domingo, 19 de enero de 2025

Las últimas palabras de Cristo (13)

 

JUAN 16 (CONTINUACIÓN)

Exposición del mundo presente Juan 16:8-11


A partir de este momento del discurso, el Señor retoma la enseñanza de los dos últimos versículos de Juan 15, en lo que a la venida del Espíritu Santo se refiere. En el ínterin de los versículos, el Señor habló del testimonio de los discípulos y de la persecución que esto conllevaría. Ahora retoma este tema con las palabras: «Cuando él venga», una expresión utilizada antes en Juan 15:26 y Juan 14:13, empezando en cada caso una nueva fase de la enseñanza. En Juan 16:8, Su venida es la demostración del verdadero carácter del mundo. En Juan 16:13, Él viene para guiar al creyente a la verdad sobre otro mundo.

 Antes de revelarnos el otro mundo, lo que se nos expone es el carácter real de este: «Cuando él venga, redargüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio». No hay ninguna duda para el que recibe esta demostración, pero queda afirmado el hecho de que la presencia del Espíritu Santo demuestra cuál es el auténtico carácter del mundo. En realidad, no es el mundo en sí el que recibe esta demostración, sino aquellos en quienes mora el Espíritu, si bien es cierto que ellos utilizan lo que han aprendido para testificarle cuál es su condición de verdad.

La presencia del Espíritu no constituye ninguna prueba para el mundo, que ya ha sido probado con la presencia de Cristo. Estuvo aquí de manera que este pudo ver sus obras de gracia y escuchar sus palabras de amor; y el Señor hace un resumen del resultado de esta prueba, diciendo: «Me han aborrecido a mí y también a mi Padre». Cuando el Espíritu venga, el mundo no le sabrá recibir porque no le verá ni le conocerá. Pero para los creyentes, en los que Él mora, hace la demostración del resultado de la prueba, de manera que ellos, enseñados por el Espíritu, no tengan ningún concepto falso sobre él. Por la enseñanza del Espíritu saben cuál es el verdadero carácter del mundo, tal como Dios lo ve, un carácter que se demuestra con respecto al pecado, a la justicia y al juicio. El alma tiene esta convicción sin necesidad de hacer ningún tipo de abstracción, puesto que apela directamente al Señor Jesús y a los grandes hechos de su historia.

El estado del mundo es probado, antes que nada, con respecto al pecado. La presencia del Espíritu es en sí una prueba del estado maligno del mundo, pues si no hubiera rechazado a Cristo el Espíritu Santo no estaría aquí. Su presencia es la prueba de que le ha aborrecido y expulsado, crucificando al Hijo de Dios. Tanto el judío como el gentil se unieron en representación del poder religioso y político para decir «crucifícale», y por consiguiente el mundo no cree en Cristo, lo que constituye un acto solemne y demostrable de que está en pecado. Podríamos llegar a entender que el mundo no crea en ninguna otra persona, pero si no cree en Cristo, en quien no halló ninguna culpa, es una prueba evidente de que lo domina un principio maligno que Dios llama pecado.

La demostración final y absoluta de que el mundo está en pecado puede verse, no en el hecho de que los hombres hayan transgredido ciertas leyes de Dios, ni contaminado el templo o apedreado a los profetas, sino en que cuando Dios se manifestó en toda la gracia, el amor, el poder y bondad en la persona del Hijo encarnado para ocupar el lugar del hombre culpable, este le rechazó de manera formal rehusando creer en su Hijo. He aquí el hecho más sobresaliente que viene a demostrar el pecado del mundo. Sea cual sea la clase de justicia que pueda aparentar en ocasiones, o los avances de su civilización y progreso, la presencia del Espíritu es la prueba demostrable de un mundo que no cree en Cristo y que está bajo pecado.

 En segundo lugar, la condición maligna del mundo se demuestra con respecto a la justicia. La presencia del Espíritu no solo es la prueba de la ausencia de Cristo, sino también la de su presencia en la gloria. Si la ausencia de Cristo de este mundo es la mayor prueba contra el pecado, su presencia en la gloria es la mayor expresión de justicia. La maldad de los hombres llegó a cotas inalcanzables cuando pusieron al Simpecado sobre la cruz. Por una parte, está la justicia de que Cristo, tras ser clavado en ella, ha regresado al Padre, y por otra, que el mundo no le verá más. Por lo tanto, no puede por menos que tener derecho a su gloria en los lugares exaltados y que el mundo pierda tal derecho de no verle más, quedando así demostrado que está bajo pecado y sin justicia.

En último lugar, el Espíritu presenta la prueba del juicio con el que el príncipe de este mundo está juzgado. Detrás del pecado del hombre hay la astucia de Satanás. El hombre es solo una herramienta del diablo, pues Dios ha determinado en consejo poner a Cristo en el lugar de supremo poder en el Universo. Y el diablo se ha propuesto frustrar los propósitos de Dios. Desde el jardín de Edén hasta la cruz del Calvario ha utilizado al hombre como medio para llevar a cabo sus planes. Y cuando parecía que había triunfado al utilizarle para clavar en una cruz de deshonra al que Dios había destinado a un trono de gloria, la presencia del Espíritu es la prueba de que Dios ha triunfado sobre el pecado del hombre y el poder del diablo. El lugar de gloria donde está Cristo prueba que el diablo ha sido derrotado en lo que se refiere a todo su poder, lo que significa su juicio definitivo y absoluto, y si él es juzgado el mundo entero vendrá también a juicio por servirle. El juicio no ha sido aún ejecutado sobre sus moradores, pero a un nivel moral están ya condenados.

Este es el estado del mundo tal como lo ve Dios, demostrado por la presencia del Espíritu. Es un mundo bajo pecado, sin justicia y que va directo al juicio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario