domingo, 24 de julio de 2011

TITO

Introducción
La Epístola a Tito se ocupa del mantenimiento del orden en las iglesias de Dios.
El objetivo especial de las Epístolas escritas a Timoteo fue el mantenimiento de la sana doctrina, aunque se habla de otras cosas en atención a las cuales el apóstol entrega instrucciones para la conducta de Timoteo. Esto nos lo dice el apóstol mismo. En la Primera Epístola a Timoteo vemos que Pablo había dejado a su amado hijo en la fe en Éfeso, para que cuidase que ninguna otra doctrina fuese predicada allí; la asamblea es la "columna y apoyo de la verdad" (1 Timoteo 3:15 VM). En la Segunda Epístola hallamos los medios mediante los cuales los cristianos deben fortalecerse en la verdad, cuando la masa se ha apartado de ella.
Aquí en Tito, el apóstol dice expresamente que le había dejado en Creta para poner orden en las cosas que aún faltaban, y para establecer ancianos en cada ciudad. Aunque más o menos los mismos peligros se presentaban en la mente de Pablo como cuando le escribió a Timoteo, con todo, hallamos que el apóstol entra de inmediato en su asunto, con una tranquilidad que demuestra que su mente no estaba preocupada de la misma manera con esos peligros, y que el Espíritu podía emplearle más enteramente con el andar común de la asamblea, de modo que esta epístola es mucho más simple en su carácter. El andar que conviene a los cristianos, con respecto al mantenimiento del orden en sus relaciones los unos con los otros, y los grandes principios en los cuales este andar está fundamentado, forman el asunto del libro. El estado de la asamblea casi no se presenta ante nosotros. Verdades que fluyen más completamente de la revelación cristiana, y que la caracterizan, tienen más lugar en esta epístola que en aquellas dirigidas a Timoteo. Por otra parte, las profecías concernientes a la condición futura del Cristianismo, y el progreso de la decadencia que ya había comenzado, no se repiten aquí. Al mismo tiempo que declara de una manera notable ciertas verdades con respecto al Cristianismo, el tono de la epístola es más calmo, más común.
Versículos 1-3. Se habla aquí particularmente de la promesa de vida así como en Timoteo. Además, esta promesa y la revelación de Dios (como el Padre) en Cristo distinguen al Cristianismo del Judaísmo.
Pero en esta epístola los grandes límites del Cristianismo son presentados al comienzo. La fe de los escogidos, la verdad que es según la piedad, la promesa de vida eterna desde antes del principio de los siglos, y la manifestación de la Palabra de Dios por medio de la predicación, son los asuntos de la introducción. El título de "Salvador" es aquí, como en Timoteo, añadido al nombre de Dios al igual que al de Cristo.
Esta introducción no carece de importancia. Aquello que contiene es presentado a Tito por el apóstol como caracterizando su apostolado, y como el asunto especial de su ministerio. No era un desarrollo del Judaísmo, sino la revelación de una vida y de una promesa de vida que subsistía (es decir, en Cristo, el objeto de los consejos divinos), antes de que el mundo fuese. Conforme a esto la fe se hallaba, no en la confesión de los judíos, sino en los escogidos traídos por gracia al conocimiento de la verdad. Era la fe de los escogidos: esta es una verdad importante, y lo que caracteriza la fe en el mundo. Otros pueden, en efecto, adoptarla como un sistema; pero la fe es en sí misma la fe de los escogidos.
Éste no era el caso entre los judíos. La confesión pública de su doctrina, y la confianza en las promesas de Dios, pertenecían a todo aquel que nacía Israelita. Otros pueden pretender la fe cristiana; pero es la fe de los escogidos. Su carácter es tal que la naturaleza humana ni la comprende, ni la concibe, sino que encuentra que le es piedra de tropiezo. Desvela una relación con Dios, la cual es inconcebible para la naturaleza y, al mismo tiempo, presuntuosa e insoportable. Para los escogidos es el gozo de su alma, la luz de su entendimiento, y el sustento de su corazón. La fe los sitúa en una relación con Dios que es todo lo que su corazón puede desear, pero que depende enteramente en lo que Dios es; y esto es lo que el creyente desea. Es una relación personal con Dios mismo; por consiguiente, es la fe de los escogidos de Dios. Por lo tanto es también para todos los Gentiles así como para los judíos.
Esta fe de los escogidos de Dios tiene un carácter íntimo en relación con Dios mismo. Reposa en Él, conoce los secretos de Sus consejos eternos - ese amor que hizo que los escogidos fuesen el objeto de Sus consejos. Pero hay otro carácter conectado con esta fe, a saber, la confesión delante de los hombres. Existe la verdad revelada mediante la cual Dios se da a conocer, y demanda la sumisión de la mente del hombre y la adoración de su corazón. Esta verdad sitúa el alma en una verdadera relación con Dios. Es la verdad que es según la piedad.
Por lo tanto, la confesión de la verdad es un carácter importante del Cristianismo, y del cristiano. Existe en el corazón la fe de los escogidos, fe personal en Dios y en el secreto de Su amor; y existe la confesión de la verdad.
Ahora bien, aquello que formaba la esperanza de esta fe no era la prosperidad terrenal, una posteridad numerosa, la bendición terrenal de un pueblo a quienes Dios reconocía como Suyos. Era la vida e-terna, prometida por Dios en Cristo antes de que el mundo fuese, fuera del mundo y el gobierno divino del mundo y el desarrollo del carácter de Jehová en ese gobierno.
Era la vida eterna. Está en conexión con la naturaleza y el carácter de Dios mismo, y, teniendo su fuente en Él, procediendo de Él, era el pensamiento de Su gracia, y declarado ser tal en Cristo, antes de que un mundo existiese en el cual el primer hombre fue introducido en responsabilidad (su fracaso en el cual está su historia hasta Cristo el segundo Hombre, y la cruz en la que Él llevó sus consecuencias por nosotros, y obtuvo esa vida eterna para nosotros en su gloria plena con Él), y que fue la esfera del desarrollo del gobierno de Dios sobre aquello que estaba sujeto a Él - una cosa muy distinta de la comunión de una vida mediante la cual uno participa de Su naturaleza, y que es su reflejo. Esta es la esperanza del evangelio (pues nosotros no estamos hablando aquí de la asamblea), el tesoro secreto de la fe de los escogidos, de la cual la palabra revelada nos da seguridad.
"Prometió desde antes del principio de los siglos" es una expresión notable e importante. Uno es admitido en los pensamientos de Dios antes de la existencia de esta escena cambiante y mezclada, la cual da testimonio de la fragilidad y del pecado de la criatura - de la paciencia de Dios, y de Sus caminos en gracia y en gobierno. La vida eterna está conectada con la naturaleza inmutable de Dios; con consejos que son tan permanentes como Su naturaleza, con Sus promesas, en las cuales Él no nos puede mentir, y a las cuales Él no puede ser infiel. Nuestra parte en la vida existía antes de la fundación del mundo, no sólo en los consejos de Dios, no sólo en la Persona del Hijo, sino en las promesas hechas al Hijo como nuestra parte en Él. Se trataba del asunto de esas comunicaciones del Padre al Hijo, de las que nosotros éramos los objetos, siendo el Hijo el depositario de ellas[1]. Maravilloso conocimiento que nos ha sido dado de la comunicación celestial de la cual el Hijo era el objeto, para que pudiéramos entender el interés que Dios tiene por nosotros en Sus pensamientos, de los cuales nosotros éramos los objetos en Cristo. ¡Desde antes del principio de los siglos!
Aquello que la Palabra es se hace también más claro para nosotros por medio de este pasaje. La Palabra es la comunicación, en el tiempo, de los pensamientos eternos de Dios en Cristo. Ella encuentra al hombre bajo el poder del pecado, y revela la paz y la liberación, y muestra de qué modo él puede tener parte en el resultado de los pensamientos de Dios. Pero estos pensamientos no son nada más que el plan, el propósito eterno, de Su gracia en Cristo, para concedernos vida eterna en Cristo - una vida que existía en Dios antes de que el mundo fuese. La Palabra es predicada, manifestada (es decir, la revelación de los pensamientos de Dios en Cristo). Ahora bien, estos pensamientos nos dan vida eterna en Cristo, y esto fue prometido desde antes del principio de los siglos. Los escogidos, creyendo, lo saben, y poseen la vida misma. Ellos tienen el testimonio en sí mismos; pero la Palabra es la revelación pública en la cual la fe está fundamentada, y que tiene autoridad universal sobre las conciencias de los hombres, ya sea que la reciban o no. Tal como en 2 Timoteo 1: 9, 10, ella es presentada como salvación, pero manifestada entonces.
Se observará aquí que la fe, es fe en una verdad sostenida y conocida personalmente; una fe que solamente el escogido puede tener, que posee la verdad tal como Dios la enseña. La expresión “La fe" es usada también para describir el Cristianismo como un sistema en contraste con el Judaísmo. Aquí está el secreto de Dios en contraste con una ley promulgada a un pueblo exterior. Esta promesa, que databa desde antes de los siglos revelados, y que era soberana en su aplicación, fue especialmente encomendada al apóstol Pablo para que la anunciara por medio de la predicación. A Pedro se le encomendó el evangelio más como el cumplimiento de las promesas hechas a los padres, lo cual Pablo también reconoce, con los sucesos evangélicos que las confirmaban y desarrollaban mediante el poder de Dios manifestado en la resurrección de Jesús, el testigo del poder de esta vida.
Juan presenta la vida más en la Persona de Cristo y luego impartida a nosotros, los frutos característicos que él expone.
Versículo 4. Hallaremos que el apóstol no tiene la misma intimidad de confianza en Tito como en Timoteo. Él no le abre su corazón del mismo modo. Tito es un amado y fiel siervo de Dios y, también, hijo del apóstol en la fe; pero Pablo no le abre su corazón de la misma manera - no le comunica sus ansiedades, sus lamentaciones - no desahoga su alma ante él - del modo que lo hizo con Timoteo. Al contar todo, uno ve que es angustioso e inquietante el trabajo en que uno está involucrado - esa es la prueba de la confianza. Uno tiene confianza con respecto al trabajo, y uno habla de ello con respecto a uno mismo, con respecto a todo, y no hay restricción, no se mide cuán lejos uno debería hablar de uno mismo, de lo que uno siente, de todas las cosas. Esto es lo que el apóstol hace con Timoteo, y al Espíritu Santo le ha complacido retratarlo para nosotros.
Versículo 5. Al escribir a Timoteo la doctrina ocupó, por sobre todo, la mente del apóstol: el enemigo, mediante la enseñanza, obró y se esforzó por arruinar la asamblea. Los obispos[2] sólo aparecen como una cosa accesoria. Aquí tienen un lugar primario. Pablo había dejado a Tito en Creta para que acabase "de poner en orden las cosas que faltaban" (vers. 5  VM), y para establecer ancianos en cada ciudad, como le había mandado. Aquí no se trata del deseo que alguien pudiese tener de llegar a ser un obispo (anciano, supervisor), ni (considerando eso) de describir el carácter apropiado a este cargo, sino de establecerlos (o 'constituirlos' - VM, RVR77; o 'designarlos' - LBLA); y para esta tarea Tito fue investido con autoridad por parte del apóstol. Se le dan a conocer las calificaciones necesarias, para que pudiese decidir conforme a la sabidu-ría apostólica. De modo que, por una parte, él fue investido por el apóstol con autoridad para establecerlos, y, por otra parte, fue instruido por él respecto a las calificaciones requeridas. La autoridad y la sabiduría apostólicas concurrieron para hacerle competente para realizar este digno e importante trabajo.
Vemos, asimismo, que este delegado apostólico fue autorizado a poner en orden lo que era necesario para el bienestar de las asambleas en Creta. Habiendo sido ya fundadas, con todo, ellas necesitaban instrucciones con respecto a muchos detalles de su andar; y se requería el cuidado apostólico para dárselas, así como para el establecimiento de funcionarios en las asambleas. Esta tarea el apóstol había encomendado a la fidelidad aprobada de Tito, investido con su propia autoridad, de palabra y, aquí, por escrito; de modo que rechazar a Tito era rechazar al apóstol y consecuentemente al Señor que le había enviado. La autoridad en la asamblea de Dios es una cosa seria - una cosa que procede de Dios mismo. Puede ser ejercida por influencia mediante el don de Dios; por funcionarios, cuando Dios los establece por medio de instrumentos que Él ha escogido y enviado para este propósito.
Versículos 6-11. No es necesario entrar aquí en el detalle de las calificaciones que eran necesarias para desempeñar el cargo de supervisor apropiadamente. Ellas son, en lo principal, las mismas que las mencionadas en la epístola a Timoteo. Son cualidades, no dones; cualidades - externas, morales, y circunstanciales - que demostraban la aptitud del individuo para el cargo de cuidar solícitamente a otros. Puede, quizás, ocasionar sorpresa que la mala conducta soez no tenga un lugar aquí; pero las asambleas eran más sencillas de lo que la gente piensa, y las personas que las componían habían salido recién de las costumbres más deplorables, y, por lo tanto, una buena conducta previa que inspirara el respeto de los demás era necesaria para dar peso al ejercicio del cargo de supervisión. Era necesario, asimismo, que aquel que era investido con este cargo pudiese convencer a los que contradecían. Pues ellos tendrían que vér-selas con tales personas, especialmente entre los judíos, quienes estaban siempre y en todas partes activos oponiéndose a la verdad, y pervirtiendo sutilmente la mente.
Versículos 12, 13. El carácter de los Cretenses ocasionaba otras dificultades, y requería el ejercicio de autoridad perentoria; el Judaísmo se mezclaba con el efecto de este carácter nacional. Era necesario ser firme y actuar con autoridad, para que pudieran continuar sanos en la fe.
Versículos 14-16. Además, él tenía todavía que hablar acerca de ordenanzas y tradiciones, esas plagas malignas en la iglesia de Dios que provocan Su celo, y que, al exaltar al hombre, se oponen a Su gracia. Una cosa no era pura, otra estaba prohibida por una ordenanza. Dios reclama el corazón. Todas las cosas son puras para los puros; para aquel cuyo corazón está corrompido no le es necesario molestarse para encontrar lo que es impuro; sino lo conveniente, para poder olvidar lo que es en su interior. La mente y la conciencia ya están corruptas. Hablan de conocer a Dios, pero en sus obras ellos Le niegan, siendo sin provecho y réprobos en cuanto a toda obra realmente buena.


[1] Comparen con Proverbios 8: 30, 31, y Lucas 2:14, y Salmo 40: 6-8, "has abierto" siendo en realidad la traducción, "has horadado mis orejas" - es decir, preparado un cuerpo, el lugar de obediencia, o un siervo (Filipenses 2); traducido así por la Septuaginta o LXX y aceptado en Hebreos como justa (Hebreos 10: 5-7).

[2] N. del T.: "Los versículos 5 y 7 aplican términos diferentes a la misma persona - anciano y obispo (o supervisor, sobreveedor), el primero hablando de él en forma personal, el segundo hablando de su obra. Como un anciano, él es uno que ha tenido experiencia, una calificación importante, como 1 Timoteo 3:6 insiste, "no un neófito", uno nuevo en las filas del Cristianismo. Su obra de supervisar es la de preocuparse por el orden espiritual y el bienestar de la asamblea." (L. M. Grant)

La Pascua y la Cena del Señor

En 1.ª Corintios 5: 7-8 el apóstol establece una relación directa entre la Pascua, la ordenanza más importante para Israel, y la Cena del Señor, ordenanza particularmente bella dispuesta por el Señor Jesús para que la Iglesia de Dios pueda cumplir mientras está en la tierra. Por cierto, nuestro Señor instituyó esta nueva ordenanza mientras se festejaba la Pascua —la misma noche en que sería traicionado—, y con sus propias palabras: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 23: 14-20). Sin duda, estas dos fiestas presentan contrastes claramente marcados: una es para una nación terrenal y la otra para los redimidos de entre las naciones, aquellos que han sido hechos aptos para participar de una herencia celestial. Sin embargo, el objetivo del escritor de la epístola no era considerar las evidentes diferencias que hay entre las dos fiestas, sino estimular fuertemente los corazones de los hijos de Dios para que se gocen al obedecer la voz del Señor Jesús y para que le glorifiquen cumpliendo con aquello que Él mismo ha dispuesto en su amor y soberana sabiduría.
En el libro del Éxodo capítulo 12, encontramos seis aspectos diferentes de la Pascua que nos brindan enseñanzas muy importantes. Los mencionamos a continuación:
1.  La Pascua de Jehová (vs.11)
2.  Un memorial (vs.14)
3.  Una fiesta (vs.14)
4.  Un estatuto (vs. 24)
5.  Un servicio (vs.25)
6.  Un sacrificio (vs.27)

Todos estos aspectos también pueden ser aplicados simbólicamente al memorial del Señor que llevamos a cabo en nuestros días, teniendo en cuenta que hay también otros aspectos que hallamos en el Nuevo Testamento:

7.  El partimiento del pan (Hechos 2:42).
8.  La comunión (1ª Corintios 10:16).
9.  La Cena del Señor (1ª Corintios 11:20).

