"Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre". (Mateo
12.50)
La actitud de Cristo y la manera en que
Él trataba a las mujeres eran completamente distintas al trato de la mayoría de
los hombres de aquel entonces. Él se identificó con sus necesidades y su
contacto con las mujeres fue siempre con dignidad, comprensión y compasión.
Jamás habló mal de una mujer y respetaba la inteligencia de ellas. Su
preocupación por la salvación del alma de las mujeres lo llevó a revelarles
verdades profundas a algunas mujeres.
Pero Cristo primeramente le mostraba a
la persona la seriedad de su vida pecaminosa antes de brindarle la salvación.
Como escribió William MacDonald en su comentario: "Cristo nunca empleó su
completo conocimiento de todas las cosas para avergonzar a nadie, pero lo
empleó para librar a las personas de su culpabilidad"
Fue cuando la samaritana sintió la
gravedad de su pecado que Él que era el Cristo, y ella lo reconoció como su
Salvador. A la mujer pecadora que entró en la casa de Simón, Jesús le dio la
seguridad de que su fe la había salvado y que ella podía ir en paz.
Cada
mujer fue considerada como una persona con responsabilidad en su propia esfera.
La mujer cananea era responsable por el bienestar de su hija. Aunque el Señor
llevó a esta mujer a una completa dependencia en la gracia de Dios, Él sanó a
su hija y también la alabó por su fe.
Del
Salvador mismo Salomé aprendió la verdadera misión del Señor en este mundo:
"de dar su vida en recate por muchos". Ella también aceptó el secreto
de la grandeza espiritual, de servir en vez de ser servido. En vez de
ofenderse, Salomé siguió a su Señor y Salvador hasta el fin.
A
María y Marta Jesús les reveló la voluntad de Dios acerca de la resurrección y
parece que ellas lo entendieron porque no fueron a su sepulcro, creyendo que Él
iba resucitar. Cristo mostró su gran aprecio cuando fue ungido por María.
Las
mujeres que vieron el sepulcro vacío y fueron a dar las nuevas a los discípulos
se gozaron de la afirmación del Cristo resucitado que dijo: "No temáis,
id, dad las nuevas". Cuán consoladoras fueron para María Magdalena sus
palabras: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre".
Cuarenta
días después Jesucristo fue llevado arriba al cielo y ahora está a la diestra
de Dios. Su Persona y su obra son el tema de nuestra alabanza.
"En
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en quien podamos ser salvos" (Hechos 4.12).
Por Rhoda Cumming
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