La intervención de
Ester
Por
consiguiente, al tercer día Ester se puso sus vestiduras reales, "y entró
en el patio interior de la casa del rey, enfrente del aposento del rey; y
estaba el rey sentado en su trono en el aposento real, enfrente de la puerta
del aposento. Y cuando vio a la reina Ester que estaba en el patio, ella obtuvo
gracia ante sus ojos; y el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la
mano" (cap. 5:1, 2), porque la fe en la bondad de Dios era grande. Todo lo
que aparece es meramente humano, pero la mano invisible estaba allí. Ella la
buscó y la halló. "Entonces vino Ester y toco la punta del cetro. Dijo el
rey: ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino
se te dará." A lo que responde Ester: "Si place al rey, vengan hoy el
rey y Amán al banquete que he preparado para el rey" (cap. 5:2-4). Dios le
dio sabiduría. Ella no reveló de inmediato lo que era una carga tan pesada para
su corazón. "El que creyere, no se apresure" (Isaías 28:16). El Dios
invisible que era el objeto de su confianza ejercitó su alma para esperar. Ella
no sólo convida al rey al banquete, sino también a Amán. Cuántas veces ocurren
hechos similares. De la misma manera procede el Señor cuando le da a Judas el
pan mojado antes de la terrible traición que lo condujo a la cruz. Nada podía
suponer Amán acerca de lo que Dios, quien no aparece, estaba reservándole. Y,
en el banquete, el rey nuevamente vuelve a la pregunta, porque sabía
perfectamente que había algo más que el banquete en la mente de la reina Ester.
"¿Cuál es tu petición, y te será otorgada? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea
la mitad del reino, te será concedida" (cap. 5:6).
Nuevamente la reina solicita que ella
pueda contar con la presencia de ellos en otro banquete. "Y mañana haré
conforme a lo que el rey ha mandado." Así que ese día Amán se va
"contento y alegre de corazón"; pero, cuando ve que Mardoqueo, el
judío, no se levantaba ni se movía por él, se llena de indignación contra
aquél. No obstante, Amán se contiene. Cuando regresa a su casa y cuenta a su
esposa y amigos acerca de la gloria de sus riquezas, de la multitud de sus
hijos, de todas las cosas con que el rey le ha engrandecido y cómo le ha
promovido por sobre los príncipes y siervos del rey, menciona como coronación
de todos los honores especiales recibidos la invitación de la reina Ester a un
banquete al cual había asistido nada menos que el propio rey. "Y también
para mañana" —dice él— "estoy convidado por ella con el rey. Pero
todo esto de nada me sirve" —tal era el odio y la amargura de su corazón—
"cada vez que veo al judío Mardoqueo sentado a la puerta del rey". La
esposa, con la debilidad propia de su naturaleza, sugiere que se haga una horca
para este perverso Mardoqueo. "Hagan una horca de cincuenta codos de
altura, y mañana di al rey que cuelguen a Mardoqueo en ella; y entra alegre con
el rey al banquete" (cap. 5:14). El asunto agradó mucho a Amán, y así se
hizo.
Dios obra
Pero
el Dios invisible estaba obrando esa noche. El rey no podía dormir (cap. 6:1);
de no haber sido así, habría habido una amarga fiesta para Ester antes de la
fiesta con el rey. "Aquella misma noche se le fue el sueño al rey."
Él solicitó los archivos del reino. La providencia de Dios estaba actuando. Se
halló escrito que Mardoqueo había denunciado a los camareros traidores, y el
rey pregunta: "¿Qué honra o qué distinción se hizo a Mardoqueo por esto? Y
respondieron los servidores del rey, sus oficiales: Nada" (v. 3). En ese
mismo momento, Amán llega a la corte. Quería ver al rey para pedirle la vida de
Mardoqueo. Nada sabía de lo que estaba en el corazón del rey, y éste, lleno de
lo que estaba en su propio corazón, es providencialmente inducido a preguntar
qué debía hacer en favor de aquel a quien deseaba honrar. "¿Qué se hará al
hombre cuya honra desea el rey?" (v. 6).
Amán cae en su
propia trampa
Amán
no había pensado en ningún otro sino en él mismo. Por eso cayó en su propia
trampa. Convencido de que él mismo era el hombre cuya honra deseaba el rey, y
sin escatimar nada, sugiere al rey los más altos honores, los mayores que se
hayan conferido jamás a un súbdito. "Para el varón cuya honra desea el
rey, traigan el vestido real de que el rey se viste, y el caballo en que el rey
cabalga, y la corona real que está puesta en su cabeza; y den el vestido y el
caballo en mano de algunos de los príncipes más nobles del rey, y vistan a
aquel varón cuya honra desea el rey, y llévenlo en el caballo por la plaza de la
ciudad, y pregonen delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el
rey" (v. 7-9). Y el rey al instante dice a Amán: "Date prisa, toma el
vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo,
que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho."
