domingo, 29 de junio de 2025

El monte de la tentación: Cristo el gran vencedor

 Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo, Mateo 4.8.

En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8.37


El Señor tentado

Se nota una diferencia en el orden de las tres tentaciones en este evangelio y el de Lucas. Parece que en Mateo tenemos el orden cronológico y en Lucas el moral.

La primera tentación fue dirigida contra el cuerpo de Jesús. Habiendo pasado cuarenta días y cuarenta noches sin comer, Él tenía gran necesidad de pan, pero rechazó la sugerencia del tentador con la misma palabra de Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Esto sucedió en el desierto.

Luego el diablo le llevó al monte. Le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, ofreciéndole a la vez toda esa gloria si le adorara postrado a sus pies. ¡Cuán alto fue el precio exigido por el tentador! ¡Qué pretensión, siendo Jesús el digno objeto de adoración de toda criatura, tanto en el cielo como en la tierra! Esta tentación fue dirigida contra el alma de Cristo, el lugar de los deseos, afectos, ambiciones y culto. (“Bendice, alma mía, a Jehová”, Salmo 103.1,22). Por segunda vez El derrotó al tentador, citando la Palabra, ahora de Deuteronomio 6.13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.

La tercera tentación se le presentó sobre el pináculo del templo y fue contra el espíritu, la parte superior del ser. Es con el espíritu, el lugar de la inteligencia, que uno puede tener conocimiento de Dios. Esta vez el diablo citó de una manera incompleta un trozo de las Escrituras, pero el Señor tenía almacenada en su corazón la Palabra entera, la espada del Espíritu, y por tercera vez venció al enemigo, diciéndole: “No tentaréis al Señor tu Dios”, Deuteronomio 6.16.

Las tentaciones nuestras

Cada creyente es un vencedor o un vencido. ¡Es solemne pensar que habrá esta distinción delante del tribunal de Cristo una vez que el Señor haya venido! Hay tres enemigos:

Ø  la carne, contra el cuerpo

Ø  el mundo, contra el alma

Ø  el diablo, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, contra el espíritu

En la iglesia de Corinto se encontraban estos tres males: la fornicación, de la carne; la mundanalidad, o sean las inclinaciones del alma según las encontramos en 2 Corintios 6.14 al 18; y, la mala doctrina, un intento contra el espíritu, según sabemos por 1 Corintios 15. En la vida de David hubo estos tres fracasos: su pecado de la carne, contra Betsabé, 2 Samuel 11.4; su lapso de fe, contra el alma, al descender a los filisteos, 1 Samuel 27.1; y, su soberbia contra el espíritu al mandar a contar su ejército, 1 Crónicas 21.1.

El capítulo 10 de 1 Corintios trata del fracaso de Israel y las consecuencias fatales, siendo una advertencia para nosotros para no caer en tal desgracia. El versículo 12 — “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” — nos habla del peligro de la confianza propia. A veces cuando los ancianos amonestan a un creyente que está acercándose al borde de una caída, la respuesta es, “No tengan cuidado, yo estoy bien”, ¡pero la tal persona no está bien!

En el monte alto el diablo quiso llenar el alma de nuestro Señor Jesucristo por medio de sus ojos, mostrándole las glorias efímeras de este mundo malo. En el presente, este gran enemigo aún procura engañar a la humanidad por sus artimañas, valiéndose de los ojos que son como una avenida que va directamente al alma, llenándola de cosas mundanas. Uno de sus últimos inventos es la televisión. Hay creyentes que saben que no les conviene ir al cine o a las carreras de caballo, pero por medio del televisor estas cosas entran en su hogar. Además de contaminar el alma con cosas sensuales, el televisor les quita tiempo y apetito que bien podrían ser dedicados a la Palabra de Dios.

Cristo es nuestro ejemplo supremo. Con sus recursos, podemos ser vencedores, porque “de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”, Juan 1.16. La gracia no es grasa ni otra cosa lisa, sino una potencia divina de la cual Cristo es la fuente inagotable. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, dijo Pablo en Filipenses 4.13.

Ejemplos en la vida de Cristo

En la vida de nuestro Señor notamos prácticas para guiarnos en el camino a la victoria, como son la obediencia y la oración. Él siempre fue obediente a la voluntad de su Dios, aun “hasta la muerte, y muerte de cruz”. La oración era una parte integral de su vida. Por ejemplo, en la noche de su entrega Judas sabía dónde encontrarle, “porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”, Juan 18.2. Sin duda era un lugar de oración.

La exhortación a sus tres discípulos privilegiados, al encontrarlos dormidos en el Getsemaní, fue, “Velad y orad, para que no entréis en tentación”, Mateo 26.41.

Algunos recursos que tenemos

Junto con la oración el creyente debe hacerse siempre un examen propio, confesando su pecado. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”, 1 Corintios 11.31. Aquí se trata de la necesidad del examen antes de la cena del Señor. Si el creyente sigue practicando, a sabiendas, lo que no es agradable a Dios, será cauterizada su conciencia y endurecido su corazón.

