viernes, 30 de mayo de 2025

Viviendo por encima del promedio (23)

 


Asignaré nombres ficticios a esta pareja por razones que se volverán claras a medida que avanza la historia. Emie era oficial en el ejército estadounidense, ubicado en una gran base en los Estados Unidos. Elise estuvo dispuesta a renun­ciar a su carrera; sentía que su llamado era quedarse en casa y criar a sus dos hijos. Aparte de los usuales pequeños de­sacuerdos, su matrimonio era feliz.

Entonces Emie fue transferido a Japón. Fue en un tiem­po en el que las familias no tenían la libertad de acompañar al padre. Pero esta familia se mantuvo en contacto cercano por medio del correo. Era siempre el mejor momento de la semana cuando llegaba una carta de Papá. Los niños se sen­taban en el suelo cerca de Mamá mientras ella les leía la carta. Las noticias se convertían en el tema de charla del resto del día. Parecía que Papá no estaba tan lejos.

Así que fue motivo de alarma cuando pasó una semana y no había llegado su carta. Elise tenía una viva imagina­ción. Veía a Emie enfermo, o en medio de un accidente, o siendo parte de alguna peligrosa misión secreta. Pasaron dos semanas y no llegaba su carta. Si hubiese habido un accidente o alguna enfermedad, a esta altura ya le habrían notificado. Tres semanas y sin correo. Cuatro. Finalmente, llegó una carta y con ella el golpe. Los temores de Elise se habían vuelto una realidad. Era increíble. ¿Qué había he­cho para merecer esto? Estaba devastada, demasiado abru­mada como para compartírselo a los niños.

Finalmente, uno de ellos preguntó: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Le pasó algo a Papá? ¿Qué dice en la carta?”

Fue una tortura contarles que su padre se había enamo­rado de otra mujer. Vio la sorpresa en sus rostros. Obvia­mente no pudieron asimilar todo en ese momento. Pero sí se dieron cuenta de que Papá ya no volvería con ellos. Fi­nalmente, uno de ellos dijo: “Mamá, ¿puedo preguntarte al­go? Que Papá no nos ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿verdad?”

A Elise le impresionó la pregunta. Le recordó el Salmo 8:2: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza.” En su desolación y angustia, en ningún mo­mento se le ocurrió esa idea. Luego de luchar con la pre­gunta, ella contestó: “Es verdad, podemos amarlo.” Pero te­nía un nudo en la garganta cuando lo dijo. Su hijo pequeño dijo: “Bueno, ¿puedes escribirle y pedirle que por favor si­ga escribiéndonos porque nosotros todavía queremos amar­lo?” Esto significaba que quizás aún recibirían cartas de él.

Al hacerlo, los detalles de su infidelidad se empezaron a revelar. Se había enamorado de su criada de quince años. Con el correr de los años, tuvo varios hijos de ella. A Elise todavía le costaba creer lo que había sucedido, y no estaba lista para otro golpe. Pero había otra calamidad bajo la manga.

Recibió una carta de Emie que decía: “Querida Elise: Me apena estar escribiéndote esto, pero me han diagnosti­cado cáncer, y no me queda mucho tiempo de vida. Perdí mi derecho a pensión, y estamos viviendo con escasos re­cursos. Después que muera, ¿estarías dispuesta a enviar al­go de dinero para ayudar a mi familia?”

Después de leer, Elise se dijo a sí misma: “Bueno, es lo que me faltaba escuchar.” No podía creer su desfachatez e impenitencia. Ni una palabra de disculpa. No confesó nada ni pidió perdón. Era algo incomprensible.

Pero reflexionando más sobriamente, recordó lo que su hijo le había preguntado: “Mamá, que Papá no nos ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿ver­dad?” Así que le contestó y le explicó que, aunque no po­dría enviarles dinero, sí había algo que ella podía hacer. Inscribió: “Te diré lo que voy a hacer. ¿Por qué no arreglas para que ellos vengan aquí a Estados Unidos después que mueras? Ellos podrán quedarse aquí en casa y les enseñaré como autosostenerse.”

Y eso fue lo que sucedió. Más adelante Elise explicó: “Tenía dos opciones. Podía mirar atrás al pasado y maldecir a ese hombre por lo que me había hecho, o podía agrade­cerle a Dios por darme el privilegio de hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro en este mundo.”

Sin dudas, hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro implicaba compartir el evangelio con esta familia adoptada, para que ellos también se volvieran luces para el Señor.

El arzobispo Temple tenía razón cuando dijo: “Devol­ver mal por bien es diabólico. Devolver bien por bien es hu­mano. Devolver bien por mal es divino.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario