V.
EL HOMBRE Y EL PECADO
En
el relato de la tentación encontramos que Satanás en su engaño a los primeros
Padres fue a hacerles creer que serían dioses. “Y series como Dios” le dijo, haciéndole creer
que llegarían a ser como Dios, con la capacidad de conocer el “bien y el mal”.
Si bien es cierto que “conocieron el bien y el mal”, nunca llegaron a ser como
Dios. Es seguro que los dos hayan
contemplado a Dios en la forma que Él quiso revelarse y que hubiesen quedado
maravillados y por eso querían ser como
Él. Pero el acto de comer era la esperanza de cumplir ese anhelo.
Sin
embargo, toda intención puede ser buena, pero se infringió directamente el
mandato de Dios de no comer específicamente de ese árbol, y ese acto constituyó
un acto de rebeldía contra el Creador.
Satanás les había dicho que Dios era
mentiroso, que no morirían cuando la comiesen, sino que llegarían a ser como
Dios; pero en cambio, el solo acto de comer, los constituyó en seres mortales, heredándonos esta condición a todos
los seres humanos (Romanos 5:12; cf. 3:12, 23). Es decir, cayeron de su
posición privilegiada para nunca más recobrarla.
El aspecto moral del hombre (cf. Isaías
64:6), que en un principio era
impecable, perfecto, quedó corrompido en forma total (depravados[1]), de modo que nada de lo que haga el hombre
es útil o bueno para Dios, ya que todo en él es pecado y tal cosa es
abominación a Dios. Dios es Santo, por lo cual no tolera el pecado ni lo pasa
por alto (cf. Éxodo 20:5; 34:7; Levítico 18:25; 19:29; Salmo 5:4; Ezequiel
18:20).
En
apariencia, en los primeros años de la separación, el hombre vivió una vida en
que no practicaba el pecado[2], sino que se acercaban a
Dios por medio de sacrificios de una víctima inocente (Génesis 4:4). Escuchamos
por primera vez la palabra pecado de
boca de Dios en Génesis 4:7. Ahí le indica a Caín que tuviese cuidado porque el
pecado estaba a la puerta, y con sólo abrirle le permitiría entrar. Como
sabemos, Caín atentó contra la vida de su hermano por la envidia que sentía
contra él.
Al
seguir leyendo podemos ver todos los descendientes de Caín que no tomaban en
serio el pecado y lo practicaban en
forma flagrante (ver Génesis 4:23 el caso de Lamec; y compare con
Génesis 6:5). No se menciona a nadie de ellos que buscase a Dios y le siguiese.
En
cambio de la línea de Set sí estuvieron
siguiendo a Dios, al menos las primeras generaciones (Génesis 4:26). Pero en los tiempos de Noé esto ya no era
así. Todos se habían corrompido, y sólo se halló Gracia en Noé, es decir tenía
lo necesario para evitar el Juicio Divino (Génesis 6:8). Noé y su familia eran los únicos creyentes en
Dios, toda la humanidad de aquella época vivía en completa corrupción, de modo
que se purificó la creación por medio del agua (Génesis 6:17), incluyendo a los
descendiente de Set que se habían corrompido junto a los de Caín.
Podríamos
pensar que el hombre aprendió la lección y se comportaría como era requerido de
Dios que el hombre actuase, cumpliendo sus mandamientos. Pero observamos que
pocas generaciones después de diluvio el hombre se separó y rebeló contra Dios,
quiso hacerse un nombre propio, desligado de Dios, queriendo llegar al cielo
para estudiarlo y para ello se construyeron una torre impresionante. Al hombre
se le había dado el mandamiento de poblar la tierra, pero con Nimrod a la
cabeza se amalgamaron en un solo pueblo. Pero Dios intervino para provocar que
se separasen y poblasen la tierra.
Hasta
acá podemos sugerir que el hombre siempre está en contra de lo que Dios ha
dicho y mandado. Podemos asegurar que el hombre peca deliberadamente contra
Dios, haciendo lo que él cree que es lo correcto para sus necesidades.
El hombre por sí mismo no puede hacer nada, aunque Dios mande algo, hará
lo posible para no cumplirlo. Nunca
podrá obedecer, porque su corazón lleno de rebeldía y altivez se lo impedirá.
El mismo hombre se ha dado cuenta que su condición pecadora lo lleva por
un camino de perdición, y para ello ha ideado múltiples sistema religiosos y
filosóficos para evitar esta caída. Sin embargo, de nada sirve, porque en sí
estos sistemas, constituyen solo una forma más de rebelión. Podríamos comparar
la situación de peligro del hombre con un edificio en llama y en la ventana de
los pisos hay personas que van a saltar para salvarse y abajo solo les espera
algunos hombres con una delgada sábana.
Pero estos sistemas solo han servido para que el hombre se aleje más de
Dios. Nuevamente hay una orden de Dios con respecto a la Salvación del alma,
mandando “a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan” (Hechos 17:30), considerando todo lo que ha hecho
el hombre para apartarse como “ignorancia”. Pero el hombre sigue siendo
rebelde, muchos no quieren seguir ni siquiera escuchar de este llamado, del
mismo modo como los atenienses trataron el mensaje de Pablo (vea Hechos
17:16-34).
Jehová observa, en los días de Noé, que “que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de
continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). El Señor se refiere que antes de su venida (Mateo 24:37), será
como en los días de Noé, donde vida ocurría con “normalidad” (Mateo 24:38;
Lucas 21:9-11). Por lo cual, toda paciencia tiene su tiempo y este se puede
cumplir en cualquier momento, para dar paso al juicio de Dios sobre la
humanidad (cf. Mateo 25:30; Apocalipsis 20:11-15).
Se podría pensar que la humanidad redimida, que
pasó la gran tribulación, haya vivido de una manera que no tiene parangón en el
milenio, siendo gobernados por el mismo Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor
de señores. Una parte de ella se rebelará contra su Dios, comandada por el
mismo Satanás; y el juicio sobre aquella humanidad será inmediata, es decir,
será un juicio sumario (Apocalipsis 20:7-10 cf. Salmo 2:1-5).
[1] Entiéndase este concepto como la incapacidad del hombre de llegar a
Dios, ya que todo él es corrupción, porque que cada acto pecaminoso de la
voluntad es fruto de la condición del alma pervertida de la humanidad (cf. Pr
4.23; 23.7; Mc 7.20-23; Ro 8.15-25).
[2] No se quiere decir que no pecaban, sino que no hacían una práctica
nociva de él, como llegó a ocurrir en los días de Noé.
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