domingo, 28 de septiembre de 2025

La Mujer que agrada a Dios (3)

 Lecciones del pasado

Fay Smart y Jean Young

 


Para llevar a cabo sus propósitos, Dios trabaja a través de hombres y mujeres sencillos y utiliza experiencias humanas comunes. En las páginas del Antiguo Testamento encontramos nombres de algunas mujeres que resaltan por una razón y otra. Enfocaremos sobre algunas de ellas para ver qué lecciones podemos obtener. Algunas mujeres trabajaron con Dios, otras en contra de Dios, algunas trataron de ayudar a Dios y otras fueron usadas por Dios a pesar de su comportamiento.

MUJERES QUE TRABAJARON CON DIOS

Entre las mujeres devotas y santas del Antiguo Testamento encontramos a Jocabed, madre de Moisés. La narración en Éxodo 1:22; 2:1-10 no nos dice mucho acerca de cómo fue, pero debe haber sido una mujer de percepción (vio que era hermoso), de valentía (lo escondió por tres meses y no tuvo miedo de la orden del rey — Heb. 11:23), de acción (hizo una arquilla, puso al niño allí, lo colocó en el río y puso a su hermana a vigilarlo), y de fe (Heb. 11:23). Pero es en el carácter del hijo donde aprendemos más de la madre. ¿Por qué escogió Moisés, cuando creció, dejar el palacio y. sufrir aflicción con el pueblo de Dios declarando que ellos eran su pueblo? (Heb. 11:24, 25). ¿Quién le enseñó acerca de Dios y de su pueblo escogido? ¿Quién le habló de la promesa de Dios de librarlos de la esclavitud de Egipto? ¿Pueden ver la fidelidad de la madre que, en los pocos años que lo tuvo, pacientemente le enseñó lecciones al pequeño que darían fruto en días futuros? Moisés fue uno de los hombres más grandes de la historia universal, pero a quien le fue confiado el trabajo de amoldar su carácter, la que le dio sus metas en la vida, fue su madre. Ella trabajó con Dios.

Dos siglos más tarde, Dios necesitaba a otro hombre que guiara a su pueblo. Israel estaba en una condición de decadencia y confusión. Dios quería levantar a un líder llamado Samuel, pero empezó su trabajo con una mujer de fe y oración (l S. 1:1—2:11).

Ana no tenía hijos. Esta condición era un reproche y una calamidad en aquellos días, así que ella buscó la ayuda de Dios. Oró con fervor Y perseverancia por un hijo varón que pudiera dar al Señor. Dios le dio a Samuel y con ternura ella lo preparó para el papel que tendría que desempeñar. Su vida sería muy diferente a la de otros niños porque viviría separado de su familia y hogar, separado para servir a Dios. ¿Qué lecciones aprendería de su madre? La santidad de Dios, la abnegación y el sacrificio, el privilegio de dedicar la vida al servicio de Dios. ¡Qué ejemplo fue ella misma de lo que enseñó a su hijo!

Pensemos en cuánto le costó a Ana entregar a su Samuelito, el niño que había deseado por tanto tiempo. ¿Quién cuidaría de él en el templo? Elí, el sacerdote, era anciano y sus hijos eran hombres depravados. ¿Cómo podría dejarlo en semejante ambiente? Ana había hecho un voto y cumpliría lo prometido a cualquier costo. Cuando dejó a Samuel en el templo no lloró, adoró al Señor con un cántico que es una joya de la poesía hebrea (l S. 2:1-11). Está lleno de alabanza a Dios por su bondad hacia los que le buscan con corazón humilde y sincero.

Dios aún usa instrumentos humanos. ¿Estamos dispuestas, por amor a él, a entregarle lo que nos es más precioso? Ana lo hizo con gozo. Su hijo fue juez y profeta y una bendición a toda la nación. Dios bendijo a Ana dándole otros hijos (l S. 2:21). Ana trabajó con Dios.

