Es de gran importancia para el cristiano que tiene una clara aprensión
en el verdadero carácter de la obediencia del Creyente. Es evidente que yo debo
ser Creyente antes que obedecer a Cristo. Un niño puede entender esto. Yo debo
estar en una posición en orden a desempeñar la sumisión que concierne a esto.
Yo debo estar en una comunión antes que yo pueda conocer, sintiendo o
desplegando los afectos que fluyen de esto.
Si nosotros mantenemos
este simple principio en nuestras mentes nos servirá para prevención de unir
una idea legal a la obediencia. No debería y no puede haber un simple trazo de
legalidad en la obediencia a la que nosotros somos llamados como creyentes,
viendo que, antes que podamos dar un paso en esa bendita senda, nosotros
debemos tener la vida divina. Ahora ¿Hemos nosotros conseguido esa vida?
"No por obras, para que nadie se gloríe", no por medio del esfuerzo
legal de algún tipo sea el que fuere, sino por medio del don gratuito de Dios,
¡toda alabanza y agradecimiento a Su Santo nombre! "El don de Dios es vida
eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor". ¿Cómo esta vida es
comunicada? ¿Cómo nosotros somos vivificados o nacemos de nuevo? Por medio de
la Palabra y el Espíritu de Dios, y en ninguna otra forma. Nosotros somos por
naturaleza "muertos en... delitos y pecados". No hay en ningún hijo o
hija de Adán algún pequeño latido de vida divina. Tomando el más grande
ejemplar de la simple naturaleza - tomando el mas refinado, culto, moral y
amable persona, en el más alto circulo de la vida social; tomando el mas
religioso y devota persona en lo simplemente natural, veremos que no hay ni una
chispa de la divina o espiritual vida.
Esto es muy humillante
para el corazón del humano, pero esta es la simple verdad de las Santas
Escrituras que debe ser constantemente mantenida y fielmente presentada.
Nosotros somos por naturaleza contrarios de Dios, enemigos en nuestras mentes
por obras pecaminosas, y por consiguiente nosotros no tenemos ni la voluntad,
ni el poder para obedecer. Para eso debe haber una nueva vida, una nueva
naturaleza, antes que un pequeño paso pueda ser dado en la bendita senda de
obediencia, y esta nueva vida es comunicada a nosotros por la gratuita gracia
de Dios a través de la operación del Espíritu quién nos vivifica por la
Palabra,
Un pasaje o dos de las
Santas Escrituras establecen claridad ante este asunto para el pensamiento del
lector. En Juan 3 leemos "que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios". Aquí nosotros tenemos la Palabra
presentada bajo la figura del agua, como leemos en Efesios 5 de "en el
lavamiento del agua por la palabra". Nuevamente, en Santiago 1 leemos:
"Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad". No es
posible concebir algo más enteramente independiente del esfuerzo humano que el
nuevo nacimiento tal como aquí es presentado. Esto es completamente de Dios, de
Su propia voluntad y por Su propio poder. ¿Qué puede un hombre hacer con su
natural nacimiento? Ciertamente nada. ¿Qué entonces puede él hacer con su
espiritual nacimiento? Esto es exclusivamente de Dios, de principio a fin.
¡Toda la gloria para Él que hace esto así!
Tomando un pasaje más
en este gran tema. En 1 Pedro 1:23 leemos, "siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y
permanece para siempre: Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido
anunciada".
Nada puede ser más
precioso que esto. Cuando la noticia alegre de salvación desciende con poder
sobre el corazón, ese es el momento del nacimiento. La Palabra es la siembra de
la vida divina, depositada en el alma por el Santo Espíritu. De este modo
nosotros estamos naciendo de nuevo. Nosotros somos renovados en el gran impulso
profundo de nuestro ser moral. Nosotros somos introducidos en la bendita
comunión de los hijos, así como leemos en Gálatas 4. "Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo" - ¡maravillosa gracia! -
"nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que
estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el
cual clama: ¡Abba Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero de Dios por medio de Cristo" (v.4-7).
Aquí, entonces, tenemos
el fundamento verdadero de la clara obediencia y plenamente establecida ante
nosotros. Esta vida eterna posee un gozo en la comunión eterna. No puede haber
legalidad aquí. No somos mejores siervos en el terreno de lo legal, más si
hijos en el bendito y elevado fundamento del amor divino.
Debemos recordar que
somos llamados a la obediencia. "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" Es
el primer aliento de un alma nacida de nuevo. Esto era la pregunta que venía
del quebrado y penitente corazón de Saulo de Tarso, cuando había sido golpeado
su fundamento por la manifestada gloria del Hijo de Dios. Dirigido a lo alto en
ese momento, él había vivido en rebelión contra aquel Bendito, pero ahora él
estaba llamado a rendirse, en cuerpo, alma y espíritu, para una vida de
ilimitada obediencia. ¿Había alguna cosa de elemento legal en esto? Ni un rasgo
de principio a fin. "El amor de Cristo", él dice "nos constriñe,
pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos
murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos." (2ª Corintios 5:14-15).
