miércoles, 1 de agosto de 2012

La venida del señor


Capítulo 2

Muchos de los que saben algo acerca de la "doctrina" de la segunda venida de Cristo parecen tener la mente llena de "señales" y "acontecimientos" que creen cumplidos ya que están verificándose, o que se realizarán pronto. Es porque dichas personas se ocupa- de los "sucesos" en vez de la Persona misma que viene.
Una madre viuda está en la terminal de buses con la mirada clavada en el horizonte Ha oído decir que tres camiones regresarán con tropas, tras una victoriosa campaña militar. Entre los soldados está su hijo, a quien espera ansiosamente. Se hacen muchos preparativos para la gran revista que se verificará en cuanto los héroes bajen a tierra. Pero estas cosas no tienen gran atractivo para ella. Las bandas militares las banderas que ondean, los arcos de triunfo y los brillantes uniformes de gala podrán satisfacer la curiosidad del mero espectador; pero ella espera a su propio hijo.
Puede ser que hoy sucedan cosas indicándonos que, según las palabras del profeta Malaquías, no está lejano el día en que "Nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación" para los pueblos de Israel que temen a Jehová; mientras que para los impíos será "el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá ¡os abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Malaquías 4:1 -2).
Pero la esperanza inmediata del creyente no es ese "día grande de Jehová, cercano y muy presuroso...", ni tampoco "el Sol de Justicia" sino — según las propias palabras de Jesús — "la Estrella resplandeciente de la mañana" (Apocalipsis 22:16). Ahora bien, la estrella de la mañana apunta en el horizonte antes de la salida del sol, y algunas veces, un tiempo considerable los separa.
Precisamente, entre la venida del Señor cual "Estrella de la mañana" y el momento en que aparecerá como "Sol de justicia", caerán sobre la tierra los juicios descritos en el Apocalipsis. Entonces surgirá aquella terrible personificación de suprema maldad y anarquía, el "hombre de pecado", el "hijo de perdición", "aquel inicuo: el Anticristo" (2 Tesalonicenses 2). Será el "tiempo de angustia para Jacob" (Jeremías 30:7) y el de la "gran tribulación" (Mateo 24:21-22); pero un residuo será preservado en medio de todo, del mismo modo que lo fueron los tres jóvenes hebreos echados en el horno por orden de Nabucodonosor (Daniel 3)
Entonces, los que falsamente aparentan ser cristianos, los que ahora no reciben "el amor de la verdad para ser salvos", se verán abandonados por Dios, entregados a una eficaz operación de error, "para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad" (2 Tes 2:10 -12).
Se harán milagros e innumerables señales del carácter más espantoso, habrá abundancia de dolores, y lo que verán y lo verán aterrorizará a los más valientes: "Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir pero la muerte huirá de ellos" (Apocalipsis s 9:6).
Pero es menester recordar que lo anunciado sucederá después y no antes del arrebatamiento de la Iglesia, la Esposa celestial de Jesús. ¡Cuán a menudo olvidamos que es El mismo, quien viene presto para reunir a Su alrededor a los que rescató! El mirar los acontecimientos en vez de mirar a Jesús priva al corazón de esa dicha y de esa lozanía que es la verdadera porción de nuestra esperanza celestial.
Demasiado ha logrado Satanás al presentarnos la segunda venida del Señor como una amenaza terrible y justiciera, mientras que fue la consolación más eficaz para los discípulos abatidos, según vimos en Juan cap. 14. Y cuando, años más tarde, el apóstol Pablo escribe su primera carta a los recién convertidos en Tesalónica — objetos de pruebas y persecuciones — a lo que dijo acerca del retorno de Cristo, añade esta frase corta, pero significativa: "Consolaos los unos a los otros con estas palabras".
Examinemos, pues, estas frases de aliento que, bajo la inspiración divina, él les dirigió: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses4:16-17).
Notemos que era el Señor mismo en su perfecta humanidad, como Hombre viviente, que iba a descender del cielo, y al que debían encontrar en las nubes. Al convertirse, supieron los tesalonicenses que "ese mismo Jesús" que los había salvado y librado de la ira venidera por Su muerte y resurrección, iba a volver. La epístola nos dice que se habían "convertido [esto es se habían vuelto definitivamente] de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1 Tesalonicenses 1:9- 10). Su esperanza no estaba basada en algún acontecimiento profético, sino en la misma Persona del Hijo de Dios.
Hace algunos años, encontré en una ciudad un muchachito de unos seis años que iba repitiendo una pequeña canción, al parecer de su propia composición. Era breve, tres palabras nada más: " ¡A las diez, a las diez, a las diez!..." Tantas veces la repetía, tan absorto parecía, que le pregunté lo que significaba su estribillo. Después de unas cariñosas palabras, me abrió su corazoncito y me explicó que su madre se había ausentado de la casa hacía algún tiempo, pero que su padre había recibido una carta anunciando que ella volvería ese mismo día "a las diez".
            Sobra decir que la pequeña copla no precisaba mayor explicación. La llegada de su madre llenaba el corazón del chico hasta hacerlo rebosar. Por cierto, había extrañado y lamentado mucho su ausencia, pero ahora estaba para volver, y esta noticia le colmaba de gozo de tal modo que repetía sin cesar: "a las diez, a las diez, a las diez".
Los creyentes esperan el retorno de Cristo— ¿por qué?
            Ahora bien, ¿por qué habría de ser distinto para ti y para mí cuando oímos hablar del regreso del Señor? ¿No experimentamos, acaso, la dulzura de Su amor? ¿No fue El quien sufrió y murió por nosotros? ¿No nos ha guardado a lo largo del camino, desde el día que le conocimos, llevando nuestros dolores y restaurándonos después de muchas caídas? Difícilmente podríamos expresar la intensidad de Su amor para con nosotros.
            Amados hermanos, cuando pensamos en El, ¿no arden nuestros corazones con el deseo de verle?

