domingo, 7 de julio de 2013

Los Seis Milagros del calvario

EL VELO RASGADO
Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo. — Mateo 27:51
En el discurso anterior consideramos la oscuridad al mediodía en la crucifixión, designado como el primero de los milagros del Calvario. El segundo de estos portentos, el que se menciona después de la oscuridad es el velo del templo rasgado en dos.
Algunas veces se ha supuesto que fue el terremoto que causó la rotura del velo. En ese caso tendríamos que considerar al temblor como el segundo de los milagros en este orden, Pero parece irrazonable adscribir el rasgamiento de una cortina al terremoto cuando no derrumbó el edificio en el cual ella estaba colgada.
Por lo tanto ¿qué dice la Escritura? "Más Jesús, habiendo otra vez exclamado con gran­ de voz, dio el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo; y la tierra tembló, y las piedras se hendieron." Según el orden establecido aquí, el rasgamiento del velo no tuvo nada que ver con el terre­moto. Verdaderamente, si vamos a considerar la causa y efecto, esto nos llevaría a pensar que el rasgamiento del velo fue el resultado de la segunda de las dos exclamaciones del Calvario, esto es, del último fuerte clamor cuando ex­piró el Crucificado. El mismo clamor también sería causa del terremoto.

I.       ¿que causo el temblor?
Ambos, el rasgamiento del velo y el temblor, fueron una doble consecuencia del mismo an­tecedente. Fue, podemos decir, la voz fuerte del Salvador que expiraba lo que rasgó en dos el velo del templo, sacudió la tierra y hendió las rocas.
Esta sugestión de Mateo se ve corroborada por Marcos, quien, mientras une el incidente del velo y el último clamor del Sufriente divi­no, no menciona el temblor. Por otra parte, mientras que Mateo, al dar razón de las impre­siones del centurión romano cuando presenció la crucifixión, dice que fue afectado en parte al ver el temblor, Marcos, que no menciona el temblor, relata que el centurión fue afectado en parte al ver cómo clamaba Jesús.
De esta comparación de los dos evangelios se sugiere que la fuerza de ese clamor puede medirse por el temblor de la tierra, y si por eso, luego también por el rasgamiento del velo.
Así, al buscar la verdadera relación que tienen entre sí estos dos sucesos, al mismo tiempo hemos descubierto cierta relación entre causa y efecto que es muy solemne y sublime. "Jesús clamó a gran voz, y he aquí, el velo del templo se rompió en dos de alto a bajo"

II.     EL VELO
Ahora debemos establecer una idea correcta en cuanto al velo.
El templo sucedió al tabernáculo y tomó su lugar, pero el velo del templo era el velo del tabernáculo perpetuado. Había muchas di­ferencias entre los dos edificios; pero en cuan­to a los velos, el último era una reproducción del primero en cuanto a material y ornamenta­ción, mientras que, en cuanto a sus propósitos, eran idénticos.
Por lo tanto, aunque el velo rasgado perte­necía al templo, sin embargo, debemos volver al tabernáculo si queremos sacar la lección de nuestro tema.
El velo era una cubierta que colgaba para separar el lugar santo del lugar santísimo.

simbolismo del tabernaculo
El tabernáculo consistía en tres partes—el atrio, el lugar santo y el lugar santísimo. En el atrio se reunía la congregación de Israel. Al lugar santo entraban diariamente los sacer­dotes para ministrar según su oficio. Pero al lugar santísimo nadie osaba entrar, salvo el sumo sacerdote, y éste solamente una vez al año con la sangre de la expiación y el humo del incienso.
En el atrio, a la vista del pueblo, estaban el altar de metal y el lavacro, símbolos de lo que es necesario a fin de poder acercarse a Dios.
No se puede allegar a El sin pasar por el lugar del sacrificio sangriento, y en esa sangre ser limpiado como en un lavacro. En el lugar sagrado, a la vista de los sacerdotes, quienes recién habían pasado por el altar sangriento y el lavacro limpiador, estaban la mesa de los panes, el candelero de oro, y el altar de oro del incienso—símbolos de la unión y co­munión con Dios. En el lugar santísimo, a la vista del sumo sacerdote solamente, estaban el arca, su cubierta de oro, el propiciatorio, el querubín y la Shekinah, la nube de gloria, símbolos del trono de Dios, su presencia, poder y gracia.
Así, en la estructura del tabernáculo, tene­mos el simbolismo propio de Dios, de las ver­dades relacionadas con la adoración aceptable de El por parte del pecador.

