sábado, 30 de septiembre de 2023

Los tres árboles y la zarza

 Santiago Saword


El capítulo 9 de Jueces relata el horroroso episodio de la matanza por Abimelec, sobre una piedra, de sus sesenta y nueve hermanos, hijos de Gedeón. Jotam escapó. Una vez que la gente de Siquem había hecho a Abimelec su rey, Jotam se puso en la cumbre del monte Gerizim para denunciar a los homicidas por su crimen sangriento.


La violencia

Su parábola se encuentra en Jueces 9.6 al 21, 56 y 57. Fue profética y se cumplió al pie de la letra, enseñándonos que Dios tiene su tiempo para arreglar la cuenta por todo acto de violencia y crueldad. En nuestros días hay muchos hombres salvajes que matan a sangre fría a personas pacíficas y superiores a ellos; se escapan del castigo merecido, pero irremisiblemente llegará el día cuando tendrán que comparecer delante del gran Juez de los vivos y muertos para sufrir el justo pago de su maldad.

En cuanto a la parábola de los tres árboles, primero nos enseña que Dios tiene su propósito doble en lo que producen: Dios es honrado y los hombres son bendecidos, versículo 9. Él tiene también un propósito doble en nosotros, cual árboles plantados en la casa de Jehová — Salmo 92.13 — y es el que Dios sea honrado y nuestros semejantes bendecidos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe, Gálatas 6.10.

El olivo

El primer árbol nombrado es el olivo. Los árboles, según la parábola, querían elegir a uno para reinar sobre ellos, y convidaron al olivo para ser su rey. La noble respuesta del olivo fue: “¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” El aceite era esencial en el culto ordenado por Dios, y a la vez para ungir a los hombres.

En Apocalipsis 11.4 leemos de dos olivos que son testigos de Dios. Son lámparas que brillan mediante el aceite en medio de las tinieblas. El aceite habla del Espíritu de Dios que da poder para testificar fielmente delante de un mundo pecador. Cuando el creyente busca grandezas en este mundo su utilidad sufre, y su vida, que tanto le costó a Cristo, tiene poco para Dios y las almas de sus prójimos.

El mensaje de Dios al joven Baruc, quien había sido una gran ayuda a Jeremías, fue: “¿Buscas para ti grandezas? No las busques”, Jeremías 45.5. Para Baruc las grandezas solamente durarían por unos días; la nación estaba al punto de un gran desastre (el cautiverio). Igualmente, para el creyente; ya lo del presente siglo viene llegando a su fin. La venida del Señor se acerca y nosotros los salvos vamos a dejar atrás lo que es de este mundo; de acuerdo con nuestra fidelidad aquí, será nuestra herencia en el cielo.

La higuera

El segundo árbol nombrado es la higuera, que también fue resuelta en no dejar su dulzura y buen fruto “para ser grande sobre los árboles”. Ella sacó bien la cuenta y prefería más bien seguir en su vida de proveer lo agradable para los corazones y llevar mucho fruto para Dios en vez de satisfacer una ambición carnal sobre los demás.

En Jeremías 24.1 se puede ver que higos fueron puestos delante del templo de Dios, lugar de privilegio (“Me mostró Jehová dos cestas de higos ...”).

La vid

El tercer árbol nombrado es la vid, que también estuvo resuelta a continuar en su vocación según la voluntad de Dios, alegrándole a él y a los hombres.

En Juan 15 vemos que Cristo es la vid verdadera, y en Juan 6.15, después del milagro de los panes, los hombres querían hacerle rey, pero Él se fue. Él nos enseña que estamos unidos inseparablemente con él y como pámpanos podemos llevar mucho fruto por medio de él. En cambio, separados de él nada podemos hacer.

El vino habla del gozo del Señor y la salvación. Por buscar un puesto político o social el creyente va a perder el gozo del Señor, cosa que se pierde fácilmente pero sólo con dificultad se vuelve a conseguir. Sin este gozo, el creyente está impedido en ganar almas para Cristo, y su adoración pierde frescura, llegando a ser puro formalismo. Así, la vid rechazó la oferta, prefiriendo dar gozo a Dios y al hombre en vez de satisfacer el impulso de ambiciones engañosas.

La zarza

Como último recurso los árboles apelaron a la zarza. “Anda tú, reina sobre nosotros”, 9.14. La respuesta de la zarza es impresionante: “Venid, abrigaos bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza ...” En realidad, la zarza no tenía nada que dar sino espinas y maldición; Génesis 3.17,18. Por dondequiera que se extiende, ahoga las matas buenas y sufre dolor quien la toque.

¡Qué tragedia terminar nuestra carrera como una zarza, lista para las llamas! Hemos conocido hombres que querían ser líderes entre el pueblo del Señor, buscando privilegios: la plataforma para predicar, e intentos vanos a enseñar. Ellos buscaban “el puesto” con motivos ulteriores en vez de reconocer su propia indignidad y hacer todo por amor de Cristo. En cambio, hay otra clase a quienes no les interesa ser algo en la asamblea; su gran afán es prosperar materialmente y llegar a la cumbre en lo de este mundo. Caen en tentación y lazo, y en “muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”.

¡Ojalá que nuestra meta sea la del gran apóstol! “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, Filipenses 3.14.

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