Cuando pienso en Ti, oh Señor,
En Tu gracia y en Tu amor,
Mi corazón arde dentro de mí
Ansiando ver Tu faz, contemplarte a Ti

            Hace poco una hermana en Cristo me decía: "Cuando pienso en la venida del Señor, mi corazón arde de alegría". Así tendría que ser para todos nosotros. Una niña de once años decía al volver de hacer un mandado: —Mamá, al cruzar la calle, veía las nubes correr tan de prisa que me paré para mirarlas, pensando que si el Señor volviera ahora mismo, quisiera ser yo la primera en verle— ¿Cuál era el secreto de la paz y felicidad de esta niña cuando sola — al anochecer — meditaba en el regreso de Cristo? Sencillamente esto: conocía a la Persona esperada y confiaba en ella; la amaba aunque no la había visto; sabía que por la muerte expiatoria todos sus pecados habían sido, no sólo perdonados, sino también olvidados por toda la eternidad.
Quizás alguien diga: —Aunque confío de corazón en Su preciosa sangre, no puedo estar tan tranquilo al pensar que de un momento a otro, Jesucristo puede venir — ... Es que olvida entonces que se trata del mismo Jesús que, en otro tiempo, cansado del camino, le pidió de beber a la mujer samaritana; que se encontró con la viuda de Naín y le restituyó a su único hijo; que le permitió a la pecadora, en casa de Simón el fariseo, tocar Sus pies, regarlos con lágrimas, besarlos, y expresar así su amor para con el Salvador.
      Sí, el mismo Jesús que dirigió esas maravillosas palabras de gracia y de perdón al ladrón en la cruz —" ¡Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso"! ¡Es El que ha de venir!
            ¿Quién es éste que a encontrarme viene con gran amor, Cual Estrella de la mañana, de la luz albor? Es Aquel que en cruz cruenta padeció una vez; Aún en gloria le conozco, pues El mismo es.
¿Hacen falta pruebas? Leamos, pues, en Hechos 1:11, lo que los dos ángeles les dijeron a los discípulos en el monte de los Olivos. El Señor acababa de dejarles, al subir al cielo, y demostrarles de un modo real que El no era un espíritu, algún aparecido, sino un Hombre viviente, de carne y hueso, al que podían tocar y palpar si acaso dudaban de Sus palabras. Y los ángeles añaden: —"Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo".
¡Veinte siglos en la gloria no le han cambiado en absoluto! La misma Persona que Marta fue a encontrar, tras la muerte de su hermano, es la que nosotros esperamos; y si hemos de "dormir" antes de que El vuelva. Aquel que es "la Resurrección y la Vida", que dijo: —"Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle", nos despertará también en Su venida, para que — al igual que Lázaro — nos sentemos a Su mesa, en las mansiones celestiales.
¿Por qué, pues, deberemos temer al saber que tal Amigo viene en breve a llevarnos? "Ciertamente vengo en breve", es la feliz promesa que nos dejó. ¿Ante semejante amor, nuestro afecto por El no nos arrancará esta exclamación: "Amén; sí, ven. Señor Jesús"? (Apocalipsis 22:20).

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