sábado, 6 de octubre de 2012

Especies distintas


“No sembrarás tu viña con semillas diversas” (Deuteronomio 22:9).
            Este pasaje de Deuteronomio, como los que vamos a estudiar a continuación, debemos interpretarlos espiritualmente y no en el sentido literal. Por lo tanto, la viña puede ser considerada como fuente de gozo (Jueces 9:13). Para el creyente hay el gozo en el Señor, en su comunión (Juan 15:11), en la comunión con el Padre y con el Hijo (1 Juan 1:3-4). Además están todas las alegrías terrenales que recibimos con agradecimiento de la mano del Señor (1 Timoteo 6:17 final).
            Por otra parte, existen los gozos corruptos de este mundo, a menudo, ficticios, temporales y muchas veces ligados a la concupiscencia de los ojos o de la carne.
            Es muy importante que el creyente no tenga dos especies de “viñas”: los gozos en el Señor y los del mundo. De lo contrario, corre el peligro de perder el gozo de la comunión con el Señor. “Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:4).
“Tu campo no sembrarás con mezcla de semillas”. Levítico 19:19
            En este pasaje el “campo” puede ser tomado como una figura de nuestro corazón. ¿Qué clase de semilla sembramos en él? ¿Semilla que proviene de lecturas profanas, de malas conversaciones, de cosas vistas u oídas que corrompen? “Mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña…” (Mateo 13:25). Al principio no ocurrió nada, pero cuando el trigo empezó a crecer, apareció también la cizaña. La mala semilla que uno ha dejado penetrar en lo más íntimo de su corazón, porque ha hallado placer en ello, generalmente no germina de inmediato. Más tarde uno se extraña al ver cómo un joven, que parecía amar y querer servir al Señor, se va alejando progresivamente de la asamblea y de su Maestro. “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?... Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto” (Mateo 13:27-28). ¡Qué importante es estar alerta, principalmente en la juventud, para no permitir que la semilla portadora de malos frutos penetre en nuestro corazón! Antes bien, debemos cultivar la buena semilla que “es la Palabra de Dios”, y que puede producir “fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno” para la gloria de Dios (Marcos 4:20).
            En nuestro texto, el campo también puede significar la esfera del servicio para el Señor. Todos los que son llamados a trabajar en ella desean imitar al divino Sembrador. Él sólo esparcía buena semilla, aunque ésta cayera a lo largo del camino, en las rocas o entre los espinos. Pero existe el peligro de sembrar dos clases de semillas. Éste era el caso de los gálatas, pues algunos querían mezclar las obras de la ley con la gracia que es por la fe. Otros querían hacer de los colosenses su “presa” por medio de la filosofía y de enseñanzas humanas, a las que llamaban “revelaciones”, excediéndose de lo que Dios ha querido decirnos. Establecían además “mandamientos y doctrinas de hombres” como no tomes, no gustes, no toques, que apartaban de la realidad viviente de estar ligados a un Cristo resucitado (Colosenses 2). Una doctrina es aún más peligrosa cuando asocia las enseñanzas de la Palabra con las de los hombres.
“No vestirás ropa de lana y lino juntamente”. Deuteronomio 22:11
            El “vestido” habla del testimonio exterior. Para nosotros este versículo significa que debemos vigilar nuestra conducta en el mundo y —si consideramos los vestidos de los sacerdotes— en el servicio ofrecido a Dios, especialmente en el culto de adoración.
            Aarón debía vestirse de lino para entrar en el santuario (Levítico 16:4). Lo mismo ocurriría con los hijos de Sadoc quienes, en el futuro templo, se acercarían al Señor (Ezequiel 44:17-18). La “lana”, agente de calor natural —sentimentalismo, elocuencia humana— no tiene sitio en la casa de Dios. En las bodas del Cordero, la Esposa estará vestida de “lino fino, limpio y resplandeciente”. Los santos que forman el cortejo del Rey de reyes estarán asimismo vestidos de “lino finísimo, blanco y limpio”. En Apocalipsis 19:8, el lino fino representa las acciones justas de los santos que han marcado la conducta y el testimonio de los cristianos durante su vida.
“No ararás con buey y con asno juntamente”. Deuteronomio 22:10
            El labrador representa, sea al Señor Jesús mismo o bien a los suyos, a quienes ha confiado un servicio en el campo. “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero” (2 Timoteo 2:6). Este trabajo sería en vano sin la bendición divina y la dependencia de Dios: “…El labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Santiago 5:7). Del mismo Señor dice la Escritura: “Verá el fruto del trabajo de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11, V.M.). A este gozo, él asocia a los suyos “que sembraron con lágrimas” (Salmo 126:5-6).
            ¿Cómo labrar juntos si no se anda al mismo paso, según los mismos principios? Sin duda, Pablo y Apolos no eran iguales. Pablo había plantado, cumpliendo ante todo la obra de un evangelista; Apolos había regado, y “fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído” (Hechos 18:27). Tenían dones y caracteres diferentes, pero ambos habían trabajado sobre las mismas bases. El apóstol puede decir: “Y el que planta y el que riega son una misma cosa” (1 Corintios 3:8).
            Bajo el régimen de la ley, para labrar no se podía atar a un buey junto a un asno. El buey era un animal puro o limpio, que podía ser ofrecido en sacrificio. El asno, según Levítico 11, no era inmundo; no obstante, debía ser redimido por un cordero (Éxodo 13:13); no podía ser ofrecido sobre el altar. Un buey y un asno no podrían andar a la par y trazar un surco derecho. El apóstol nos advierte seriamente sobre el “yugo desigual” (2 Corintios 6:14-18), tanto si se trata del casamiento, como del servicio en el campo del Señor.
            Únicamente la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones y el amor hacia el Señor nos guardarán de cualquier “yugo” que no sea para su gloria y nos ayudarán a discernir de qué “gozo” podemos disfrutar con él —la clase de semilla que dejamos penetrar en nosotros o que esparcimos en su campo, el testimonio práctico que damos en nuestra marcha diaria.

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