que el cuerpo no estaba allí. Dos ángeles sentados allí les dieron la noticia de que Jesús había resucitado. Salomé, María Magdalena, y la otra María fueron en busca de los discípulos y con gran gozo se encontraron con Cristo. ¡Qué grande honor para aquellas mujeres fue aquel encuentro con el Cristo resucitado!

Salomé fue fiel a su Señor hasta el fin y sus peticiones fueron concedidas de maneras inesperadas. Desde la cruz Jesús dijo: “He ahí tu madre”, y Juan, el hijo de Salomé, tuvo el privilegio de cuidar a la madre de nuestro Señor. El primero de los apóstoles en morir por Cristo fue Jacobo (Hechos 12.1-2). Así, él bebió de la copa que Cristo bebió, muriendo como un mártir. Sesenta años después, estando en el exilio por causa del evangelio, el apóstol Juan, también hijo de Salomé, les escribió a unos creyentes como “copartícipe en la tribulación” (Apocalipsis 1.9), y según la historia secular él también ganó la corona de mártir.

Las últimas palabras de Cristo (13)

 

JUAN 16 (CONTINUACIÓN)

Exposición del mundo presente Juan 16:8-11


A partir de este momento del discurso, el Señor retoma la enseñanza de los dos últimos versículos de Juan 15, en lo que a la venida del Espíritu Santo se refiere. En el ínterin de los versículos, el Señor habló del testimonio de los discípulos y de la persecución que esto conllevaría. Ahora retoma este tema con las palabras: «Cuando él venga», una expresión utilizada antes en Juan 15:26 y Juan 14:13, empezando en cada caso una nueva fase de la enseñanza. En Juan 16:8, Su venida es la demostración del verdadero carácter del mundo. En Juan 16:13, Él viene para guiar al creyente a la verdad sobre otro mundo.

 Antes de revelarnos el otro mundo, lo que se nos expone es el carácter real de este: «Cuando él venga, redargüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio». No hay ninguna duda para el que recibe esta demostración, pero queda afirmado el hecho de que la presencia del Espíritu Santo demuestra cuál es el auténtico carácter del mundo. En realidad, no es el mundo en sí el que recibe esta demostración, sino aquellos en quienes mora el Espíritu, si bien es cierto que ellos utilizan lo que han aprendido para testificarle cuál es su condición de verdad.

La presencia del Espíritu no constituye ninguna prueba para el mundo, que ya ha sido probado con la presencia de Cristo. Estuvo aquí de manera que este pudo ver sus obras de gracia y escuchar sus palabras de amor; y el Señor hace un resumen del resultado de esta prueba, diciendo: «Me han aborrecido a mí y también a mi Padre». Cuando el Espíritu venga, el mundo no le sabrá recibir porque no le verá ni le conocerá. Pero para los creyentes, en los que Él mora, hace la demostración del resultado de la prueba, de manera que ellos, enseñados por el Espíritu, no tengan ningún concepto falso sobre él. Por la enseñanza del Espíritu saben cuál es el verdadero carácter del mundo, tal como Dios lo ve, un carácter que se demuestra con respecto al pecado, a la justicia y al juicio. El alma tiene esta convicción sin necesidad de hacer ningún tipo de abstracción, puesto que apela directamente al Señor Jesús y a los grandes hechos de su historia.

El estado del mundo es probado, antes que nada, con respecto al pecado. La presencia del Espíritu es en sí una prueba del estado maligno del mundo, pues si no hubiera rechazado a Cristo el Espíritu Santo no estaría aquí. Su presencia es la prueba de que le ha aborrecido y expulsado, crucificando al Hijo de Dios. Tanto el judío como el gentil se unieron en representación del poder religioso y político para decir «crucifícale», y por consiguiente el mundo no cree en Cristo, lo que constituye un acto solemne y demostrable de que está en pecado. Podríamos llegar a entender que el mundo no crea en ninguna otra persona, pero si no cree en Cristo, en quien no halló ninguna culpa, es una prueba evidente de que lo domina un principio maligno que Dios llama pecado.

La demostración final y absoluta de que el mundo está en pecado puede verse, no en el hecho de que los hombres hayan transgredido ciertas leyes de Dios, ni contaminado el templo o apedreado a los profetas, sino en que cuando Dios se manifestó en toda la gracia, el amor, el poder y bondad en la persona del Hijo encarnado para ocupar el lugar del hombre culpable, este le rechazó de manera formal rehusando creer en su Hijo. He aquí el hecho más sobresaliente que viene a demostrar el pecado del mundo. Sea cual sea la clase de justicia que pueda aparentar en ocasiones, o los avances de su civilización y progreso, la presencia del Espíritu es la prueba demostrable de un mundo que no cree en Cristo y que está bajo pecado.

