David L. Adams
Pinar del Río, Cuba, 1955
Las obras de
Dios son eternas
Todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se
añadirá, ni de ello se disminuirá. Así escribió en Eclesiastés 3.14 el más sabio
de los sabios antiguos, Salomón el rey, poeta, filósofo, compositor de más de
mil canciones y autor de tres mil proverbios. Su sabiduría le condujo a la
aseveración conclusiva de que las obras de Dios son eternas.
La creación misma lo corrobora a lo
largo de muchos milenios, demostrando que, si bien la materia cambia de forma
en muchas maneras, no es destruida. La tierra antigua pereció, anegada en agua,
y la que ahora es, con los cielos, está reservada por la misma palabra de Dios,
guardada para el fuego en el día del juicio. Mas no por esto cesará de haber
tierra y cielos: Esperamos cielos nuevos y tierra nueva, los cuales, dice Dios,
permanecerán delante de Él. Véanse 2 Pedro 3.7, 13 e Isaías 66.22. La creación,
pues, será para siempre. Es obra de Dios.
De la misma fragua divina, de la misma
mano creadora, el hombre recibió ser. Por lo tanto, el hombre también ha de
permanecer eternamente. Aunque su cuerpo muere y se deshace en el sepulcro, su
alma y espíritu son trasladados por un tiempo al lugar de los muertos, sea de
pena o de gloria, todos serán resucitados en una u otra ocasión, reunidos alma
y cuerpo por la potencia limitadísima de su Creador. Pasarán a su morada
eterna, bien sea el cielo, bien el lago de fuego eterno. Cada ser humano, por
ser obra de la mano divina, permanecerá para siempre.
La
salvación es una de sus obras eternas
De todas las obras divinas, ninguna
debe más su origen y consumación a la voluntad y poder de Dios que la salvación
del alma. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, escribió en
Filipenses 2.13, refiriéndose a la salvación, que Dios es el que produce así el
querer como el hacer por su buena voluntad. A otros dijo que por gracia eran
salvos, por la fe, y esto no de ellos, pues es don de Dios, no por obras. Somos
hechura suya en Cristo Jesús. Efesios 2.8 al 10
Con esto concuerdan las palabras del
apóstol Santiago: "De su voluntad nos hizo nacer", 1.18. Y otra vez
las palabras de 2 Timoteo 1.9, que dicen que Dios nos salvó no conforme a
nuestras obras sino según el propósito suyo. De modo que es claro que nuestra
salvación es obra divina de la cual se puede decir que son intocables los dones
y el llamamiento de Dios, Romanos 11.29. O sea, será perpetua.
De que algunos ya tengan la
seguridad de esta salvación y posean la vida eterna, es cierto por lo
siguiente: En oración a su padre, Cristo dijo de sí mismo, "Le has dado la
potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le
diste", como antes dijo: "Yo soy el pan de vida ... si alguno comiere
de este pan vivirá para siempre". De los que no la tienen Él dijo:
"Vosotros no creéis porque no sois mis ovejas ... Mis ovejas oyen mi voz
yo las conozco, y me siguen y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni
nadie las arrebatará de mi mano". Juan 17.2; 6.48,51; 10.26 al 28
El apóstol Juan, hablando con igual
claridad, escribió en su primera epístola: "Muy amados, ahora somos hijos
de Dios", como también dijo Pablo a los gálatas en el 3.36: "Todos
sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús", y a los efesios en el 2.8:
"Por gracia sois salvos". La salvación, pues, es disfrutada ya por
los que son de Cristo.
Nuestra salvación es obra divina.
Comenzó cuando Dios según beneplácito nos escogió en Cristo antes de la
fundación del mundo, Efesios 1.4, y es efectuada por su propia voluntad y hechura
en los que creemos.
Es
falso pensar que se la pierde
Siendo
así, ¿cómo enseñan algunos que, habiendo sido salvos por la fe en nuestro Señor
Jesucristo, es posible –o aun cierto, afirman ellos– que perdamos esta
salvación debido a la falta de fe o el pecado e infidelidad en nosotros? ¿Acaso
la recibimos al principio por nuestros propios méritos o piedad?
Proponemos, pues, enseñar que tal doctrina ni es bíblica
ni es digna de la gracia munífica de Dios nuestro Salvador por la cual fuimos
redimidos. Preciso es aclarar cuál sea el fundamento de la salvación tan grande
y de esta vida eterna.
¿Será porque el que la busca cumple la ley de Dios, o
sea, los diez mandamientos? Tal esperanza y tal procedimiento reciben su
respuesta categórica en Romanos 3.20: "Por las obras de la ley ningún ser
humano será justificado delante de Él, porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado". O sea, no cumplimos con la ley del Antiguo
Testamento. Otra vez: "Nada perfeccionó la ley", y: "Queda ...
abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad", Hebreos
7.18,19.
Pero este mismo versículo habla de la introducción de una
esperanza mejor por la cual nos acercamos a Dios. Esta esperanza es, como dice
Tito 1.1, la de la vida eterna. Dios, que no miente, la prometió desde antes de
los siglos en Cristo nuestro Señor.
Tal es su sacrificio a favor de los que en Él confían que
de ellos se dice: "Ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados", 1 Corintios 6.11. En Hebreos capítulo 10 leemos que somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre, porque con una ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Se ve que todo se basa en la perfección del sacrificio de nuestro Salvador, quien,
habiendo ofrecido para siempre un solo sacrificio, se ha sentado a la diestra
de Dios.