Todas estas facetas tienen un profundo significado y rebosan de las más preciosas bendiciones. Meditaremos en ellas aun cuando sólo alcancemos a tocar el borde de todo lo que nos brinda Dios en estas enseñanzas.
1.     La Pascua de Jehová
Esta expresión es particularmente dulce para aquellos que alguna vez comprendieron lo terrible que era cargar con la culpa de los pecados ante los ojos de un Dios de verdad y santidad. Es que la Pascua nos habla de un absoluto «pasar por alto» de todos los que han sido cubiertos por la preciosa sangre de Cristo. De la propia boca de Dios habían salido las palabras que brindaban una seguridad perfecta: “Veré la sangre y pasaré de vosotros”. Esta celebración se llevaba a cabo en virtud de que la sangre de Cristo daría perfecta satisfacción a todas las demandas de Dios. La poderosa obra redentora de Cristo le brinda a todo hijo de Dios la seguridad de la salvación eterna. La expresión “La Pascua de Jehová” nos enseña que Dios manifestó su inconmensurable gracia por medio de su propia obra. Solamente los israelitas que habían sido cubiertos por la sangre del cordero tenían el derecho de guardar la Pascua. Y como ya hemos visto en 1ª Corintios 5: 7-8, se aplica el mismo principio para la Cena del Señor: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta”. Conocer a Cristo como nuestra Pascua, como aquel que quitó por completo y eternamente nuestros pecados por el sacrificio de sí mismo, es fundamental para poder hacer memoria de Él en el partimiento del pan. Los que han sido redimidos eternamente por Su sangre son los únicos que tienen derecho a participar de tal fiesta. ¡Y cuán digna de ser recordada con profunda reverencia es esa obra de amor y gracia inefables, de sabiduría y poder infinitos, la obra del bendito Señor de gloria!
2.     Un memorial
Es significativo cómo la voluntad divina determinó que en cada caso, la Pascua y la Cena, el memorial haya sido establecido en los momentos previos al hecho del que luego se haría memoria.  No fue una decisión precipitada, sino la soberana sabiduría de Dios la que decretó, en el caso de la Pascua, que Israel sería liberada aquella misma noche de la esclavitud de Egipto por medio de la cobertura de la sangre del cordero. La sabiduría divina obró de igual manera en relación con la obra de la cruz, en la cual el Señor de gloria sería crucificado para librar de la culpa y de la esclavitud del pecado a todos aquellos que habrían de creer en Él como Salvador y Señor.
Antes de que la Pascua se llevara a cabo, Dios había animado a su pueblo para que este hecho no fuera dejado en el olvido; este importante acontecimiento debía ser recordado por medio de un memorial público. De manera similar, antes de entregar su vida, el Señor animó a sus angustiados discípulos a que le recordaran como aquel que había entregado su cuerpo y derramado su sangre por ellos. Este recuerdo tomaría la forma de un memorial que debía ser observado: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). No debemos recordar solamente su pasión o su muerte, sino también su misma Persona. Por cierto, no excluimos de nuestros pensamientos su infinita gloria, su comunión con el Padre, su maravillosa encarnación, su humillación al tomar forma hu-mana, su vida impecable en la que soportó los dolores y derramó gracia y sufrió de parte del mundo.  Pero Él mismo es quien fue a la cruz, soportando el juicio de Dios allí, despreciando el oprobio, cumpliendo con la perfecta obra expiatoria por el pecado. Por eso nosotros anunciamos “la muerte del Señor”.
Este memorial debe efectuarse de manera clara y ordenada, pero no como algo solamente formal. También debe ser algo vital, una respuesta del corazón que desea recordar al Señor Jesús. Es de es-perar que cada cristiano desee recordar la bendita persona del Señor Jesús, quien se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios. ¡Qué objeto precioso para recordar! Así como la Pascua marcó el principio de la historia de Israel, la muerte de Cristo es para nosotros el comienzo de nuestra nueva vida. ¿Cómo podríamos olvidar es-to? ¡Oh, nuestros corazones son tan inconstantes que si no efectuáramos regularmente este memorial podríamos volvernos fríos y olvidadizos! Israel se olvidó muy pronto de celebrar la fiesta de la Pascua en su viaje por el desierto y ni siquiera se preocupó de hacerlo cuando entró a la tierra prometida. De la misma manera, la Iglesia muestra una grave falta de interés en celebrar la Cena del Señor, desplazando a la misma a un segundo plano mientras la predicación ocupa su lugar. Ciertamente, un memorial implica un recuerdo. Esto tiene su fundamento en las Escrituras: “Haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1ª Corintios 11:25-26).  ¡Ese recuerdo debería elevar y conmover nuestras almas mientras llevamos a cabo tan precioso memorial! Cada pensamiento acerca del Señor incrementa la adoración desde nuestros corazones hacia su bendita Persona y nos impulsa a elevar la merecida y justa alabanza hacia su Nombre. En el partimiento del pan, deberíamos ser muy cuidadosos de recordar, por sobre todo, la persona del Señor Jesús.
3.     Una fiesta
En toda fiesta se ofrece un banquete que puede satisfacer plenamente el apetito de los invitados. Ciertamente, esto se cumple en el memorial del Señor. Porque aun cuando nuestro objetivo en este servicio no es recibir, sino dar al Señor las alabanzas y la adoración de nuestros corazones mientras le recordamos, aun así nuestras almas pueden salir plenamente saciadas. Cuando aceptamos la invitación a una fiesta de casamiento: ¿no vamos con el objetivo de honrar al esposo y a la esposa? Claro que sí. ¡Pero ellos seguramente no permitirán que nos retiremos de la fiesta sin que hayamos probado los manjares! Por cierto, lo que el mismo Señor Jesús nos provee para que celebremos la fiesta a su honor siempre será más que suficiente para llenar nuestros corazones hasta que rebosen. Sin embargo, ¿quedan siempre satisfechos nuestros corazones? De no ser así, ¿a quienes podríamos culpar sino a nosotros mismos? Dejemos de presentar excusas y ocupémonos de nuestra hermosa porción: un corazón lleno del gozo de la presencia del Señor en medio de sus santos amados.
Sin embargo, no deberíamos ignorar la seria advertencia que leemos en 1ª Corintios 5: 7,8: “Limpiaos, pues, de la vie-ja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. Desde los primeros tiempos de la Iglesia esta fiesta sería estropeada terriblemente por la tolerancia de prácticas pecaminosas. La inclusión de levadura estaba absolutamente prohibida en el festejo de la Pascua, y de la misma manera no debería ser tolerado ningún tipo de comportamiento malvado en aquellos que expresan su comunión en el partimiento del pan. Esto se aplica también en relación con la levadura que provoca el falseamiento de doctrinas fundamentales, como está advertido ade-más en otros pasajes de las Escrituras. ¿Cómo podrían los corazones de los creyentes llenarse de Cristo cuando la maldad está entre ellos? Esto debería ser juz-gado con toda honestidad, como lo enseña este capítulo, y “los panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” será la porción de los santos de Dios cuando estén reunidos. En 2ª Corintios 2: 5-11, vemos el ca-so de un hombre que había sido justamente excomulgado, pero que luego, cuando él se juzgó a sí mismo y fue restaurado por el Señor, fue también restaurado en lo que respecta a la comunión en la asamblea. La fiesta del Señor es santa, Él no serviría alimento contaminado en ella, por lo tanto debemos llenarnos sólo con lo que es puro y bueno.
4.     Una ordenanza
La celebración de la Pascua no era una cuestión librada al criterio de Israel o de alguna persona en particular: era un firme decreto de Dios. ¡Qué cuestión solemne! Ignorar este decreto implicaba rebelarse contra una ordenanza de Dios. Efectivamente, se les había dicho: “Toda la congregación de Israel lo hará” (Éxodo 12:47). No obstante, había algunas  excepciones necesarias: si alguien estaba impuro para esta ceremonia, debía guardarse de celebrarla hasta purificarse. Esta  acción necesaria también debe efectuarse en el cristianismo. Es importante recalcar que el lenguaje utilizado por el Señor al instituir la Cena no exhibe un mandato perentorio. Él dijo: “Esto haced en memoria de mí”, y no: “haced esto en memoria de mí” (traducción literal). El énfasis, por lo tanto, está puesto en la palabra “esto” y no en la palabra “haced”, lo cual apela a la respuesta del corazón del creyente. Aun así, este deseo expresado por el Señor, ¿no implica un virtual mandamiento para el corazón del que lo ama? ¿Puedo escuchar al Señor hablándome de esta manera y aun así pensar que puedo desobedecerle? Dicho de otra manera, para un corazón obediente estas palabras del Señor vienen a ser un decreto imposible de ignorar. Por lo tanto, el partimiento del pan es una ordenanza de Dios. Ciertamente, no es una ordenanza legal, sino una ordenanza que alienta a los santos de Dios a observarla voluntariamente.