el significado de los velos
También estaba simbolizado el que existían obstáculos para tal adoración. Mientras dura­ba la dispensación del tabernáculo, el acerca­miento a Dios era muy imperfecto; pues había velos en el tabernáculo. Las personas en el atrio estaban separadas del lugar santo por medio del primer velo; los sacerdotes en el lugar santo estaban separados del lugar santí­simo por el segundo. El oficio de cada velo era el mismo: ocultar lo que estaba detrás y evitar el acercamiento.
Por virtud del altar de metal y del lavacro, las personas en el atrio podían avanzar hasta cierto punto; pero solamente los sacerdotes podían pasar el velo e ir un poco más cerca, hasta los símbolos de comunión con Dios; mientras que solamente el sumo sacerdote podría pasar el segundo velo y acercarse hasta aquellos símbolos más significativos aún de la comunión con Dios.
De estos símbolos sobre la obstrucción de la comunión con Dios, el segundo velo es el más expresivo; pues el lugar santísimo es la cima de la realidad y felicidad de la co­munión con Dios. Así era que todo el ritual del tabernáculo era llevado a cabo con la fundamental alusión a ella, desde la entrada por la puerta del atrio hasta la presencia del sumo sacerdote dentro del tabernáculo.
Este segundo velo, el símbolo más expresivo del obstruccionismo, que ocultaba la gloria de la presencia de Dios, es el velo que hallamos en nuestro texto.

la descripción del segundo velo
Era una tela curiosamente labrada. Sobre la base de "lino torcido" se desplegaban los colores cárdeno, púrpura y carmesí. Y esos tres colores, en esa armonía que resultaría de la interposición del púrpura entre los otros dos, eran entretejidos de querubines. Era algo que desplegaba las ideas de vida y poder y a la vez las de hermosura y gloria. Estaba sus­pendido por medio de ganchos de oro de cuatro pilares cubiertos de oro. La Escritura la llama "de delicada obra"; la obra de Dios, pues fue hecho "conforme a su traza que Dios mostró a Moisés en el monte."
¡Cuán impresionante debe haber sido, en la séptuple luz del candelero de oro! Llena­ría las mentes de un temor reverencial, dado que colgaba allí para ocultar la mayor gloria que estaba detrás. Y por la expresión figurada del guardián vigilante y poderoso del queru­bín labrado, les estaba diciendo silenciosa pero solemnemente, "Hasta aquí, pero no pasarás más adelante.” Podemos imaginar la reverencia con que hablaban en voz baja los sacerdotes en el lugar santo.

III. Velo rasgado
Pero ahora el velo ya no existía. Estaba ras­gado. De pronto su labor había concluido. Todavía estaba colgado allí, pero ahora el ojo podía ver a través de él y más allá de él. Como velo ya había desaparecido. ¡De pronto, y de una manera muy extraña, el secreto había terminado!
Esto no se debía a que la casa en la cual había estado prestando servicio había sido des­truida, ni que una mano desautorizada hubiera hecho violencia en él, sino que parecía que de sí mismo se hubiera agotado.

renunciando a su oficio
Cayó hecho pedazos en su propio lugar delante del lugar santísimo, como si renun­ciara a su función. La mano humana no había intervenido, y ninguna otra cosa desde la entrada hasta el oráculo estaba fuera de lugar o dañada en todo el edificio magnífico.
No fue debido a un proceso natural de de­cadencia que las hebras del velo se separaron, pues aunque cayó hecho pedazos, no fue he­cho jirones. No tenía una rotura aquí y otra allí; fue rasgada. "Se rompió en dos"—es decir en dos partes. Como dice otro evangelista, "se rompió por medio," en dos partes iguales, abriendo así una entrada hacia el mismo cen­tro de aquello que había ocultado. Fue rasgado "de alto a bajo" en una línea recta hacia abajo y completamente separada. No fue un in­truso que le dio un tirón violento de abajo, sino un corte perfecto por una mano invisible des­de arriba. El relato implica lo sobrenatural, e indica que cualquiera que lo hubiera presen­ciado lo habría considerado así.
Pero lo que es más notable es que el rasga- miento del velo fue una gran coincidencia. ¿Cuándo sucedió? Precisamente cuando Jesu­cristo expiró en la cruz. ¡En ese mismo instante! Ese era el momento majestuoso que había estado esperando el velo, el momento para el cual había existido a través de todas las edades en desafío al tiempo y a la violencia. ¡Ese preciso instante! Como si una inteligencia inherente hubiera estado vigilando en él y ahora sentía que había llegado su sentencia celestial.

un clamor de victoria
Especialmente, como hemos notado, fue rasgado inmediatamente después del fuerte clamor al expirar el Crucificado. Hubo dos fuertes clamores desde la cruz. El primero fue poco antes de terminar las tinieblas, y el se­gundo después que hubieron ellas pasado. El primero fue un gemido agonizante de abando­no; el segundo una voz de gozo. El primero le fue exprimido por esa agonía insufrible de la cual la terrible oscuridad era una señal; el segundo fue la repercusión de sus sentimien­tos de logro y liberación a la luz de la comu­nión restaurada con su Padre. El primero pro­nunció las palabras, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" El segundo fue un grito, sin pronunciar palabras, pero inmediatamente después de haber El exclama­do, "Consumado es."
Su obra estaba terminada. Había llevado nuestros pecados. La carga se había ido. Así pues, su segundo clamor de la cruz fue la exclamación del Vencedor. Tal como el hom­bre que, cansado después de las actividades del día, siente placer al pensar en el éxito que ha tenido en sus asuntos y puede reposar tranquilamente con dulces visiones del maña­na, así fue con un gozo intensamente huma­no que, antes de dormir, en el triunfo de su propósito cumplido, el Salvador sufriente pro­firió ese último clamor.
Cuan fehacientemente se evidenció la vic­toria por la fuerza sobrenatural de la voz del hombre moribundo. El centurión romano se llenó de espanto a causa de ello y la tierra tembló.
Con ese clamor de victoria coincidió el rasgamiento del velo. Cuando el Salvador ter­minó su obra, cuando la nota de triunfo se elevó claramente de sus labios moribundos, en ese instante, como si el cuchillo de un artesano experto lo hubiese partido, el ocultamiento del lugar santísimo fue quitado para siempre. Era una señal de lo que fue la victoria.

IV.  Evidencias
Aquí pues tenemos algo manifiestamente divino en que pensar, meditar y aprender. No es solamente que la Palabra de Dios lo registra sino que los términos que emplea requieren nuestra observación. Hacen pensar en la pre­sencia de testigos, y en realidad había testi­gos. Su oportunidad es uno de sus hechos más destacados. Jesucristo expiró a las tres de la tarde. Esta era la hora del comienzo del sacri­ficio de la tarde, así que los sacerdotes estaban en el lugar santo delante del velo, ocupados en sus oficios. Sí, Dios quiso que se viera, y que se meditara en ello.

los enemigos silenciados por las pruebas
Y podemos detenernos un momento para notar qué prueba tan poderosa de los relatos evangélicos es ésta del rasgamiento del velo. Los evangelistas osaron publicar sus relatos en medio de los judíos y a la vista de los mismos sacerdotes. ¿Fueron contradichos? ¡Cómo se hubieran asido de esto y lo hubieran usado esos sutiles y vigilantes ateos Celso, Porfirio y Julián! Pero no, los enemigos de Jesús fueron silenciados. No podían decir que nunca lo habían oído antes. El relato sencillo de los evangelistas se prueba a sí mismo. Es la his­toria verídica de la destrucción del velo.
Verdaderamente Dios quiso que fuese para nuestra instrucción. El poder con que podría hacerse sentir puede ser inferido de la santi­dad del velo, que tanto controlaba la conducta de los sacerdotes. Grande como había sido durante 1.500 años el pecado del pueblo es­cogido, éste nunca había pecado en violar el secreto detrás del velo. Por lo tanto, al caer el velo en dos partes, extraño y terrible debe haber sido el efecto sobre los testigos. Y como esta visión afectó a los sacerdotes, así también debe haber afectado a la comunidad excitada. En la gran coincidencia de la hora, ¿no haría que todo ser honesto pensara en Cristo y su cruz? ¡Qué consumación práctica era de la verdad y el significado del incidente, cuando tan pronto como se comenzó a predicar el evangelio "una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la fe!"
Y ahora el relato evangélico nos está dicien­do, "He aquí"—contemplad este hecho—este mensaje de Dios a la vista—el evangelio en símbolo.
Ahora el modo en que se nos presenta y está ilustrada la victoria del Salvador inmola­do en el rasgamiento del velo, podemos apren­der de las consecuencias que obró sobre la casa de adoración donde estaba colgado. Cua­lesquiera que sean los cambios efectuados allí, tal debe ser, por analogía la victoria del Cru­cificado.

