domingo, 7 de julio de 2013

La ley del Leproso y su purificación.

Nuevo recurso del agua y de la navaja


El último de estos siete días ha llegado para el le­proso; el tiempo de su testimonio toca a su fin. ¿Necesi­tará una nueva aspersión de sangre para quedar limpio y poder entrar en su hogar tan ardientemente deseado? No; hemos visto ya que la sangre ha sido derramada una sola vez: "por una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los santificados... Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos… (Hebreos 9,28; 10,14); pero el hombre necesita de nueva rasura y lavado:
"Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba, y las cejas de sus ojos, y todo su pelo; y lava­rá sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua y será lim­pio" (vers. 9).
¿Habéis notado que esta segunda operación es más extensa que la primera? Esto nos indica que a medi­da que avanzamos en nuestras experiencias cristianas, aprendemos a conocer mejor a nuestro Señor, y senti­mos mayor necesidad del agua y de la navaja para ser cada vez más semejantes a El; y por consiguiente, cada vez menos conformes a este mundo. Cabellos, barba, ce­jas, todo debe caer; todo lo que estas cosas representan: la inteligencia natural, la experiencia humana, el modo de ver humano, respectivamente; todo debe ser confor­me a Cristo y a su muerte. Además el leproso curado debe volver a lavar sus vestidos y su cuerpo; por lo ge­neral todos los creyentes que se acercan al término de su carrera en este mundo pasan por la experiencia de esta limpieza final. Pablo, en la segunda epístola a Ti­moteo, la indica: "apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor. . . así que, si alguno se limpiare de éstos, será instrumento para honra, santifi­cado, útil al Señor. . (Capítulo 2,19-21). En su segun­da carta el apóstol Pedro la menciona: "tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo..." (Capítulo 1,13). Sintamos más intensa­mente la necesidad de esa purificación del mal al procu­rar nuestra santificación, "sin la cual ninguno verá al Señor" (Hebreos 12,14).
Llegados a las moradas celestiales no oiremos más hablar de lavado y rasura. . . en la visión celestial, cuya descripción nos da Juan en el Apocalipsis, vemos de­lante del trono "un mar de vidrio semejante al cristal” (capítulo 4,6). Es la expresión de la pureza en su estado sólido que, en contraste con el agua, la pureza en su es­tado líquido, no puede servir para lavar; además "la calle de la ciudad es de oro puro, transparente como vi­drio; no hay pues ningún peligro de contaminación, ni necesidad de limpiarse los pies.

Notemos otro detalle todavía: las ordenanzas sa­gradas designan ese día séptimo en que el leproso esta­ba ocupado en su limpieza, como día sábado, el día del reposo: "seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios" (Éxodo 20,9-10). Sin embargo, en vez de poder gozar del repo­so prescripto por la Ley, el leproso está ocupado en ba­ñarse, rasurarse y lavar sus vestidos. ¿No dice esto al oído espiritual que allí donde el pecado y la suciedad entraron, ha desaparecido el reposo, y que las manchas requieren ser quitadas? Pero, gracias a Dios, un nuevo estado de cosas figurado por el "octavo día" será esta­blecido; y es lo que vemos a continuación.

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