Capítulo 4
Cristo volverá— y cómo estar
preparado para encontrarle
En la Biblia, hallamos
dos maneras de estar listos para aquel momento:
1) "Las que estaban
preparadas, entraron con El a las bodas y se cerró la puerta" (Mateo
25:10).
2) "Porque yo" —dice el
apóstol Pablo— "ya estoy para ser sacrificado... he peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe; por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2
Timoteo 4:6-8).
En el primer sentido, todos los que son de Cristo (1ª Corintios 15:23)
están listos, por haber depositado su fe en El, haber sido lavados de sus
pecados por Su preciosa sangre; son agradables delante de Dios y el Espíritu de
Cristo mora en ellos (Romanos 8:9); sin que para ello tengan mérito alguno.
Pueden dar gracias al Padre que los hizo aptos para participar de la herencia
de los santos en luz (Colosenses 1:12-14).
En el segundo sentido vemos que el apóstol estaba listo, — no sólo
porque era salvo — cosa que sabía por muchos años ya — sino porque su servicio
y su testimonio habían sido tales que tenía la certidumbre de que recibiría la
aprobación de su Maestro.
Aclaremos esto con un ejemplo. Supongamos, amado lector, que mandas a tu
hijo a una ciudad lejana donde debe llevar a cabo un asunto importante. Al
partir, le entregas un boleto de ida y vuelta para el viaje; le das las
instrucciones necesarias acerca del sitio adonde debe ir, lo que debe hacer;
exhortándole, en fin, para que se aplique con diligencia a satisfacer tus
deseos.
Cuando llega a la ciudad aquella, tu hijo parece muy enérgico y lleno de
buena voluntad. Pero, al cabo de algún tiempo, se une con unos viejos amigos;
olvida tus recomendaciones y pierde el tiempo en callejear. De repente,
sobresaltado, se da cuenta que no tiene ni un momento que perder si quiere
alcanzar el último tren para volver a casa. Se precipita a la estación, llega
precisamente cuando el convoy arranca del andén y, tras una breve carrera, el
joven sube y viaja, sano y salvo, hacia su hogar... Pero cabe preguntarnos,
¿estaba listo para volver?
En cuanto a lo que podía exigir la compañía ferroviaria, sí; porque
tenía un boleto y ningún empleado podría discutir la validez del mismo, ni de
su derecho a viajar. Pero ¿de qué modo obtuvo el boleto? ¿Por algún esfuerzo
suyo? ¿Por lo que negoció, o ganó en aquella ciudad? Únicamente por cuanto tú
se lo compraste, y se lo entregaste. ¿Y en cuanto a tu encargo, tus negocios?
¡Perdió cualquier derecho a tu aprobación por éstos! No le podrás decir a tu
hijo: "Está bien, me has servido fielmente". Sin embargo, en cuanto
regrese tendrá — como hijo — su sitio con los demás miembros de la familia en
el hogar.
Confiar en Cristo es estar preparado
Ahora bien, cada creyente tiene, por la fe en la obra cumplida del
Salvador — muerto por nuestros delitos y pecados, resucitado para nuestra
justificación, y glorificado en el cielo — lo que corresponde al
"boleto" de nuestro ejemplo; es decir, la inobjetable prueba de que
su viaje al cielo está enteramente pagado. Pues, es cierto que la Escritura nos
asegura que "en El [Cristo] es justificado todo aquel que cree"
(Hechos 13:39). "Y a los que justificó, a éstos también glorificó"
(Romanos 8:30).
Sin embargo, todos los creyentes no recibirán igual premio: "Cada
uno recibirá su recompensa conforme a su labor" (1ª Corintios 3:8). Estas
dos cosas tendrá el Señor en cuenta: la cantidad de trabajo que habremos
realizado, como también su calidad, según estas medidas: "Aconteció que
vuelto él... mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el
dinero, para saber lo que había negociado cada uno" (Lucas 19:15). Lo que
se averigua aquí es la cantidad de trabajo realizado.
Asimismo la calidad de nuestra obra será manifestada: "La obra de
cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será
revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará; si permaneciere
la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno
se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo" (1 Corintios
3:13- 15).
Quiera Dios, que — además del privilegio de entrar con el Señor
Jesucristo a las bodas, ocupando el lugar que nos tiene reservado — tanto tu
labor como la mía sea la de ser vigilantes, trabajando para El, enterándonos de
Sus deseos, tomando a pecho Sus intereses, constreñidos por el poder de Su
inmutable amor, hasta que El venga. Acordémonos que, si queremos llevar nuestra
cruz, y seguirle con un corazón verdaderamente consagrado, debemos hacerlo
ahora.
Depender de cualquier otra cosa es estar perdido
Y si estas páginas llegaren hasta ti, cuyo corazón no ha sido regenerado
(aunque tal vez te hayas bautizado, y lleves incluso el nombre de
"cristiano"), quisiera llamarte la atención sobre el hecho que la
venida del Señor será repentina, y que serás dejado atrás, si El te halla
"sin aceite en tu vaso". Detente, y considera — siquiera por un
instante — lo que te reserva el futuro cada vez más cercano. ¡Medita cuán
velozmente te arrastran las alas del tiempo hacia la eternidad! Y ¡qué
eternidad! Ser dejado sobre esta tierra — futuro escenario de los juicios
divinos — mientras que los salvados (tal vez tus amigos y parientes) han sido
arrebatados al cielo. Y eso por haber cerrado el oído a la última advertencia
que te había sido dirigida por el Espíritu Santo, escuchando con un corazón
incrédulo la postrera oferta de la gracia de Dios. ¡Qué triste y solemne será
esto! Pero no menos solemne será el hecho de que tu cuerpo quedará en la tumba
fría y lóbrega y tu espíritu en el infierno durante el milenio de felicidad,
cuando la tierra estará llena de la gloria de Dios, y el Príncipe de Paz
extenderá su señorío de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra
(véanse Salmo 72:19 y Zacarías 9:10).
No disfrutar de estas bendiciones será, ciertamente, una pérdida
cuantiosa. Luego, tendrás que encararte con la eternidad; ¡no lo olvides! La
poderosa voz del Hijo de Dios te » resucitará de los muertos (Juan 5:25-29),
para ser juzgado delante del Gran Trono Blanco. Allí deberás responder por cada
acto que hayas cometido a lo largo de tu vida, de cualquier palabra torpe que
hayas pronunciado, y hasta de cualquier pensamiento malo o impuro en los que te
habrás recreado durante cuarenta, setenta, u ochenta años: "La paga del
pecado es muerte", y como es cierto que Dios no puede mentir, tu suerte
será fijada en el lago ardiendo con azufre y fuego.
No trates, pues, este asunto a la ligera. Ahora, la puerta de la gracia
está abierta. Jesús todavía te convida. Los suyos no han sido arrebatados aún,
pero te advierto del peligro, y te ruego que acudas al Refugio mientras haya
tiempo.
Jesucristo puede venir aún antes de que termines la lectura de estas
páginas. Presta atención, deja de huir de Dios, y vuélvete hacia El,
arrodíllate a las plantas puras del único Salvador — del único Mediador entre
Dios y los hombres — y cree en El para el perdón de todos tus pecados. Luego,
El te dará la bienvenida, te bendecirá y te salvará, y Su paz inundará tu
corazón. ¡Bendito sea para siempre tan poderoso Salvador!
"Palabra fiel y digna
de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores" (1 Timoteo 1:15). Gracias a Dios, "aún hay lugar"
(Lucas 14:22).
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