“No tenéis lo que deseáis porque no pedís” (Santiago
4:2).
Un versículo como éste
suscita una pregunta interesante. Si no tenemos porque no pedimos, ¿qué cosas
tan grandes nos estamos perdiendo simplemente porque no oramos por ellas?
Una pregunta semejante
surge de Santiago 5:16, “La
oración eficaz del justo puede mucho”. Si este justo no ora, ¿no es una
consecuencia que sea poco su rendimiento?
El problema de la mayoría
de nosotros es que no oramos lo suficiente, o que cuando oramos pedimos poco.
Hacemos lo que C. T. Studd llamaba: “Mordisquear en lo posible en lugar de
apropiarnos lo imposible”. Nuestras oraciones son tímidas y poco imaginativas
cuando podrían ser atrevidas y audaces.
Debemos honrar a Dios
pidiendo grandes cosas. En las palabras de John Newton:
Te estás acercando a un Rey,
Tráele grandes peticiones;
Su gracia y poder son tales,
Que nadie llega a pedir demasiado.
Cuando le hacemos así, no sólo honramos
a Dios, sino que también nos enriquecemos espiritualmente, él desea abrirnos
los tesoros del cielo, pero el versículo de hoy sugiere que solamente lo hace
en respuesta a la oración.
Me parece que este pasaje
responde a una pregunta que escuchamos frecuentemente: ¿la oración en realidad
mueve a Dios a hacer aquello que no haría de lo contrario, o solamente nos hace
coincidir con lo que haría de cualquier modo? La respuesta parece clara: Dios
hace cosas en respuesta a la oración que no haría de otra manera.
Podemos dar rienda suelta a
nuestra imaginación en dos sentidos. Primero, podemos pensar en los tremendos
logros que se han conseguido como resultado directo de oraciones. Tomando las
palabras de Hebreos 11:33-34,
recordamos a aquellos que: “conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron
promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de
espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron
en fuga ejércitos extranjeros”.
Pero también podemos pensar
en lo que podríamos haber realizado para Cristo si tan sólo lo hubiéramos
pedido. Pensemos en las muchas, preciosas e inmensamente grandes promesas de la
Palabra que hemos dejado de pedir. Hemos sido débiles cuando pudimos haber sido
fuertes. Hemos tocado pocas vidas para Dios cuando pudimos haber tocado miles o
aún millones. Hemos pedido unos cuántos metros cuando pudimos haber pedido
continentes. Hemos sido pobres espirituales cuando pudimos haber sido
plutócratas. No tenemos porque no pedimos.
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