 En segundo lugar, la condición maligna del mundo se demuestra con respecto a la justicia. La presencia del Espíritu no solo es la prueba de la ausencia de Cristo, sino también la de su presencia en la gloria. Si la ausencia de Cristo de este mundo es la mayor prueba contra el pecado, su presencia en la gloria es la mayor expresión de justicia. La maldad de los hombres llegó a cotas inalcanzables cuando pusieron al Simpecado sobre la cruz. Por una parte, está la justicia de que Cristo, tras ser clavado en ella, ha regresado al Padre, y por otra, que el mundo no le verá más. Por lo tanto, no puede por menos que tener derecho a su gloria en los lugares exaltados y que el mundo pierda tal derecho de no verle más, quedando así demostrado que está bajo pecado y sin justicia.

En último lugar, el Espíritu presenta la prueba del juicio con el que el príncipe de este mundo está juzgado. Detrás del pecado del hombre hay la astucia de Satanás. El hombre es solo una herramienta del diablo, pues Dios ha determinado en consejo poner a Cristo en el lugar de supremo poder en el Universo. Y el diablo se ha propuesto frustrar los propósitos de Dios. Desde el jardín de Edén hasta la cruz del Calvario ha utilizado al hombre como medio para llevar a cabo sus planes. Y cuando parecía que había triunfado al utilizarle para clavar en una cruz de deshonra al que Dios había destinado a un trono de gloria, la presencia del Espíritu es la prueba de que Dios ha triunfado sobre el pecado del hombre y el poder del diablo. El lugar de gloria donde está Cristo prueba que el diablo ha sido derrotado en lo que se refiere a todo su poder, lo que significa su juicio definitivo y absoluto, y si él es juzgado el mundo entero vendrá también a juicio por servirle. El juicio no ha sido aún ejecutado sobre sus moradores, pero a un nivel moral están ya condenados.

Este es el estado del mundo tal como lo ve Dios, demostrado por la presencia del Espíritu. Es un mundo bajo pecado, sin justicia y que va directo al juicio.

Cuatro obras del alfarero divino

 

Descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová diciendo: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero...?” Jeremías 18


Adán

Una de las obras sublimes de Dios, el alfarero divino, fue la del primer hombre, Adán. “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, Génesis 1.26. Sólo en este versículo hay la referencia en el capítulo a Dios en el plural. Al decir hagamos, la referencia es al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, indicando que ésta es la obra insigne de la creación.

Causa en nuestros corazones admiración el pensar que para formar al hombre el Dios del alto cielo bajó hasta el polvo de la tierra. El pudiera haber usado el oro más famoso del universo, pero tuvo a bien emplear material abundante y poco estimado.

Es humillante reconocer nuestro origen, pero aun así el hombre es la obra maestra de la creación. Desde el polvo Dios le ensalzó a tener señorío sobre los peces del mar, las aves del cielo y las bestias del campo. Sopló en su nariz aliento de vida, una palabra que figura en el plural en el texto hebreo, por cuanto (i) Dios le dio la vida física, la cual acaba cuando uno muere, y (ii) la vida del alma que es para la eternidad. En esto vemos una distinción entre el hombre y todas las demás criaturas. “Te alabaré, porque formidables y maravillosas son tus obras”, dijo el salmista en el 139.14 al referirse al ser humano.

Pero, “el vaso de barro que él hizo se echó a perder en su mano”. El primer hombre, tan pronto que salió de la mano del Hacedor, se echó a perder a causa del pecado. El Alfarero hizo otro según mejor le pareció. La calamidad que sucedió con el primer Adán parecía no admitir remedio, pero en su sabiduría infinita Dios ha podido producir una vasija nueva: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”, 2 Corintios 5.17.

Cristo

“Me preparaste cuerpo”, Hebreos 10.5.

Cristo, llamado el postrer Adán en 1 Corintios 15.45, es “espíritu vivificante”. El primer Adán fracasó, pero el postrero fue engendrado del Espíritu Santo, y de una virgen El nació inmaculado y sin naturaleza pecaminosa. Esta sí es la obra trascendental de Dios.

Las excelencias del postrer Adán son innumerables y quedan más allá de nuestra comprensión. El profeta Isaías dio testimonio de él unos setecientos años antes de su nacimiento, diciendo: “Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. El sería impecable, la personificación de amor puro, la plenitud de gracia y la preeminencia sobre todas las cosas.

