domingo, 1 de marzo de 2015

Meditación.

“No tenéis lo que deseáis porque no pedís” (Santiago 4:2).



Un versículo como éste suscita una pregunta interesante. Si no tenemos porque no pedimos, ¿qué cosas tan grandes nos estamos perdiendo simplemente porque no oramos por ellas?
Una pregunta semejante surge de Santiago 5:16, “La oración eficaz del justo puede mucho”. Si este justo no ora, ¿no es una consecuencia que sea poco su rendimiento?
El problema de la mayoría de nosotros es que no oramos lo suficiente, o que cuando oramos pedimos poco. Hacemos lo que C. T. Studd llamaba: “Mordisquear en lo posible en lugar de apropiarnos lo imposible”. Nuestras oraciones son tímidas y poco imaginativas cuando podrían ser atrevidas y audaces.
Debemos honrar a Dios pidiendo grandes cosas. En las palabras de John Newton:
Te estás acercando a un Rey,
Tráele grandes peticiones;
Su gracia y poder son tales,
Que nadie llega a pedir demasiado.
         Cuando le hacemos así, no sólo honramos a Dios, sino que también nos enriquecemos espiritualmente, él desea abrirnos los tesoros del cielo, pero el versículo de hoy sugiere que solamente lo hace en respuesta a la oración.
Me parece que este pasaje responde a una pregunta que escuchamos frecuentemente: ¿la oración en realidad mueve a Dios a hacer aquello que no haría de lo contrario, o solamente nos hace coincidir con lo que haría de cualquier modo? La respuesta parece clara: Dios hace cosas en respuesta a la oración que no haría de otra manera.
Podemos dar rienda suelta a nuestra imaginación en dos sentidos. Primero, podemos pensar en los tremendos logros que se han conseguido como resultado directo de oraciones. Tomando las palabras de Hebreos 11:33-34, recordamos a aquellos que: “conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”.
Pero también podemos pensar en lo que podríamos haber realizado para Cristo si tan sólo lo hubiéramos pedido. Pensemos en las muchas, preciosas e inmensamente grandes promesas de la Palabra que hemos dejado de pedir. Hemos sido débiles cuando pudimos haber sido fuertes. Hemos tocado pocas vidas para Dios cuando pudimos haber tocado miles o aún millones. Hemos pedido unos cuántos metros cuando pudimos haber pedido continentes. Hemos sido pobres espirituales cuando pudimos haber sido plutócratas. No tenemos porque no pedimos.

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