lo que prueban las evidencias
En primer lugar, al estar rasgado el velo, era imposible que el sumo sacerdote conti­nuara llevando la sangre de la expiación dentro del velo.
Luego, los secretos tan bien guardados del lugar santísimo habían terminado y sus miste­rios estaban a la vista.
En tercer lugar, los sacerdotes que ministra­ban delante del velo podrían entrar ahora con toda seguridad y libertad a ese lugar que tipi­ficaba la presencia de Dios.
En cuarto lugar, el pueblo que estaba en el atrio podría penetrar al lugar santo de los sacerdotes y de allí al lugar santísimo. Cuando el lugar de la presencia de Dios había dejado de estar oculto, el espíritu y significado del primer velo también había pasado.
Por lo tanto, el rasgamiento del velo fue la destrucción de la dispensación del tabernácu­lo. Dio por tierra con todo lo que eso signifi­caba. Dislocó el ritual y decapitó el régimen divino de todas las edades. Y con la demolición de la dispensación, también derribó la pared intermedia de separación entre el judío y el gentil y abrió el recinto de la presencia de Dios a toda la humanidad.

VI.  Resultados verdaderos
Tales fueron los resultados típicos, y ahora veremos los resultados verdaderos. ¿Cómo pudo Dios instituir un régimen tan obstruc­tivo de adoración? ¿Por qué ocultó de los hom­bres el recinto de su presencia y ordenó que nadie se le aproximara salvo bajo el abrigo de la sangre del sacrificio? El pecado, el pecado —esa era la obstrucción. Todos los arreglos del tabernáculo eran una severa aseveración de Dios que El no tendrá comunión con el hom­bre cuyo pecado está en él con su profunda y maldita condenación.
Por lo tanto, cuando esos impedimentos tí­picos fueron quitados, significó que el pecado, la verdadera obstrucción, había sido quitado. Lo que fue hecho típicamente en el velo fue hecho verdaderamente en Jesucristo. Esta era la victoria de su muerte. El, el santo, luchó por nosotros con nuestro pecado y lo venció. El, el sufriente, agotó en su propio ser el sufri­miento requerido por el pecado.

el asunto del pecado arreglado
Y así fue como el sumo sacerdote del velo fue excluido de su oficio por ese grito de triun­fo de la cruz que rasgó el velo. Pues ahora el Crucificado, el verdadero sumo sacerdote, lle­varía su propia sangre una sola vez, no en la presencia típica sino en la presencia verdadera, en el cielo. Allí debía presentarse en el poder de una vida sin fin, como la justicia de Dios para los pecadores por la fe en su sangre.
Así ha arreglado para siempre, para todos aquellos que quieran acercarse a Dios por la fe en El, el asunto del pecado, y ha quitado todo impedimento posible para una íntima comunión con Dios.

el hombre ahora puede acercarse a dios
Ahora, por lo tanto, el camino está abierto para que el hombre pueda aproximarse. Por fe y en adoración espiritual tenemos "libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne" (Hebreos 10:19,20).
En otras palabras, el velo rasgado era la humanidad del Hijo de Dios rasgada. En su lino fino vemos la justicia de su naturaleza humana. En estar colgado de ganchos de oro —el oro en el tabernáculo tipifica la naturale­za divina—vemos la dependencia de su hu­manidad en su deidad. En su azul celestial y en su carmesí terrenal y al unirse estos dos para formar el púrpura, vemos al cielo y la tierra unirse en su vida humana en una her­mosa armonía. Y en los querubines que lo cubrían vemos las funciones sobrenaturales de su historia humana.

cristo el hombre perfecto
¡La humanidad de Jesús era en verdad "una delicada obra" de Dios! Sus excelencias fueron lo que hicieron de ella el velo. La manifesta­ción del Hombre perfecto sobre la tierra era la demostración de la clase de hombre a quien Dios permitiría acercarse a El. Si tan solamen­te hubiese tenido excelencias, éstas hubieran sido para la destrucción de nuestras esperanzas. En otras palabras, su encarnación no hubiera sido de valor sin su muerte vicaria. El velo debió ser rasgado.
Su gloriosa humanidad fue completamente rasgada. Rasgada "de arriba," fue Dios quien le hirió; rasgado "hasta abajo," estaba muy triste hasta la muerte; tan rasgado que ahora por esas excelencias nosotros los pecadores po­demos llegar en seguida a la presencia de Dios. Contemplamos por la fe el mismo cielo. Mira­mos con caras descubiertas, pues aunque es ardiente y clara, es también suave y hermosa la gloria que allí desciende sobre nosotros.

No hay oscuridad ni reserva, ni el ardor de la ira merecida. Nunca fue oído el "Abba, Padre," hasta que Jesús nos lo enseñó. Pero ahora el hijo se dirige inmediatamente al pe­cho de su Padre y puede abrazarle.

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