lunes, 5 de septiembre de 2016

Doctrina: Cristología. (Parte IX)

V. La Deidad de Cristo


C.  El testimonio en el Nuevo Testamento.
El testimonio que nos da el Nuevo Testamento sobre la Deidad del Señor Jesucristo es fundamental y es la base para esta doctrina. En él encontramos los dichos que atestiguan y aseveran que Jesús de Nazaret es Dios y lo reconocían como tal y le entregaban la debida adoración.
Revisemos algunos pasajes que nos hablan de nuestro tema:

1.   Se le llamó Dios.
Quizás la exclamación de Tomás, a las palabras de Jesús resucitado,  “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28) revela la verdadera naturaleza de Jesús el Mesías y que Tomás lo tenía arraigado en lo más profundo de su corazón. Si antes tenía dudas acerca de la Divinidad del Señor, ahora, que lo veía ante él de pie y hablándole, ya no existían. Y Juan, casi terminando el primer siglo, escribe sin ninguna duda:”… y el Verbo era Dios” (Juan 1:1c)[1]. Y Pablo le escribió a los creyentes en Roma: “de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 9:5). Juan en su primera carta expresó: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).
Los testimonios que hemos citado bastan para comprender que Jesús el Mesías era Dios. Que los testigos presenciales lo consideraban que era Dios e incluso Pablo, que no estuvo presente en el ministerio del Señor, lo reconoce como Dios. Es cierto que hay pasajes que pueden darnos la idea que el Señor Jesucristo no era Dios, pero siempre debemos interpretar esos pasajes difíciles a la luz de los pasajes que son claros y explícitos como los que hemos detallado. 
2.   Se le llamó Hijo de Dios.
El término “Hijo” implica igualdad y, al mismo tiempo, subordinación.  Lo que queremos decir lo explicamos con el siguiente ejemplo: un Padre  y su Hijo son iguales como personas, ambos son de la misma sustancia: ambos son similares ya que son de carne y huesos. Por tanto, siguiendo la misma analogía, esto implica igualdad entre Dios Padre y el Hijo, porque son de la misma sustancia.
En el caso de la subordinación, que lo analizaremos más adelante en otro artículo, diremos que voluntariamente se coloca bajo la autoridad del Padre y hace lo que éste le indica. No implica en la caso del Señor que hubo ni hay abuso de poder, sino que el Hijo dio un paso voluntario para lograr la redención de los hombres que creyesen.
Desde el primer versículo de Evangelio de Marcos deja bien claro que Jesucristo es “Hijo de Dios”. Con esto establece la pauta que no es sólo un mero hombre, sino el Hijo de Dios encarnado. Aunque no escribe nada acerca de este proceso, como lo hacen Mateo y Lucas en su respectivos evangelios, si expresa lo mismo que describe Pablo a los Filipenses (2:5-8), que si bien es el Hijo de Dios, este vino a servir y no ser servido.
En Lucas, el Ángel le revela a María el origen de este hijo que iba a nacer de ella: “será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Y más adelante, Lucas, cuando detalla la  genealogía de Jesús,  no deja conectar su ascendencia con Dios mismo (Lucas 3:38).
Satanás, cuando tentó al Señor en el desierto, le dijo “si eres Hijo de Dios” (Mateo 4:3, 6). Si bien lo hizo poniendo en duda su condición de Hijo, no para negar que Jesús poseyese esa condición, sino su fin era forzarlo a hacer algo para lo que él no había venido. De ahí la respuesta del Señor: “Escrito está…”.
En el ministerio del Señor Jesús, es curioso que los mismos demonios daban testimonio que este hombre que estaba delante de ellos expulsándolos era el “Hijo de Dios”: “También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo.” (Lucas 4:41, vea también Marcos 3:11; Mateo 8:29). El hecho que pudiera lograr esa expulsión con su sola autoridad, hablaba por sí mismo que a este hombre al que ellos llamaban “Hijo de Dios” era el mismo Dios.
El mismo Señor Jesucristo dio testimonio de sí mismo como Hijo de Dios: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.” (Juan 5:25).
Por último, Pablo le escribe a los romanos: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;” (Romanos 8:3).
Además podemos citar las siguientes referencias que sería conveniente tener estudiar: Mateo 27:40, 43; Juan 1:34; 19:7; 10:36; 11:4; 20:31; 2 Corintios 1:19; Gálatas 2:20; Hebreos 4:14; 10:29; 1 Juan 3:8; 4:15; 5:5,10,12,13; Apocalipsis 2:18.
3.   Se le llamó Señor.
Antes de detallar los pasajes que nos indican que Jesús se llamó así mismo Señor o le llamaron Señor, diremos que se entiende cuando pronunciamos esta palabra. Señor viene del griego Kurios y era el equivalente del término hebreo Adonai, que quiere decir Señor y se utilizaban exclusivamente para referirse a Dios, de esta manera el devoto judío reemplazaba el nombre de Jehová por Adonaí porque era un nombre demasiado santo y temían usarlo para hechos profanos. Por lo tanto, cuando el Mesías usaba el título de Señor, en realidad estaba diciendo que él era Dios. En Mateo 4:7, 10 se ve un ejemplo claro de lo que hemos dicho (cf. Mateo 22:37).
De acuerdo a lo que hemos indicado, encontramos en la Escritura ejemplos que  hablan de Jesús como SEÑOR, dicho por el mismo:
·         “…porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo.” (Mat. 12:8);
·         Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti. (Marcos 5:19)
·         “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan 13:13).
Pero también encontramos que los discípulos le llamaban “SEÑOR” cuando estaban con él, y cuando llevaban a otros a Cristo.
·         Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan 20:28)
·         “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36)
·         “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59).
·         “Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén;” (Hechos 9:13).
·         “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” (Hechos 16:31).
Y en el último libro de la Biblia encontramos lo siguiente: en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap.19:16).  La expresión “Rey de Reyes” aparece en el antiguo testamento tres veces (Ezequiel 26:7; Daniel 2:37; Esdras 7:12) y en referencia a rey de Babilonia y de Persia; y la expresión de “Señor de Señores” la encontramos en Deuteronomio 10:17 y el Salmo  136:3 y en referencia a superioridad de Dios. Por lo tanto este título divino nos habla de la supremacía que el Señor tendrá cuando vuelva en su segunda venida (1 Timoteo 6:14-15).

