Despedida la multitud, subió Jesús al monte a orar
aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Mateo 14.23. Cristo es el que murió; más aún, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros. Romanos
8.34. Es de notar que nuestro Señor no encargó a ninguno de
los apóstoles a despedir la gente. Lo hizo El mismo, enseñándonos la
importancia de este ministerio. Al presenciarse uno extraño a las reuniones, la
manera en que se le despide puede dejar con él una impresión para bien o para
mal. Acompañando la despedida con una invitación amable a volver, puede
resultar en otro paso para ganar esa persona para Cristo. En cambio, una
despedida con frialdad puede desanimar al visitante.
La oración es devoción
Los discípulos
entraron en la barca y Cristo subió cerro arriba para orar a solas. Cuando bajó
ya era la cuarta vigilia, o sea entre las 3:00 y las 6:00 de la mañana, de
manera que Él había pasado la noche en oración. Los discípulos estaban bregando
con las olas y el viento, pero la barca no podía zozobrar porque Cristo estaba
orando por ellos.
En el Evangelio según
Lucas, que presenta a Cristo en su humanidad, se destaca su vida de oración. En
tal sagrado ejercicio se le encuentra siete veces antes de su crucifixión:
¨
en 3.21, en su
bautismo
¨
en 5.16, en un
lugar desierto
¨
en 6.12, toda
la noche
¨
en 9.18, orando
aparte
¨
en 9.28, en el
monte de la transfiguración
¨
en 11.1, en un
lugar no nombrado
¨
en 22.41, en el
Getsemaní
Él es la inspiración
perfecta para nosotros, para que sigamos sus pisadas. En Lucas se finaliza el
relato de su ascensión con él alzando las manos en el acto de oración,
derramando sobre sus discípulos las bendiciones del Padre. Es el gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos, dice Hebreos 4.14, añadiendo, “retengamos
nuestra profesión”.
En Salmo 141 David
clama a Dios en un gran apuro, diciendo: “Suba mi oración delante de ti como el
incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde”. El culto del templo
en Jerusalén empezaba con los primeros rayos de la luz, cuando el cordero era
ofrecido en holocausto sobre el altar de bronce, figura de Cristo padeciendo en
el Calvario. Fue el lugar afuera donde se realizó el acto que satisfizo la
justicia de Dios y abrió a la vez el paso para que los adoradores adorasen a
Dios. De nuevo a las 3:00 de la tarde había el holocausto con el sacrificio de
un cordero, y es notable que Mateo relata que fue “cerca de la hora novena” —
las 3:00 p.m. — que Cristo clamó en las tinieblas con gran voz, diciendo, “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Y, antes de entregar
el espíritu, El clamó, “Consumado es”. Este acontecimiento asombroso sincronizó
con la hora de la oración, Hechos 3.1, cuando en el lugar santo el sumo
sacerdote estaba ofreciendo incienso sobre el altar de oro. Este altar es
figura de él, quien entró en la presencia de Dios y abrió para nosotros un
camino nuevo y vivo a través del velo rasgado. Por eso cantamos, “En Cristo
habiendo hallado Pontífice real, por él a Dios llegamos con libertad filial
...” El incienso que tenemos ahora es la fragancia de su nombre glorioso y la
excelencia de todos sus atributos.
La oración es dedicación
Habiendo considerado
el lado devocional en cuanto a Cristo y la oración, pasamos al práctico.
En Hechos de los
Apóstoles, después de la ascensión del Señor, vemos a los discípulos
perseverando todos unánimes en oración y ruego por diez días. De repente el
Espíritu desciende sobre ellos, y “les aparecieron lenguas repartidas, como de
fuego ... y fueron llenos del Espíritu Santo”.
En este día de
Pentecostés la Iglesia tuvo su principio en la cuna de la oración, la cual
respaldó su testimonio dinámico delante del mundo cuando tres mil almas fueron
convertidas. La oración es una potencia irresistible, y es la primogenitura de
todo verdadero hijo de Dios.
Enseguida, en la
conversión milagrosa de Saulo de Tarso, el Señor se comunicó desde la gloria
con Ananías, su fiel discípulo, para enviarle a donde estaba hospedado este
nuevo convertido. Dijo: “He aquí, él ora”. Sin duda Pablo había pasado los tres
días de su ceguedad en la oración, Hechos 9.9,11. No leemos de otra persona tan
entregada a la oración, aparte del Señor mismo, como él.
En Romanos 8.15 dice,
“Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, ¡Abba, Padre!”
Una evidencia de vida en una criatura al nacer es su clamor. La madre lo
interpreta como solicitud por alimento. Hay la oración privada con la cual el
creyente debe empezar y terminar el día, y también puede valerse del acceso a
su Padre celestial en todo momento.
En 1 Timoteo 2.1 al 3 se trata de la
oración pública, nombrando cuatro elementos: (1) rogativas: son peticiones que nacen de una necesidad específica.
(2) oraciones: es la palabra básica
que se usa aquí, significando la reverencia al dirigirse uno a Dios. (3) peticiones: indican la confianza de un
niño en pedir una cosa; es el agradecimiento que va junto con la oración
Por un lado, podemos pedir
confiadamente: “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una
piedra?” Lucas 11.11,12. Por otro lado, debemos pedir según la voluntad divina:
“Esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a
su voluntad, él nos oye”, 1 Juan 5.14.
Nuestro Señor nos da una lección
práctica en Lucas 18.9 al 14, hablando de dos hombres y dos clases de oración.
Un hombre era fariseo y el otro publicano, y ambos subieron al templo a orar.
El fariseo oraba consigo mismo, pero no fue oído. El llamaba a Dios, pero en
simple formalismo. En cambio, hubo en el publicano un espíritu de humillación y
arrepentimiento. El no multiplicó palabras, pero las seis que usó salieron de
su corazón: “Dios sé propicio a mí, pecador”. El comentario de Cristo es que el
publicano descendió a su casa justificado, antes que el otro.
Ahora, ¿dónde orar? La
respuesta es: “en todo lugar”, 1 Timoteo 2.8. Jonás oró desde el vientre del
gran pez, y Dios le oyó. Pedro oró al hundirse en el mar. Su oración fue la más
breve y urgente de toda su vida: “¡Señor, sálvame!” Cristo no demoró en contestarle:
“Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él”, Mateo 14.30,31. Pablo y
Silas oraron en el calabozo, Hechos 16.25,26. De repente hubo un gran
terremoto, pero ellos dos habían estado orando y cantando himnos a medianoche.
Dios les contestó enseguida, permitiendo su libertad y dándoles también el gozo
de ver convertidos al carcelero y su familia.
Dios contesta
la oración
“Antes que clamen,
responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído”, Isaías 65.24. Dios contestó
las oraciones de su pueblo a favor de Pedro cuando estaba bajo sentencia de
muerte. Rescatado por un ángel, él se pareció a la puerta de la casa donde estaban
orando los creyentes, y ellos mismos no podían creerlo posible. ¡Su culto de
oración terminó súbitamente!
Por otro lado, hay las
oraciones inválidas, que no reciben respuesta. “Pedís mal, para gastar en
vuestros deleites”, Santiago 4.3. Hay a la vez las oraciones que sí son
respondidas, pero no como fue pedido. Por ejemplo, Pablo pidió tres veces al
Señor que le fuese quitado un aguijón en la carne, pero se quedó con él. El
recibió más bien un antídoto: “Bástate mi gracia, porque mi poder se
perfecciona en la debilidad”. El apóstol quedó completamente satisfecho con la
contesta.
La norma es:
“Perseverad en la oración”, Colosenses 4.2. Hay ocasiones cuando Dios no
contesta de una vez. El prolongado ejercicio es para nuestro bien y es
saludable para la vida espiritual. Nos inspira el ejemplo de Elías en la cumbre
del Carmelo, postrado en tierra. Él puso su rostro entre las rodillas y clamó a
Dios por lluvia. Envió su criado seis veces para ver si había señal de lluvia,
pero la respuesta fue negativa cada vez. Por fin, la séptima vez el criado vio
una pequeña nube, como la palma de la mano de un hombre, 1 Reyes 18.41 al 45.
Con esto el profeta sabía que Dios había contestado su oración, y enseguida se
oscurecieron los cielos con nubes y viento. Hubo una gran lluvia.
No debemos desmayar en las súplicas a
favor de los hijos y otros seres queridos que no son salvos. Mejor las
oraciones con lágrimas antes que ellos mueran en vez de después, como en el
caso de David. Nunca leemos que él haya orado por Absalón su hijo rebelde, pero
leemos de su llanto inconsolable cuando fue demasiado tarde.
En una ocasión en el tiempo del rey Ezequías y el
profeta Isaías, estaba acampado fuera de Jerusalén el rey Senaquerib, quien se
consideraba invencible, con su ejército formidable. Él estaba resuelto a
destruir la ciudad. Ezequías clamaba a Dios en oración, y aquella misma noche
el ángel de Jehová mató a 185.000 soldados enemigos.
Nuestro Señor, antes de efectuar la
resurrección de Lázaro, se dirigió al Padre en oración. Le dio las gracias por
haberle oído, y luego clamó a gran voz, “¡Lázaro, ven fuera!” El que había
muerto salió, Juan 11.41 al 43.
La oración no ha perdido su eficacia, y
en tiempos modernos lo milagroso ha sucedido y está sucediendo en respuesta a
la oración.
