Dios revelado en la creación
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos.”
Salmo 19:1
Nuestro Dios es el Dios vivo, no
es un Dios lejano e incomprensible que nos ha dejado sin una revelación de sí
mismo. Al contrario, se ha manifestado en tres formas diferentes: a través de
la creación, de la Biblia y de Cristo.
Estos tres aspectos de la
revelación divina se presentan de manera sorprendente en el Salmo 19, como
un extraordinario registro de los tres libros que Dios ha utilizado para
revelarse: los cielos, las Escrituras y el Salvador.
La primera revelación
de Dios se encuentra en la creación misma, específicamente en los cielos que el
salmista llama “la obra de sus manos”. En la actualidad, los astrónomos han
adquirido un mayor conocimiento sobre la inmensidad del universo creado.
Sabemos acerca de las enormes distancias que conforman los cielos estelares y
de las innumerables galaxias que contienen miles de millones de estrellas,
muchas de ellas mucho más grandes que nuestro sol. Los científicos utilizan el
término «principio antrópico» para describir cómo el universo parece estar
afinado y adaptado de manera precisa para el ser humano. Todos estos
descubrimientos no hacen más que confirmar y reforzar lo que ya sabemos: Dios
creó el universo y nos colocó en él para que le diéramos gloria.
“No hay lenguaje, ni palabras, ni
es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz,” (vv. 3-4). La creación
tiene voz y habla a la conciencia del ser humano, o al menos debería hacerlo.
Por eso, el apóstol Pablo les habló de la creación de Dios a los paganos e
idólatras atenienses (véase Hch. 17:23-27). Aunque no tenían la
Biblia, ellos tenían el libro de la creación. Lamentablemente, el ser humano
ignora, muchas veces voluntariamente, este testimonio del “eterno poder y
deidad” de Dios, lo que lo hará “inexcusable” en el día del
juicio (véase Ro. 1:19-20).
¡Qué grande es nuestro Dios! Su
poder y entendimiento es infinito (Sal. 147:5).
Dios revelado en la Biblia
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el
alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” Salmo
19:7
En la primera parte de este salmo,
el libro de la revelación de Dios en la creación, David utiliza el nombre
divino El, que significa Poderoso. Él es el Dios
poderoso que se muestra en la creación y que es observado por las naciones
paganas. Pero, en el resto del salmo, utiliza el nombre Jehová (vv. 7-14).
El uso del nombre Jehová aquí es significativo, pues es el nombre que Dios
utiliza en relación con su pueblo.
El filósofo y teólogo alemán,
Immanuel Kant, escribió una vez en una de sus obras filosóficas más conocidas:
«Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que
pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral
dentro de mí». La primera parte de esta afirmación es correcta, como vemos en
los primeros seis versículos de este salmo. Sin embargo, la segunda parte
demuestra los límites de la filosofía humana. Debido a que la teología liberal
de Kant tenía una baja estima de la inspiración de las Escrituras, esta se
apartó de la Biblia y se dirigió a la conciencia humana en busca de dirección,
la cual es claramente deficiente. En la Biblia, Dios nos ha dado una guía
confiable, a diferencia de la ley moral del hombre caído o de sus filosofías.
La segunda revelación
de Dios se encuentra en la Biblia. La Palabra de Dios tiene un valor
indescriptible. Es más valiosa que el oro refinado y más dulce que la miel.
Restaura el alma, instruye a los sencillos, alegra el corazón, ilumina los ojos
y limpia la vida (vv. 7-9). Todo aquel que lee la Biblia puede afirmarlo.
A través de las Escrituras, el siervo de Dios es amonestado. Pablo le dijo algo
similar a Timoteo, expresando que la Palabra de Dios es “útil para enseñar,
para redargüir, para corregir”, con el propósito de que el hombre de Dios esté
completamente preparado para toda buena obra (2 Ti. 3:16-17).
En el Salmo 19, el “siervo de
Dios” es amonestado por la Palabra de Dios, mientras que en 2 Timoteo 3, el
“hombre de Dios” es instruido y preparado por ella. En cualquier caso, el
mensaje es claro: debemos valorar y conocer su contenido.
Dios revelado en el Redentor
“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación
de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” Salmo
19:14
Hasta ahora hemos visto como, en
el Salmo 19, Dios se ha revelado a través del libro de la creación y a
través de la Ley. Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia
la obra de sus manos (vv. 1-6), mientras que la Ley de Jehová es perfecta,
la cual hace sabio al sencillo (vv. 7-11). Sin embargo, ninguno de estos
libros puede salvar nuestras almas. La grandeza de los cielos nos permite
conocer el poder y la deidad de Dios, pero no su amor. La Ley, aunque es santa,
justa y buena (véase Ro. 7:12), no puede redimirnos. De hecho, a través de
la Ley adquirimos “el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20).
La tercera parte
del salmo aborda el asunto del pecado (vv. 12-14). Se trata de una oración
para ser purificados del pecado oculto y guardados del pecado voluntario. Como
cristianos, hemos sido justificados por la preciosa sangre de Cristo, quien nos
ha limpiado de todo pecado, por lo que no es necesario repetir esta obra. Sin
embargo, la confesión diaria es una parte importante de una vida cristiana
saludable y vibrante, ya que nos ayuda a mantener nuestra comunión con Dios. El
versículo 12 hace referencia a los pecados de ignorancia, pero David también
ora para ser guardado de los pecados voluntarios en el versículo 13. Al seguir
estos pasos de cuidado y confesión, seremos preservados de caer en “gran
rebelión” (v. 13) y evitaremos caídas repentinas en el pecado, aunque siempre
debemos estar alerta, porque siempre tendemos a deslizarnos gradualmente.
En el último versículo de este
salmo, David llama a Jehová “roca mía” y “redentor mío”. Esta última expresión
se utiliza tan solo dos veces en la Biblia, siendo David y
Job (véase Job 19:25) los únicos que la utilizan. Este salmo
comienza con el Creador y termina con el Redentor (comp. Ap. 4:11; 5:9).
Finalmente, David concluye con una
hermosa oración que resalta a nuestro maravilloso Redentor: que las palabras de
nuestra boca y la meditación de nuestro corazón sean agradables a él.
Brian Reynolds
El Señor Está Cerca
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