[El Padre], el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo. Colosenses 1:13
El establecimiento del
reino de los cielos se ha pospuesto hasta el regreso del Señor Jesús. En ese
momento, el remanente de Israel lo recibirá con gozo. Mientras tanto, durante
el intervalo actual en el que el Rey está ausente, el reino se encuentra en una
forma misteriosa.
El apóstol Pablo
predicaba acerca de “otro Rey, Jesús” (Hch. 17:7), y nosotros estamos en el
reino del amado Hijo de Dios. ¿Qué significa esto para quienes forman parte de
este reino? Obviamente, que él es nuestro Soberano Gobernante, es decir, el
Rey, y nosotros somos súbditos en su reino. Ocupamos este lugar y debemos
reconocerlo, al igual que reconocemos la verdad de la Iglesia. Por supuesto, no
nos referimos a él como ’Rey de la Iglesia’, ya que él es Cabeza de
la Iglesia, pero cuando hablamos del reino, le damos su verdadero lugar como
rey. Los cristianos formamos parte de tres esferas distintas que no deben
confundirse ni mezclarse: la Iglesia, la Familia de Dios y el Reino.
En cuanto al reino, el
Nuevo Testamento nos lo presenta en dos aspectos. Cuando consideramos su
aspecto terrenal, podremos notar ciertas fallas, ya que abarca tanto a los
“hijos del reino” como a los “hijos del malo” (el “trigo” y la
“cizaña”; Mt. 13:38). Pero también está el aspecto celestial (o divino)
del reino, al cual solo pertenecen aquellos que han nacido de nuevo. Este es el
aspecto mencionado en Colosenses 1:13. No hay contradicción entre estos
dos aspectos, ya que uno se refiere al lado terrenal y el otro al lado divino.
Nuestra profesión de fe nos reconoce
como súbditos de nuestro Señor en la tierra, por lo tanto, estamos en su reino
entre los hombres. Sin embargo, esto podría ser solo una profesión superficial.
Si hemos nacido de nuevo y somos salvos, entonces pertenecemos a Dios y a su
Hijo, y por ese hecho pertenecemos al reino en su aspecto divino y celestial.
En este reino que ya está formado en la
tierra (aunque no aún en su etapa de manifestación pública), no hay un rey
visible. Tal misterio no existía con David, Salomón, Nabucodonosor, Darío,
Alejandro o César. Sin embargo, aunque no hay un rey visible en este reino, hay
multitudes en la tierra que profesan lealtad y sujeción a su Rey. El reino, en
su forma actual, abarca a todas estas personas. La expresión “reino de los
cielos” la encontramos solamente en el Evangelio según Mateo. Y siempre hace
referencia a personas en la tierra que reconocen la autoridad que proviene del
cielo. En el Evangelio según Lucas, donde encontramos parábolas similares, se
nos habla del “reino de Dios”, simplemente sustituyendo el lugar (el cielo) por
una Persona (Dios). Mientras que Mateo hace referencia al lugar desde donde
proviene la autoridad, Lucas apunta a la Persona cuyo gobierno es reconocido.
Encontramos otra expresión
en Romanos 14:17: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo”. La verdad que se expresa en este pasaje es de
índole individual y moral. Cuando un hijo de Dios camina en verdadera sumisión,
no se caracterizará por disputas y diferencias insignificantes, como se
describe en ese capítulo, debido a desacuerdos acerca de lo que se debe comer o
beber. Por el contrario, en él se manifestarán las nobles características del
reino de Dios: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Una vida así se
convierte en una ilustración en miniatura de estas características del reino de
Dios. Aquellas personas que poseen este espíritu no se preocupan por cuestiones
triviales. Sus corazones y vidas están gobernados por Dios mismo.
Esta es una línea de ministerio que
deberíamos resaltar más, especialmente en nuestro tiempo, cuando los principios
de la justicia están siendo abandonados en gran medida. Porque el principio de
la justicia es primordial en el reino de Dios.
El
Señor Está Cerca
Albert E. Booth
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