5.     Un servicio
El espíritu de obediencia voluntaria queda enfatizado en la misma expresión: “Este servicio” (traducción literal). La ordenanza debía ser “observada” y el servicio “guardado” (Éxodo 12: 24-25 traducción literal). En el pasaje de Juan 12: 1-3, leemos que “le hicieron allí una cena”; observamos pues, tres preciosos caracteres: el servicio de Marta, la comunión de Lá-zaro y la adoración de María. Sin duda, percibimos una gradación ascendente en dichos caracteres, pero qué hermoso es encontrar en esta fiesta, junto a la comunión y la adoración, un sumiso y piadoso servicio. Este espíritu de humildad que sir-ve al Señor con gratitud y obediencia luce precioso en el partimiento del pan. Es un servicio rendido a Aquel que es digno de nuestra más profunda sumisión y obediencia. Este espíritu es el que da el poder para “guardar” sin desmayar este bendito servicio.
6.     Un sacrificio
      Esto conduce inmediatamente nuestras miradas al Cordero del sacrificio: “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. Él no sólo dio todas sus posesiones, sino que en un maravilloso y voluntario sacrificio se dio a sí mismo por los pecadores. ¡Qué contemplación inefablemente maravillosa! En un mismo instante surgen pensamientos que se multiplican en diferentes direcciones, así como podemos ver en las Escrituras los distintos aspectos de Su sacrificio: la ofrenda encendida, la ofrenda vegetal, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la culpa, y todas las verdades que surgen de estas ofrendas.
      Pero, paralelamente a todo esto, el recuerdo del Señor también demanda un sacrificio de nuestra parte. Efectivamente, debemos ofrecer “siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15). ¿Acaso esto no se destaca en la celebración de la Cena del Señor? La verdadera adoración demanda un sacrificio voluntario, como el que hizo María de Betania al derramar el costoso ungüento sobre los pies del Señor Jesús. Esto no implica renunciar a algunas de nuestras pertenencias de valor, sino renunciar a nosotros mismos para que Cristo reciba toda la honra. Demanda un corazón colmado de sentimientos piadosos que se derrama voluntariamente para la adoración. ¿Cómo podríamos privarnos de hacer esto cuando en perfecta paz contemplamos el maravilloso e incomparable sacrificio del Señor?
7.     El partimiento del pan
      Aunque en la Cena del Señor hay dos símbolos, el pan y la copa, se le designa como el “partimiento del pan”. ¿Acaso no es porque el partimiento del pan nos habla de los sufrimientos de Cristo en su cuerpo, mientras que “la copa de bendición que bendecimos” nos habla de los maravillosos resultados logrados a nuestro favor? La copa representa la sangre preciosa del Señor derramada como señal de redención cumplida. Pero el partimiento del pan nos recuerda los sufrimientos reales del Señor Jesús, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1ª Pedro 2:24). Y aun cuando en la Cena del Señor podemos hablar, en cierta medida, de los maravillosos resultados benditos de la cruz de Cristo, el énfasis debe estar puesto más bien en el aspecto sublime de los sufrimientos incomparables de nuestro Señor. Esto hace resonar las profundas cuerdas del corazón para la adoración. Porque si las más altas notas resuenan por las glorias de su bendita Persona, las más graves y profundas resonaron en la angustia de su alma hasta la muerte, y muerte de cruz. ¡Bendita y santa contemplación!
            No hay símbolo más sorprendente que un pan para representar el sufrimiento y la muerte. Primero, la semilla cae en tierra y muere. Luego, cuando la planta da fruto, el grano es cortado, lo cual es otra figura de la muerte. Después viene la trilla y la molienda; la harina obtenida es mezclada con otros ingredientes y amasada, lo cual también nos habla de los distintos sufrimientos. Finalmente, la masa es introducida en el horno caliente, tipo del terrible juicio de Dios que el Señor cargó por nosotros en las horas de tinieblas. ¡Qué bendición es para el creyente participar del partimiento del pan! Y así como es precioso conocer al Señor Jesús como “el pan de vida”, es igualmente precioso recordarle a Él en el “partimiento del pan”.
8.     La comunión