Sra. Logan, quien servía al Señor con
su esposo en el África en años recientes, estaba viajando con sus hijos
pequeños en una balsa en un río caudaloso. Había escasez donde vivían, y ella
buscaba provisiones en otra parte. Todo iba bien hasta que un cocodrilo empezó
a seguirles; era un animal capaz de quitarles de la balsa. La señora madre
comenzó a orar fervorosamente a Dios, pidiendo protección del cocodrilo y
alimento para su familia. De repente un gran pez saltó del agua, y en un
momento el cocodrilo le quitó la cabeza al pez y desapareció, dejando el resto
del pez flotando sobre la superficie. El africano que guiaba la balsa buscó los
restos, preparó el buen pescado a la orilla del río y acompañó a la familia en
su buena comida.
En mi propio caso hubo la ocasión
cuando levantaba un pequeño local evangélico en Boquerón, después de haber
visto allí fruto en el evangelio. Al regresar un mediodía a Boquerón desde
Valencia, descubrí que mis anteojos bifocales no estaban en mi bolsillo, ni los
encontré en otra parte. Un muchacho, llamado Bachiller, por cierto, ofreció ayudarme hacer un rastreo de la
hacienda de caña por donde yo había caminado al caserío, pero no encontramos
nada allí ni más lejos. “Bachiller”, pregunté, “¿tú crees en Dios?” “¡Sí!” me
contestó.
“¿Y crees en la oración?” “Cómo no”,
respondió.
“¿Entonces crees que El me conseguirá
los anteojos?” “¡Eso no! Los anteojos están perdidos”. Monté un carro de
alquiler y, siendo el único pasajero, empecé a conversar con el chofer. Sin
darme cuenta que él fue quien me llevó en el viaje el día antes, comenté la
pérdida de mis anteojos.
El día siguiente oímos
un toque de bocina. El mismo chofer me exclamó: “¡Aquí están, Papá!”
Efectivamente, el estuche y los lentes. Él explicó que había quitado los
asientos para lavar el carro, y así encontró lo perdido. Lo primero que hice
fue buscar a Bachiller para mostrarle que Dios sí contesta la oración.
Nuestro Dios es
omnisciente, sabe todo; omnipresente, está en todo lugar; y, omnipotente, nada
es demasiado difícil para él. Sus recursos son inagotables y le honramos al
llevarle todo en oración. Echemos, entonces, toda nuestra ansiedad sobre él,
porque Él tiene cuidado de nosotros, 1 Pedro 5.7.
Jehová-nisi
El primer encuentro
del pueblo de Israel con el enemigo después de cruzar el Mar Rojo, emprendida
la peregrinación por el desierto, fue con Amalec, quien es en la Biblia un tipo
de la carne. El creyente en su peregrinación por este mundo, convertido y bautizado,
debe estar pendiente de los ataques contra el alma, porque tiene tres enemigos
que son el mundo, Satanás y la carne.
Moisés mandó a Josué
escoger varones y salir a pelear contra Amalec, y éste fue derrotado a filo de
espada. Sabemos por Hebreos 4.12 que la espada es una figura de la Palabra de
Dios. Pero el secreto de la victoria de Josué y su ejército en el campo de batalla
se ve en lo que estaba sucediendo en la cumbre del collado. Allí estaba Moisés
sentado sobre una piedra, y mientras él alzaba las manos Israel prevalecía,
pero si las bajaba Amalec prevalecía; por esto, Aarón y Ur sostuvieron las
manos de Moisés y la victoria fue segura. La piedra es, por supuesto, una
figura de Cristo, “piedra viva, escogida y preciosa”, 1 Pedro 2.4: el
fundamento de nuestra fe.
¿Cuál será la lección
para nosotros? Como Josué, tenemos que usar la espada del Espíritu y juzgar la
carne que está en nosotros. En Aarón vemos una figura de nuestro gran sumo
sacerdote, arriba en “la cumbre”, y en Moisés discernimos al creyente con las manos
alzadas delante de Dios en oración. “... que los hombres oren en todo lugar,
levantando manos santas”, 1 Timoteo 2.8. Ur también es tipo del Espíritu, quien
siempre intercede por nosotros con gemidos indecibles.
La promesa de Cristo en Juan 14.16 es:
“Yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador, para que esté con vosotros
para siempre”. Es muy notable que la palabra consolador signifique “uno a
nuestro lado;” es parákletos,
traducida como abogado en 1 Juan 2.1. Nuestro “parákletos” está en el cielo y
en espíritu está con nosotros aquí. “He aquí estoy con vosotros todos los
días”, dice. Está allí, delante de la justa presencia de Dios, para defendernos
en nuestras faltas y flaquezas.
Para celebrar la victoria, Moisés
levantó con Israel un altar llamado Jehová-nisi, que quiere decir, “Jehová es
mi bandera”. Le atribuyeron la victoria a Dios, y cuán importante es rendir las
gracias al Señor en cada triunfo que Él nos conceda: “Cual pendón hermoso
desplegamos hoy, la bandera de la cruz. La verdad del evangelio, el blasón del
soldado de Jesús”.
Santiago Saword