domingo, 5 de abril de 2015

HIJOS DE DIOS

HUBO una época en que la idea de que los hombres pudiesen ser llamados hijos de Dios resultaba extraña al pensamiento humano. Es posible demostrar de un modo indis­cutible, que la idea de "hijos de Dios" fue introducida por el Señor Jesucris­to.

Ideas paganas.
En el mundo pagano, después que los hombres se alejaron del gobierno de Dios, y fueron dispersados de la torre de Babel, el concepto de Dios degeneró muy rápidamente, y pronto el monoteísmo cedió su lugar al poli­teísmo. Los hombres comenzaron a adorar a muchos dioses. Deificaban a sus temores, y veían a un dios en cada tormenta y en cada relámpago. Deifi­caron a sus virtudes e hicieron una dio­sa de la sabiduría, y un dios del poder. Deificaron sus deseos e hicieron un dios de la gula y un dios de la concu­piscencia. Deificaron las fuerzas be­névolas de la naturaleza e hicieron un dios de la cosecha, un dios del trigo y un dios del vino. La lista es larga. En la gran enciclopedia francesa sobre las costumbres del mundo antiguo, hay en el Índice doce columnas en tipogra­fía menuda refiriéndose a artículos dedicados a los dioses de Grecia y Roma y a las diversas supersticiones relacionadas con su culto. Un estudio de estas divinidades revela que eran personajes inmundos creados a la imagen de la degeneración del hombre. En el primer capítulo de Romanos ve­mos que fue cuando el hombre cambió la gloria del Dios incorruptible por la imitación de un hombre mortal o de criaturas que corren o vuelan o se arrastran, que Dios abandonó a la raza a su inmundicia. Ellos abandonaron a Dios, y entonces Dios les abandonó a ellos, a que fuesen los juguetes de sus propios deseos inmundos. Estos hom­bres deliberadamente rechazaron la verdad de Dios y aceptaron una menti­ra, dando homenaje y servicio a la criatura en lugar del Creador, quien es el único digno de ser adorado por siempre jamás (Paráfrasis de Phi­lips).
La idea que tenían los paganos acer­ca de un hijo de Dios, siempre era la de un hijo de la lujuria, generalmente producto de alguna aventura de un dios que se apoderó de una hermosa mortal, dejándola encinta. Las historias de Hércules, hijo de Zeus y de Alcumena, y de Narciso, son típicos ejemplos de las leyendas inmundas de estos dioses demonios.
La idea que los seres humanos pue­den ser hijos del Eterno Dios es ex­clusiva del Nuevo Testamento. En el Antiguo, la frase "hijo de Dios" o "hijos de Dios" se aplica a seres so­brenaturales o ángeles. La Interna­tional Standard Bible Encyclopedia refuta la interpretación que ofrece del Dr. Scofield en su nota sobre el diluvio que afirma que la frase hebrea podría referirse a la raza piadosa descendida de Set, en contraposición a las hijas de los hombres mundanos. Dice "La mayoría de los entendidos ahora re­chazan esa opinión e interpretan que "hijos de Dios" se refiere a seres so­brenaturales, de acuerdo con el signi­ficado de la expresión en otros pasa­jes.

La doctrina del Nuevo Testamento
Cuando llegamos al Nuevo Testa­mento, nos encontramos frente a una de las más maravillosas doctrinas de la revelación cristiana. Era la ense­ñanza bien clara del Señor que los seres humanos que habían sido los hijos del pecado y hasta los hijos del diablo, podían ser hijos de Dios, en un sentido que iba más allá de lo espiri­tual, por medio de la obra regenera­dora del Espíritu Santo.
El gran enemigo de la verdad Sata­nás lucha en contra de esta verdad es­pecial porque le resulta humillante ver que aquellos seres humanos a los que él ha deseado asegurar como sus se­guidores sean quitados de su reino y trasladados para siempre al reino del amado Hijo de Dios. Uno de los medios que ha usado para difundir la falsa doctrina, ha sido por adoptar la doctrina y ampliarla a fin de incluir a todos los miembros de la raza huma­na. Ya en nuestro siglo la doctrina de la paternidad universal de Dios ha lle­gado a todas partes aunque tiene su origen en fecha relativamente recien­te. Hay dos o tres versículos en el Nuevo Testamento que frecuentemente son torcidos para tratar de enseñar que Dios es el padre de todos los hom­bres y que todos los hombres son her­manos. El que más se cita es el ser­món de Pablo en el Areópago. "El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en tem­plos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que ha­biten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debe­mos pensar que la Divinidad sea se­mejante a oro, o plata, o piedra, es­cultura de arte y de imaginación de hombre" (Hechos 17:24-29).
Para entender este pasaje debemos comprender que Pablo estaba hablando a uno de los auditorios más inteligen­tes del mundo y que se dirigía a ellos por el lado de su inteligencia. Eran idólatras y la ciudad estaba llena de ídolos. Pablo trataba de hacerles ver la necedad de su idolatría y les estaba enseñando que habían sido creados por el único Dios verdadero y que ellos eran sus hijos en el sentido de haber sido creados por él. De que no ense­ñaba la paternidad de Dios en el sen­tido espiritual lo demuestra claramen­te en su carta a los Gálatas en que dice, "pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gálatas 3:26).

Tres palabras griegas.
Hay tres palabras griegas que deben ser comparadas y consideradas a fin de tener una base para este estudio. La primera es genos, la cual Pablo usa dos veces en su discurso en Ate­nas. Se la encuentra veintiuna veces en el Nuevo Testamento y se la tra­duce de distintas maneras. La segun­da palabra griega es teknon. Se halla noventa y nueve veces en el Nuevo Testamento y se traduce generalmente como hijo, hija y la forma plural de hijos. La tercera palabra es huios y se usa 381 veces en el Nuevo Testamen­to.
Si bien es cierto que somos hijos de Dios, en el sentido de que él nos ha creado, es muy cierto que por natura­leza no somos hijos de Dios
La mejor manera de refutar la fal­sa interpretación de que los seres creados por Dios automáticamente llegan a ser Sus hijos en el sentido espiritual puede demostrarse por me­dio de un relato que nos llega del cam­po misionero. Un amigo mío que pasó cierto tiempo de su vida en la Améri­ca Latina, estaba predicando a un au­ditorio mixto en una de las capitales centroamericanas. Al terminar su mensaje en el cual había destacado la necesidad del nuevo nacimiento como el Cínico medio por el cual un miembro de la raza humana puede llegar a ser hijo de Dios, dos hombres vinieron pa­ra objetar su declaración. Uno de ellos le dijo: "¿Usted admite que todos descendemos de Adán?" "Efectivamente", le contestó el misionero. "¿Y usted admite que Adán fue creado por Dios?" siguieron diciendo. Nuevamente mi amigo estaba de acuerdo. "Bien, en­tonces", dijo el interrogador con aire de triunfo, "¿No prueba esto que todos somos hijos de Dios?" Mi amigo se­ñaló uno de los bancos en la pequeña capilla y dijo, "¿quién hizo ese ban­co?" Ellos miraron el banco y contes­taron, "el carpintero". "Bien, ¿creen ustedes que ese banco es el hijo del carpintero?" "Por supuesto que no", contestaron. "¿Por qué?" insistió el predicador. "Por qué no tiene la vida del carpintero", contestó uno de ellos. Luego, con todo énfasis preguntó mi amigo, "¿Tiene usted la vida de Dios? No me refiero a la vida física, a la mera existencia animal. Les hablo de la vida espiritual de Dios." No pu­dieron contestarle.

