domingo, 12 de junio de 2011

El Verdadero Discipulado

Capítulo 6: CRECIENDO ES LA FE

No puede haber verdadero discipulado sin una profunda e incuestionable fe en el Dios vivo. El que va a hacer hazañas para Dios debe confiar en El implícitamente. Como dijera Hudson Taylor: "Todo los gigantes de Dios han sido hombres débiles que hicieron grandes cosas para Dios porque reconocieron que Dios estaba con ellos."
Ahora bien, la verdadera fe siempre des­cansa en alguna promesa de Dios, en alguna porción de Su Palabra. Esto es importante. El creyente primero lee o escucha alguna de las promesas de Dios. El Espíritu Santo toma aquella promesa y la aplica al corazón y con­ciencia en una forma muy personal El creyen­te queda consciente  de que Dios le hablado directamente. Con una confianza absoluta en la confiabilidad del que lo ha prometido, con­sidera la promesa tan segura como si ya estu­viera cumplida, aun cuando, humanamente hablando, ésta sea imposible
Tal vez sea un mandamiento más que una promesa. Para la fe no hay diferencia. Si Dios manda, El habilita. Si le pide a Pedro que ca­mine sobre las aguas, Pedro  debe estar seguro que el poder necesario para ello le será dado. (Mateo 14:28). Si nos ordena predicar el Evan­gelio a toda criatura, podemos estar seguros de recibir la gracia necesaria (Marcos 16:15).
La fe no opera en el reino de lo posible. No hay gloria para Dios en lo que es humana­mente posible. La fe comienza donde termina el poder humano. "La incumbencia de la fe comienza donde cesan las probabilidades y donde fallan la vista y los sentidos."
La fe dice: "Si la única objeción es imposible, aquello puede hacerse." La fe hace entrar a Dios al escenario, por lo tanto no sabe de dificultades y aún más, se ríe de las imposibilidades. Para la fe Dios es la gran respuesta a toda duda, la gran solución a todo problema. Todo lo remite a El y por eso poco importa a la fe si se trata de seiscientos mil pesos o de seiscientos millones. Sabe que Dios es todo suficiente. Halla en El todos sus recursos. La incredulidad dice: ¿"Cómo es posible tal o cual cosa? Está llena de Cómos, pero la fe tiene una sola y gran respuesta para diez mil cornos, y esa respuesta es Dios."
Humanamente hablando era imposible que Abraham y Sara tuvieran un hijo. Pero Dios lo había prometido y para Abraham ha­bía una sola imposibilidad: que Dios mienta.
"El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, con­forme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esteri­lidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plena­mente convencido de que era también pode­roso para hacer todo lo que había prometido" (Romanos 4:18-21).
La promesa ve la fe omnipotente
 y mira a Dios solamente, ríe
 de lo que es imposible
y clama: ¡Lo ha hecho el Invisible!
Nuestro Dios es especialista en imposibi­lidades (Lucas 1:37). Nada le es demasiado difícil (Génesis 18:14). "Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios" (Lucas 18:27).
La fe reclama Su promesa: "Al que cree todo le es posible" (Marcos 9:23) y asegura juntamente con Pablo: ''Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." (Filipenses 4:13).

