sábado, 31 de mayo de 2025

El Evangelista y su evangelio: Mateo – El hombre y su libro

 Carta gráfica sobre los siete montes


Su conversión

En Mateo 9.9,10 se relata la conversión de Mateo, un recaudador de impuestos para el gobierno imperial de Roma. Cada pieza de plata que pasaba por sus manos llevaba impresa la imagen de César — “¿De quién es esta imagen y la inscripción?” Marcos 12.16 — así que el dinero llenó su corazón. Cierto día Cristo pasó por allí y, mirándole, le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y le siguió, y el Evangelio según Lucas añade el detalle, “Dejándolo todo”. Cuando Mateo relata su propia conversión, su modestia no le permite referirse al tal sacrificio.

El ofreció una cena en su casa, convidando a sus colegas para así confesar delante de ellos que él ya era de Cristo. También es con modestia que Mateo hace referencia al banquete, sin decir que lo ofreció en su casa y que él era el anfitrión. De estos detalles nos informan Marcos y Lucas. En Cristo hubo un atractivo irresistible, mayor que el dinero al cual él estaba entregado antes. En el caso de Zaqueo, el jefe de los publicanos, él sólo dio la mitad de sus bienes a los pobres, guardando el resto, pero Mateo dejó todo. Zaqueo nunca llegó a ser apóstol de Cristo. Pedro y los demás podrían decir, “He aquí nosotros lo hemos dejado todo”. El joven rico quería aferrarse a sus riquezas y a la misma vez poseer la vida eterna; Cristo exige que dejemos todo sin dejar algo entre él y nosotros.

Su nombre

Mateo significa “don de Dios”. Marcos y Lucas le llaman Leví, que quiere decir “juntado”. Es posible que fuese conocido también por ese nombre, pero en su evangelio él es Mateo y nos hace pensar en Aquel que es el don inefable de Dios. En Hechos, un libro escrito por Lucas, su nombre en 1.13 es Mateo, de acuerdo con el título del primer evangelio.

Antes de salvo, Mateo estaba juntado a su banco de impuestos, pero después fue juntado a Cristo para siempre. Desde aquel mismo día se borró de su corazón la imagen de César, y comenzó a desarrollarse en él una imagen nueva, la del Rey de reyes y Señor de señores. Hubo un eclipse total y espiritual, y con esta nueva visión él fue escogido por el Espíritu Santo para escribir su evangelio acerca de Cristo como el Rey. No debemos estar contentos con tan sólo nuestra posición por gracia, sino encontrar nuestro mayor contentamiento en la persona suya.

Habiendo acompañado a Cristo por tres años, guardando sus dichos en su corazón y presenciando sus maravillosas obras de compasión, él fue escogido para escribir por inspiración divina. ¡Cuánto debemos agradecerle por esta obra magna e inmortal! Cada creyente verdadero ha sido llamado por Cristo para seguirle y a su vez testificar fielmente delante del mundo, como hizo Mateo, de su Salvador.

Uno entre cuatro

El diseño de las Sagradas Escrituras es perfecto. En Apocalipsis 4.6 al 7 hay una descripción de los cuatro seres vivientes alrededor del trono, llenos de ojos delante y detrás como símbolo de inteligencia perfecta. Ellos son los guardianes del trono celestial.

A la vez, cada uno de los cuatro hombres escogidos para escribir de la vida terrenal del Señor, tenía también su propia aptitud. Cuatro es el número que significa la entereza, de manera que contamos con un cuadro completo del Salvador. Cada escritor, dirigido por el Espíritu, contribuye fielmente su parte correspondiente.

La primera de aquellas criaturas es el león, simbólico del rey, que representa a Cristo como el León de la tribu de Judá, Apocalipsis 5.5. Esto corresponde al primer evangelio, que es Mateo y cuyo tema es el Rey. De esa tribu procedió David, y Cristo era descendiente suyo según la genealogía de Mateo 1. Es de notar que en esa genealogía se nombran diecisiete varones que engendraron hijos, pero en el versículo 16 leemos, “María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”. Él no fue engendrado por hombre sino por poder del Espíritu Santo.

El segundo ser viviente es como un becerro o buey, el animal de trabajo y fiel servidor del hombre. Este es el tema del segundo evangelio, que es Marcos. Cristo es presentado como el siervo obediente, dispuesto como el buey para el yugo o el altar.

Marcos, siendo joven, fue llevado por Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero como ayudante en lo material, pero no aguantó y volvió a la casa materna. Sin embargo, años después, Pablo escribió desde Roma a Timoteo, diciendo, “Toma a Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”, 2 Timoteo 4.11.

Así el siervo fracasado, pero restaurado, fue escogido por el Espíritu de Dios para escribir la biografía de aquel Siervo de quien un profeta había escrito: “Jehová el Señor me abrió el oído y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. ¡Gracias a Dios por aquel Siervo que fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Isaías 50.5, Filipenses 2.8.

El tercer ser viviente tiene rostro de hombre y corresponde al tema de Lucas, quien habla de la perfecta humanidad de nuestro Señor. Su tema es Cristo como el Hijo del Hombre. Lucas, un médico, fue la persona ideal para escribir de Cristo como el Hijo del Hombre. En su evangelio encontramos el certificado de nacimiento del Salvador, el certificado de su muerte y — cosa que otro no ha podido dar con la misma autoridad — un certificado de 49 versículos sobre su resurrección, seguido por el relato de su ascensión.