La enseñanza de Cristo.
Y tampoco obtendremos la contesta­ción correcta si no llegamos a ser hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Esta fue la enseñanza de Cristo a las gentes que vinieron a Él en cierta oca­sión. Existe un contraste de palabras muy sobresaliente en el capítulo ocho del evangelio de San Juan, que debería callar para siempre a aquellos que tra­tan de enseñar la paternidad universal de Dios y la hermandad universal de los hombres. Esta parte comienza así: "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él" (Juan 8:31). Que esta creencia no era una fe salvadora, sino más bien un asentimiento inte­lectual es demostrado por el hecho de que momentos más tarde Él les dice que lo querían matar. Aunque ellos lo negaron, El conocía sus corazones.
El comenzó: "Si vosotros perma­neciereis en mi palabra, seréis ver­daderamente mis discípulos y cono­ceréis la verdad, y la verdad os hará libres. “Le respondieron: "Linaje de Abraham somos (la palabra griega es sperma) y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis li­bres?"
Al pasar notemos cómo el ardor de la discusión teológica puede hacer que los incrédulos olviden hasta las verda­des más elementales. Ellos sostenían: "Jamás hemos sido esclavos de nadie". Sin embargo ningún pueblo en la histo­ria del mundo había sufrido más perío­dos de esclavitud. Habían comenzado como esclavos en Egipto, donde se for­maron como un pueblo mientras aún eran esclavos. En muchas ocasiones fueron siervos de los Filisteos y habían sido librados vez tras vez por el poder de Dios por medio de dirigentes que se levantaron como Sansón, Gedeón y otros. Estuvieron en la gran cautivi­dad de Babilonia durante setenta años. Cuando regresaron estuvieron libres por muy pocos años cuando les arra­saron los ejércitos de Alejandro Mag­no. Después de la muerte de este gran general siguieron siendo esclavos de Antíoco y sus sucesores hasta que el poder de Roma se hizo tan fuerte que los cubrió. En el mismo momento cuando ellos se jactaban de su libertad eran esclavos de los romanos, su país estaba ocupado, y por todas partes se veía el desfilar de las legiones roma­nas, y la imagen del César estaba im­presa sobre las monedas que guarda­ban en sus carteras. "¡Jamás hemos sido esclavos de nadie!” ¡Qué desca­ro! Solamente se puede comparar con la bravata mentirosa de los hombres de nuestros días que dicen ser hijos de Dios pero niegan el señorío de su Hijo unigénito Jesucristo.
Jesús les respondió: "Yo sé que sois sperma de Abraham, pero ahora pro­curáis matarme a mí porque mi pala­bra no tiene cabida en vosotros... Si fueseis hijos de Abraham (teknon) las obras de Abraham haríais." Luego siguió uno de los más grandes arran­ques de santa ira que jamás demostró nuestro Señor en contra de los pecado­res. Ellos pretendían que Dios era su padre, y Jesús contestó: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vo­sotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso y padre de men­tira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis”. (Juan 8:37-45).
Cuando llego a esta parte de la Bi­blia siempre recuerdo un incidente de mi ministerio. Hablaba en una reunión pública que se celebraba bajo los aus­picios de un grupo cristiano de una de nuestras más grandes universidades. Presenté la verdad de la necesidad del nuevo nacimiento a fin de llegar a ser un hijo de Dios. Cuando terminó la reunión me rodeó un grupo de estudian­tes afín de seguir discutiendo el tema. Uno de ellos usó casi los mismos tér­minos que habían empleado aquellos hombres de antiguo que habían refuta­do al Señor Jesús. Mi respuesta fue el abrir la Biblia y leerles el pasaje que acabo de mencionar. Uno de los hom­bres estiró su mano para tomar el libro y dijo: "¿Qué versión es ésa?" Suce­dió que tenía en mis manos la vieja versión "Autorizada" de 1611. La tomó y examinó la portada, y luego, no satisfecho aún, tomó la Biblia que tenía uno de sus compañeros, la abrió en el capítulo ocho de San Juan y leyó lo mismo en ese volumen. Habló con bastante desilusión: "Nunca había vis­to eso antes; y no lo comprendo, pues si esto es verdad todo lo que he pensa­do acerca de la religión es falso. " Le contesté de inmediato: "Si acepta esto como un hecho, si reconoce que todo lo que ha aprendido sobre este asunto es falso, se encontrará muy cerca del reino de Dios y el Señor creará una nueva vida en usted. " Más tarde llegó a ser un creyente ferviente, que tenía a Jesucristo como su única esperanza.

LLEGO LA LUZ
Siguiendo este mismo pensamiento debemos considerar otro pasaje. Se encuentra en el primer capítulo de Juan. Cuando el Señor vino a la tierra fue precedido por Juan el Bautista. En el evangelio se nos da la razón de esto. Cristo era la luz verdadera de Dios y Juan vino a dar testimonio de él como la luz. El pasaje ha sido terriblemen­te torcido a fin de que niegue su ense­ñanza tan clara. El texto dice: "Aque­lla luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo" (Juan 1:9). ¡Y qué caos reveló esta luz! Como aquellos bichos que se deslizan tratando de esconderse bajo tierra cuando una piedra es revuelta, así la raza humana reaccionó a la venida del Señor Jesucristo. Algo había sucedido, pero no lo podían comprender. Eran ciegos y era necesario que Dios tuvie­ra un testigo que estuviese al mismo nivel de ellos y que hablara su idioma. Si Cristo hubiera venido sin ser anun­ciado, ninguno de por sí se hubiera fijado en El; ninguno de por sí se hu­biera de tenido a escucharle. Pero Dios envió a Juan a predicar a las gentes, a despertar sus corazones a la realidad de sus vidas malvadas y traerles el llamado al arrepentimien­to. Juan llevó a cabo este trabajo con toda fidelidad, y perdió su vida en esta tierra a causa de su solicitud, aunque ganó la vida de Dios para siempre.
El Espíritu Santo nos relata algo más acerca de la venida del Salvador al mundo éste que él había creado- y el mundo no lo conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de san­gre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:10-13).

