En los días en que las personas
guardaban diarios, trapos y metales, ocasionalmente escuchaban a un recolector
de basura, por la calle, quien gritaba para hacer que su presencia fuera
fácilmente identificable.
Un día, H. A. Ironside escuchó ese
llamado familiar, se apresuró hasta la entrada de su casa y le dijo al hombre
que le acompañara al sótano. Este particular recolector de basura era judío,
un pueblo por el cual Ironside tenía gran aprecio, ya que su Salvador también
era judío.
En el sótano había un montón de
periódicos, y una pila bastante grande de tubos y otros metales.
Ironside decidió
entablar un amistosa ida y vuelta de regateos, intentando conseguir la mayor
cantidad de dinero posible. No que realmente le importara. Lo importante era
sacar la basura del sótano.
Por consiguiente,
exaltó el gran valor de su tesoro de cosas juntadas. Pero el recolector estaba
en su salsa, por lo tanto, jugó el juego magníficamente y ganó. Le entregó una
pequeña suma a Ironside, y comenzó a cargar su botín.
Cuando se estaba yendo
con su último montón, el Dr. Ironside lo llamó de vuelta, colocó algo de dinero
en su mano y le dijo: “Aquí. Quiero darte esto en el nombre de Jesús.”
El hombre de la basura
quedó asombrado por un momento. Luego se fue caminando y murmurando: “Nunca alguien
me dio algo en el nombre de Jesús.”
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