Nuevo recurso del agua y de la navaja
El último de estos siete días ha llegado
para el leproso; el tiempo de su testimonio toca a su fin. ¿Necesitará una
nueva aspersión de sangre para quedar limpio y poder entrar en su hogar tan
ardientemente deseado? No; hemos visto ya que la sangre ha sido derramada una
sola vez: "por una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los
santificados... Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos…
(Hebreos 9,28; 10,14); pero el hombre necesita de nueva rasura y lavado:
"Y el séptimo día raerá todo el pelo
de su cabeza, su barba, y las cejas de sus ojos, y todo su pelo; y lavará sus
vestidos, y lavará su cuerpo en agua y será limpio" (vers. 9).
¿Habéis notado que esta segunda operación
es más extensa que la primera? Esto nos indica que a medida que avanzamos en
nuestras experiencias cristianas, aprendemos a conocer mejor a nuestro Señor, y
sentimos mayor necesidad del agua y de la navaja para ser cada vez más
semejantes a El; y por consiguiente, cada vez menos conformes a este mundo.
Cabellos, barba, cejas, todo debe caer; todo lo que estas cosas representan:
la inteligencia natural, la experiencia humana, el modo de ver humano,
respectivamente; todo debe ser conforme a Cristo y a su muerte. Además el
leproso curado debe volver a lavar sus vestidos y su cuerpo; por lo general
todos los creyentes que se acercan al término de su carrera en este mundo pasan
por la experiencia de esta limpieza final. Pablo, en la segunda epístola a Timoteo,
la indica: "apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del
Señor. . . así que, si alguno se limpiare de éstos, será instrumento para
honra, santificado, útil al Señor. . (Capítulo 2,19-21). En su segunda carta
el apóstol Pedro la menciona: "tengo por justo, en tanto que estoy en este
cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar
el cuerpo..." (Capítulo 1,13). Sintamos más intensamente la necesidad de
esa purificación del mal al procurar nuestra santificación, "sin la cual
ninguno verá al Señor" (Hebreos 12,14).
Llegados a las moradas celestiales no oiremos
más hablar de lavado y rasura. . . en la visión celestial, cuya descripción nos
da Juan en el Apocalipsis, vemos delante del trono "un mar de vidrio
semejante al cristal” (capítulo 4,6). Es la expresión de la pureza en su estado
sólido que, en contraste con el agua, la pureza en su estado líquido, no puede
servir para lavar; además "la calle de la ciudad es de oro puro,
transparente como vidrio; no hay pues ningún peligro de contaminación, ni
necesidad de limpiarse los pies.
Notemos otro detalle todavía: las ordenanzas
sagradas designan ese día séptimo en que el leproso estaba ocupado en su
limpieza, como día sábado, el día del reposo: "seis días trabajarás y
harás toda tu obra, mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios"
(Éxodo 20,9-10). Sin embargo, en vez de poder gozar del reposo prescripto por
la Ley, el leproso está ocupado en bañarse, rasurarse y lavar sus vestidos.
¿No dice esto al oído espiritual que allí donde el pecado y la suciedad
entraron, ha desaparecido el reposo, y que las manchas requieren ser quitadas?
Pero, gracias a Dios, un nuevo estado de cosas figurado por el "octavo
día" será establecido; y es lo que vemos a continuación.
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