El partimiento del pan no puede llevarse a cabo individualmente, aun cuando hay ciertos ejercicios espirituales individuales en relación con este tema que deberían efectuarse siempre. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1ª Corintios 10: 16-17). Primariamente, esta preciosa fiesta expresa la comunión con la sangre de Cristo y su cuerpo dado por nosotros, es decir, una plena identificación con Él en su muerte. Ocupémonos de cuidar y valorar la dulzura de esta santa comunión más allá de cualquier otro significado. No obstante, el apóstol aplica el término “el cuerpo de Cristo” a “la Iglesia, la cual es su cuerpo”, dando a entender con esto que el partimiento del pan es la expresión central de comunión con este “un cuerpo”. Por lo tanto, no sólo no partimos el pan individualmente, sino que también expresamos la comunión con todo el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Esta es una celebración colectiva en la que se manifiesta  una consideración o reconocimiento de todos los santos. Allí no hay lugar para actitudes de independencia o de permisividad en la recepción de personas que expresan estar en comunión con grupos que se reúnen siguiendo principios contrarios a la Palabra. Efectivamente, lo que resta de este capítulo nos enseña que los santos deben evitar toda comunión con aquello que, aun cuando pueda tener apariencia religiosa, no se sujeta al Señor Jesús.
Dios estimula al creyente para que en esta preciosa fiesta desee la comunión con todos los santos y pueda disfrutar también de todos los privilegios que emanan de la misma. Por lo tanto, es justo y piadoso que el creyente manifieste su deseo de expresar dicha comunión. El cristiano está plenamente satisfecho de gozar de la comunión a la que Dios mismo lo ha conducido. Al mismo tiempo, la asamblea tiene la responsabilidad de llegar al convencimiento de que esta persona es salva y camina en santidad, libre de toda relación con el mal. A fin de que todas las cosas aparezcan claras y abiertas se debe esperar un tiempo razonable, porque la comunión debe expresarse siempre sobre la base de la confianza mutua. Esta prudencia piadosa nunca ofenderá a un alma cuidadosa y mesurada porque, como ya hemos dado razones, es una precaución legítima. La celebración de la Pascua requería la purificación del mal, y esto no puede ser menos cierto de la Cena del Señor, que debiera exhibir la comunión de los santos en verdad y amor. Recordemos que el tema de la recepción debe ser resuelto por la asamblea, no solamente por algunos, sino por todos los que se reúnen como tal. Todos deben estar de acuerdo sobre la cuestión, y el que ha solicitado expresar la comunión debería mostrar buena disposición y ale-gría mientras espera que la asamblea lo reciba con plena satisfacción. Esta espera servirá para que ambas partes gocen de una total confianza en la decisión y para que luego todos juntos puedan gozar de la más pura y dulce comunión.
9.     La Cena del Señor
¿Quién podría medir esta bendita expresión? El Señor es quien la ha provisto. Él exhibió su santa y suprema autoridad y su más tierno amor al disponer la Cena, la última comida del día, mientras las sombras crecían aquella misma noche en que sería traicionado. Qué bendito consuelo fue para el Señor recibir el cariño de sus discípulos, compartir con ellos esta sencilla comida, mientras su alma estaba oprimida por la angustia de la muerte. La Cena no es nuestra, es Su Cena. Él es el Anfitrión, es el Señor, cuyos derechos de ejercer su autoridad son absolutos y es merecedor del más profundo respeto y obediencia. Tenemos el privilegio de reunirnos en Su nombre, por lo cual es Él quien debe ser supremamente honrado. Es Él quien invita y por cuya autoridad sus amados santos son admitidos en esta Cena. Además, al tiempo que el Señor dispone el orden de todas las cosas, su misma Persona es la que le confiere a esta Cena su más puro y bendito carácter.
En el mismo contexto en el que esta expresión aparece por única vez (1ª Corintios 11:20), observamos con tristeza que por la falta de orden allí existente fue necesaria la corrección apostólica. Algunos pensaban que podían hacer según bien les parecía, sin tener consideración alguna por los demás. Pero, ya que la Cena es del Señor, entonces debería haber un orden digno del Señor, un orden piadoso, una necesaria consideración por toda la asamblea y un esperar sólo en Dios. El Espíritu de Dios nos guía a sujetarnos al Señor y a elevar la adoración en su Nombre. Si sentimos en nuestras almas que el Señor está en medio de nosotros, ¿cómo podríamos contemplar al Señor allí en el medio y al mismo tiempo pensar que puede ser admitido el desorden? Alentémonos unos a otros para que podamos tener el gozo de crecer en el conocimiento de la bendita presencia del Señor como el anfitrión de su propia Cena. Exhortémonos también para que podamos conocer mejor el orden que Él mismo ha establecido y para que podamos darle a su Nombre el supremo honor.
La Cena también nos recuerda que pronto amanecerá un nuevo día, ya que anunciamos la muerte del Señor hasta que él venga (1ª Corintios 11:26). Teniendo en cuenta que el Señor está viniendo: ¿Po-dríamos descansar felices si nunca hemos partido el pan, desobedeciendo así su dulce mandato? ¿Tendríamos gozo si des-cuidáramos este hermoso memorial? Verdaderamente, ¿es nuestro mayor gozo el estar en la presencia del Señor?
Traducido por Ezequiel Marangone