Aquí, amado cristiano
lector, se apoya el gran impulso motivador de todo cristiano obediente. La vida
es el fundamento; el amor es el impulso. "Si me amáis, guardad mis
mandamientos". Y otra vez, "El que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le
amaré, y me manifestaré a él" ¡Cuan precioso! ¿Quién puede adecuadamente
poner adelante la santidad de esta manifestación de Cristo a la obediencia del
corazón? ¿No deberíamos seriamente esperar para conocer más de esto? ¿Podemos
esperar esto si nosotros estamos viviendo en el habitual descuido de Sus santos
mandamientos? Esto es "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es
el que me ama".
¿Tenemos nosotros Sus
mandamientos? ¿Nos mantenemos en ellos? ¡Cuan absolutamente despreciable es la
simple profesión de labios! Es como el hijo de aquella parábola que dijo
"Yo iré, señor y no fue". Es vacío, hueco, despreciable escarnio.
¿Qué padre le interesaría por una declaración que clama del afecto por parte
del hijo, que no le interesó por realizar sus deseos? ¿Pudo tal hijo esperar
mucho gozo de la compañía o la confianza de su padre? Seguramente no;
ciertamente es cuestionable sí él pudo evaluar por cierto lo uno o lo otro. Él
puede estar bastante preparado para aceptar todo lo que la mano del padre le
puede otorgar para encontrar así sus personales deseos, pero hay una gran
diferencia ciertamente entre recibir los dones de la mano del padre y gozar la
comunión con el corazón del padre.
Es esto último lo que
nosotros deberíamos siempre ver y es el precioso fruto de amor obediente a las
palabras de nuestro Padre. "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre
le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no
guarda mis palabras" (Juan 14:23). ¿Puede alguna cosa en este lado del
cielo ser más preciosa que tener al Padre y al Hijo viniendo a nosotros para
hacer su "morada" con nosotros? ¿Sabemos que significa esto? ¿Nos
gozamos en esto? ¿Es esto habitual en todos? ¡No, es algo aparte! Esto es
conocido solo por aquellos que saben, tienen y mantienen las palabras de Jesús.
Él habla de "Sus mandamientos" y "Sus palabras". ¿Cuál es
la diferencia? La formación pública de nuestro santo deber; lo último son las
expresiones de Su santa voluntad. Sí yo doy a mi hijo un mandamiento, es su
deber obedecer y si él me ama se deleitará en obedecer. Pero suponiendo que él
me ha oído decir "yo quiero así y así", y así él hace lo que piensa,
sin serle directamente mandado a hacerlo. Él siendo así me da un profundo y
gran contacto de su amor, y de su interesante afecto en todos mis deseos. Este
es el mayor placer a un amante corazón del Padre y el responderá a este amor de
amante obediencia, para hacer del hijo obediente su compañero y el depositario
de sus pensamientos.
Pero aquí es más que
esto. En Juan 15 nosotros leemos, "Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado" ¡Maravillosa
verdad! "permaneced (o morar) en mi amor" ¿Cómo es hecho esto?
"Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor".
Aquí nosotros
aprendemos la maravillosa verdad en la que somos llamados al mismo tipo de
obediencia así como nuestro adorable Señor y Salvador le rindió al Padre cuando
Él anduvo como Hombre en esta tierra. Nosotros somos llevados a la plena
comunión con Él mismo, ambos en el amor con que nosotros somos amados y en la
obediencia en la cual tenemos el privilegio a rendir. Esta es la mayor
bendición confirmada por el Espíritu en 1 Pedro donde los Creyentes se les
revela de cómo "elegidos según la presciencia de Dios Padre en
santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de
Jesucristo" (Cap. 1:2).
El lector
cuidadosamente notará esto. Nosotros somos elegidos del Padre y santificados
por medio del Espíritu para obedecer como Jesús obedeció. Tal es la simple
enseñanza del pasaje. Que bendito es aquel que encuentra Su alimento y bebida
en hacer la voluntad del Padre. Su único motivo para actuar estaba en la
voluntad del Padre. "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado".
No había el elemento opuesto en Él como está tristemente en nosotros. Pero,
bendito sea Su nombre, Él estaba uniéndonos con Él mismo y nos llamó a Su
bendita comunión, ambos en el amor del Padre para Él y en Su obediencia al
Padre.
¡Maravilloso
privilegio! ¡Ojalá que nosotros apreciemos esto mucho más! Oh, que nosotros nos
rindamos a un amor obediente para todos Sus preciosos mandamientos y diciendo,
como Él podía manifestarse a nosotros y hacer Su morada con nosotros. ¡Bendito
Señor, haznos más obediente en todas las cosas!
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