domingo, 1 de marzo de 2015

Doctrina: El pecado. (Parte VI)

VI.         LA LEY Y EL PECADO


La Pérdida de comunión del hombre con Dios, provocada por el pecado cometido, dio como resultado que este quisiese seguir su propio camino. Es por esto que el hombre siempre hizo caso omiso a las leyes que Dios les había impuesto, porque implica seguir el camino que otro le ha indicado. Estas en sí eran sencillas, que no revestía gran complejidad en cumplir, pero el hecho de acatarla implicaba rendir obediencia a un Ser del cual se tiene por “su enemigo”, por consiguiente el hombre se extravió más, perdiéndose en el pecado. A modo de ejemplificar esto, lo podemos apreciar en la descendía de Caín y en los días de Noé (Vea Génesis 4:17-26; 6:1-22) que toda aquella generación no seguía los designios de Dios, a excepción de Noé y su familia ¡Sólo ocho personas! Considere que podemos estimar que en esa época vivía miles de personas.
Podemos graficar de dos formas lo anterior: La primera cuando visitamos un parque, sabemos que nos estamos internando en la floresta, pero podemos andar seguro porque existe una ruta o sendero delimitado y las correspondientes señaléticas, pero cuando nos apartamos y nos metemos en la floresta, nos perderemos y en nuestra obstinación seguiremos internándonos hasta perdernos por completo. ¡Cuántas personas han sido encontradas muertas, y otras nunca han sido habidas!
 La segunda forma lo podemos graficar con nuestra realidad de padres: ¡cuántas veces un hijo reclama contra sus padres por la “injusticia” de tener que cumplir una regla impuesta, y que no está dispuesto a cumplirla por las buenas! Aquí el hijo no muestra el amor que debe tenerle a sus progenitores.
Esta imagen la vemos más a menudo de lo que creemos, y es una pálida imagen de lo que el hombre hace con su Creador. De una forma u otra estamos desviándonos para no cumplir lo que Dios quiere para nosotros. Nos manda arrepentirnos (Hechos 17:30), y nosotros  nos negamos; nos manda reconciliarnos con Él (2 Corintios 5:20) y nosotros damos vuelta la cara. Una pregunta surge al revisar los hechos: ¿Hasta cuándo nos tendrá paciencia?
Dios había ordenado en el Edén que no se comiese del  fruto del árbol. A la primera oportunidad, el hombre siguió su camino. Pero tengamos en consideración que Eva fue engañada o inducida por la serpiente, y Adán no; él comió voluntariamente de lo que la mujer le estaba dando.
Después del juicio de la humanidad por medio del diluvio universal, Dios, entre otras cosas, había ordenado poblar la tierra (Génesis 9:7). La humanidad, por generaciones, se mantuvo en un solo lugar no cumpliendo así el mandamiento de Dios (Génesis 11:1-2). Dios mismo intervino y los dispersó para que la tierra fuese completamente poblada (Génesis 11:7-8).
Desde Adán hasta Moisés Dios los había dejado a la conciencia del hombre el cumplimiento de los mandamientos que Él había entregado (cf. Hechos 14:16-17). Jehová hablando a Isaac de Abraham dijo: “por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5); dando a entender  que Abraham que había guardado los mandamientos que Él había establecido y que Él esperaba el mismo compromiso de parte de Isaac.  Y el otro testimonio que encontramos es también de boca de Dios:  “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). Dios estaba previendo que enseñaría  a los suyos  el “camino de Jehová” para que lo siguieran, de esa forma las bendiciones prometidas llegarían a Abraham.
Pero hasta Moisés duró esta etapa. Jehová  estableció por escrito los preceptos que Él había puesto en el corazón de los hombres (Éxodo 20:1-17 cf. Romanos 2:15).
Pablo es el único en exponer en forma sistemática la doctrina del pecado. Probando que todo hombre está bajo pecado y que unos serán juzgados por la ley y los que no la tenían por la ley que está escrita en los corazones de los hombres (Romanos 1:18-3:19).
Israel fue el depositario de la ley escrita en piedra. Ellos que habían aceptado (Éxodo 19:8) obedecer cada precepto, para ser un reino de “sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:6), como Jehová lo deseaba. Pero no cumplieron su “palabra empeñada” y siguieron a los dioses y naciones vecinas[1]. Dios los disciplinó severamente a los dos reinos, primeramente a Israel y luego a Judá.  Aunque a la vuelta de Judá a su tierra después del cautiverio, de alguna forma intentó enmendar el camino siguiendo el camino que marcaba la ley, pero se desviaron al lado opuesto. En la época que vivió nuestro Señor Jesucristo vemos que ellos habían puesto sus propios pensamientos y reglamentos a lo que Dios decía acerca de la ley una vez entregada en el monte Sinaí (cf. Romano 9:31).
El hecho que exista la ley en forma escrita es para manifestar en forma visible el pecado del hombre y sea juzgado por esta (Véase Romanos 7:7). Por lo que ley nunca pudo llevar al hombre de regreso a Dios, sino que hizo sacar a luz el pecado. Pero como dijo Pablo: “…la ley se introdujo para que el pecado abundase; más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia…” (Romanos 5:20).
La ley declara que absolutamente todos están bajo pecado, ya sea el pueblo de Israel, guardador de la ley dada en el Sinaí, y el pueblo gentil, pueblo alejado de Dios. Por lo cual la Escritura declara acerca del hombre: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios.  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre;  Quebranto y desventura hay en sus caminos;  Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos. Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”  (Romanos 3:9-20).
La ley no sirve para salvar al pecador, simplemente sirve para llevar una vida recta ante Dios (Lucas 10:27-28 cf. Proverbios 7:2; vea Hechos 10). Es decir, “la ley podía mostrar cuál era la voluntad de Dios, pero incapaz de impartir el poder para cumplirla o para romper la esclavitud del pecado”1. “Paradójicamente, la ley puede servir para afianzar las cadenas del pecador en la vida del pecado con aun con mayor rigor”2. Pero la gracia de Dios libera al pecador de la atadura del pecado, por lo cual  la Ley  es el medio que lleva a Cristo al pecador condenado (Gá. 3:24).
En el dialogo del joven rico con el Señor vemos un ejemplo de que la ley no sirve para obtener la salvación, que la gracia no está presente en ella. El hombre había guardado la ley desde joven, pero ella sólo servía para hacerlo un buen hombre, pero no para que fuera perfecto, no para que fuera salvo. Lo que le faltaba era que fuera a Cristo y lo siguiera a Él, es decir, que lo aceptara como su salvador  y Maestro (Vea Mateo 19:21; Marcos 10:21; Lucas 18:22). Es ahí que la Gracia de Dios comienza a funcionar, desde el momento que decidimos seguir al Maestro, ella se aplica al hombre arrepentido.
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1. Pablo, apóstol de corazón liberado, Clie, página 387.
2.Ídem




[1] Incluso a los pocos días de haber aceptado seguir a Jehová en todo lo que el dijere, ellos hicieron el becerro de oro (ver Éxodo 32:1ss)

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