El cuarto ser es un águila en vuelo, indicándonos que Cristo no era de este mundo sino de arriba. “El que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo”, Juan 3.13. He aquí una indicación de su omnipresencia, atributo exclusivo de la deidad. El descendió de la presencia de Dios para efectuar la obra de la redención, y después ascendió, “hecho más sublime que los cielos”. Juan escribió el cuarto evangelio, y su tema es Cristo como el Hijo de Dios.

Este discípulo tomaba el lugar más cerca de su Señor; es el de Juan 13.23: “Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús”. Fue el único varón que acompañó a las mujeres que se pararon al pie de la cruz. Su amor se manifestó en su devoción hasta el fin, y él pudo dar testimonio del amor de Cristo, escribiendo: “Como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”.

Juan es el escritor que recuerda la barbaridad del soldado al perforar el costado del Salvador y cuenta también lo que siguió este acto. Siendo el apóstol del amor, fue escogido para escribir el evangelio que trata de aquel cuyo amor trasciende todo pensar. Él comprueba por las señales maravillosas que hacía Cristo que éste era el eterno Hijo de Dios, cosa que afirmará de nuevo en su primera epístola.

Es él quien nos da las palabras: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, Juan 8.12. En su primera epístola leemos: “Si andamos en luz como él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. Así sea.

Su escrito

Mateo nunca se destacó como predicador sino como escritor. Sin embargo, de esta manera ha alcanzado a centenares de miles de almas con el mensaje encantador de la salvación que hay en Cristo. En el capítulo 2 los magos vienen de oriente a adorarle. Los judíos no tenían lugar para él y por esto nació en un establo. En cambio, estos orientales le honraron con sus preciosas ofrendas de oro, incienso y mirra. El Padre traspasó el lindero racial y nacional para traer adoradores a los pies de su Hijo.

Este evangelio cuenta con veintiocho capítulos, excediendo así a los otros tres. El capítulo 27, que relata los detalles de la crucifixión, es más largo que los demás. El versículo 22 contiene la pregunta trascendental de los siglos: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”

Las siete parábolas de Mateo 13 tienen su correspondencia en las siete iglesias de Asia de las cuales leemos en Apocalipsis 2 y 3, y de interés especial es la sexta parábola acerca de la perla de gran precio. Esta tiene una relación hermosa con la sexta iglesia, la de Filadelfia. En el capítulo 16 se lee de la Iglesia en su aspecto universal, y en el 18 de la iglesia local de los dos o tres congregados en el nombre del Señor, y El en medio de ellos.

El sermón profético de los capítulos 24 y 25 se refiere claramente a Israel. El Señor está sentado en el Monte de los Olivos, un detalle que nos hace pensar en Zacarías 14.4; El volverá a ese mismo monte en poder y gloria para vencer a sus enemigos e inaugurar su reino milenario en Jerusalén.

Orientándose bien en el aspecto dispensacional de esta profecía, el creyente no confundirá las palabras, “El que persevere hasta el fin será salvo”, como relacionadas con el mensaje del evangelio de la gracia. No es para nosotros asunto de alcanzar la salvación por perseverar, sino por fe en la obra suficiente de Cristo. La perseverancia es evidencia de ser verdaderamente salvo.

¿Quién subirá al monte de Jehová?

La especialidad de Mateo es la presentación de Cristo sobre siete montes, siendo siete el número de la perfección. Son símbolos de su grandeza, majestad, ensalzamiento, inmutabilidad, firmeza y preeminencia. Despliegan la magnitud del poder de Dios el Creador en contraste con la pequeñez del hombre, un gusano de la tierra.

En su vida terrenal nuestro Salvador era el señalado entre diez mil. Los ojos profanos podían ver solamente al Jesús nazareno, “el hijo de José, el carpintero”, pero Juan dio testimonio de él diciendo, “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

La referencia en Isaías 52.7 a sus pies hermosos sobre los montes nos hace pensar en las penalidades que aquel fiel mensajero de paz y salvación tuvo que sufrir, enfrentándose a peligros, soledad y cansancio por amor a nosotros, para traernos descanso, refugio y bendición eterna.

Cada uno de estos estudios de los montes tiene sus dos lados: el devocional y el práctico. El creyente podrá acompañar al Señor en espíritu en las distintas etapas de su vida terrenal, desde su bautismo en el Jordán hasta la despedida de sus discípulos en el Monte de los Olivos y su ascensión al cielo.

Estas meditaciones deben inculcar en nuestros corazones una admiración por su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, como también una admiración por las excelencias infinitas de su persona, su amor incambiable y su gracia trascendental. Así se enriquecerá la adoración que le rendiremos. Además, encontramos en el ejemplo suyo una inspiración para nuestras vidas mientras estemos en este mundo.

Adentro y afuera

Estos dos aspectos de la vida cristiana — el devocional y el práctico — son inseparables. Así como la máquina locomotora necesita dos rieles para andar, el creyente necesita la devoción y la aplicación práctica. Fue por descuido del lado devocional, dejando su primer amor, que la iglesia de Éfeso sufrió una caída espiritual. “Poniendo toda diligencia ..., añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”, 2 Pedro 1.8. “Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.

Es lamentable que tantos creyentes queden retardados espiritualmente por falta de leer y escudriñar las Escrituras. Ellos no tienen un conocimiento amplio del Señor. Es la oración de este autor que sus hermanos en la fe reciban un impulso divino para dedicar más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, asimilándola y poniéndola en práctica día a día.

Santiago Saword


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