Se cuenta de una señora que consiguió un perrito como protección contra ladrones. Era buen perro casero y ladraba, día o noche, cada vez que alguien se acercaba. Pero ella sufría de los nervios y castigaba su perrito, con el resultado que éste dejó de ladrar. Por fin, cuando llegó un ladrón, él pudo llevar consigo todo, ya que el perro había aprendido quedarse callado.

¡Cuán importante es, entonces, obedecer la voz de alerta que es la conciencia! Al reconocer delante de Dios toda falta, recibiremos el perdón. Además, una buena conciencia nos indicará si es sincero nuestro motivo al hacer una cosa. Puede haber un motivo oculto, como la codicia, la soberbia o el agrado propio, en lugar de un deseo de agradar a Dios.

Cumpliendo la Palabra de Dios, Cristo crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría. La gracia de Dios estaba sobre él, y todos los que le oían se maravillaban de su inteligencia y sus respuestas. Lucas 2.40 al 47. “Tu ley está en medio de mi corazón”, de él dice proféticamente el salmista en el 40.8. En el 119.11 el escritor afirma: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. No hay arma tan eficaz contra el tentador como la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

El Señor siempre tenía las manos tan ocupadas con su ministerio de amor a favor de la humanidad, que no tenía tiempo para otra cosa. En una ocasión Él le dijo a su madre, “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” El diablo siempre anda en busca de manos desocupadas para emplearlas en sus negocios nefandos, como cuando David “paseaba” en el techado de su palacio. Debemos redimir el tiempo sirviendo fielmente a nuestro Señor, y Él nos salvará del maligno.

Hay creyentes carnales que pasan largos ratos charlando, criticando y hasta propagando escándalos. Ellos caen en la red de Satanás. “En las muchas palabras no falta pecado”, Proverbios 10.19. El apóstol dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal”, y, “Sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”, Colosenses 4.6, Romanos 14.19.

Los cultos de la asamblea son una provisión de Dios para proteger al creyente. Cuando Pedro abandonó a su Señor para seguirle sólo de lejos, pronto se encontró sentado en la compañía de los enemigos suyos, calentándose las manos, para luego sufrir la derrota más ignominiosa de toda su vida cristiana. Oigamos, pues, la buena amonestación de Dios: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos, y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”, Hebreos 10.25.

Otra protección es la de vivir en la plena expectativa de la venida del Señor. Esto inspira devoción y constancia: “... la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”, 1 Tesalonicenses 1.3. Esta epístola a los tesalonicenses se caracteriza por la referencia a la segunda venida de Cristo en cada capítulo.

Entendemos que el nombre de la ciudad significa “el que gana la victoria”. Es la única epístola en la cual se habla de los creyentes como “en Dios y en el Señor Jesucristo”, donde otros dirían “en tal ciudad”. Era un modelo la iglesia en Tesalónica, y recibió la recomendación apostólica. Claro es que la promesa de la segunda venida de Cristo había tenido una influencia poderosa en la espiritualidad de aquellos santos, y ellos estaban ganado la victoria.

Es de suma importancia para todo creyente, y en especial para la juventud, asegurarse de la voluntad del Señor antes de tomar un paso o una decisión, bien sea en cuanto al matrimonio, el empleo o dónde vivir. Muchos han hecho un naufragio de su vida espiritual por tomar un paso falso. “En la multitud de consejeros hay seguridad”. Cristo es el gran consejero — y lleva ese nombre en Isaías 9.6 — y El escoge ancianos espirituales para dar un buen consejo a tiempo, basándose en las Escrituras.

Cristo es el gran intercesor de su pueblo. En Hebreos 7 le vemos como el sumo sacerdote, viviendo siempre para interceder por nosotros, “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”. Esto no es en cuanto a ser salvos del infierno sino de fracasar en la vida cristiana.

“Os escribo a vosotros ...”

¡Seamos vencedores! En 1 Juan 2.13,14 el apóstol Juan se dirige a los jóvenes diciendo: “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno”, y, “porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros”. Cada una de las siete cartas a las iglesias en Asia termina con la promesa de recompensa que el Señor ofrece al vencedor. En Apocalipsis 5.5 se le ve, cual León de la tribu de Judá, como vencedor, y en el 12.11 El habla de “nuestros hermanos” que han vencido al diablo por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos.

Por ser estos postreros días tiempos peligrosos, sentimos una preocupación por nuestros hermanos y hermanas jóvenes, pero no debemos ignorar las maquinaciones de Satanás en busca de la caída de los que son columnas en las iglesias. Un ejemplo histórico lo tenemos en el caso de Ben-adad, rey de Siria, quien salió con su ejército contra Israel. Dio órdenes a sus capitanes: “No peleéis ni con grande ni con chico, sino sólo contra el rey de Israel”, 1 Reyes 22.31. Era la clave para lograr la derrota de Israel; al morir el rey, su ejército fue esparcido.

La caída moral de un anciano u otra persona de responsabilidad tiene una repercusión grave en el testimonio y el estado espiritual de la asamblea. El enemigo no sólo ataca al individuo, sino también al conjunto de los santos. “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad?”

Pero el creyente no tiene razón alguna por qué ser derrotado por Satanás y sufrir pérdida ante el tribunal de Cristo. Al contrario, tiene todo a su favor para vencer el mal y triunfar en la buena lucha de la fe. “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Romanos 8.37.

Santiago Saword


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