Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo, Mateo 4.8.
En todas
estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8.37
El Señor
tentado
Se nota una diferencia en el orden de
las tres tentaciones en este evangelio y el de Lucas. Parece que en Mateo
tenemos el orden cronológico y en Lucas el moral.
La primera tentación fue dirigida
contra el cuerpo de Jesús. Habiendo pasado cuarenta días y cuarenta noches sin
comer, Él tenía gran necesidad de pan, pero rechazó la sugerencia del tentador
con la misma palabra de Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda
Luego el diablo le llevó al monte. Le
mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, ofreciéndole a la vez
toda esa gloria si le adorara postrado a sus pies. ¡Cuán alto fue el precio
exigido por el tentador! ¡Qué pretensión, siendo Jesús el digno objeto de
adoración de toda criatura, tanto en el cielo como en la tierra! Esta tentación
fue dirigida contra el alma de Cristo, el lugar de los deseos, afectos,
ambiciones y culto. (“Bendice, alma mía, a Jehová”, Salmo 103.1,22). Por
segunda vez El derrotó al tentador, citando la Palabra, ahora de Deuteronomio
6.13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.
La tercera tentación se le presentó
sobre el pináculo del templo y fue contra el espíritu, la parte superior del
ser. Es con el espíritu, el lugar de la inteligencia, que uno puede tener
conocimiento de Dios. Esta vez el diablo citó de una manera incompleta un trozo
de las Escrituras, pero el Señor tenía almacenada en su corazón la Palabra
entera, la espada del Espíritu, y por tercera vez venció al enemigo,
diciéndole: “No tentaréis al Señor tu Dios”, Deuteronomio 6.16.
Las tentaciones nuestras
Cada creyente es un vencedor o un
vencido. ¡Es solemne pensar que habrá esta distinción delante del tribunal de
Cristo una vez que el Señor haya venido! Hay tres enemigos:
Ø la carne, contra el cuerpo
Ø el mundo, contra el alma
Ø el diablo, el espíritu que ahora opera en los hijos
de desobediencia, contra el espíritu
En la iglesia de Corinto se encontraban
estos tres males: la fornicación, de la carne; la mundanalidad, o sean las
inclinaciones del alma según las encontramos en 2 Corintios 6.14 al 18; y, la
mala doctrina, un intento contra el espíritu, según sabemos por 1 Corintios 15.
En la vida de David hubo estos tres fracasos: su pecado de la carne, contra
Betsabé, 2 Samuel 11.4; su lapso de fe, contra el alma, al descender a los
filisteos, 1 Samuel 27.1; y, su soberbia contra el espíritu al mandar a contar
su ejército, 1 Crónicas 21.1.
El capítulo 10 de 1 Corintios trata del
fracaso de Israel y las consecuencias fatales, siendo una advertencia para
nosotros para no caer en tal desgracia. El versículo 12 — “Así que, el que
piensa estar firme, mire que no caiga” — nos habla del peligro de la confianza
propia. A veces cuando los ancianos amonestan a un creyente que está
acercándose al borde de una caída, la respuesta es, “No tengan cuidado, yo
estoy bien”, ¡pero la tal persona no está bien!
En el monte alto el diablo quiso llenar
el alma de nuestro Señor Jesucristo por medio de sus ojos, mostrándole las
glorias efímeras de este mundo malo. En el presente, este gran enemigo aún
procura engañar a la humanidad por sus artimañas, valiéndose de los ojos que
son como una avenida que va directamente al alma, llenándola de cosas mundanas.
Uno de sus últimos inventos es la televisión. Hay creyentes que saben que no
les conviene ir al cine o a las carreras de caballo, pero por medio del
televisor estas cosas entran en su hogar. Además de contaminar el alma con
cosas sensuales, el televisor les quita tiempo y apetito que bien podrían ser
dedicados a la Palabra de Dios.
Cristo es nuestro ejemplo supremo. Con
sus recursos, podemos ser vencedores, porque “de su plenitud tomamos todos, y
gracia sobre gracia”, Juan 1.16. La gracia no es grasa ni otra cosa lisa, sino
una potencia divina de la cual Cristo es la fuente inagotable. “Todo lo puedo
en Cristo que me fortalece”, dijo Pablo en Filipenses 4.13.
Ejemplos en la vida de Cristo
En la vida de nuestro Señor notamos
prácticas para guiarnos en el camino a la victoria, como son la obediencia y la
oración. Él siempre fue obediente a la voluntad de su Dios, aun “hasta la
muerte, y muerte de cruz”. La oración era una parte integral de su vida. Por
ejemplo, en la noche de su entrega Judas sabía dónde encontrarle, “porque
muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”, Juan 18.2. Sin
duda era un lugar de oración.
La exhortación a sus tres discípulos
privilegiados, al encontrarlos dormidos en el Getsemaní, fue, “Velad y orad,
para que no entréis en tentación”, Mateo 26.41.
Algunos recursos que tenemos
Junto con la oración el creyente debe
hacerse siempre un examen propio, confesando su pecado. “Si, pues, nos
examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”, 1 Corintios 11.31. Aquí
se trata de la necesidad del examen antes de la cena del Señor. Si el creyente
sigue practicando, a sabiendas, lo que no es agradable a Dios, será cauterizada
su conciencia y endurecido su corazón.
Se cuenta de una señora que consiguió
un perrito como protección contra ladrones. Era buen perro casero y ladraba,
día o noche, cada vez que alguien se acercaba. Pero ella sufría de los nervios
y castigaba su perrito, con el resultado que éste dejó de ladrar. Por fin,
cuando llegó un ladrón, él pudo llevar consigo todo, ya que el perro había
aprendido quedarse callado.
¡Cuán importante es, entonces, obedecer
la voz de alerta que es la conciencia! Al reconocer delante de Dios toda falta,
recibiremos el perdón. Además, una buena conciencia nos indicará si es sincero
nuestro motivo al hacer una cosa. Puede haber un motivo oculto, como la
codicia, la soberbia o el agrado propio, en lugar de un deseo de agradar a
Dios.
Cumpliendo la Palabra de Dios, Cristo
crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría. La gracia de Dios estaba
sobre él, y todos los que le oían se maravillaban de su inteligencia y sus
respuestas. Lucas 2.40 al 47. “Tu ley está en medio de mi corazón”, de él dice
proféticamente el salmista en el 40.8. En el 119.11 el escritor afirma: “En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. No hay arma tan
eficaz contra el tentador como la espada del Espíritu, que es la Palabra de
Dios.
El Señor siempre tenía las manos tan
ocupadas con su ministerio de amor a favor de la humanidad, que no tenía tiempo
para otra cosa. En una ocasión Él le dijo a su madre, “¿No sabíais que en los
negocios de mi Padre me es necesario estar?” El diablo siempre anda en busca de
manos desocupadas para emplearlas en sus negocios nefandos, como cuando David
“paseaba” en el techado de su palacio. Debemos redimir el tiempo sirviendo
fielmente a nuestro Señor, y Él nos salvará del maligno.
Hay creyentes carnales que pasan largos
ratos charlando, criticando y hasta propagando escándalos. Ellos caen en la red
de Satanás. “En las muchas palabras no falta pecado”, Proverbios 10.19. El
apóstol dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal”, y,
“Sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”, Colosenses 4.6,
Romanos 14.19.
Los cultos de la asamblea son una
provisión de Dios para proteger al creyente. Cuando Pedro abandonó a su Señor
para seguirle sólo de lejos, pronto se encontró sentado en la compañía de los
enemigos suyos, calentándose las manos, para luego sufrir la derrota más
ignominiosa de toda su vida cristiana. Oigamos, pues, la buena amonestación de
Dios: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos, y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”, Hebreos
10.25.
Otra protección es la de vivir en la
plena expectativa de la venida del Señor. Esto inspira devoción y constancia:
“... la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia
en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”, 1 Tesalonicenses 1.3. Esta
epístola a los tesalonicenses se caracteriza por la referencia a la segunda
venida de Cristo en cada capítulo.
Entendemos que el nombre de la ciudad
significa “el que gana la victoria”. Es la única epístola en la cual se habla
de los creyentes como “en Dios y en el Señor Jesucristo”, donde otros dirían
“en tal ciudad”. Era un modelo la iglesia en Tesalónica, y recibió la
recomendación apostólica. Claro es que la promesa de la segunda venida de
Cristo había tenido una influencia poderosa en la espiritualidad de aquellos
santos, y ellos estaban ganado la victoria.
Es de suma importancia para todo
creyente, y en especial para la juventud, asegurarse de la voluntad del Señor
antes de tomar un paso o una decisión, bien sea en cuanto al matrimonio, el
empleo o dónde vivir. Muchos han hecho un naufragio de su vida espiritual por
tomar un paso falso. “En la multitud de consejeros hay seguridad”. Cristo es el
gran consejero — y lleva ese nombre en Isaías 9.6 — y El escoge ancianos
espirituales para dar un buen consejo a tiempo, basándose en las Escrituras.
Cristo es el gran intercesor de su
pueblo. En Hebreos 7 le vemos como el sumo sacerdote, viviendo siempre para
interceder por nosotros, “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los
que por él se acercan a Dios”. Esto no es en cuanto a ser salvos del infierno
sino de fracasar en la vida cristiana.
“Os escribo a vosotros ...”
¡Seamos vencedores! En 1 Juan 2.13,14
el apóstol Juan se dirige a los jóvenes diciendo: “Os escribo a vosotros,
jóvenes, porque habéis vencido al maligno”, y, “porque sois fuertes y la
palabra de Dios permanece en vosotros”. Cada una de las siete cartas a las
iglesias en Asia termina con la promesa de recompensa que el Señor ofrece al
vencedor. En Apocalipsis 5.5 se le ve, cual León de la tribu de Judá, como
vencedor, y en el 12.11 El habla de “nuestros hermanos” que han vencido al
diablo por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de
ellos.
Por ser estos postreros días tiempos
peligrosos, sentimos una preocupación por nuestros hermanos y hermanas jóvenes,
pero no debemos ignorar las maquinaciones de Satanás en busca de la caída de
los que son columnas en las iglesias. Un ejemplo histórico lo tenemos en el
caso de Ben-adad, rey de Siria, quien salió con su ejército contra Israel. Dio
órdenes a sus capitanes: “No peleéis ni con grande ni con chico, sino sólo
contra el rey de Israel”, 1 Reyes 22.31. Era la clave para lograr la derrota de
Israel; al morir el rey, su ejército fue esparcido.
La caída moral de un anciano u otra
persona de responsabilidad tiene una repercusión grave en el testimonio y el
estado espiritual de la asamblea. El enemigo no sólo ataca al individuo, sino
también al conjunto de los santos. “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó
para no obedecer a la verdad?”
Pero
el creyente no tiene razón alguna por qué ser derrotado por Satanás y sufrir
pérdida ante el tribunal de Cristo. Al contrario, tiene todo a su favor para
vencer el mal y triunfar en la buena lucha de la fe. “En todas estas cosas
somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Romanos 8.37.
Santiago Saword
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