domingo, 7 de julio de 2013

Quejas

“Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor” (1 Corintios_10:10).



Los israelitas no cesaron de quejarse durante su travesía por el desierto; eran quejosos crónicos. Se quejaban por el suministro de agua; se quejaban por la comida y se quejaban del liderazgo que Dios les proveyó. Cuando Dios les dio maná del cielo, pronto se cansaron de él y deseaban los puerros, las cebollas y los ajos de Egipto. Aunque no había supermercado o zapaterías en el desierto, Dios les abasteció de una inagotable cantidad de comestibles por cuarenta años, y de zapatos que nunca se desgastaban. En vez de estar agradecidos por esta provisión milagrosa, los israelitas se quejaron sin tregua ni descanso.
Los tiempos no han cambiado. Los hombres de hoy en día se quejan por el clima: es demasiado caliente o frío, muy húmedo o muy seco. Se quejan por la comida, por la salsa apelmazada o la tostada quemada. Se quejan de su trabajo y el salario, por la falta de empleos aunque tengan uno. Critican al gobierno y sus impuestos, pero al mismo tiempo demandan beneficios y servicios cada vez mayores. Se sienten desdichados al lado de otras personas, por su automóvil o el servicio en el restaurante. Se quejan de dolores y achaques insignificantes. Quisieran ser más altos, más delgados y atractivos. No importa con cuanta bondad Dios los haya tratado con el paso de los años, de todos modos dicen: “¿Qué ha hecho Dios por mí recientemente?”
Debe ser una desgracia para Dios tener gente como nosotros en Sus manos. Ha sido tan bueno con nosotros, abasteciéndonos no solamente de lo necesario para la vida, sino hasta de lujos que Su propio Hijo no disfrutó cuando estuvo en esta tierra. Tenemos buena comida, agua pura, casas confortables y ropa en abundancia. Poseemos la vista, el oído, el apetito, la memoria y tantas otras misericordias que damos por descontado. Nos ha protegido, guiado y sostenido. Sobre todo, nos ha dado vida eterna por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Y ¿Qué agradecimiento recibe a cambio de todo esto? Nada más que una reiterada retahíla de quejas.

Tenía un amigo en Chicago hace años que daba una buena respuesta cuando alguien le preguntó: “¿Cómo estás?”, replicaba: “Sería un pecado quejarme”. A menudo pienso en esto cuando me siento tentado a murmurar. Quejarse es un pecado. El antídoto contra las quejas es la acción de gracias. Cuando recordamos todo lo que el Señor ha hecho por nosotros, nos damos cuenta de que no tenemos razones para quejarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario