viernes, 2 de agosto de 2019

EL HOMBRE UN SER MORAL

La ética según la Biblia es sabiduría, una vida orientada por el temor del Señor; una ética que propone una vida responsable, consciente del ‘como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos’. La Biblia desde el ini­cio afirma que el hombre es un ser moral, una criatura con el llamamiento alto de cumplir el propósito para el cual fue crea­do. Los primeros capítulos de la Biblia ex­plican las condiciones morales del hombre en la creación y como cambiaban por la caída en pecado.


Labrar y guardar la tierra.
El libro de Génesis da un lugar especial al hombre en la creación de Dios, creado en la imagen y según la semejanza de Dios (Génesis 1.26,27). Es el representante de Dios en la tierra. Génesis 2 añade detalles a esta mayordomía: el derecho de dar nom­bres a los animales, labrar y guardar. Gé­nesis 2.19-20). El primer verbo señala el trabajo de sembrar y de cosechar, el segun­do se refiere a la responsabilidad de guar­dar la integridad de la creación. El carácter moral de este último encargo se precisa por el mandamiento de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gé­nesis 2.9). El árbol representa todo lo que Dios no quiere para el hombre: el caos, el vacío, la oscuridad y el sin sentido del ini­cio de la creación, igual que la vuelta a es­tas condiciones que es la muerte (Génesis 1.2; 2.17).
El hombre responsable y víctima del pecado.
A continuación, la Biblia cuenta la historia de la caída en el pecado. Génesis 2.25 en­fatiza que el hombre estaba desnudo, cier­to, sin sentir vergüenza, pero también vul­nerable. Cuando el mal entra en la buena creación en forma de una mentira, el hom­bre y la mujer no pueden defenderse. Son engañados con el mismo motivo falso que el diablo había usado para rebelarse contra Dios: la idea de ser igual a Él. Fue una men­tira absurda, pero con consecuencias ca­tastróficas. La relación entre el hombre y la mujer se hizo compleja y lo peor fue la se­paración de Dios por el propio carácter del pecado. Sabemos todos que cuando peca­mos contra un amigo, perdemos su amis­tad. Cuando pecamos contra nuestra pare­ja, perdemos el matrimonio. De la misma manera: cuando el hombre peca contra Dios, pierde la relación con su Creador. Adán y Eva lo hicieron y al mismo instante el pecado hizo separación entre ellos y su Dios (Is. 59.2).
Muerto en delitos y pecado
La separación de Dios es muerte espiritual, pero el Señor tuvo misericordia de Adán y Eva y los buscó en su escondite. Cierto, los condenó a sufrir las consecuencias de su pecado en forma de una vida difícil y dolorosa. Hasta maldijo la tierra a causa de ellos y los expulsó del huerto de Edén. A la vez los protegió por separarlos del poder del diablo, prometiéndoles una salvación completa en el futuro. Mientras tanto puso enemistad entre el diablo y los seres huma­nos (Génesis 3.15).
La conciencia moral del hombre
Preguntamos, ¿cuál es esta enemistad? Po­demos decir que es la conciencia moral del hombre. Si bien, la Biblia afirma con res­pecto a nosotros que no hay justo, ni aun uno (Rom.3.10), no significa que tenemos una relación cómoda con el mal. El mal nos asusta, nos provoca vergüenza y culpa, igual que a Adán y Eva. Dice el apóstol Pa­blo en Rom. 2.14, 15 que tenemos una ley en nuestro corazón que distingue entre co­sas que debemos hacer y cosas que no de­bemos hacer. Y esta conciencia del bien y del mal nos hace seres morales.
Existe la posibilidad preocupante de endu­recernos. Esto pasa cuando no escuchamos las advertencias de nuestra conciencia, cuando hacemos conscientemente y con frecuencia las mismas cosas malas. Al final ya no sentimos culpa o vergüenza. Podemos conocer casos históricos o contemporáneos de hombres o mujeres endurecidos, que cometen las crueldades más terribles. En nuestro tiempo el endurecimiento con res­pecto a los pecados sexuales es muy fre­cuente. En todo caso, el susto y el horror por el mal de otros, una vez más es otra confirmación de nuestro carácter moral.
Confirmamos que el hombre es un ser mo­ral. Sabe del bien por la imagen y semejan­za de Dios y del mal por el pecado, pero este saber es débil y confuso. Necesitamos una instrucción más precisa en cuanto al bien y mal que recibimos por la ley de Dios, revelada en la Biblia.
En la calle recta, Nº262/marzo 2019

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