¡Oh,
qué caída! ¡Qué horror de horrores debe de haber llenado el corazón de ese
hombre perverso, pues aquel a quien él más odiaba de entre todos los hombres
vivientes era el mismo a quien, como principal noble del Imperio, se veía
obligado a rendir este honor conforme a sus propias sugerencias! De todos
modos, era imposible alterar la palabra del rey. "Y Amán tomó el vestido y
el caballo, y vistió a Mardoqueo, y lo condujo a caballo por la plaza de la
ciudad, e hizo pregonar delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el
rey" (v. 11). Muy diferentemente volvió Amán a su esposa y sus amigos ese
día. "Amán se dio prisa para irse a su casa apesadumbrado y cubierta su
cabeza. Contó luego Amán a Zeres su mujer y a todos sus amigos, todo lo que le
había acontecido. Entonces le dijeron sus sabios, y Zeres su mujer: Si de la
descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a
caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él" (v. 12,
13). Tal es el sentimiento secreto del gentil con respecto al judío. Puede
marchar todo muy bien para el gentil mientras el judío es echado fuera de la
presencia de Dios, pero, cuando llegue el día señalado para exaltar al judío,
la grandeza del gentil tendrá entonces que desaparecer de la faz de la tierra.
El judío es el futuro señor aquí abajo. Él será la cabeza y el gentil la cola
(Deuteronomio 28:13, 44).
Amán, traidor
descubierto y ejecutado «ipso facto»
Así
el banquete prosigue (cap. 7) y el rey y Amán se encuentran, porque no había
tiempo que perder. El camarero había convocado a Amán al banquete, y ahora el
rey, por tercera vez, requiere de la reina su petición: "¿Cuál es tu
petición, reina Ester, y te será concedida? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la
mitad del reino, te será otorgada. Entonces la reina Ester respondió y dijo: Oh
rey, si he hallado gracia en tus ojos, y si al rey place, séame dada mi vida
por mi petición" ¡¿Cómo?! ¿Tal es el estado de cosas que la reina ruega
por su vida? "Séame dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi
demanda. Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para
ser muertos y exterminados. Si para siervos y siervas fuéramos vendidos, me callaría;
pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable" (v. 3, 4).
Ester había pulsado la cuerda correcta. No sólo todos los afectos del rey
estallaron ante ese insulto que había sido hecho a aquella a la que él amaba
por encima de todos en el reino, sino aún más: existía la audaz presunción de
que habría de intentarse la destrucción de la reina y de todo el pueblo de la
reina sin siquiera el conocimiento del rey. ¿Quién podía ser el traidor?
"Respondió
el rey Asuero, y dijo a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está, el que ha
ensoberbecido su corazón para hacer esto? Ester dijo: El enemigo y adversario
es este malvado Amán. Entonces se turbó Amán delante del rey y de la reina.
Luego el rey se levantó del banquete, encendido en ira, y se fue al huerto del
palacio." Bien sabía Amán que esa era la sentencia de muerte pronunciada
sobre él. "Y se quedó Amán para suplicarle a la reina Ester por su vida;
porque vio que estaba resuelto para él el mal de parte del rey" (v. 7). Y
cuando el rey vuelve, lo encuentra a Amán, en su agonía, caído sobre el lecho
donde yacía Ester, y el rey se imagina lo peor. La palabra sale de su boca y
sus servidores cubren el rostro de Amán para su inmediata ejecución. Y Harbona,
uno de los camareros, propone al rey la horca que estaba ya hecha en la
propiedad de Amán, lo que también cuenta con el beneplácito del rey.
"Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella. Así colgaron a Amán en la horca
que él había hecho preparar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey"
(v. 9, 10).
Nuevo decreto
imperial salvando «in extremis» a los judíos
Pero
esto no fue todo. Dios no solamente hizo que el cruel adversario de su pueblo
cayese en sus propias redes, sino que cuidará de los judíos a lo largo de todos
los dominios del rey, donde estaban todavía sujetos a sentencia de muerte. La
liberación no era aún completa. El enemigo principal había sido destruido, pero
ellos estaban aún en peligro; y entonces Mardoqueo viene ante el rey (cap. 8).
"Porque Ester le declaró lo que él era respecto de ella." El rey se
quita su anillo y se lo da a Mardoqueo. El judío, en consecuencia,
asume entonces el lugar del gobierno en la tierra; sus enemigos son
destruidos, pero todavía tienen que ser vindicados y completamente liberados
por todo el Imperio. Y Ester se echa a los pies del rey y le suplica con
lágrimas que quite el mal de Amán, y el rey nuevamente extiende el cetro de oro
y Ester explica que los correos que salieron con las cartas del rey estaban
llevando destrucción a los judíos por todas sus provincias. El rey responde:
"He aquí yo he dado a Ester la casa de Amán, y a él han colgado en la
horca, por cuanto extendió su mano contra los judíos. Escribid, pues, vosotros
a los judíos como bien os pareciere, en nombre del rey, y selladlo con el
anillo del rey; porque un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella
con el anillo del rey, no puede ser revocado" (v. 7, 8).
¿Cómo,
pues, había de encararse este asunto? De la siguiente manera: a todo el
Imperio, por medio de nuevos correos, fueron enviadas cartas por las cuales
"el rey daba facultad a los judíos que estaban en todas las ciudades, para
que se reuniesen y estuviesen a la defensa de su vida, prontos a destruir, y
matar, y acabar con toda fuerza armada del pueblo o provincia que viniese
contra ellos y aun sus niños y mujeres, y apoderarse de sus bienes". Y así
fue hecho. "Y salió Mardoqueo de delante del rey", ahora con todos
los atributos del honor real. "Y los judíos tuvieron luz y alegría, y gozo
y honra. Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del
rey, los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer" (v. 16,
17).
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