Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna (1 Timoteo 1:15-16)
Nadie es demasiado
malo para Cristo. El enemigo de nuestras almas puede utilizar dos tácticas para
alejarnos de Cristo: una es engañándonos con la idea de que no necesitamos un
Salvador, pues somos lo suficientemente buenos para Dios, mientras que la otra
es hacernos creer que somos demasiado malos como para ser salvos. Sin embargo,
¡ambas cosas son imposibles! La verdad es que “Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores”, y Pablo añadió: “De los cuales yo soy el primero”. Y
si el primero (o el principal) de los pecadores ya ha sido salvado, entonces
nadie debe sentir desesperación. “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la
gracia” (Ro. 5:20). Dios se complace en mostrar su gracia incluso a los más
despreciables y viles, así como a aquellos que se creen justos pero que han
comprendido que todas sus justicias son como trapos de inmundicia delante de él
(Is. 64:6).
No hay forma más efectiva de influir en
los demás que el testimonio personal de alguien que ha sido salvado. La simple
teoría, por muy verdadera que sea, no es suficiente. Debe haber una experiencia
personal de la gracia salvadora si uno quiere ser un ganador de almas. Decir:
«Cristo puede salvar a los pecadores» es algo verdadero, pero no basta con eso.
Sin embargo, decir: «Él me ha salvado», le da poder al mensaje y brinda
seguridad a los corazones de los oyentes, pues son capaces de ver que quien habla
está dando testimonio de lo que él mismo ha experimentado.
H. A. Ironside
¡Qué maravilla! Perdón recibí,
Cristo por gracia salvóme a mí;
Mis culpas todas Él las llevó,
Y solo por gracia salvo soy.
D. B. Towner
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