domingo, 19 de enero de 2025

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (10)

 

Salomé

  “El que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. (Mateo 20.27-28)

La historia está en Mateo 20.20-28, 27.55-56, Marcos 15.40-41 y Marcos 16.1-8.


Aquel día a la orilla del Mar de Galilea cuando el Señor llamó a Jacobo y a Juan para que le siguieran y que fueran pescadores de hombres, ni su madre Salomé ni su padre Zebedeo, con quien ellos pescaban, se opusieron. Entendían que el Mesías los había llamado a su servicio y parece haber sido una familia unida a la causa de Cristo. Por más de tres años Juan y Jacobo acompañaron al Señor en su ministerio público.

Varias veces el Señor les indicó a sus discípulos cuál era su verdadera misión y lo que iba a suceder. Habiendo “puesto su rostro como pedernal” (Isaías 50.7), Él fue con paso firme a Jerusalén, diciendo: “El Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y les entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; más al tercer día resucitará” (Mateo 20.18-19).

Aquella fue la ocasión menos apropiada para que Salomé presentara su aspiración a favor de sus hijos pidiendo que en el reino Jacobo y Juan recibiesen puestos de honor, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Él. Tal vez ella pensaba que Cristo iba a librar a Israel del yugo de Roma y deseaba que sus hijos tuvieran preeminencia en el reino, que según ella pensaba, vendría pronto.

En su orgullo como madre, Salomé no percibió el divino propósito del Hijo de Dios en venir a este mundo e ignoraba el costo de lo que ella pedía. Jesucristo respondió diciendo que ellos no sabían lo que pedían, sabiendo que los hijos de Salomé estaban también deseando lo que ella había pedido. ¿Habría sido posible para ellos beber de la copa amarga que Él iba a beber? El Padre celestial será el que otorgue los puestos de honor a los creyentes de todos los siglos de acuerdo con su sufrimiento y fidelidad a Él en su causa.

Para los otros discípulos, que estaban disgustados con los dos hermanos, el Señor también pronunció una verdad sorprendente en cuanto a la verdadera grandeza: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor”. Jesucristo fue el perfecto ejemplo de humildad: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2.8).

Los otros discípulos también abrigaban ambiciones egoístas, y el Señor les habló con claridad. Como Salomé y aquellos discípulos, nosotras también debemos aprender que la vida cristiana es una vida de humildad y servicio voluntario. “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12.10).

Pero existe una mala tendencia de juzgar a las personas en base a una sola acción que hicieron. Considerando el ejemplo de Salomé, vemos a una mujer de gran valentía y abnegación. A pesar de que en aquella ocasión Jesús habló de sufrimiento y humildad cristiana, Salomé no dejó de seguirle hasta su muerte y resurrección.

El apóstol Juan escribió: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena”. Mateo menciona a la madre de los hijos de Zebedeo, y Marcos nombra a Salomé. Todos hicieron referencia a la misma mujer y así parece que Salomé era hermana de María la madre de Jesús. Vemos su devoción al ver de cerca al Salvador en la cruz, oyendo sus palabras y el vituperio de los hombres crueles.

Después de la crucifixión, muy temprano el domingo por la mañana, Salomé y otras mujeres devotas fueron al sepulcro donde el cuerpo del Señor había sido puesto. Llevaron las especias aromáticas que habían preparado para ungirle, pero vieron la piedra removida y al entrar en la tumba hallaron que el cuerpo no estaba allí. Dos ángeles sentados allí les dieron la noticia de que Jesús había resucitado. Salomé, María Magdalena, y la otra María fueron en busca de los discípulos y con gran gozo se encontraron con Cristo. ¡Qué grande honor para aquellas mujeres fue aquel encuentro con el Cristo resucitado!

Salomé fue fiel a su Señor hasta el fin y sus peticiones fueron concedidas de maneras inesperadas. Desde la cruz Jesús dijo: “He ahí tu madre”, y Juan, el hijo de Salomé, tuvo el privilegio de cuidar a la madre de nuestro Señor. El primero de los apóstoles en morir por Cristo fue Jacobo (Hechos 12.1-2). Así, él bebió de la copa que Cristo bebió, muriendo como un mártir. Sesenta años después, estando en el exilio por causa del evangelio, el apóstol Juan, también hijo de Salomé, les escribió a unos creyentes como “copartícipe en la tribulación” (Apocalipsis 1.9), y según la historia secular él también ganó la corona de mártir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario