A Dios nadie le vio jamás; el unigénito 1 que está en el seno del Padre, él le ha da conocer (Juan 1:18). Dios fue manifestado en carne (1 Timoteo 3:16).
Algunos dicen con ligereza: «Hasta ahora nunca he visto a Dios». Precisamente, ¿quién podría mirar cara a cara a aquel que dijo: me verá hombre, y vivirá"? (Éxodo 33:20).
Sin embargo, Dios se revela a los hombres, pues "las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas medio de las cosas hechas" (Romanos 1:20). Luego Dios se dejó ver y conocer en la persona de su Hijo Jesucristo. Varios siglos antes, la Biblia anunció la venida del Hijo de Dios a la tierra, pero la manera en que apareció no encaja con la lógica humana. Nació en un establo y no en un palacio; vivió de forma sencilla, humilde, y fue bueno con los demás. Algunos observaron que "no hay parecer en él, ni hermosura", fue despreciado por sus contemporáneos y no "lo estimamos" (Isaías 53:2-3). En su vida de perfección se acercó a las personas que lo rodeaban para escucharlas, aliviarlas y curarlas, mostrando así su amor por su criatura (Hechos 10:38). Y además, para salvar a los pecadores, murió en la cruz. Jesús, el Hijo de Dios, fue hombre sin dejar de ser Dios. ¿Quién podía imaginarse ver a un Dios tan poderoso tomar la condición humana para poder visitar a su criatura? ¡Qué profundo misterio! Ese mensaje está dirigido desde hace dos mil años a todos los que necesitan un Salvador. (Buena Semilla, día 14, Enero 2011)
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