Doctrina acerca de Dios (Teología Propia)

Introducción.
Hechos 17:23.
            Mientras Pablo esperaba su oportunidad de hablar en la Areópago de Atenas y ser escuchado por los filósofos, recorría y veía los santuarios y se indignaba por la idolatría que existía en esa ciudad, ya que contaba con una infinidad de dioses. De hecho, le llamó la atención uno de ellos, un santuario que tenía una inscripción particular: “Al dios desconocido”. Esa inscripción revelaba que si había un dios que se les había olvidado o del cual no tenían conocimientos, allí había un altar simbólico. La verdad es que habían olvidado al Dios vivo y verdadero.
            Pablo, de pie en el Areópago, ante un público compuesto de personas deseosas de conocer nuevos pensamientos, ansiosas de saber y discutir algo nuevo,  presentó a los atenienses a un Dios desconocido para ellos. Este Dios estaba por sobre los dioses de ellos, ya que había creado todo lo que en la naturaleza existe. 
            Este ser humano, que a pesar de todo su saber filosófico y científico,  está en las  más profundas tinieblas del desconocimiento. Tal es la oscuridad, que solo se pueden caminar a tientas, y  ¡cuan fácil es tropezar y perderse para siempre! ¡Cuantas almas se pierden eternamente siguiendo caminos errados, siguiendo sendas que solo conducen a la perdición eterna! (cf. Pro. 14:12)
            Sin embargo, este Dios desconocido estaba tan cerca de ellos, que aun cuando el hombre sin ver nada, igualmente  podía encontrarle, aun en medio de un centenar de dioses falsos, ídolos sin vida. Con solo sentir la voz de amor que los guía, podían encontrar la mano amorosa que los ayudaría a salir a la luz resplandeciente del conocimiento de la gloria de Dios, que es nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Co.4:4-6).  
            Entendiendo que los ateniense - como lo es nuestro pueblo -, eran muy religiosos, llenos de supersticiones, era comprensible que para ellos fuese totalmente desconocido este Dios, el que Pablo les presentaba, y muy pocos reconociesen la puerta de salida. Pero ¿para nosotros es conocido o sigue siendo aun desconocido? ¿Cuanto conocemos de Él? ¿Le conocemos lo suficiente?
            El saber de una persona, especialmente el que es nuestro Padre, es de vital importancia y es un conocimiento que transcenderá por la eternidad, ya que nos lo llevaremos cuando el Señor venga a buscarnos o cuando Él nos llame. Cuando amamos a alguien, buscamos saber de él hasta sus mínimos detalles, de modo de conocerle en todos los sentidos. Llegará un día en que estaremos con Dios  y “no le conoceremos” porque no hemos dedicado todo el esfuerzo en estudiar lo que Él nos ha revelado de si mismo en la Escritura. En ella, y en solo ella, se encuentra todo lo que quiere que sepamos de Él. El tratar de buscar de encontrar “verdades” en otras fuentes no inspiradas, es mostrar muy poco amor hacia aquel que nos dio a su Hijo para que muriese en rescate por nosotros (cf. Juan 3:16). Como se dijo, sólo en las escrituras está toda la verdad, cualquier otra fuente, como visiones de seudos profetas, libros con apariencia de piedad, es falsa.
            La verdad acerca de Dios está en toda la Biblia, por lo cual una lectura ordenaba, con metodología, con mucha oración y profunda meditación nos permitirán encontrar lo que Dios quiere que sepamos.
            “No hay un tema más sublime que pueda ocupar la mente humana que el estudio de Dios y la relación del hombre a Él (curso bíblico Emaús)”. Este estudio es conocido con el nombre de Teología.
            La palabra Teología es usada, en término generales, para indicar el estudio de las doctrinas que se encuentran expresamente en la Biblia. Esta palabra proviene de dos palabras en griego: Teos (Dios) y Logos (Discurso), por lo tanto es el discurso o tratado a cerca de Dios. Pero como ya dijimos, se utiliza para exponer todas las doctrinas que se encuentran en la Biblia. Pero cuando el  estudio de la doctrina es relacionado con Dios mismo, se le agrega la palabra “propia” para marcar la diferencia, quedando como Teología propia.
            Lo que pretendemos  en este estu-dio es, en primer lugar, mostrar en forma clara y precisa lo Dios que ha mostrado de Él; y en segundo lugar, dejar una base para que cada uno pueda ser incentivado en profundizar en el conocimiento de Dios.
            Terminamos esta introducción con las palabras del profeta Jeremías: “Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme,  que yo soy Jehová,  que hago misericordia,  juicio y justicia en la tierra;  porque estas cosas quiero,  dice Jehová” (Jeremías 9:24).
            No sólo es nuestra obligación entender y conocer a Dios, es una orden e-manada por Dios mismo  que hemos de o-bedecer por amor a nuestro Señor Jesucristo.

Definiciones Generales.

            En éste capítulo  se definirán una serie de términos que tienen relación con Dios y que es útil que conozcamos, y así estar en pleno conocimiento, de modo que cuando los utilicemos, entendamos de qué se está hablando.

Sistema de Teologías Falsos

·         Ateísmo.
            Este término se emplea con frecuencia para indicar la condición de vida en la que se está sin el Dios verdadero. Pablo se refería que los creyentes gentiles eran “ateos” (del griego azeoi: “sin Dios”) antes de su conversión. En su definición más estricta, el término señala la negación de cualquier dios de cualquier tipo que sea.

·         Agnosticismo.
            “Doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto”.  El agnosticismo  no implica un “yo no conozco”, sino un “no se puede conocer”. Es estrictamente un juicio universal negativo, que requeriría un conocimiento universal para su verificación.

·         Escepticismo.
            “Doctrina filosófica que afirma que la verdad no existe, o que el hombre es incapaz de conocerla, en caso que exista”. A diferencia de los cínicos, su doctrina no está basada tanto en la negación de la filosofía  como en la negación de la existencia de un saber objetivo, necesario y universal. Los escépticos creían que todo es tan subjetivo que sólo es posible emitir opiniones.

·         Deísmo.
            “Doctrina que reconoce un Dios como autor de la naturaleza pero sin admitir revelación ni culto externo”.  Los Deístas generalmente negaban cualquier intervención directa en el orden natural por parte de Dios. Aunque ellos profesaban fe en la providencia personal, negaban la Trinidad,  la encarnación, la autoridad divi-na de la Biblia, la expiación, los milagros, cualquier tipo de elección particular tanto en personas como en el caso de Israel o de la Iglesia, o  cualquier acto redentivo sobrenatural en la historia. La actitud de los deístas se anticipa en 2ª Pedro 3:4 “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?  Porque desde el día en que los padres durmieron,  todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.”
           
·         Politeísmo.
            “Doctrina de los que creen en la existencia de muchos dioses”. Desde los días de la creación, la religión era monoteísta, pero degeneró debido al culto idolátrico, y el Dios verdadero y sus atributos comenzaron a ser representados por ídolos, objetos de culticos y fetiches. Puesto que Dios era invisible y trascendente, los hombres pusieron ídolos con expresiones materiales de él. Pronto las cosas creadas fueron adoradas como Dios en lugar del Creador. Así, cada nación tenía un dios principal y otros tantos según ellos pensaran que eran necesarios. No sólo se usaban ídolos, sino también diversas formas de la naturaleza tales como los cuerpos celestiales, las montañas, los mares, los ríos, los insectos, las aves y los animales. La Biblia menciona a Nemrod como el creador de un imperio y de una religión que se opuso a Dios y aglutinó en torno a ella a los pueblos.