Ahora, pues, el justo y santo Dios
puede decir de los que son de la fe de Jesús: "Nunca más me acordaré de
sus pecados e iniquidades, pues donde hay remisión de éstos no hay más ofrenda
por el pecado". El creyente, por su parte, puede usar el lenguaje de
Efesios 1.7: "Nos hizo aceptos en el Amado, en el cual tenemos redención
por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia".
Es inconcebible que el pecador arrepentido,
una vez perdonado, quien sólo en Cristo confía y cuyo perdón es ratificado por
la Palabra divina, sea acusado otra vez de la culpabilidad de estos mismos
pecados. La Biblia nunca limita los pecados perdonados a los de antes de
salvarse uno, sino que lo son todos. ¿Cómo será posible que esa persona,
habiendo sido santificada por el sacrificio de su Sustituto, vuelva a ser
condenada por no haber cumplido con su Señor como es debido? Desde un principio
la tal persona fue aceptada y salvada solamente por gracia, pese a sus
deméritos propios.
¿Será impuesta de nuevo sobre el
alma, una vez salvada, la carga de sus pecados, cuando al morir los expió el
Redentor? ¿Acaso Jehová no cargó en Él el pecado de todos nosotros, y que
quedasen algunos pecados por expiar por obra humana? Tal cosa sería una
negación declarada de la suficiencia y la perfección del sacrificio de Cristo.
Esta perfección es atribuida en toda su plenitud al creyente, ya que la Palabra
insiste: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
hecho, sino por su misericordia", Tito 3.5.
Depende
de Dios y no del creyente
Claro está que no cabe duda en
cuanto a la responsabilidad del creyente en Cristo de:
·
andar dignamente de la
vocación con que es llamado, Efesios 4.l
·
renunciar a los deseos
mundanos, Tito 2.12
·
no conformarse al modo
de ser del mundo sin Cristo, Romanos 12.2
·
ser santo en toda
conversación y vida, 1 Pedro 1.15
Todo eso, y más, la Biblia afirma.
Es más: el creyente incumplido sufrirá pérdida grande y duradera a causa de su
infidelidad hacia el Señor y su desobediencia a la Palabra.
Empero no hay tal enseñanza de que
se pierda el creyente que una vez se entregó al Salvador y fue regenerado por
el Espíritu de nuestro Dios, como lo son todos los salvos por su gracia; 1
Corintios 12.13. Aun si ese creyente se haya enfriado y hasta alejado de su
Señor, queda vigente la promesa de 2 Timoteo 2.13: "Si fuéremos infieles,
Él permanece fiel".
Nos ha hecho Dios un pacto eterno
por la sangre de la cruz; Hebreos 12.24. ¿Invalidará, pues, nuestra infidelidad
ese pacto, confirmado por la eficacia de la sangre preciosa de nuestro
Redentor? Por el Espíritu de Dios somos constituidos miembros del solo cuerpo
de Cristo, del cual Él es la cabeza y su pueblo los miembros; Romanos 12.5, 1
Corintios 12.12,13. ¿Será, pues, desmembrado el cuerpo de Cristo cada vez que
un creyente en Él le niega o le desobedece?
Tan estrecha es la unión que enlaza
al Señor con los suyos que la Palabra dice que el que santifica y los que son
santificados de uno son todos, Hebreos 2.11. Y, en 1 Corintios 6.17 dice que el
que se une al Señor, un espíritu es con Él. ¿Será dirimida esta unión y anulada
esa relación por la imperfección de los que fueron hechos participantes de
ella? La contestación a tales preguntas es obvia.
¿Pero qué le sucederá al creyente
desobediente e infiel? Aunque el regreso del Señor para su Iglesia le encuentre
durmiendo en cuanto a su responsabilidad y deber cristiano, el tal irá
juntamente con el Señor, y así nos asegura 1 Tesalonicenses 5.10: " ...
quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos
juntamente con Él".
La pérdida será de la recompensa y
aprobación que el Señor dará a sus siervos fieles según sean sus obras, y no de
la vida eterna. Esta vida es exclusivamente la dádiva de Dios según expresa
Romanos 6.23; no es recompensa ni ganancia por los méritos de quien la recibe.
El creyente infiel sufrirá el ser
quemadas sus obras. Perderá su galardón, "si bien él mismo será salvo, aunque,
así como por fuego", 1 Corintios 3.12 al 15.
Así que la suma del asunto es que los que reposan
confiadamente en Cristo como su único y exclusivo Salvador pueden decir con
toda seguridad: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que
también resucitó el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros". La resurrección de Cristo es la prueba suprema de
su obra intercesora.
"¿Quién nos apartará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada? ... Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro". Romanos 8
De modo que decimos con el gran
apóstol: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para
guardar mi depósito para aquel día", 2 Timoteo 1.12. Y con otro gran
apóstol: "Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada...", 1 Pedro l. 5
A la vez escuchamos las palabras de
nuestro mismo Salvador en Juan 6.39: "Esta es la voluntad del Padre, el
que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada ...". Y en el
3.15: "... todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida
eterna". En el día postrero Él volverá a decir, contemplando con gozo a
todos sus hijos en la gloria sempiterna, comprados, salvados y lavados en su
sangre preciosa: "A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se
perdió, sino el hijo de perdición", Juan 17.12.
Esta obra de salvación, como las
demás obras de Dios, es para siempre. "A aquel, pues, que es poderoso para
guardaros sin caída, y presentaras sin mancha delante de su gloria con gran
alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad,
imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén". Judas 24, 25.
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