4.   Otros nombre.
“… el primero y el último” (Ap. 1:17; Ver también Apocalipsis 22:13).  Este título se aplica a Dios en el libro de Isaías (41:4; 44:6; 48:12).
Alfa y Omega (Ap. 22:13; 1:8,11).

5.   Su relación con la Divinidad.
a)    Igualdad divina.
En la oración sumo sacerdotal del Señor Jesús en Juan 17, expresa y anhela aquella gloría que tuvo con el Padre antes de la encarnación. Dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Juan 17:5). O como lo expone Pablo: “…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil. 2: 6a). Ni por ningún momento pensemos que él dejo de ser Dios por hacerse hombre, por ningún momento perdió su condición divina. El mismo expresa que él era igual a Dios, porque quien lo veía a él, veía al Padre: “y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12:45).
En forma innegable,  Pablo recalca a los colosenses respecto del Señor: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Si hubiese sido un ser creado como algunos en forma de doctrina enseñan, jamás se hubiera escrito esto tan revelador respecto del Hijo de Dios. Ni el autor de la carta a los hebreos hubiera escrito: el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3a).
Por tanto, el Hijo, siendo de la misma sustancia del Padre, era uno con el Padre y por ende, Dios mismo.
b)   Relación divina.
Con respecto a la relación divina, no ha habido nadie tan unido a su Padre como la relación que manifestaba el Hijo hacia el Padre. Él mostraba una obediencia perfecta, sabiendo que al hacerlo lo llevaría a morir en una forma tan ignominiosa y cruel, como era la crucifixión, muerte reservada a los criminales y esclavos (Juan 5:30; 6:38; Lucas 22:42; Hebreos 10:7,9). A pesar de lo anterior, el Señor podía expresar con profunda convicción: “Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:30), dejando en claro cuan profunda era la unión que había en ellos; el uno estaba al lado del otro.
Además, encontramos que desde el comienzo de la Iglesia, ya se colocaba a un mismo nivel el Padre y al Hijo. Vemos esto en la formula bautismal de Mateo 28:19. Fijémonos en la expresión “en el nombre”.  Al estar en singular, y no en plural, podemos entender que no existe diferenciación de personas, sino que son una sola y están a un mismo nivel. Si se hubiera querido establecer que existe una diferencia entre las personas, se hubiera expresado de otra manera  en forma clara, y explícitamente se muestren a estas personas que no son iguales y no existe una unidad entre ellas.
Pablo no dejó de mostrar esta unión en bendición apostólica: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” (2 Corintios 13:14); “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.” (2 Tesalonicenses 2:16, 17).
En otros pasajes  encontramos que hablan de esta relación de igual son los siguientes: Juan 14:23; 17:3.
6.   Recibió Adoración.
Desde que la ley fue promulgada, quedó claro que la adoración pertenece en forma exclusiva a Dios (Éxodo 20:3-6 cf. Mateo 4:10 y Apocalipsis 22:8,9). Y en algunos pasajes vemos que el Señor Jesucristo recibió verdadera adoración. Por lo que podemos concluir que Cristo es Dios.
Podemos imaginarnos cuanto asombro debió haber provocado que unos extranjero llegasen a la capital del reino de Herodes “diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle... Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.” (Mat. 2:2, 11). Los sabios del oriente no fueron para adorar a Dios en el templo, o a María, sino a Cristo Jesús, recién nacido. Ya iniciado su ministerio él acepto la adoración  de los discípulos, después que vieron como caminaba sobre las aguas en una noche tormentosa e hizo caminar a Pedro sobre las aguas y como el clima se calmó después que Él subió a la barca. “Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mat. 14:33).
Otros ejemplos los encontramos en que se muestra la adoración que se rindió al Señor: Mateo 9:18; Lucas 24:52.
Para los discípulos  hubiera sido muy complicado, como hombres religiosos, educados bajo la enseñanza de un rabino de la sinagoga local, rendir adoración sino estuviesen convencidos que el Mesías era Dios. Si Cristo no hubiera sido Dios, entonces esta adoración hubiese sido idolatría. Sin embargo, es mandato de Dios que el Hijo sea adorado: “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios.” (Hebreos 1:6). “…para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.” (Juan 5:23). Esto es cierto por todas las edades, los cristianos hemos adorado a Cristo como Dios. Los hombres nacidos de nuevo no hubiesen estado satisfechos de adorar a un mero hombre.



[1] En un artículo futuro se analizará este versículo en detalle, ya que los mal llamados Testigos de Jehová  lo tergiversan traduciéndole deliberadamente mal en la versión “Nuevo Mundo”, y no solo en este pasaje sino en otros pajes claves de la Escritura.

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