Adán perdió su señorío sobre las criaturas, pero Cristo tuvo un dominio supremo, inclusive sobre los demonios. Al recibirle como Salvador, le entregamos sin reserva todo lo que tenemos y somos. Finalizada la Batalla de Trafalgar, el almirante francés abordó la fragata del almirante Nelson y extendió la mano para saludarle. Nelson no la recibió, sino dijo: “Su espada, primeramente, y la mano después”. La rendición nuestra debe ser absoluta; nada de espada en mano; el lenguaje debe ser, “Dejo el mundo y sigo a Cristo”.

En cuanto al postrer Adán, podemos decir que Él también se quebró en la mano del Alfarero. En el Calvario, en cumplimiento de los propósitos del Padre, aquella vida hermosa fue quebrada por un acto de violencia de parte de la criatura y por la justicia divina a la vez. “Se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”, Isaías 52.14.

En Filipenses 2.6 al 8 vemos sus siete pasos hacia abajo:

à no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse

àse despojó a sí mismo

àtomando forma de siervo

àhecho semejante a los hombres

àse humilló a sí mismo

àhaciéndose obediente hasta la muerte

ày muerte de cruz

Desde allí, la cruz, el Alfarero le hizo “otra vasija, según le pareció mejor hacerla:”

àle exaltó hasta lo sumo

àle dio un nombre que es sobre todo nombre para que — se doble toda rodilla

à en los cielos

àen la tierra

àdebajo de la tierra

àtoda lengua confiese que es Señor

àpara gloria de Dios Padre.

En el Calvario, “toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho”, Lucas 23.48. Pero habrá otro “espectáculo”, y de éste leemos en Apocalipsis 5. La multitud será de millones y millones. Cristo, el Cordero inmolado, habrá sido resucitado y será ensalzado a lo sumo; en medio del trono de Dios, El será digno de recibir la plenitud de bendición, honra, gloria y poder para siempre, no sólo de los ángeles sino también de los “ancianos”, los representantes de la Iglesia.

La humilde vasija de barro de tierra habrá sido transformada en Rey de reyes y Señor de señores, llenando las alturas de la gloria celestial con la fragancia de su presencia y la memoria de su triunfo en la Cruz.

Israel

Dios en su gracia soberana escogió a Israel de entre todas las naciones del mundo. La promesa a Abraham, por ejemplo, fue: “Pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera”, Génesis 17.2. De un solo hijo, Isaac, Dios le prometió al patriarca hacer una nación tan numerosa como la arena del mar y las estrellas del cielo.

El libro del Éxodo empieza con el espectáculo triste de Israel como esclavos, como el polvo de la tierra en la estimación de Faraón. Ese pueblo tuvo que trabajar sin remuneración, y luego fue levantado otro rey todavía más cruel, quien quería matar a cada niño varón en Israel.

Así fue la situación con Israel cuando Dios descendió del cielo para ver su miseria y oír sus gemidos. Eran como barro en manos del gran Alfarero, y El empezó a obrar por Moisés y Aarón, quebrantando la resistencia de Faraón para sacar a su pueblo con triunfo y cargado con muchas riquezas que los egipcios les dieron para apurar su salida.

Ese pueblo pasó cuarenta años en el desierto, aprendiendo la lección importante que Dios vale para todo y ellos no valían para nada. Una vez en Canaán, les fue dada su herencia e Israel prosperó y se hizo grande. Pero sería cumplida la figura: El vaso que él hacía sería roto en la mano del alfarero.

Israel disfrutó de la gracia de Dios, pero le dio las espaldas, entregándose a la idolatría y las demás abominaciones de los paganos. La nación despreció los esfuerzos de Jeremías y otros siervos de Dios que querían conducirles al arrepentimiento. Por fin Dios tuvo que traer a Nabucodonosor con sus ejércitos, los cuales matarían a miles. Además, llevaron los tesoros a Babilonia, prendiendo fuego a la ciudad de Jerusalén, la cual quedaría en ruinas por setenta años. Efectivamente, “la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano”.

Luego hubo una restauración parcial por medio del ministerio de Esdras, Nehemías y otros fieles hombres de Dios, hasta aquel acontecimiento insigne del nacimiento de nuestro glorioso Salvador. “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho”, pero, “el mundo no le conoció”, Juan 1.10. Las gentes despreciaron todo su amor y las bendiciones que El trajo, y al final gritaron, “¡Crucifícale!”, y, “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Le escupieron en el rostro, le insultaron y le abofetearon. Hasta el día de hoy el pueblo judío en general le tiene por impostor.

Unos 36 años más tarde, el ejército romano bajo el mando de Tito sitió la ciudad. Tras largos y costosos esfuerzos, penetró en Jerusalén y efectuó una matanza terrible, sin respetar ni ancianos ni niños. Se llevó a cabo lo pedido: la sangre fue sobre los hijos de la generación anterior.

Pero los propósitos de Dios se cumplirán todavía más. El gran Alfarero hará otra vasija, y será una mejor. La palabra profética nos enseña que después de tres años y medio de la Gran Tribulación, habrá una nación nueva compuesta de judíos fieles que no habrán aceptado la marca de la bestia.

Muchos miles, mártires de la fe y fieles al Señor Jesucristo, serán resucitados para ocupar un puesto de honor y dignidad en el reinado de nuestro Señor que durará mil años sobre la tierra.

La Iglesia

¿No tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros ...? Romanos 9.22 al 24

La Iglesia de Dios estaba en sus pensamientos y propósitos desde antes de la fundación del mundo; El “nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos”, Efesios 1.4. Nos amó cuando éramos extraños y enemigos de ánimo, y por medio de la redención nos ha hecho irreprensibles delante de él.

Así fue la Iglesia como barro en manos del Alfarero desde su inauguración el día de Pentecostés. Empezó con tres mil creyentes, dirigida por el Espíritu Santo, y creció hasta contar con cinco mil varones, con los esfuerzos de los apóstoles y los diáconos como Esteban y los evangelistas como Felipe. Había los que fueron hasta Antioquía, donde se formó la primera iglesia misionera y donde los creyentes fueron llamados por vez primera cristianos. Hasta aquí esta obra hermosa de Dios iba adelante.

Pero “la vasija de barro ... se echó a perder”.

Con Pérgamo, nombre que significa casado, empieza una época nueva; “Tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam ... también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas”, Apocalipsis 2.12 al 17. Es la Iglesia de Cristo casada con el mundo, resultado de que el emperador Constantino haya adoptado literalmente al cristianismo como la religión del Estado, con la mundanalidad que esto traía.

Luego aparece la Iglesia de Roma, apoyada por las potestades políticas, usurpando el poder religioso hasta gozar de monopolio y aplicando toda forma de tortura cruel para acabar con los cristianos fieles. Empiezan los llamados “siglos oscuros”, cuando la Biblia era prohibida terminantemente por los papas de Roma. La historia se vuelve triste.

Pero, “volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”.

En el transcurso del tiempo Dios levantó a los grandes reformadores: Lutero, Zwingli, Wycliffe y muchos hombres de Dios y siervos del Señor Jesucristo. Su gran admiración por las Sagradas Escrituras les impulsó a traducirlas en los idiomas del vulgo, y la luz de la Palabra disipó las tinieblas de ignorancia espiritual.

Creemos que el cuadro profético de la carta a Filadelfia, Apocalipsis 3.7 al 13, tuvo su cumplimiento pleno hace 150 años, cuando en varios países el Espíritu Santo comenzó a obrar en individuos doctos en la Palabra y espirituales en su modo de ser.

Ellos fueron convencidos que debían volver a la sencillez del Nuevo Testamento y rechazar los nombres sectarios y el clericalismo. Se congregaban en grupos pequeños que tomaban sólo el nombre del Señor Jesucristo y celebraban cada primer día de la semana la Cena del Señor.

Cristo se presentará para sí una Iglesia sin arruga, santa y sin mancha. No habrá más barro; participaremos de la naturaleza celestial de nuestro Señor. En Apocalipsis 19, donde leemos de las Bodas del Cordero, dice que su esposa se ha preparado, vistiéndose de lino fino, limpio y resplandeciente, porque “el lino fino es las acciones justas de los santos”.

La Iglesia de Cristo ha fracasado muchas veces, pero “el fin del negocio es mejor que su principio”, y por eso no debemos descuidarnos. En vista de la pronta venida de Cristo al aire en busca de su esposa, cuánto ejercicio debemos tener, para entonces decir, “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

Supongamos unas bodas de alto rango donde la novia se presenta con una mancha fea en su costoso vestido. ¡Qué humillación para el novio! ¡Qué reacción de parte de los convidados! Acordémonos de aquellas bodas donde el hombre se metió en la cena sin haberse vestido para la ocasión. Fue una falta imperdonable, y el rey mandó a echarle en las tinieblas de afuera.

Dijo Juan: “Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa, ataviada para su marido”, Apocalipsis 21.2. Que sea, pues, nuestro sentir el del himno que cantamos:

Haz lo que quieras de mí, Señor;
Tú el Alfarero, yo el barro soy.
Dócil y humilde anhelo ser;
cúmplase siempre en mí tu querer.

Santiago Saword