·         Dualismo 
            Doctrina que afirma la existencia de dos principios supremos, increados, contornos, independientes, irreductibles y antagónicos, uno del bien y otro del mal; uno que es la fuente de todo lo bueno en el mundo, y otro que es la fuente de todo lo malo. El tipo más claro de dualismo religioso es el de la religión persa (iraní), la que generalmente se asocia con el zoroastrismo, en la que Ahura Mazda y Ahriman representan la proyección en la cosmología de las fuerzas del bien y el mal, respectivamente. El universo  llega a ser el campo de batalla de estas fuerzas opositoras, identificándolas respectivamente con la luz y las tinieblas. Formas más moderadas de dualismo han influenciado la mayoría de las religiones, expresándose, por ejemplo en la distinción entre lo “sagrado” y lo “profano” o por el análisis de la realidad en términos del yin y yang en el pensamiento chino. La teología cristiana acepta generalmente un dualismo moral modificado reconociendo a Dios como supremamente bueno, y a Satanás como una criatura deteriorada a causa del pecado. Sin embargo, esto no es un dualismo de acuerdo a la definición general, ya que la teología cristiana no considera a Satanás como final u original y lo excluye finalmente del universo.

·         Panteísmo
            Doctrina filosófica según la cual el Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes. El panteísmo es la creencia de que el mundo y Dios son lo mismo: con ello se descarta que Dios es el creador de todo.
            En la teología contemporánea, generalmente, toma la forma de un ataque sobre la personalidad de Dios, Afirmando que Dios es “supra personal” (es decir, que está “más allá” o “por sobre lo personal”). Tenemos que admitir que Dios está, infinitamente, más allá de cualquier idea o término que los hombres puedan usar; con su creación; él es el Creador de los términos de la tierra. El término “personalidad” puede ser inadecuado, pero señala en la dirección correcta: Dios es no menos que persona.
            Bajo el impacto de la ciencia contemporánea, el punto más crítico para el teísta cristiano es el peligro de identificar a Dios con algún proceso casual o con alguna teoría atómica, sin mantener la distinción bíblica entre el Dios-Creador personal y los órdenes naturales de creación que él siempre mantiene bajo control.

·         Universalismo.
            Doctrina teológica que enseña que todas las almas en última instancia, se guardarán y que no hay tormentos del infierno. Algunos protestantes y católicos liberales intentan basarlo en la Escritura notando que Cristo murió por todos, y que el castigo eterno es incoherente con un Dios de amor y misericordia que desea que todos sean salvos. La doctrina del universalismo es un típico ejemplo de cómo ciertas herejías que fueron condenadas por el cristianismo histórico en los primeros siglos, vuelven a resurgir en el siglo 19 para penetrar en mayor o menor grado los círculos teológicos hasta el presente. Fueron los primeros gnósticos, Basilidianos, Carpocratianos y Valentinianos, los que eliminaron el infierno eterno en favor de la redención universal.
            Los primeros teólogos cristianos que desarrollan un tipo de teología universalista son los pertenecientes a la escuela de Alejandría, entre los que destaca Orígenes. El universalismo de Orígenes se basa en el concepto de apokatastasis, o restauración final de todas las cosas en la Unidad divina en el fin de los tiempos. La doctrina origenista fue condenada en diversos concilios regionales de Asia en el siglo V.
            Clemente de Alejandría (150-220 d.C.) fue el primer cristiano en sucumbir ante esta doctrina, aunque existen indicios de que luego de un tiempo renunció a su universalismo para creer en el castigo eterno.
            En la doctrina del apokatastasis, la salvación final, niega la doctrina bíblica del castigo eterno y se basa en una deficiente lectura de los Hechos 3:21; Rom.5:18 - 19; Ef.1:9 - 10, 1 Cor.15:22 y otros pasajes.
            Como un movimiento religioso or-ganizado, el universalismo es de finales de 1700 en América. Como una forma de liberalismo religioso, ha tenido estrechos contactos con el Unitarismo a lo largo de su historia. La Iglesia Universalista de América y la Asociación Unitaria de América fusionaron en 1961 para formar una única denominación, la Asociación Unitaria Universalista.

·         Monolatría (Henotismo).
            Del griego mono, uno, y latreia, adoración; a veces se lo llama henoteísmo. La creencia de que existe más de un Dios, pero que hay que servir y adorar solamente a uno. Por tanto, la monolatría es una variante del politeísmo, pues básicamente cree en muchos dioses. Como tal, es una falsa enseñanza que la Biblia rechaza de plano; vea Deuteronomio 6:4; Isaías 43:10; 44:6-8; 45:5-6.
            Hay quienes sugieren que el judaísmo fue henoteísta en sus comienzos, para luego evolucionar hacia el monoteísmo estricto cerca del siglo VII A.C, según se podría deducir a partir de textos del Antiguo Testamento como los siguientes: Éxodo 15:11, Éxodo 18:11, Éxodo 20:3, Éxodo 20:5.
            El mormonismo es un ejemplo excelente de un grupo monolátrico contemporáneo. Enseña la existencia de muchos dioses en muchos mundos, mientras que adoran sólo al Dios de este planeta.

·         Triteísmo.  
            Es la enseñanza de que la Divinidad es realmente tres seres separados formando tres dioses separados. Este punto de vista equivocado y utilizado con frecuencia por los cultos reemplaza la doctrina de la Trinidad la cual establece que hay un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La doctrina de la Trinidad es por definición monoteísta; esto es, una doctrina que afirma que hay un solo Dios en todo el universo.

Sistema Teológico verdadero

·         Monoteísmo.
            “Doctrina teológica de los que re-conocen un solo Dios”. El  monoteísmo debe distinguirse del ateísmo (la creencia de que no existe ningún dios) y del politeísmo (la creencia de que hay varios dioses); también debe distinguirse de la monolatría  y del henoteísmo.
            El Monoteísmo no es negado ni distorsionado por la doctrina de la Trinidad, y que el N.T. claramente se adhiere a la revelación del A.T. en cuanto al único Dios vivo y verdadero. Los apóstoles jamás sintieron que era incompatible con la doctrina del A.T. decir que este Dios existe (o subsiste) en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya que jamás pusieron en tela de juicio la idea.

·         Teísmo.
            “Creencia en un Dios personal y providente, creador y conservador del mundo”.  El Término Teísmo puede definir-se como la creencia en un dios o dioses de cualquier tipo. Para el propósito de este documento,  lo consideramos desde el punto de vista cristiano, de la creencia en el Dios que nos describe la tradición judeocristiana y que está contenida en la Biblia.