domingo, 26 de marzo de 2023

Un Tiro de Piedra

 

Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra. (Lucas 22:41)

Un momento muy importante había llegado en la vida del Señor Jesús. Hasta entonces, nunca se había separado de sus discípu­los de esta manera, ni ellos se habían apartado de él. No querían dejarlo, porque sin Él nada podían hacer. Cuando otros le habían dado la espalda, ellos dijeron: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Jn. 6:68-69). Tan apegados estaban a Jesús, que Él les dijo: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas” (Le. 22:28). Ellos lo amaban y eran sus amigos, y aunque no entendían mucho la angustia que llenaba su alma, sus corazones simpatizaban en amor hacia Él, y esto era algo muy preciado al corazón del bendito Salvador.

 

Pero ahora había llegado el tiempo de la partida, porque Él debía cumplir la voluntad de Dios. Ellos lo siguieron al Getsemaní; lo habían hecho muchas veces antes, porque Jesús iba allí a menudo con sus discípulos, y ellos habían velado con Él en el silencio de la noche, bajo aquellos olivos, mientras Él tenía comunión con su Padre. Pero ahora era diferente, y Él les dijo: “Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro". ¿Quién puede dimensionar lo que “voy allí” significaba para Él?

Él estaba a punto de entrar en el gran combate y buscaba conso­ladores (Sal. 69:20), y como Pedro y los hijos de Zebedeo parecían entrar más plenamente en sus pensamientos que el resto de los discípulos, los llevó consigo. Ciertamente, estos tres podían darle lo que Él buscaba, velando a su lado en aquella terrible hora. ¡Por des­gracia, no fue así! También debió apartarse de ellos; Él debía ir “un poco adelante”, y, solo—o, como leemos en Lucas, debía apartarse de ellos “a distancia como de un tiro de piedra” (Le. 22:41).

Nombre del Siervo voluntario,

Quien del mundo el fardo llevó;

Hombre que, humilde y solitario,

De piedad nuestro mal llenó.

H. L. Rossier

En el Evangelio de Mateo, Jesús es visto como el Rey; y es su pri­vilegio, como Hijo de David, el actuar según sus propios derechos; así que allí lo vemos ir “un poco adelante” (Mt. 26:39), bajo su propia iniciativa. En el Evangelio de Lucas lo vemos como el Hombre obe­diente y dependiente, lleno y ungido por el Espíritu para ocuparse de los negocios de su Padre. Él estaba completamente sujeto a la guía del Espíritu, así que allí lo vemos apartarse “a distancia como de un tiro de piedra”. Él se aparta bajo la guía del Espíritu y la voluntad del Padre. Sus discípulos no podían acompañarlo en ese momento, pues, aunque la distancia que los separaba era de tan solo un tiro de piedra, en realidad la distancia era inmensurable, y esa senda jamás había sido pisada por otro ser humano. Los discípulos jamás volverían a asociarse con Él como antes; ese era un capítulo que se había cerrado para siempre; los vínculos se habían roto, y Jesús lo sintió profundamente.

En medio de su gran conflicto en el Getsemaní, el Señor volvió en tres ocasiones a sus discípulos; porque, aunque eran incapaces de seguirlo en aquella senda o velar con Él en ella, su amor hacia ellos no podía cambiar. También debían atravesar un serio zarandeo (Le. 22:31), y Él quería que, por su propio bien, velaran y oraran. Pero no hubo respuesta a su anhelo; los consoladores que Él buscaba le fallaron—“los halló durmiendo”. Entonces, cuando se despertaron de su insólito sueño, se aterrorizaron al ver su dolor.

Los amigos que Jesús amaba fueron alejados de Él, porque incluso la simple simpatía humana no podía ayudarlo en esos momentos. Ningún corazón humano podía entender su inmenso dolor; nadie lo conoció jamás, pues sobrepasa las medidas humanas. Fue el dolor del santo Hijo de Dios camino a cargar nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero—iba a ser hecho pecado por nosotros, y estaba por soportar el desamparo de Dios hasta que la obra estu­viese completa.

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