Capítulo 2
Muchos de los que saben algo acerca de la "doctrina" de la
segunda venida de Cristo parecen tener la mente llena de "señales" y
"acontecimientos" que creen cumplidos ya que están verificándose, o
que se realizarán pronto. Es porque dichas personas se ocupa- de los
"sucesos" en vez de la Persona misma que viene.
Una madre viuda está en la terminal de buses con la mirada clavada en el
horizonte Ha oído decir que tres camiones regresarán con tropas, tras una
victoriosa campaña militar. Entre los soldados está su hijo, a quien espera
ansiosamente. Se hacen muchos preparativos para la gran revista que se
verificará en cuanto los héroes bajen a tierra. Pero estas cosas no tienen gran
atractivo para ella. Las bandas militares las banderas que ondean, los arcos de
triunfo y los brillantes uniformes de gala podrán satisfacer la curiosidad del
mero espectador; pero ella espera a su propio hijo.
Puede ser que hoy sucedan cosas indicándonos que, según las palabras del
profeta Malaquías, no está lejano el día en que "Nacerá el Sol de
justicia, y en sus alas traerá salvación" para los pueblos de Israel que
temen a Jehová; mientras que para los impíos será "el día ardiente como un
horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel
día que vendrá ¡os abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Malaquías
4:1 -2).
Pero la esperanza inmediata del creyente no es ese "día grande de
Jehová, cercano y muy presuroso...", ni tampoco "el Sol de
Justicia" sino — según las propias palabras de Jesús — "la Estrella
resplandeciente de la mañana" (Apocalipsis 22:16). Ahora bien, la estrella
de la mañana apunta en el horizonte antes de la salida del sol, y algunas
veces, un tiempo considerable los separa.
Precisamente, entre la venida del Señor cual "Estrella de la
mañana" y el momento en que aparecerá como "Sol de justicia",
caerán sobre la tierra los juicios descritos en el Apocalipsis. Entonces
surgirá aquella terrible personificación de suprema maldad y anarquía, el
"hombre de pecado", el "hijo de perdición", "aquel
inicuo: el Anticristo" (2 Tesalonicenses 2). Será el "tiempo de
angustia para Jacob" (Jeremías 30:7) y el de la "gran
tribulación" (Mateo 24:21-22); pero un residuo será preservado en medio de
todo, del mismo modo que lo fueron los tres jóvenes hebreos echados en el horno
por orden de Nabucodonosor (Daniel 3)
Entonces, los que falsamente aparentan ser cristianos, los que ahora no
reciben "el amor de la verdad para ser salvos", se verán abandonados
por Dios, entregados a una eficaz operación de error, "para que crean la
mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad,
sino que se complacieron en la iniquidad" (2 Tes 2:10 -12).
Se harán milagros e innumerables señales del carácter más espantoso,
habrá abundancia de dolores, y lo que verán y lo verán aterrorizará a los más
valientes: "Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la
hallarán; y ansiarán morir pero la muerte huirá de ellos" (Apocalipsis s
9:6).
Pero es menester recordar que lo anunciado sucederá después y no antes
del arrebatamiento de la Iglesia, la Esposa celestial de Jesús. ¡Cuán a menudo
olvidamos que es El mismo, quien viene presto para reunir a Su alrededor a los
que rescató! El mirar los acontecimientos en vez de mirar a Jesús priva al corazón
de esa dicha y de esa lozanía que es la verdadera porción de nuestra esperanza
celestial.
Demasiado ha logrado Satanás al presentarnos la segunda venida del Señor
como una amenaza terrible y justiciera, mientras que fue la consolación más eficaz
para los discípulos abatidos, según vimos en Juan cap. 14. Y cuando, años más
tarde, el apóstol Pablo escribe su primera carta a los recién convertidos en
Tesalónica — objetos de pruebas y persecuciones — a lo que dijo acerca del retorno
de Cristo, añade esta frase corta, pero significativa: "Consolaos los unos
a los otros con estas palabras".
Examinemos, pues, estas frases de aliento que, bajo la inspiración
divina, él les dirigió: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz
de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1
Tesalonicenses4:16-17).
Notemos que era el Señor mismo en su perfecta humanidad, como Hombre
viviente, que iba a descender del cielo, y al que debían encontrar en las
nubes. Al convertirse, supieron los tesalonicenses que "ese mismo
Jesús" que los había salvado y librado de la ira venidera por Su muerte y
resurrección, iba a volver. La epístola nos dice que se habían "convertido
[esto es se habían vuelto definitivamente] de los ídolos a Dios, para servir al
Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1
Tesalonicenses 1:9- 10). Su esperanza no estaba basada en algún acontecimiento
profético, sino en la misma Persona del Hijo de Dios.
Hace algunos años, encontré en una ciudad un muchachito de unos seis
años que iba repitiendo una pequeña canción, al parecer de su propia
composición. Era breve, tres palabras nada más: " ¡A las diez, a las diez,
a las diez!..." Tantas veces la repetía, tan absorto parecía, que le
pregunté lo que significaba su estribillo. Después de unas cariñosas palabras,
me abrió su corazoncito y me explicó que su madre se había ausentado de la casa
hacía algún tiempo, pero que su padre había recibido una carta anunciando que
ella volvería ese mismo día "a las diez".
Sobra decir que la
pequeña copla no precisaba mayor explicación. La llegada de su madre llenaba el
corazón del chico hasta hacerlo rebosar. Por cierto, había extrañado y
lamentado mucho su ausencia, pero ahora estaba para volver, y esta noticia le
colmaba de gozo de tal modo que repetía sin cesar: "a las diez, a las
diez, a las diez".
Los creyentes esperan el
retorno de Cristo— ¿por qué?
Ahora bien, ¿por qué
habría de ser distinto para ti y para mí cuando oímos hablar del regreso del
Señor? ¿No experimentamos, acaso, la dulzura de Su amor? ¿No fue El quien
sufrió y murió por nosotros? ¿No nos ha guardado a lo largo del camino, desde
el día que le conocimos, llevando nuestros dolores y restaurándonos después de
muchas caídas? Difícilmente podríamos expresar la intensidad de Su amor para
con nosotros.
Amados hermanos, cuando
pensamos en El, ¿no arden nuestros corazones con el deseo de verle?
Cuando pienso en Ti, oh Señor,
En Tu gracia y en Tu amor,
Mi corazón arde dentro de mí
Ansiando ver Tu faz, contemplarte a Ti
Hace poco una hermana
en Cristo me decía: "Cuando pienso en la venida del Señor, mi corazón arde
de alegría". Así tendría que ser para todos nosotros. Una niña de once
años decía al volver de hacer un mandado: —Mamá, al cruzar la calle, veía las nubes
correr tan de prisa que me paré para mirarlas, pensando que si el Señor
volviera ahora mismo, quisiera ser yo la primera en verle— ¿Cuál era el secreto
de la paz y felicidad de esta niña cuando sola — al anochecer — meditaba en el
regreso de Cristo? Sencillamente esto: conocía a la Persona esperada y confiaba
en ella; la amaba aunque no la había visto; sabía que por la muerte expiatoria
todos sus pecados habían sido, no sólo perdonados, sino también olvidados por
toda la eternidad.
Quizás alguien diga: —Aunque confío de corazón en Su preciosa sangre, no
puedo estar tan tranquilo al pensar que de un momento a otro, Jesucristo puede
venir — ... Es que olvida entonces que se trata del mismo Jesús que, en otro
tiempo, cansado del camino, le pidió de beber a la mujer samaritana; que se encontró
con la viuda de Naín y le restituyó a su único hijo; que le permitió a la
pecadora, en casa de Simón el fariseo, tocar Sus pies, regarlos con lágrimas,
besarlos, y expresar así su amor para con el Salvador.
Sí, el mismo Jesús que
dirigió esas maravillosas palabras de gracia y de perdón al ladrón en la cruz
—" ¡Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso"! ¡Es El que ha de venir!
¿Quién es éste que a
encontrarme viene con gran amor, Cual Estrella de la mañana, de la luz albor?
Es Aquel que en cruz cruenta padeció una vez; Aún en gloria le conozco, pues El
mismo es.
¿Hacen falta pruebas? Leamos, pues, en Hechos 1:11, lo que los dos
ángeles les dijeron a los discípulos en el monte de los Olivos. El Señor
acababa de dejarles, al subir al cielo, y demostrarles de un modo real que El
no era un espíritu, algún aparecido, sino un Hombre viviente, de carne y hueso,
al que podían tocar y palpar si acaso dudaban de Sus palabras. Y los ángeles
añaden: —"Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al
cielo".
¡Veinte siglos en la gloria no le han cambiado en absoluto! La misma
Persona que Marta fue a encontrar, tras la muerte de su hermano, es la que
nosotros esperamos; y si hemos de "dormir" antes de que El vuelva.
Aquel que es "la Resurrección y la Vida", que dijo: —"Nuestro
amigo Lázaro duerme; mas voy a despertarle", nos despertará también en Su
venida, para que — al igual que Lázaro — nos sentemos a Su mesa, en las mansiones
celestiales.
¿Por qué, pues, deberemos temer al saber que tal Amigo viene en breve a
llevarnos? "Ciertamente vengo en breve", es la feliz promesa que nos
dejó. ¿Ante semejante amor, nuestro afecto por El no nos arrancará esta
exclamación: "Amén; sí, ven. Señor Jesús"? (Apocalipsis 22:20).
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