VI.
LA LEY Y EL PECADO
La Pérdida de comunión del hombre con Dios,
provocada por el pecado cometido, dio como resultado que este quisiese seguir
su propio camino. Es por esto que el hombre siempre hizo caso omiso a las leyes
que Dios les había impuesto, porque implica seguir el camino que otro le ha
indicado. Estas en sí eran sencillas, que no revestía gran complejidad en
cumplir, pero el hecho de acatarla implicaba rendir obediencia a un Ser del
cual se tiene por “su enemigo”, por consiguiente el hombre se extravió más,
perdiéndose en el pecado. A modo de ejemplificar esto, lo podemos apreciar en
la descendía de Caín y en los días de Noé (Vea Génesis 4:17-26; 6:1-22) que
toda aquella generación no seguía los designios de Dios, a excepción de Noé y
su familia ¡Sólo ocho personas! Considere que podemos estimar que en esa época
vivía miles de personas.
Podemos graficar de dos formas lo anterior:
La primera cuando visitamos un parque, sabemos que nos estamos internando en la
floresta, pero podemos andar seguro porque existe una ruta o sendero delimitado
y las correspondientes señaléticas, pero cuando nos apartamos y nos metemos en
la floresta, nos perderemos y en nuestra obstinación seguiremos internándonos
hasta perdernos por completo. ¡Cuántas personas han sido encontradas muertas, y
otras nunca han sido habidas!
La
segunda forma lo podemos graficar con nuestra realidad de padres: ¡cuántas
veces un hijo reclama contra sus padres por la “injusticia” de tener que
cumplir una regla impuesta, y que no está dispuesto a cumplirla por las buenas!
Aquí el hijo no muestra el amor que debe tenerle a sus progenitores.
Esta imagen la vemos más a menudo de lo que
creemos, y es una pálida imagen de lo que el hombre hace con su Creador. De una
forma u otra estamos desviándonos para no cumplir lo que Dios quiere para
nosotros. Nos manda arrepentirnos (Hechos 17:30), y nosotros nos negamos; nos manda reconciliarnos con Él
(2 Corintios 5:20) y nosotros damos vuelta la cara. Una pregunta surge al
revisar los hechos: ¿Hasta cuándo nos tendrá paciencia?
Dios había ordenado en el Edén que no se
comiese del fruto del árbol. A la
primera oportunidad, el hombre siguió su camino. Pero tengamos en consideración
que Eva fue engañada o inducida por la serpiente, y Adán no; él comió
voluntariamente de lo que la mujer le estaba dando.
Después del juicio de la humanidad por medio
del diluvio universal, Dios, entre otras cosas, había ordenado poblar la tierra
(Génesis 9:7). La humanidad, por generaciones, se mantuvo en un solo lugar no
cumpliendo así el mandamiento de Dios (Génesis 11:1-2). Dios mismo intervino y
los dispersó para que la tierra fuese completamente poblada (Génesis 11:7-8).
Desde Adán hasta Moisés Dios los había dejado
a la conciencia del hombre el cumplimiento de los mandamientos que Él había
entregado (cf. Hechos 14:16-17). Jehová hablando a Isaac de Abraham dijo: “por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos,
mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5); dando a entender que Abraham que había guardado los
mandamientos que Él había establecido y que Él esperaba el mismo compromiso de
parte de Isaac. Y el otro testimonio que
encontramos es también de boca de Dios:
“Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que
guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir
Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). Dios
estaba previendo que enseñaría a los
suyos el “camino de Jehová” para que lo
siguieran, de esa forma las bendiciones prometidas llegarían a Abraham.
Pero hasta Moisés duró esta etapa. Jehová estableció por escrito los preceptos que Él
había puesto en el corazón de los hombres (Éxodo 20:1-17 cf. Romanos 2:15).
Pablo es el único en exponer en forma sistemática la doctrina del
pecado. Probando que todo hombre está bajo pecado y que unos serán juzgados por
la ley y los que no la tenían por la ley que está escrita en los corazones de
los hombres (Romanos 1:18-3:19).
Israel fue el depositario de la ley escrita en piedra. Ellos que habían
aceptado (Éxodo 19:8) obedecer cada precepto, para ser un reino de “sacerdotes,
y gente santa” (Éxodo 19:6), como Jehová lo deseaba. Pero no cumplieron su
“palabra empeñada” y siguieron a los dioses y naciones vecinas[1]. Dios los disciplinó
severamente a los dos reinos, primeramente a Israel y luego a Judá. Aunque a la vuelta de Judá a su tierra
después del cautiverio, de alguna forma intentó enmendar el camino siguiendo el
camino que marcaba la ley, pero se desviaron al lado opuesto. En la época que
vivió nuestro Señor Jesucristo vemos que ellos habían puesto sus propios
pensamientos y reglamentos a lo que Dios decía acerca de la ley una vez
entregada en el monte Sinaí (cf. Romano 9:31).
El hecho que exista la ley en forma escrita es para manifestar en forma
visible el pecado del hombre y sea juzgado por esta (Véase Romanos 7:7). Por lo
que ley nunca pudo llevar al hombre de regreso a Dios, sino que hizo sacar a
luz el pecado. Pero como dijo Pablo: “…la ley se introdujo para que el pecado
abundase; más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia…” (Romanos 5:20).
La ley declara que absolutamente todos están bajo pecado, ya sea el
pueblo de Israel, guardador de la ley dada en el Sinaí, y el pueblo gentil,
pueblo alejado de Dios. Por lo cual la Escritura declara acerca del hombre: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a
Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro
abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de
sus labios; Su boca está llena
de maldición y de amargura. Sus
pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto
y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.
Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley,
para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya
que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él;
porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:9-20).
La ley no sirve para salvar al pecador, simplemente sirve para llevar
una vida recta ante Dios (Lucas 10:27-28 cf. Proverbios 7:2; vea Hechos 10). Es
decir, “la ley podía mostrar cuál era la voluntad de Dios, pero incapaz de
impartir el poder para cumplirla o para romper la esclavitud del pecado”1.
“Paradójicamente, la ley puede servir para afianzar las cadenas del pecador en
la vida del pecado con aun con mayor rigor”2. Pero la gracia de Dios
libera al pecador de la atadura del pecado, por lo cual la Ley
es el medio que lleva a Cristo al pecador condenado (Gá. 3:24).
En el dialogo del joven rico con el Señor vemos un ejemplo de que la ley
no sirve para obtener la salvación, que la gracia no está presente en ella. El
hombre había guardado la ley desde joven, pero ella sólo servía para hacerlo un
buen hombre, pero no para que fuera perfecto, no para que fuera salvo. Lo que
le faltaba era que fuera a Cristo y lo siguiera a Él, es decir, que lo aceptara
como su salvador y Maestro (Vea Mateo
19:21; Marcos 10:21; Lucas 18:22). Es ahí que la Gracia de Dios comienza a
funcionar, desde el momento que decidimos seguir al Maestro, ella se aplica al
hombre arrepentido.
__________________
1. Pablo, apóstol de corazón liberado, Clie, página 387.
2.Ídem
[1] Incluso a los pocos días de haber aceptado seguir a Jehová en todo lo
que el dijere, ellos hicieron el becerro de oro (ver Éxodo 32:1ss)
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