Obstáculos ve la duda,
 la fe ve el camino.
La duda la noche ve más oscura,
la fe ve el destino;
la duda teme dar un paso,
la fe vuela en las alturas;
la duda pregunta, "¿Crees acaso?"
la fe contesta "Sí", muy segura.
Debido a que la fe trata de lo sobrenatural y divino, no siempre es "razonable". Abraham salió sin saber donde iba, no en virtud del "sentido común", sino sencillamente obede­ciendo un mandato de Dios (Hebreos 11:8). No fue la "astucia" de Josué atacar a Jericó sin armas mortíferas (Josué 6:1-20). Los hombres del mundo se reirían de tal locura, ¡pero surtió efecto!
En realidad la fe es absolutamente racio­nal. ¿Qué es más razonable que el que la cria­tura confíe en su Creador? ¿Es locura confiar en Aquel que no miente, no falla, ni se equi­voca? Confiar en Dios es lo más sensato, cuerdo, y racional que un hombre puede ha­cer. No es un salto hacia las tinieblas. La fe demanda la evidencia más segura y la halla en la Palabra infalible de Dios. Nadie ha confiado en vano en Dios. Nadie que confíe en El lo hará en vano. La fe en el Señor no incluye riesgos de ningún tipo.
La fe glorifica verdaderamente a Dios. Le da el lugar como el Único Ser completamente digno de confianza. Por otra parte la increduli­dad deshonra a Dios; Le acusa de mentiroso (1 Juan 5:10). Limita al Santo de Israel (Salmo 78:41).
La fe coloca al hombre en su verdadero lugar: suplicante, humilde, humillado hasta el polvo delante del soberano Señor de todas las cosas.
La fe es lo contrario de la vista. Pablo nos recuerda que "caminamos por fe y no por vista (2 Corintios 5:7). Caminar por vista signi­fica tener medios visibles de abastecimiento, tener reservas adecuadas para el futuro, em­plear la inteligencia humana para aseguramos contra los riesgos. El camino de la fe es exacta­mente lo contrario: es confiar momento a mo­mento en Dios solamente. Es una perpetua crisis de dependencia en Dios. La carne retro­cede ante la idea de depender completamente de un Dios invisible. Trata de aprovisionarse para amortiguar posibles pérdidas. Si no puede ver por donde va a ir, es seguro que sufre un colapso nervioso. Pero la fe da el paso hacia adelante en obediencia a la Palabra de Dios, se levanta por sobre las circunstancias y confía en el Señor para la provisión a todas sus nece­sidades.
Todo discípulo que decide andar" por fe puede estar seguro que su fe será probada.
Tarde o temprano, será llevado hasta el límite de sus recursos humanos. Se sentirá tentado, a recurrir a sus semejantes en busca de auxilio. Pero si está realmente confiando en Dios, esperará en El solamente.
Dar a conocer las necesidades en forma directa o indirecta a un ser humano, es apar­tarse de la vida de fe, y una positiva deshonra a Dios. Es traicionarle. Es como decir: "Dios me ha fallado y debo buscar ayuda entre mis amigos". Es dejar la fuente de agua viva y vol­verse a las cisternas rotas. Es colocar a la cria­tura entre mi alma y Dios, robándole a mi al­ma una rica bendición y a Dios la gloria debida a su nombre.
La actitud normal del discípulo es desear un crecimiento en la fe (Luc. 17:5). Ya ha confiado en Cristo para salvación. Ahora espe­ra poner bajo el control del Señor nuevas áreas de su vida. Cuando enfrenta enfermeda­des, tribulaciones, tragedias y aflicciones, llega a conocer a Dios en una forma nueva y más íntima, resultando fortalecida su fe. Com­prueba la verdad de la promesa: "Conocere­mos y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3). Mientras más comprende la fide­lidad de Dios, más ansioso está de confiar en El para cosas más grandes.
Como la fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios, el deseo íntimo del discípulo es saturarse de las Escrituras, leerlas, estudiar­las, memorizarlas, meditar en ellas día y no­che. Son su carta y brújula, su guía y consuelo, su lámpara y luz.
En la vida de fe siempre hay lugar para progresar. Cuando leemos acerca de lo que ha sido hecho por fe, nos "damos cuenta que so­mos como niños pequeños que están jugando a la orilla de un océano sin límites. Las hazañas de la fe se nos relatan en Hebreos 11. Se elevan en un magnificente ascenso en los versículos 32-40.
¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Sa­muel y de los profetas; que por fe conquista­ron reinos, hicieron justicia, alcanzaron pro­mesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuer­tes en batallas, pusieron en fuga ejércitos ex­tranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron ator­mentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimen­taron vituperios y azotes, y a más de esto pri­siones y cárceles. Fueron apedreados, aserra­dos, puestos a prueba, muertos a filo de espa­da; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustia­dos, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa me­jor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.
Una palabra más. Ya hemos mencionado que un discípulo que camina por fe sin duda será considerado un soñador o un fanático por la gente del mundo y aun por otros cristianos. Pero es bueno recordar que "la fe que nos capacita para caminar con Dios también nos capacita para adjudicar el valor que le corres­ponde a la opinión de los hombres."

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