“El que quiera ser el
primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.
(Mateo 20.27-28)
La historia está en Mateo 20.20-28, 27.55-56,
Marcos 15.40-41 y Marcos 16.1-8.
Aquel día a la orilla del Mar de
Galilea cuando el Señor llamó a Jacobo y a Juan para que le siguieran y que
fueran pescadores de hombres, ni su madre Salomé ni su padre Zebedeo, con quien
ellos pescaban, se opusieron. Entendían que el Mesías los había llamado a su
servicio y parece haber sido una familia unida a la causa de Cristo. Por más de
tres años Juan y Jacobo acompañaron al Señor en su ministerio público.
Varias veces el Señor les indicó a sus
discípulos cuál era su verdadera misión y lo que iba a suceder. Habiendo
“puesto su rostro como pedernal” (Isaías 50.7), Él fue con paso firme a
Jerusalén, diciendo: “El Hijo del Hombre será entregado a los principales
sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y les entregarán a los
gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; más al tercer
día resucitará” (Mateo 20.18-19).
Aquella fue la ocasión menos apropiada
para que Salomé presentara su aspiración a favor de sus hijos pidiendo que en
el reino Jacobo y Juan recibiesen puestos de honor, uno a la derecha y el otro
a la izquierda de Él. Tal vez ella pensaba que Cristo iba a librar a Israel del
yugo de Roma y deseaba que sus hijos tuvieran preeminencia en el reino, que según
ella pensaba, vendría pronto.
En su orgullo como madre, Salomé no
percibió el divino propósito del Hijo de Dios en venir a este mundo e ignoraba
el costo de lo que ella pedía. Jesucristo respondió diciendo que ellos no
sabían lo que pedían, sabiendo que los hijos de Salomé estaban también deseando
lo que ella había pedido. ¿Habría sido posible para ellos beber de la copa
amarga que Él iba a beber? El Padre celestial será el que otorgue los puestos
de honor a los creyentes de todos los siglos de acuerdo con su sufrimiento y
fidelidad a Él en su causa.
Para los otros discípulos, que estaban
disgustados con los dos hermanos, el Señor también pronunció una verdad
sorprendente en cuanto a la verdadera grandeza: “El que quiera hacerse grande
entre vosotros será vuestro servidor”. Jesucristo fue el perfecto ejemplo de
humildad: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz” (Filipenses 2.8).
Los
otros discípulos también abrigaban ambiciones egoístas, y el Señor les habló
con claridad. Como Salomé y aquellos discípulos, nosotras también debemos
aprender que la vida cristiana es una vida de humildad y servicio voluntario.
“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra,
prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12.10).
Pero existe una mala
tendencia de juzgar a las personas en base a una sola acción que hicieron.
Considerando el ejemplo de Salomé, vemos a una mujer de gran valentía y
abnegación. A pesar de que en aquella ocasión Jesús habló de sufrimiento y
humildad cristiana, Salomé no dejó de seguirle hasta su muerte y resurrección.
El apóstol Juan
escribió: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre,
María mujer de Cleofás, y María Magdalena”. Mateo menciona a la madre de los
hijos de Zebedeo, y Marcos nombra a Salomé. Todos hicieron referencia a la
misma mujer y así parece que Salomé era hermana de María la madre de Jesús.
Vemos su devoción al ver de cerca al Salvador en la cruz, oyendo sus palabras y
el vituperio de los hombres crueles.
Después de la
crucifixión, muy temprano el domingo por la mañana, Salomé y otras mujeres
devotas fueron al sepulcro donde el cuerpo del Señor había sido puesto.
Llevaron las especias aromáticas que habían preparado para ungirle, pero vieron
la piedra removida y al entrar en la tumba hallaron que el cuerpo no estaba
allí. Dos ángeles sentados allí les dieron la noticia de que Jesús había
resucitado. Salomé, María Magdalena, y la otra María fueron en busca de los
discípulos y con gran gozo se encontraron con Cristo. ¡Qué grande honor para
aquellas mujeres fue aquel encuentro con el Cristo resucitado!
Salomé fue fiel a su
Señor hasta el fin y sus peticiones fueron concedidas de maneras inesperadas.
Desde la cruz Jesús dijo: “He ahí tu madre”, y Juan, el hijo de Salomé, tuvo el
privilegio de cuidar a la madre de nuestro Señor. El primero de los apóstoles
en morir por Cristo fue Jacobo (Hechos 12.1-2). Así, él bebió de la copa que
Cristo bebió, muriendo como un mártir. Sesenta años después, estando en el exilio
por causa del evangelio, el apóstol Juan, también hijo de Salomé, les escribió
a unos creyentes como “copartícipe en la tribulación” (Apocalipsis 1.9), y
según la historia secular él también ganó la corona de mártir.
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