En contraste con Jocabed y Ana, madres de hijos prominentes, Débora ocupó un lugar en la historia de Israel muy poco usual para una mujer (Jue. 4:4). En su tiempo no había rey en Israel. La nación le había dado la espalda a Dios y servía a dioses paganos, así que Dios "los vendió en manos de sus enemigos de alrededor" (Jue. 2:14). Cuando el pueblo en su angustia clamaba a Dios, Jehová levantó jueces para librarlos de mano de los que los despojaban, pero volvían una y otra vez a su idolatría. En los días de Débora, Jabín, el rey de Canaán, oprimía a Israel y el capitán de su ejército se llamaba Sísara.

Leemos que Débora era profetisa. Tenía discernimiento espiritual para escuchar la voz de Dios y podía comunicar lo recibido a otros. El pueblo acudía a ella buscando juicio y consejo (Jue. 4:4, 5). Afectada por la triste condición de su nación, Débora empezó a actuar. Llamó a Barac y le dió mandato de Dios de salir a la batalla. Cuando Barac se rehusó a ir sin ella, acordó ir con él, no para pelear sino para darle apoyo moral y espiritual (Jue. 4:14). Dios dio la victoria y Débora juzgó a Israel cuarenta años (Jue, 5:31),

Dios no puso a menudo a mujeres en puestos públicos, pero no demoró en hacerlo cuando hubo necesidad. ¡Qué bendición para Débora fue el estar dispuesta a ser instrumento de Dios cuando él la necesitó! Jocabed, Ana y Débora trabajaron con Dios, ejercieron buena influencia sobre toda la nación y tuvieron parte en el desarrollo de los propósitos de Dios. Nosotras también podemos ser "colaboradores de Dios" (l Co. 3:9). ¿Podemos pedir vocación más alta que ésta?

MUJERES QUE TRABAJARON EN CONTRA DE DIOS

Desgraciadamente leemos de mujeres que fueron la vergüenza de su familia y de su nación, mujeres como Jezabel, reina de Israel, y Atalía reina de Judá, que se dedicaron a hacer el mal y a tornar al pueblo de la adoración de Dios a la de ídolos paganos. Su influencia apresuró la decadencia y la derrota de sus respectivas naciones.

Jezabel, una princesa pagana, llegó a ser la esposa de Acab, rey de Israel (l R. 16:31). Era idólatra e introdujo el culto a Baal en Israel, haciendo que su marido "provocara la ira de Jehová, Dios de Israel" (l R. 16:33). Ella personalmente sostenía a 850 profetas paganos (l R 18: 19), mataba a los profetas de Jehová (l R. 18: 13) e hizo voto de matar al profeta Elías (l R. 19:1, 2). De Acab leemos: "A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba" (l R. 21:25).

Atalía fue la hija de Acab y Jezabel y llegó a ser esposa de Joram, rey de Judá (2 R. 8:18). Cuando su marido murió, su hijo Ocozías ascendió al trono y de ambos se dice: Anduvo en el camino de la casa de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová" (2 R. 8:18, 27). Después de la muerte de su hijo, Atalía "se levantó y destruyó toda la descendencia real" (2 R. 11:1) para que ella pudiera tomar la corona. Dios protegió al hijo menor, paro Atalía reinó durante seis años. Cuando el legítimo heredero del trono hizo su aparición y fue coronado, Atalía fue muerta a espada y todo el pueblo se regocijó (2 R. 11:20).

Vale la pena notar que en 2 Reyes con frecuencia aparecen los nombres de las madres de los reyes. Leemos, por ejemplo, que "de doce años era Manasés cuando comenzó a reinar el nombre de su madre fue Hepsiba. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová" (2 R. 21:1, 2). "De veinte años era Joacim cuando comenzó a reinar el nombre de su madre fue Zebuda e hizo lo malo ante los ojos de Jehová" (2 R. 23:36, 37).

También leemos de madres cuyos hijos " hicieron lo recto ante los ojos de Jehová" (2 R. 12:2, 3; 18:1-3; 22:1, 2). ¿Habrá relación entre la mención de la madre y la descripción del carácter del rey? Si la influencia de madres piadosas como Jocabed y Ana se reflejaba en sus hijos y la influencia de reinas idólatras en los suyos, ¡cuánta responsabilidad pesa sobre las madres cristianas de hoy! Debemos darnos cuenta de la magnitud del poder de nuestra influencia, y la posibilidad de que en nuestra propia casa podamos estar trabajando en contra de Dios.