Poder o autoridad.
Si vamos a entender esto en todo su sentido, debemos examinar el signifi­cado de esa palabra que tiene varias acepciones como poder, privilegio, habilidad, derecho, facultad. Es una palabra importante del Nuevo Testa­mento, como lo son todas las palabras que presentan varios matices del sig­nificado de las variadas formas de poder. No es la palabra dunamis, de la cual obtenemos dínamo y dinamita, y la cual conocemos como "el poder de Dios para salvación" (Rom 1:16). Tampoco es la palabra kratos que he­mos combinado para formar palabras tales como autócrata y demócrata, y que se traduce poder en el sentido de dominación. Aquí en Juan 1 encontra­mos la palabra exousia. Se encuentra 103 veces en el Nuevo Testamento, y se traduce en nuestras versiones de muchas maneras distintas. Es la pa­labra que se usaba comúnmente en el griego clásico para expresar el dere­cho de hacer algo o el derecho sobre algo. Cuando a un funcionario se le enviaba con poderes consulares, o po­deres magistrales, se empleaba esta palabra para describir dicha autoridad. En los papiros esta palabra es de uso común en testamentos, contratos u otros documentos legales para señalar el título o derecho o control, que uno ejerce sobre algo. Es interesante no­tar, que en la Grecia moderna, hoy, todavía se usa la misma palabra para todos los formularios gubernamenta­les, y en las tarjetas de racionamien­to, que permiten a una persona vivir bajó las condiciones de guerra. Kittel, la más grande autoridad en el mundo en cuanto al significado de las palabras griegas del Nuevo Testamento, la de­fine en palabras alemanas que deben ser traducidas como plenos derechos, autoridad total, autorización. La pa­labra se emplea en los versículos tan bien conocidos como aquellos que nos relatan que Jesús hablaba con autori­dad y no como los escribas (Mateo 7:29), que dio "autoridad" a los dis­cípulos sobre los espíritus inmundos (Mateo 10:1). Es el poder que Cristo tenía para poner su vida y para volver­la a tomar (Juan 10:18). Describe los "poderes" que él despojó cuando mu­rió en la cruz (Col 2:15) y la autori­dad de la resurrección que anunció en voz triunfante: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mateo 28:18).

No existe la paternidad universal
Y ésta es la autoridad y el poder, el derecho y permiso que nos ha dado de ser hechos hijos de Dios. No es ex­traño que el diablo odie esta doctrina y que trate de disminuir su suprema grandeza dándonos un concepto tan corrupto, la doctrina diluida y degra­dada de una paternidad universal que incluye en una asociación tan variada y promiscua todos los monstruos desde el asesino Caín hasta el último anti­cristo.
Permitamos que la palabra de Dios quebrante tales ideas y que el hálito de Dios barra de nuestras mentes tales ideas falsas. Hay dos familias y dos paternidades en este mundo. Si tene­mos por un lado un grupo compuesto por un blanco, un negro, un chino, cincuenta personas, si así lo deseáis de diferentes razas y circunstancias; y si del otro lado hubiera un grupo exac­tamente igual compuesto de un hombre blanco, un negro, un chino y de todos los otros grupos; si uno de estos gru­pos confía en Jesucristo como Salva­dor y Señor serían hermanos entre sí. Su raza no contaría en absoluto. Por otra parte, si todos los componentes del grupo no confían en Jesucristo, ellos también son hermanos; su raza nada tiene que ver en el asunto. Antes pertenecíamos a la familia inmunda de Adán, y ahora somos declarados hijos del Dios viviente por la obra regenera­dora del Espíritu Santo. Hay dos fa­milias y dos paternidades. Hemos sido hechos partícipes de la naturaleza di­vina (2 Pedro 1:4); y nos ha dado vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). No­sotros que en otro tiempo éramos hijos de las tinieblas hemos sido hechos hi­jos de la luz (Efesios 5:8). Nosotros que éramos hijos de ira, hijos de deso­bediencia (Efesios 2:2,3), ahora so­mos el objeto del cariño divino, hijos de Su amor, hijos de fe y obediencia. Resumiendo: ¡hijos de Dios!
Cada día con Cristo,
Más dulce es que el anterior;
Cada día con Cristo,
Le amo a mi Señor;
El me salva y guarda,
Hasta el día posterior;
Cada día con Cristo,

Más dulce es que el anterior.

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