"Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte
conmigo" (Juan 13:8).
"Porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados" (Isaías
38: 17).
Encontramos muchos auténticos cristianos atormentados por pecados que
cometen después de su conversión. Nosotros deseamos recordarles que Jesús ha
hecho la propiciación por las faltas de todos aquellos que creen en Él, y tal
es su posición inquebrantable. "Jesucristo... nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos"
(Apocalipsis 1: 5-6). "Cristo... se ha sentado a la diestra de Dios...;
porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los
santificados" (Hebreos 10:12-14). Si Él tomó lugar en la gloria, es porque
terminó la obra que el Padre le había dado que hacer, la cual ha sido
plenamente admitida (Juan 17: 4-5). Así el Dios santo puede decir: "Nunca
más me acordaré de sus pecados" (Hebreos 10: 17-18).
Una vez puestos en la luz divina, "la sangre de Jesucristo su Hijo
nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1: 7), tanto de aquellos cometidos
antes de nuestra conversión como de los que lo han sido después de ella.
Sin embargo, si bien las faltas cometidas después que conocimos a Jesús
como Salvador no alteran nuestra posición de rescatados, atentan gravemente
contra nuestra comunión con el Padre y con el Señor Jesús (1 Juan 1: 3-4). Al
hablar de manchas en el andar práctico, Jesús dice a los discípulos que todos
(a excepción del hipócrita Judas) están enteramente limpios, con tal que el Maestro
les lave los pies, ya que "si no te lavare —le dice a Pedro— no tendrás
parte conmigo". Los creyentes deben tener una conciencia delicada, so pena
de perder por un tiempo, como David, el gozo de su salvación (Salmo 51: 12;
véase v. 1-10).
Después de la humillación, el recurso es, para el cristiano, Jesús en su
oficio de abogado ante el Padre (1 Juan 2: 1-2).
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