¿Cómo puede ser esto? No somos idólatras. Es verdad que no adoramos imágenes, pero el cristiano del siglo XX puede caer en la idolatría. ¿Qué diremos del materialismo y la pasión por asegurar nuestro futuro? Un ídolo es cualquier cosa que se interpone entre el alma y Dios. ¿Cuáles son nuestras metas? ¿Cosas materiales, casa mejor y más grande, más comodidad, más placer, más seguridad por medio de nuestras posesiones? ¿Qué metas tenemos para nuestros hijos? ¿Es el éxito en esta vida para lo cual los preparamos desde la niñez, sin escatimar costo alguno? Necesitamos mantener ante nuestros ojos y los de nuestros hijos la relación que existe entre lo temporal y lo eterno.

Sólo una vida que pronto pasará, Sólo lo hecho por Cristo durará.

MUJERES QUE TRATARON DE AYUDAR A DIOS

Sara y Rebeca fueron esposas de los patriarcas Abraham e Isaac y tenían fe en la palabra de Dios. Pero no supieron esperar hasta que Dios actuara. Trataron de lograr lo que Dios había prometido usando artimañas propias.

Dios prometió a Abraham descendencia tan numerosa como las estrellas (Gn. 15:5), pero Sara, su esposa, era estéril. Para apurar las cosas, para ayudar a Dios, Sara sugirió una manera de conseguir un heredero (Gn. 16:1, 2). Tuvo éxito y nació Ismael, pero no fue el hijo prometido por Dios sino motivo de disgustos en el hogar y sus descendientes han turbado a Israel hasta el día de hoy.

Dios le dijo a Rebeca, antes de que nacieran sus hijos gemelos, que el mayor serviría al menor. El menor, Jacob, era su favorito y cuando le pareció que la promesa de Dios no se iba a cumplir, intentó ayudar a Dios para que sus propósitos se lograran (Gn. 27:1—28:5). Su plan también tuvo éxito: Jacob recibió la bendición de primogénito, pero la Paz del hogar quedó destruida, hubo enemistad entre los hermanos, Jacob fue desterrado y Rebeca perdió el gozo de ver a Dios hacer las cosas a su manera.

La epístola a los Hebreos nos dice que es necesario tener fe y Paciencia (Heb 10:86). ¿Por qué no contesta Dios inmediatamente cuando oramos? Porque el horario divino no es igual al nuestro y la espera fortalece nuestra fe. Es una bendición esperar en el Señor y ver cómo desarrolla sus planes a nuestro favor. No necesita de nuestra ayuda. Su corazón se goza al ver nuestra fe y paciente confianza en él sal. 27:14).

MUJERES USADAS POR DIOS A PESAR DE SU COMPORTAMIENTO

Da ánimo ver cómo Dios, en su gracia, usa aún a los que han fracasado para cumplir sus propósitos. Eva, a pesar de su pecado, recibió la seguridad de que su simiente derrotaría a Satanás (Gn. 3:15). Sara, que actuó mal en el caso de Ismael, llegó a ser madre del hijo de la promesa (Gn. 21:2). Rahab, la ramera gentil, porque creyó en Dios (Jos. 2), llegó a pertenecer a la línea genealógica de la cual nacería el Mesías (Mt. 1:5). Noemí, después de años desperdiciados en Moab, trajo a su nuera Rut bajo la sombra de las alas del Dios de Israel y a una posición de honor como esposa de Booz y bisabuela del rey David (Rut I y 3:13-17). Ester, a pesar de su vacilación y temor de la ira del rey, tuvo valentía para interceder por, su pueblo y fue el instrumento de su liberación (Est. 4:16)

Sea cual fuere nuestro carácter, educación, dones o posición social, Dios puede utilizarnos para su gloria. Entre más cerca andemos de él y mayor sea nuestro deseo de servirle, más útiles le seremos y mayor será nuestra bendición.

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