domingo, 5 de abril de 2015

EL LIBRO DE ESTER (Parte IV)

La intervención de Ester

Por consiguiente, al tercer día Ester se puso sus vestiduras reales, "y entró en el patio interior de la casa del rey, enfrente del aposento del rey; y estaba el rey sentado en su trono en el aposento real, enfrente de la puerta del aposento. Y cuando vio a la reina Ester que estaba en el patio, ella obtuvo gracia ante sus ojos; y el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la mano" (cap. 5:1, 2), porque la fe en la bondad de Dios era grande. Todo lo que aparece es meramente humano, pero la mano invisible estaba allí. Ella la buscó y la halló. "Entonces vino Ester y toco la punta del cetro. Dijo el rey: ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará." A lo que responde Ester: "Si place al rey, vengan hoy el rey y Amán al banquete que he preparado para el rey" (cap. 5:2-4). Dios le dio sabiduría. Ella no reveló de inmediato lo que era una carga tan pesada para su corazón. "El que creyere, no se apresure" (Isaías 28:16). El Dios invisible que era el objeto de su confianza ejercitó su alma para esperar. Ella no sólo convida al rey al banquete, sino también a Amán. Cuántas veces ocurren hechos similares. De la misma manera procede el Señor cuando le da a Judas el pan mojado antes de la terrible traición que lo condujo a la cruz. Nada podía suponer Amán acerca de lo que Dios, quien no aparece, estaba reservándole. Y, en el banquete, el rey nuevamente vuelve a la pregunta, porque sabía perfectamente que había algo más que el banquete en la mente de la reina Ester. "¿Cuál es tu petición, y te será otorgada? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino, te será concedida" (cap. 5:6).
         Nuevamente la reina solicita que ella pueda contar con la presencia de ellos en otro banquete. "Y mañana haré conforme a lo que el rey ha mandado." Así que ese día Amán se va "contento y alegre de corazón"; pero, cuando ve que Mardoqueo, el judío, no se levantaba ni se movía por él, se llena de indignación contra aquél. No obstante, Amán se contiene. Cuando regresa a su casa y cuenta a su esposa y amigos acerca de la gloria de sus riquezas, de la multitud de sus hijos, de todas las cosas con que el rey le ha engrandecido y cómo le ha promovido por sobre los príncipes y siervos del rey, menciona como coronación de todos los honores especiales recibidos la invitación de la reina Ester a un banquete al cual había asistido nada menos que el propio rey. "Y también para mañana" —dice él— "estoy convidado por ella con el rey. Pero todo esto de nada me sirve" —tal era el odio y la amargura de su corazón— "cada vez que veo al judío Mardoqueo sentado a la puerta del rey". La esposa, con la debilidad propia de su naturaleza, sugiere que se haga una horca para este perverso Mardoqueo. "Hagan una horca de cincuenta codos de altura, y mañana di al rey que cuelguen a Mardoqueo en ella; y entra alegre con el rey al banquete" (cap. 5:14). El asunto agradó mucho a Amán, y así se hizo.

Dios obra
Pero el Dios invisible estaba obrando esa noche. El rey no podía dormir (cap. 6:1); de no haber sido así, habría habido una amarga fiesta para Ester antes de la fiesta con el rey. "Aquella misma noche se le fue el sueño al rey." Él solicitó los archivos del reino. La providencia de Dios estaba actuando. Se halló escrito que Mardoqueo había denunciado a los camareros traidores, y el rey pregunta: "¿Qué honra o qué distinción se hizo a Mardoqueo por esto? Y respondieron los servidores del rey, sus oficiales: Nada" (v. 3). En ese mismo momento, Amán llega a la corte. Quería ver al rey para pedirle la vida de Mardoqueo. Nada sabía de lo que estaba en el corazón del rey, y éste, lleno de lo que estaba en su propio corazón, es providencialmente inducido a preguntar qué debía hacer en favor de aquel a quien deseaba honrar. "¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey?" (v. 6).

Amán cae en su propia trampa
Amán no había pensado en ningún otro sino en él mismo. Por eso cayó en su propia trampa. Convencido de que él mismo era el hombre cuya honra deseaba el rey, y sin escatimar nada, sugiere al rey los más altos honores, los mayores que se hayan conferido jamás a un súbdito. "Para el varón cuya honra desea el rey, traigan el vestido real de que el rey se viste, y el caballo en que el rey cabalga, y la corona real que está puesta en su cabeza; y den el vestido y el caballo en mano de algunos de los príncipes más nobles del rey, y vistan a aquel varón cuya honra desea el rey, y llévenlo en el caballo por la plaza de la ciudad, y pregonen delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el rey" (v. 7-9). Y el rey al instante dice a Amán: "Date prisa, toma el vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo, que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho."
¡Oh, qué caída! ¡Qué horror de horrores debe de haber llenado el corazón de ese hombre perverso, pues aquel a quien él más odiaba de entre todos los hombres vivientes era el mismo a quien, como principal noble del Imperio, se veía obligado a rendir este honor conforme a sus propias sugerencias! De todos modos, era imposible alterar la palabra del rey. "Y Amán tomó el vestido y el caballo, y vistió a Mardoqueo, y lo condujo a caballo por la plaza de la ciudad, e hizo pregonar delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el rey" (v. 11). Muy diferentemente volvió Amán a su esposa y sus amigos ese día. "Amán se dio prisa para irse a su casa apesadumbrado y cubierta su cabeza. Contó luego Amán a Zeres su mujer y a todos sus amigos, todo lo que le había acontecido. Entonces le dijeron sus sabios, y Zeres su mujer: Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él" (v. 12, 13). Tal es el sentimiento secreto del gentil con respecto al judío. Puede marchar todo muy bien para el gentil mientras el judío es echado fuera de la presencia de Dios, pero, cuando llegue el día señalado para exaltar al judío, la grandeza del gentil tendrá entonces que desaparecer de la faz de la tierra. El judío es el futuro señor aquí abajo. Él será la cabeza y el gentil la cola (Deuteronomio 28:13, 44).

Amán, traidor descubierto y ejecutado «ipso facto»
Así el banquete prosigue (cap. 7) y el rey y Amán se encuentran, porque no había tiempo que perder. El camarero había convocado a Amán al banquete, y ahora el rey, por tercera vez, requiere de la reina su petición: "¿Cuál es tu petición, reina Ester, y te será concedida? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino, te será otorgada. Entonces la reina Ester respondió y dijo: Oh rey, si he hallado gracia en tus ojos, y si al rey place, séame dada mi vida por mi petición" ¡¿Cómo?! ¿Tal es el estado de cosas que la reina ruega por su vida? "Séame dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi demanda. Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados. Si para siervos y siervas fuéramos vendidos, me callaría; pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable" (v. 3, 4). Ester había pulsado la cuerda correcta. No sólo todos los afectos del rey estallaron ante ese insulto que había sido hecho a aquella a la que él amaba por encima de todos en el reino, sino aún más: existía la audaz presunción de que habría de intentarse la destrucción de la reina y de todo el pueblo de la reina sin siquiera el conocimiento del rey. ¿Quién podía ser el traidor?
"Respondió el rey Asuero, y dijo a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está, el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto? Ester dijo: El enemigo y adversario es este malvado Amán. Entonces se turbó Amán delante del rey y de la reina. Luego el rey se levantó del banquete, encendido en ira, y se fue al huerto del palacio." Bien sabía Amán que esa era la sentencia de muerte pronunciada sobre él. "Y se quedó Amán para suplicarle a la reina Ester por su vida; porque vio que estaba resuelto para él el mal de parte del rey" (v. 7). Y cuando el rey vuelve, lo encuentra a Amán, en su agonía, caído sobre el lecho donde yacía Ester, y el rey se imagina lo peor. La palabra sale de su boca y sus servidores cubren el rostro de Amán para su inmediata ejecución. Y Harbona, uno de los camareros, propone al rey la horca que estaba ya hecha en la propiedad de Amán, lo que también cuenta con el beneplácito del rey. "Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella. Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey" (v. 9, 10).


Nuevo decreto imperial salvando «in extremis» a los judíos
Pero esto no fue todo. Dios no solamente hizo que el cruel adversario de su pueblo cayese en sus propias redes, sino que cuidará de los judíos a lo largo de todos los dominios del rey, donde estaban todavía sujetos a sentencia de muerte. La liberación no era aún completa. El enemigo principal había sido destruido, pero ellos estaban aún en peligro; y entonces Mardoqueo viene ante el rey (cap. 8). "Porque Ester le declaró lo que él era respecto de ella." El rey se quita su anillo y se lo da a Mardoqueo. El judío, en consecuencia, asume entonces el lugar del gobierno en la tierra; sus enemigos son destruidos, pero todavía tienen que ser vindicados y completamente liberados por todo el Imperio. Y Ester se echa a los pies del rey y le suplica con lágrimas que quite el mal de Amán, y el rey nuevamente extiende el cetro de oro y Ester explica que los correos que salieron con las cartas del rey estaban llevando destrucción a los judíos por todas sus provincias. El rey responde: "He aquí yo he dado a Ester la casa de Amán, y a él han colgado en la horca, por cuanto extendió su mano contra los judíos. Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os pareciere, en nombre del rey, y selladlo con el anillo del rey; porque un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado" (v. 7, 8).
¿Cómo, pues, había de encararse este asunto? De la siguiente manera: a todo el Imperio, por medio de nuevos correos, fueron enviadas cartas por las cuales "el rey daba facultad a los judíos que estaban en todas las ciudades, para que se reuniesen y estuviesen a la defensa de su vida, prontos a destruir, y matar, y acabar con toda fuerza armada del pueblo o provincia que viniese contra ellos y aun sus niños y mujeres, y apoderarse de sus bienes". Y así fue hecho. "Y salió Mardoqueo de delante del rey", ahora con todos los atributos del honor real. "Y los judíos tuvieron luz y alegría, y gozo y honra. Y en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey, los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer" (v. 16, 17).

No hay comentarios:

Publicar un comentario